Repúblicas del Nuevo Mundo

Hilda Sabato

Fragmento

AGRADECIMIENTOS

Hace unos cuantos años, cuando comencé a trabajar sobre la política argentina del siglo XIX, pronto caí en la cuenta de que era muy difícil pensar los problemas que tenía entre manos sin insertarlos en la historia más amplia de la caída del imperio español y la formación de las repúblicas latinoamericanas en su conjunto. Desde entonces, ese proceso formó parte del horizonte obligado de mis indagaciones sobre la Argentina, y la vasta bibliografía referida a diferentes aspectos de esa historia resultó un insumo indispensable. En paralelo, me asomé a los debates recientes sobre el republicanismo y la modernidad política, que me permitieron situar los interrogantes locales en una perspectiva más abarcadora. Así fue como, de manera algo lateral a mis investigaciones específicas, comencé a bucear más sistemáticamente en aquella historia, que atrapó toda mi atención e inspiró este libro. Fue una exploración larga que terminó en un ensayo relativamente corto, pero el trayecto que me trajo hasta aquí fue laborioso y en el camino adquirí innumerables deudas, tantas que cualquier esfuerzo de mi parte por hacerles justicia ha de resultar insuficiente. Quisiera, de todas maneras, reconocer aquellas más directamente relacionadas con la escritura de este libro.

En los intentos por ir más allá de mi limitado campo de especialización, recurrí a la ayuda y los consejos de colegas que generosamente me brindaron ideas, sugerencias y comentarios críticos, así como referencias específicas a trabajos publicados y sin publicar. Agradezco, en especial, a Víctor Hugo Acuña, José Antonio Aguilar Rivera, Cristóbal Aljovín, Alfredo Ávila, Catalina Banko, Rossana Barragán, Ana Frega, Pilar González Bernaldo, Nils Jacobsen, Annick Lempérière, Carmen McEvoy, Cecilia Méndez, Luis Ortega, Juan Luis Ossa, Marco Pamplona, Erika Pani, Eduardo Posada Carbó, Natalia Sobrevilla y Ana María Stuven.

Los principales argumentos de este libro son el producto de largos años de diálogo intelectual con amigos y colegas en la Argentina, entre los cuales quisiera destacar a Natalio Botana, Paula Alonso, Beatriz Bragoni, Gabriel Entín, Noemí Goldman, Juan Carlos Korol, Eduardo Míguez, Elías Palti, Juan Carlos Torre y Eduardo Zimmermann, así como a los integrantes del seminario de investigación que llevamos adelante desde hace varios años en el Programa PEHESA del Instituto Ravignani en la UBA: Laura Cucchi, Leonardo Hirsch, Flavia Macías, María José Navajas, Inés Rojkind, Ana Romero, Jimena Tcherbbis Testa, Nahuel Victorero e Ignacio Zubizarreta. Con Marcela Ternavasio hemos pasado largas horas compartiendo preguntas y preocupaciones sobre el presente y el pasado, entre las que se cuentan las cuestiones que abordo en este ensayo. Agradezco su apoyo y estímulo, al igual que sus agudos comentarios a la primera versión del libro. Sobre todo, estaré por siempre en deuda con Tulio Halperin Donghi, quien me enseñó a pensar sobre América Latina e inspiró tantas de mis preguntas sobre su historia.

La discusión en reuniones y seminarios donde presenté avances de mi trabajo fue fundamental para revisar y nutrir mis reflexiones. Mi gratitud hacia las instituciones donde se realizaron esos encuentros: la Université de Paris I, Emory University, the University of Georgia, Universidade de São Paulo, Foro Iberoideas, Pontificia Universidade Católica do Rio de Janeiro, 3° Congresso Internacional do PRONEX (Río de Janeiro), Davis Seminar-Princeton University, Annenberg Seminar-University of Pennsylvania, University of South Carolina, Freie Universität Berlin y Universität Leipzig. Agradezco también a todos los participantes de esas sesiones por sus observaciones y comentarios; en especial a Jeremy Adelman, Tom Bender, Roberto Breña, Vera Candiani, Miguel Centeno, Oscar Chamosa, Roger Chartier, Linda Colley, José Murilo de Carvalho, Arcadio Díaz Quiñones, Miriam Dohlnikoff, Don Doyle, Antonio Feros, Paul Friedland, Barbara Göbel, Jürgen Kocka, Carlos Marichal, Stephanie McCurry, Hans-Jürgen Puhle, Bernardo Ricupero, Michael Riekenberg, Stefan Rinke, Daniel Rodgers y Stanley Stein. Jeremy Adelman y Linda Colley me estimularon para que transformara mi escueto borrador en un ensayo completo, y Brigitta van Rheinberg, de Princeton University Press, me alentó y guió con perspicacia en esa tarea. Los lectores anónimos de PUP brindaron sugerencias y comentarios que resultaron muy útiles para mejorar la primera versión del manuscrito.

Trabajé en este libro a lo largo de varios años, en Buenos Aires y Cortaderas, así como en Berlín y Princeton. Mi agradecimiento a las instituciones que me acogieron: el Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA) del Instituto Ravignani, UBA/CONICET; el Davis Center del Departamento de Historia de la Universidad de Princeton, y el Instituto de América Latina de la Universidad Libre de Berlín. También, a los bibliotecarios y archivistas que me ayudaron en mis búsquedas en las tres bibliotecas que resultaron invalorables para mi investigación: Firestone en Princeton, el Instituto Iberoamericano de Berlín y la biblioteca del Instituto Ravignani en Buenos Aires. Federico García Blaya, por su parte, me asistió con eficiencia en la recolección y el procesamiento de información. Para este trabajo, recibí apoyo financiero decisivo a través de subsidios de la Universidad de Buenos Aires, CONICET y la Agencia Nacional para la Promoción Científica y Tecnológica de la Argentina, así como de una fellowship del Davis Center de la Universidad de Princeton y del Premio Alexander von Humboldt a la Investigación, otorgado en 2012 por la fundación homónima de Alemania.

Dedico este libro a mis hijos, Julián y Andrés Reboratti, por el amor y el apoyo que me brindan cada día, junto con sus compañeras, Loli y Nadia, y mis adorables nietas, Renata, Antonia y Juana. Por sobre todo, agradezco a mi esposo Charly su buen humor, su paciencia y sus cariñosos cuidados.

PRELUDIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

Escribo estas líneas en plena cuarentena mundial y no sé qué destino tendrán. Quiero suponer que en algún momento esta crisis devastadora e inesperada pasará, aunque ya no seremos los mismos que antes de su irrupción en nuestras vidas. Para convencerme de que así será, y desprenderme un rato de redes y medios, trato de concentrarme y enfrentar esta tarea pendiente: redactar el prólogo para la edición de un libro que escribí en inglés y fue publicado en 2018 en los Estados Unidos, y que acabo de traducir al castellano.

Cuento brevemente la prehistoria de este libro en su introducción, por lo que solo me resta referirme al tramo que me llevó hasta aquí. Originalmente decidí escribir este ensayo en inglés porque me interesaba que la renovada discusión sobre la política en el siglo XIX, que lleva ya varias décadas en América Latina, alcanzara a públicos más allá de la región, y con la expectativa, seguramente excesiva, de incidir en los debates sobre las revoluciones atlánticas, el republicanismo y la modernidad política que suelen no incluir a esta parte del mundo en sus disquisiciones. Encontré en la generosa disposición de Princeton University Press un incentivo decisivo para embarcarme en la tarea de convertir aquel proyecto inicial en un libro, que desembocó finalmente en su publicación. Claro que desde el principio imaginé también una edición en castellano, ahora concretada por Penguin Random House de la Argentina.

Traducir nunca es tarea sencilla, aun en el caso de un texto propio. En su versión original este ensayo fue pensado en inglés, y al traducirlo tomé la decisión de mantener el orden de la exposición y argumentación, aunque no se ajustara a mi estilo de escritura habitual en castellano. Esta no es, pues, una versión revisada sino lisa y llanamente una traducción. Elegí también no introducir nueva información ni agregar bibliografía, aunque a tres años de completar el manuscrito contamos con trabajos más recientes vinculados a los temas de este libro.

Por último, quiero agradecer especialmente a Roberto Montes, de Penguin Random House, su apoyo en este proceso, así como a Inés ter Horst, de Princeton University Press, por su colaboración.

Buenos Aires, 30 de marzo de 2020

INTRODUCCIÓN

A principios del siglo XIX una profunda conmoción política estremeció al imperio español hasta sus cimientos. La ocupación de la península ibérica por las fuerzas de Napoleón Bonaparte hizo estallar la unidad imperial e inauguró una larga historia de cambios políticos a ambos lados del Atlántico. En América, buena parte de los territorios que habían estado más de doscientos años bajo el dominio de la Corona iniciaron un período de reformulación de los vínculos coloniales que desembocó en la independencia de la mayor parte de ellos, seguida de un largo e intricado proceso de redefinición de soberanías y formación de nuevas comunidades políticas. Los ensayos de construcción nacional siguieron cauces diferentes y más de un proyecto terminó en fracaso, de manera tal que no hubo un camino lineal o predeterminado que llevara a la constitución de los quince estados-nación individuales consagrados durante la segunda mitad de ese siglo.

Ese proceso sinuoso y complejo reconoce, sin embargo, un denominador común: las nuevas comunidades políticas en construcción, las exitosas pero también las efímeras, adoptaron formas de gobierno basadas sobre el principio de la soberanía popular. Hispanoamérica se integró así a una historia más amplia pautada por las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa, la fundación de las monarquías constitucionales, la invención de una república federal en los Estados Unidos y de otros regímenes republicanos en Europa, y —sobre todo— por la institución de la soberanía del pueblo como principio fundante de lo político. Estos hechos sacudieron el edificio del antiguo régimen en diversas partes del mundo donde, de allí en más, lo político dejaría de remitir a una instancia trascendente para considerarse una construcción humana.

La conformación de las repúblicas hispanoamericanas fue parte de ese proceso mayor. Su experiencia, sin embargo, ha ocupado lugares muy marginales en las narrativas dominantes sobre la modernidad política, que giran en torno al eje Estados Unidos-Europa del Norte. Con la introducción de América Latina en esta historia de transformación política, este libro se suma a otros trabajos que en años recientes han adoptado una perspectiva más global para ampliar el alcance de aquellas narrativas.

La soberanía popular marcó el camino hacia la modernidad. Dentro de esos parámetros, existían en el siglo XIX dos opciones principales en materia de régimen político: la monarquía constitucional y la república. Mientras en Europa predominó la primera de esas soluciones, las Américas, del Norte y del Sur, con la sola excepción del Brasil, se inclinaron por regímenes de tipo republicano. Dado que no existía un modelo único de república, esta adoptó diferentes formatos, pero todos ellos introdujeron novedades radicales en la institución de la comunidad política y en las formas de legitimación de la autoridad. Si los territorios hispanoamericanos no fueron muy originales al inclinarse por la soberanía popular, su adopción en gran escala de fórmulas republicanas no tuvo paralelos fuera de los EE.UU. e inauguró una historia de experimentación política que se prolongó durante largo tiempo. Este libro se propone reflexionar sobre ese innovador “experimento republicano”1 en Hispanoamérica como parte de las transformaciones políticas más amplias que tuvieron lugar durante el siglo XIX en un contexto global. Aspira, asimismo, a iluminar aquel proceso general desde una perspectiva poco transitada, para contribuir de esa manera a complejizar la historia de las repúblicas y del republicanismo.

LA AVENTURA DEL AUTOGOBIERNO

Para mediados de la década de 1820, toda Hispanoamérica continental había dejado atrás su condición colonial para entrar en una era política nueva, caracterizada por la adopción de la soberanía popular como principio fundante de la comunidad política y por la república como forma preferida de gobierno. Esta vía introducía un cambio radical en el nivel de lo que Pierre Rosanvallon denomina “lo político”, esto es, “la modalidad de existencia de la vida en común”2, un cambio que en este caso implicaba un tránsito complejo de un orden social de designio divino integrado por comunidades naturales y corporaciones que formaban el cuerpo de la Monarquía, a una comunidad política autoinstituida, secular, no trascendente. Este tránsito siguió una trayectoria sinuosa, de trazo irregular y destino impredecible. De todas maneras, la decisión —que al final se probó definitiva— de reemplazar el derecho divino de los reyes y de descartar la alternativa de la monarquía constitucional abrió paso a lo nuevo, esto es, a sucesivas experiencias de autogobierno republicano. En las décadas siguientes, estas experiencias estuvieron atravesadas por las incertidumbres y las tensiones propias de la autoinstituida “vida en común”, en un largo proceso de final abierto.

En su constitución, las nuevas comunidades políticas enfrentaron dos desafíos simultáneos. En primer lugar, cómo reconstruir la autoridad política en base a la soberanía popular, cuestión que planteaba problemas de índole teórica y práctica y que a lo largo del siglo encontró soluciones diversas y siempre parciales. En segundo término, cómo definir los contornos humanos y territoriales de las comunidades en construcción. La disolución de los vínculos coloniales había borrado la organización territorial previa que había caracterizado el armazón institucional del imperio, pero las propuestas iniciales de crear una sola “nación” en esos dominios nunca prosperaron. Lo que siguió fue, en cambio, un largo período de definición y redefinición de fronteras y, en consecuencia, de formulación y reformulación de nuevas naciones. Las vicisitudes de esta historia remitían tanto al legado colonial como a los desafíos de la era postcolonial, y dejaron su huella en el mapa relativamente estable de repúblicas devenidas naciones que cristalizó en la segunda mitad del siglo XIX.

Este libro pone el foco en la primera de estas cuestiones, esto es, en el problema de la creación y legitimación de la autoridad política en Hispanoamérica. La adopción de formas republicanas de gobierno implicó un cambio radical en los fundamentos del poder que trajo aparejada “la invención del pueblo” —para tomar prestada la expresión acuñada por Edmund Morgan en su trascendental libro sobre Gran Bretaña y los EE.UU.—3. Más allá de esta plataforma elemental y al mismo tiempo indispensable, no había formatos fijos ni protocolos universales que definieran una república, de manera tal que las repúblicas efectivamente existentes fueron diferentes entre sí y siguieron trayectorias cambiantes a lo largo del siglo.

No obstante esa diversidad, así como la heterogeneidad de los territorios hispanoamericanos en materia social, económica y cultural, las repúblicas que se formaron a través de su variada geografía muestran patrones comunes y tendencias compartidas en su organización política, que definieron un tipo distintivo de orden republicano vigente por más de cincuenta años. Este orden podía ser variable, pero giraba en torno de principios e instituciones reconocidas y reconocibles, compartidas por la mayor parte de esas repúblicas hasta el último cuarto del siglo XIX. Todas ellas enfrentaron problemas de índole semejante y buscaron resolverlos por vías similares, a la vez que encontraron inspiración en los ejemplos republicanos disponibles y en las tradiciones ideológicas en circulación.

Las dirigencias políticas posrevolucionarias eran muy conscientes de las conexiones de los sucesos locales con los cambios que estaban ocurriendo más allá de sus fronteras. En su mayoría, se identificaban con lo que percibían como la lucha en pos de la modernidad y miraban con atención los desarrollos políticos que tenían lugar a escala transatlántica. Estados Unidos era el ejemplo más atrayente, pero otros casos históricos también despertaban el interés de estos “padres fundadores” y de sus sucesores: las repúblicas clásicas —en particular Roma—, las ciudades-estado italianas de la temprana modernidad, las Provincias Unidas de los Países Bajos (de fines del siglo XVI a finales del XVII), y la Francia revolucionaria, así como la respetada monarquía constitucional inglesa y las cortas experiencias liberales en España (1812 y 1820 a 1823). Estos ejemplos externos sirvieron de referencia (con distintas valoraciones) durante el resto del siglo XIX, mientras que el caso de Brasil imperial, una monarquía constitucional, fue objeto a la vez de aprobación y de críticas por parte de sus vecinos. Los hispanoamericanos atendían a ese amplio panorama pero lejos de imitar ejemplo alguno, lo que hicieron fue adoptar y adaptar, copiar e innovar, incorporar o rechazar los modelos externos según sus propias inclinaciones y propósitos. En suma, siguieron su propio camino, y si bien fueron a veces muy críticos de los resultados que iban obteniendo, la búsqueda de soluciones a los problemas políticos que surgían de manera recurrente no los llevó a poner radicalmente en cuestión el régimen republicano. A diferencia de lo ocurrido en varios países de Europa que terminaron por abandonar la república, los hispanoamericanos se mantuvieron por siempre fieles a su opción inicial.

Al mismo tiempo, a la hora de inspirarse sobre los caminos que se abrían a la república, recurrieron una y otra vez al cambiante repertorio de ideas y valores en circulación, desde el republicanismo clásico y las corrientes más recientes del humanismo cívico y del pensamiento republicano francés e italiano de los siglos XVIII y XIX, hasta las sucesivas formulaciones de lo que comenzó a conocerse como “liberalismo”. También abrevaron en la doctrina de los derechos naturales, desde Grotius a Vattel, y en diferentes vertientes de la tradición católica. A partir de mediados del siglo XIX, recibieron los ecos del pensamiento socialista en diversas versiones, mientras que el positivismo adquiría presencia creciente en la mayor parte de la región. Estos linajes ideológicos brindaron un piso compartido cuyos elementos constitutivos se combinaban en forma ecléctica y dieron forma a lenguajes políticos originales cuyos conceptos principales estaban fuertemente anclados en los contextos políticos del momento.

Este cambiante repertorio ofrecía orientaciones diversas y en ocasiones conflictivas para la formulación y reformulación de normas, instituciones y prácticas que moldearon la vida política de las repúblicas. Pero las innovaciones más decisivas se nutrieron de la experiencia política concreta de autogobierno, que resultó una empresa riesgosa de resultados impredecibles. En ese contexto, los contemporáneos ensayaron diferentes formas de producción y reproducción del poder y la autoridad dentro de los marcos de la república. Probaron diversas alternativas normativas e institucionales y diseñaron mecanismos variados para canalizar la participación del “pueblo soberano”, cuya definición misma era materia de controversia. En este proceso de experimentación se articulaban los intentos muy conscientes de innovación y los efectos impredecibles de la acción política, con consecuencias que casi siempre superaban los deseos y las expectativas de los principales actores del juego político.

Hacia mediados del siglo, la mayor parte de las naciones en formación había definido ciertos umbrales institucionales y normativos destinados a dar estabilidad a la vida política; entre ellos, la consagración de derechos y libertades individuales, la división de los poderes de gobierno, y la demarcación explícita de la ciudadanía. No obstante, la vida política siguió siendo extremadamente volátil y la inestabilidad resultó un rasgo inherente a estos regímenes republicanos a lo largo de todo el período estudiado en este libro. Así, si bien las dificultades para alcanzar un orden político estable preocupaban a los contemporáneos, solo hacia las últimas décadas del siglo esa preocupación escaló hasta poner seriamente en cuestión los valores y las prácticas republicanas vigentes, y desembocó en la introducción de cambios decisivos en las reglas del juego político. Se inauguró entonces una nueva etapa política, que buscaría sintonizar con la emergente era global del imperialismo y los nacionalismos.

PUNTOS DE PARTIDA

La política latinoamericana ha sido objeto de múltiples investigaciones e intensos debates. No obstante la diversidad de enfoques, la mayoría de las visiones sobre el pasado de la región ha entendido la volatilidad sostenida de la política decimonónica como síntoma de una modernización “fallida”, en un territorio donde el liberalismo nunca habría llegado a afirmarse por razones muy diversas, desde la herencia colonial hasta las resistencias premodernas. Esta literatura ha producido algunas de las interpretaciones más persuasivas de esa historia, que siguen siendo muy influyentes. En años recientes, sin embargo, nuevas exploraciones están dejando atrás las perspectivas teleológicas que informaban esas visiones. Más que medir la historia local en función del canon liberal e identificar obstáculos que presumiblemente obstruyeron el camino hacia el progreso, la historiografía actual se propone explorar cómo funcionó efectivamente la política de entonces. Por su parte, los relatos más convencionales acerca de la influencia determinante del liberalismo en la construcción de la modernidad política en los Estados Unidos y otras naciones occidentales también han sido objeto de profunda revisión. En este contexto, la historia política latinoamericana ha dejado de considerarse una excepción, y hoy se la estudia en sus propios términos a la vez que como parte de procesos más amplios, que trascienden a Hispanoamérica.

La literatura reciente también ha dejado atrás una segunda visión muy arraigada, que entendía la política decimonónica como un asunto que concernía exclusivamente a las elites y dejaba al resto de la población de lado o apenas incluida en los márgenes. Demuestra, en cambio, que la formación de las repúblicas en Hispanoamérica involucraba no solo a las elites y los aspirantes a integrarlas, sino que incluía asimismo a sectores más amplios de la población en instancias significativas de organización y acción políticas. Hombres y mujeres de distintos orígenes sociales y culturales participaban de distintas maneras de la vida política de las nuevas naciones en construcción. En este sentido, Hispanoamérica compartía rasgos propios de la modernización política en otras latitudes, a la vez que mostraba características singulares que en parte explican la intensidad de su vida política en el siglo XIX.

Esta pujante producción intelectual es mi punto de partida.4 La reciente historiografía latinoamericana se inserta en una tendencia más amplia de revitalización y renovación de la historia política, un campo que por varias décadas ocupó un lugar relativamente marginal en la disciplina. En los últimos veinte a treinta años se han producido más libros, artículos y tesis en ese campo que en todo su derrotero anterior. En el caso de América Latina, las investigaciones han cubierto una amplia variedad de temas, regiones y períodos utilizando diversas perspectivas metodológicas y han propuesto diferentes interpretaciones sobre las cuestiones en estudio. La mayoría de ellas abordan casos nacionales, regionales o locales, aunque hay una tendencia creciente a ensayar comparaciones transnacionales a escala regional y global. En conjunto, este corpus en expansión ha logrado cambiar las visiones que prevalecían sobre la política y lo político en el siglo XIX.

Este trabajo también es deudor de una amplia producción teórica e historiográfica reciente sobre el republicanismo, la ciudadanía, la esfera pública, la revolución y otros temas de la política decimonónica más allá del caso hispanoamericano. Esta literatura me ha permitido enfocar los problemas abordados en perspectiva comparada y combinar insumos teóricos y empíricos provenientes de diferentes fuentes con el propósito de dar sentido a la experiencia republicana en un contexto global.

ITINERARIO

A la luz de estas referencias teóricas e historiográficas, este libro explora lo que llamo “el experimento republicano”, poniendo el foco en un componente fundamental de la política en las repúblicas: la relación entre pueblo y gobierno a partir del momento en que la soberanía popular se convirtió en un principio fundante del poder político. La mayor parte de los estudios con que contamos vinculados a esta temática refieren a países o regiones específicas, y en gran medida se concentran ya en las elites, ya en las clases populares (“los subalternos”, según algunas formulaciones). Este ensayo, en cambio, se pregunta por las relaciones entre los que gobiernan y los gobernados —los “de arriba” y los “de abajo”— en el conjunto de Hispanoamérica entre las décadas de 1820 y 1870.

Con el propósito de reflexionar sobre el poder y la autoridad en la era republicana, el libro rastrea rasgos comunes y tendencias compartidas en ese plano para toda la región a lo largo de un prolongado período de tiempo. Por lo tanto, las diferencias internas, que sin duda eran muchas, resultan opacadas o minimizadas. Más aún, dado que no todas las áreas del continente están parejamente cubiertas por la literatura existente, mis interpretaciones pueden estar sesgadas en favor de los países mejor representados en la historiografía reciente. Por último, y en función de los objetivos planteados, el trabajo considera únicamente la Hispanoamérica continental, y no atiende a las islas del Caribe, que muestran un derrotero muy diferente.

El período contemplado, por su parte, admite un tratamiento unificado de las experiencias políticas en la región. Se han dejado de lado los heterogéneos procesos de independencia para poner el foco en las décadas centrales del impulso republicano y concluir cuando ese impulso comenzó a decaer al compás de nuevas fórmulas y acciones políticas marcadas por la consolidación de los estados-nación. Se postula aquí que, durante el medio siglo que siguió a las independencias, es posible detectar un patrón compartido en los modos de funcionamiento de la república, en particular en lo que refiere a las relaciones entre pueblo y gobierno.

El pueblo estaba en el centro de la aventura de autogobierno, por lo que una parte importante de la historia de las nuevas repúblicas se vincula con las formas en que ese principio abstracto se hizo efectivo en la institución y reproducción de la comunidad política. Y el pueblo está también en el centro de este libro. Más que intentar una aproximación integral a este objeto multidimensional, se propone aquí un enfoque más limitado que se concentra en los marcos normativos, los diseños institucionales y las prácticas concretas que involucraron al pueblo de las repúblicas hispanoamericanas entre 1820 y 1880. Tres dimensiones de la vida política del período ofrecen un punto de entrada privilegiado para explorar la participación popular: las elecciones, la ciudadanía armada y la milicia, y la “opinión pública”. Por cierto que estas facetas no agotan las posibles vías de acceso al tema elegido, pero constituyen esferas muy presentes en los discursos y en los mecanismos de acción que dieron forma a la política de las repúblicas. Por lo tanto, la parte central de este libro explora cómo funcionaban estas instancias como arenas de demarcación, acción y representación del pueblo y de construcción y legitimación del poder. A partir de allí, se pregunta por la formación de la comunidad política, los cambiantes contornos de la ciudadanía, las dinámicas de la vida política, y otros aspectos medulares del experimento republicano en Hispanoamérica en el período elegido. Al mismo tiempo, al conectar estas experiencias con el contexto global y en particular con otros ensayos de índole republicana, se aspira a iluminar esa historia más amplia desde una perspectiva renovada.

En el primer capítulo se presenta el escenario latinoamericano en tiempos de la crisis imperial que desató una sucesión de acontecimientos de profundas y por entonces imprevisibles consecuencias para las colonias de España y Portugal en América. Contamos con una vasta producción historiográfica sobre la ocupación napoleónica de la península ibérica en el contexto de las disputas interimperiales entre las principales potencias europeas, así como sobre sus complejas repercusiones en los dominios de las coronas española y portuguesa. Con base en esta literatura, el capítulo pone el foco en el que fue el desenlace final para los territorios americanos bajo mandato imperial: las independencias de las respectivas metrópolis y los subsiguientes conflictos por soberanías en disputa. En segundo término, analiza las opciones de organización política disponibles luego de la ruptura del lazo colonial y las elecciones que se hicieron en ese sentido, que llevaron a Hispanoamérica continental por la senda de la república, mientras que el Brasil devino monarquía constitucional. El resto del capítulo explora los desafíos que trajo aparejada la adopción de formas republicanas de gobierno; se detiene en particular en los intentos de reconstrucción del poder político sobre la base de la soberanía popular y en la controvertida decisión —que resultó definitiva— de introducir la representación moderna como la vía indicada para producir y reproducir poder legítimo. Esta decisión abriría el camino para la definición de las diferentes dimensiones de la ciudadanía política, objeto de los capítulos siguientes.

El capítulo 2 gira, precisamente, en torno a uno de los mecanismos centrales de la representación: las elecciones. Aborda temas como el sufragio, las normas y las instituciones del sistema representativo, y las prácticas electorales, en sintonía con una amplia bibliografía reciente que ha cuestionado y modificado visiones largamente vigentes sobre el derecho a voto y el papel de las elecciones tanto en la dinámica política como en la relaciones entre gobernantes y gobernados. Sabemos hoy que en esa materia Hispanoamérica tuvo una historia no demasiado diferente a la de otras repúblicas contemporáneas, aunque sea posible señalar —en contraposición a una convicción muy arraigada— que el caso hispanoamericano revela una participación electoral sistemática más amplia que la observada en la mayoría de los regímenes representativos de la Europa del período. En efecto, en nuestra región, el derecho de sufragio se extendía a buena parte de la población adulta masculina, y si bien no todos los potenciales votantes ejercían ese derecho, los que lo hacían provenían de un espectro social muy amplio. Las llamadas “máquinas electorales”, por su parte, muestran similitudes sorprendentes en todo el mundo atlántico, donde la organización y la competencia partisanas marcaban el ritmo de la política práctica. Y si bien las elecciones hispanoamericanas eran con frecuencia objeto de controversias y disputas, durante buena parte del período resultaron el principal camino legítimo para alcanzar los cargos de gobierno, y constituyen una clave insoslayable para acercarse a la política en la república.

En tanto fuente última de poder, el pueblo no solo tenía a su cargo la elección de los representantes sino que le correspondía, asimismo, ejercer su control sobre ellos. Si bien la práctica periódica del sufragio constituía un mecanismo importante en ese sentido, la supervisión regular de

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