—¡Me niego! —dijo indignada Mariah Ellison. Aquello era intolerable.
—Me temo que no hay otra alternativa —respondió Emily.
Emily vestía un precioso vestido de color verde aguamarina, con amplias mangas a la moda y una falda que llegaba hasta el suelo. El delicado color rubio de sus cabellos la hacía parecer más guapa de lo que era, y haberse casado con un hombre rico le daba ciertos aires de gran dama, por encima de su condición.
—¡Claro que hay otra alternativa! —contestó en tono brusco su abuela, levantando los ojos y mirándola fijamente desde su sillón de la sala—. ¡Siempre hay otra alternativa. Por el amor de Dios, ¿por qué quieres ir a Francia? ¡Solo faltan ocho días para Navidad!
—En realidad, nueve —la corrigió Emily—. Nos han invitado a pasar las Navidades en el valle del Loira.
—Da lo mismo qué lugar de Francia sea. En cualquier caso no es Inglaterra. Tendremos que cruzar el canal. La travesía será dura y nos pondremos todos enfermos.
—Sé que será pesado para ti —admitió Emily—. Y el viaje en tren desde París podría ser aburrido, y tal vez frío en esta época del año…
—¿Qué quieres decir con «tal vez»? —replicó su abuela—. No cabe la menor duda de que lo será.
—Entonces quizá sea mejor que no te hayan invitado. —Emily esbozó una leve sonrisa—. Así no tendrás que molestarte en pensar cómo declinar con elegancia la invitación.
La abuela tenía la clara sospecha de que aquello era un sarcasmo de Emily. También fue consciente de algo desagradable y doloroso.
—¿Debo deducir que me dejarás sola en esta casa durante las Navidades mientras visitas a quien demonios sea en Francia? —Intentó poner voz enfadada para no demostrar que de repente se sentía abandonada.
—Claro que no, abuela —dijo Emily con buen humor—. Sería demasiado deprimente para ti. De todas maneras, no puedes quedarte aquí porque no habrá nadie para cuidarte.
—¡No seas ridícula! —A su abuela le volvió a salir el genio—. Esta casa está llena de criados.
Las fiestas navideñas de Emily eran una de las raras ocasiones que su abuela esperaba con ilusión, aunque se habría muerto antes que admitirlo. Asistía a ellas como si fuera un deber de obligado cumplimiento, pero luego disfrutaba de cada instante de las mismas.
—¡Tienes más doncellas que una duquesa! ¡En mi vida había visto tantas chicas blandiendo fregonas y plumeros!
—Algunos criados nos acompañarán y el resto se irá a su casa con sus familias. No puedes quedarte aquí sola en Navidad. Sería horrible. He preparado todo para que vayas con mamá y Joshua.
—No tengo ningunas ganas de instalarme con tu madre y Joshua —dijo su abuela al momento.
Caroline había sido su nuera hasta que la muerte de Edward, hacía unos años, la había dejado viuda, según Mariah Ellison, a «una inoportuna edad». En lugar de retirarse con decencia de la vida social, como la querida reina había hecho y como todo el mundo esperaba de ella, Caroline había vuelto a casarse. Aquello ya era en sí bastante indiscreto, pero por si fuera poco, en lugar de casarse con un viudo de posibles y buena posición, lo cual le habría reportado considerables ventajas y se habría visto con buenos ojos, se había casado con un hombre casi veinte años más joven que ella. Sin embargo, lo peor de eso, si es que podía haber algo peor, es que era un hombre de la farándula, ¡un actor! Un hombre adulto que se disfrazaba y se pavoneaba sobre un escenario, simulando ser otra persona. ¡Y encima era judío! Caroline había perdido el poco juicio que tenía, el pobre Edward regresaría de su tumba si se enterase. Una de las muchas penalidades de su vida era haber vivido demasiado para verlo.
—Ningunas ganas —repitió.
Emily permanecía en silencio en medio del salón, el fuego de la chimenea proyectaba un cálido fulgor en su piel y en los extravagantes rizos de su peinado.
—Lo siento, abuela, pero ya te he dicho que no hay otra alternativa —insistió—. Jack y yo nos vamos mañana y tengo que preparar muchas maletas, pues estaremos fuera al menos tres semanas. Será mejor que te lleves una buena provisión de ropa de abrigo y botas, y puedes coger mi chal negro si quieres.
—¡Santo cielo! ¿No tienen ni para leña? —explotó con rabia la abuela—. Joshua debería ir pensando en buscar un empleo más respetable… si es que hay algo en la tierra para lo que esté capacitado.
—No tiene nada que ver con el dinero —respondió Emily—. Pasarán las Navidades en una casa que han alquilado para las vacaciones en la costa sur de Kent. En Romney Marsh, para ser exactos. Me atrevo a decir que el viento será fresco, y una suele notar más el frío cuando está lejos de casa.
Su abuela estaba desolada. En realidad estaba tan desolada que tardó unos segundos en encontrar las palabras para expresar su horror.
—Me parece que no te he oído bien —dijo por fin en tono glacial—. Últimamente hablas entre dientes. Tenías una dicción excelente, pero desde que te casaste con Jack Radley vas de mal en peor… en varios aspectos. Me ha parecido entender que tu madre iba a pasar las Navidades en algún cenagal junto al mar. Y como eso es una absoluta tontería, será mejor que me lo repitas, y hables como es debido.
—Han alquilado una casa en Romney Marsh —dijo Emiliy con deliberada claridad—. Está cerca del mar, y creo que tiene unas vistas estupendas, si no hay niebla, claro.
La abuela buscó algún atisbo de impertinencia en el rostro de Emily, y vio en ella una inocencia tan ingenua que le pareció muy sospechosa.
—Es inaceptable —dijo en un tono que habría helado el agua de un vaso.
Emily la miró un momento, mientras volvía a ordenar sus pensamientos.
—En esta época del año hay demasiado viento para que haya niebla —dijo por fin—. Quizá puedas mirar las olas.
—¿En un pantano? —preguntó la abuela con sarcasmo.
—La casa está en realidad en Saint Mary in the Marsh —respondió Emily—. Está muy cerca del mar. Será agradable. No tienes por qué salir si hace frío y no te apetece.
—¡Claro que hará frío! ¡Está al lado del canal de la Mancha y es pleno invierno! Probablemente será mi muerte.
A juzgar por su aspecto, Emily parecía algo incómoda.
—No será tu muerte —dijo en un tono animoso un poco forzado—. Mamá y Joshua te cuidarán muy bien. Incluso podrías conocer gente interesante.
—¡Pamplinas! —dijo la abuela, furiosa.
Pero la vieja dama no tenía otra alternativa, y al día siguiente estaba sentada con su doncella, Tilly, en el carruaje de Emily. El coche avanzó despacio entre el tráfico de la ciudad y luego aceleró al tomar la carretera del sur del río en dirección hacia Dover, que está a ciento veintiocho kilómetros de Londres.
Por supuesto, Mariah sabía que el viaje sería horroroso. Para poder hacer el trayecto en un día, había salido justo después de desayunar, y seguramente les daría la medianoche antes de que llegaran a ese villorrio dejado de la mano de Dios en el que Caroline había decidido pasar la Navidad. ¡Solo Dios sabía cómo sería aquello! Si estaban atravesando apuros económicos, tal vez no fuera más que una casa de campo sin las comodidades de la civilización y tan pequeña que se vería obligada a pasar todo el tiempo en su compañía. ¡Aquella iba a ser la peor Navidad de su vida!
¡Era increíble la falta de consideración de Emily al irse de viaje a Francia —a Francia nada menos, mira que había sitios para ir y tenía que ser precisamente Francia—, en aquella época del año! Era un ultraje a la lealtad y a los deberes familiares.
El día era gris y desabrido, pero por suerte solo chispeaba de vez en cuando. Hicieron un alto para almorzar y cambiar los caballos, y volvieron a pararse, algo después de las cuatro, para tomar el té. En aquel momento, como es natural, ya estaba oscuro y Mariah no tenía ni la menor idea de dónde se encontraba. Estaba fatigada, sentía calambres en las piernas de estar tanto rato sentada, y los inevitables traqueteos y sacudidas eran un calvario continuo. Y claro, hacía frío, un frío que pelaba.
Volvieron a detenerse otra vez para preguntar el camino cuando las sendas se hicieron más estrechas y con más baches y surcos aún. Cuando por fin llegaron a Saint Mary in the Marsh, Mariah estaba de un humor de perros, se habría podido encender fuego solo con las chispas que echaba. Descendió con la ayuda del cochero al camino de gravilla de lo que era una gran casa. Todas las luces estaban encendidas y una espléndida corona de acebo adornaba la puerta principal.
Enseguida notó el olor a humo y a sal, y un viento cortante y afilado como una bofetada en pleno rostro. Era un viento húmedo que sin duda venía del mar. Caroline no solo había dilapidado su dinero, sino también el último vestigio que le quedaba de sentido común.
La puerta se abrió y Caroline bajó las escaleras sonriente. A sus cincuenta años aún era una mujer de una belleza asombrosa; su cabello caoba oscuro solo estaba salpicado de plata en las sienes, lo que le daba cierta dulzura. Vestía de un rojo intenso y cálido que otorgaba fulgor a su piel.
—Bienvenida a Saint Mary, suegra —dijo en tono cauteloso.
A la vieja dama no se le ocurrió nada a la altura de la situación, ni de sus sentimientos. Estaba cansada, confusa y se sentía profundamente desgraciada al ser relegada a un lugar extraño donde sabía muy bien que no estaba de más.
Hacía varios meses que no veía a su antigua nuera. Nunca habían sido verdaderas amigas, aunque habían vivido bajo el mismo techo más de veinte años. En vida de su hijo se habían declarado una tregua. Después, Caroline se había comportado de un modo vergonzoso y no había admitido consejo alguno. Mariah tuvo que buscarse otro lugar donde vivir porque Caroline y Joshua viajaban mucho, como exigía su ridícula profesión. Nunca se planteó que Mariah viviera con Charlotte, su nieta mayor. Charlotte había escandalizado a todo el mundo casándose con un policía, un hombre sin clase, ni dinero, cuya ocupación desafiaba toda descripción bien educada. ¡Solo Dios sabía cómo habían logrado sobrevivir!
Así que no le quedó más remedio que irse a vivir con Emily, quien al menos había heredado una considerable fortuna de su primer marido.
—Entre a calentarse. —Caroline le ofreció su brazo. Mariah se apresuró a declinarlo y en lugar de eso se apoyó con dificultad en su bastón—. ¿Quiere una taza de té o de chocolate caliente? —añadió Caroline.
A Mariah le apetecía mucho, y así lo hizo saber mientras entraba en un vestíbulo espacioso y bien iluminado. Quizá los techos eran un poco bajos, pero el suelo era de un excelente parquet. La escalera subía a un descansillo y suponía que a varios dormitorios. Si alimentaban bien el fuego y la cocinera tenía un mínimo de pericia, después de todo, tal vez su estancia resultase soportable.
Un sirviente le entró las maletas y Tilly le siguió. Joshua se acercó, saludó a la suegra de su esposa y le cogió la capa. La acompañaron hasta el salón, donde ardía un fuego en una chimenea lo bastante grande para dar cabida a medio árbol.
—¿Tal vez le apetezca una copa de jerez después de un viaje tan largo? —ofreció Joshua.
Era un hombre delgado de una estatura un poco por encima de la media, pero con una gracia extraordinaria, y su voz presentaba la belleza y la finura propias de un actor. No era guapo en el sentido tradicional de la palabra —tenía la nariz demasiado prominente y los rasgos demasiado expresivos—, pero poseía una presencia que no se podía pasar por alto. Los prejuicios de Mariah ordenaban que le desagradara; sin embargo, él había sido más perspicaz que Caroline al adivinar lo que le apetecía.
—Gracias —aceptó—. Me encantaría.
Le sirvió una copa llena con el decantador de cristal y se la ofreció. Se sentaron y conversaron sobre la región, sus características y un poco de su historia. Después de media hora Mariah se retiró a sus aposentos, y se sorprendió al constatar que solo eran las diez y cuarto, una hora del todo razonable. Le había parecido que era ya medianoche. Le había dado esa impresión, y le molestaba equivocarse.
A la mañana siguiente Mariah se despertó después de haber dormido toda la noche de un tirón. Por la cantidad de luz que se filtraba a través de las cortinas debía de ser bastante tarde, quizá incluso ya habían desayunado. Al llegar apenas se había molestado en mirar a su alrededor. Ahora descubría una habitación agradable, una pizca anticuada, lo cual en condiciones normales solía ver con buenos ojos. El estilo moderno, que se caracterizaba por limitar la cantidad de muebles, dejar mucho más espacio vacío, desterrando las borlas y los volantes, despojando las paredes y cualquier superficie disponible de esculturas, bordados y fotografías, le parecía demasiado monástico. Daba la impresión de que allí no vivía nadie, o si vivían no tenían una familia ni un pasado que se atrevieran a mostrar.
Pero estaba decidida a que no le gustara nada. La habían manipulado, sacado de lo que ella consideraba su hogar, y la habían despachado a la costa como a una criada que se hubiera quedado encinta y tuvieran que hacerla desaparecer durante un tiempo, hasta que todo estuviera arreglado. Era un modo cruel e irresponsable de tratar a una abuela. Pero en aquellos tiempos modernos había desparecido todo respeto. Las jóvenes ya no tenían ninguna educación.
Mariah se levantó y se vistió con la ayuda de Tilly, luego bajó la escalera, con unas ganas enormes de comer algo.
Le dio mucha rabia descubrir que Caroline y Joshua se habían levantado pronto y se habían ido a pasear hacia la playa. Se vio obligada a desayunar tostadas con mermelada y un huevo algo pasado por agua, sola en el comedor, sentada a un extre