El lado oscuro del arcoíris

Paulina Briones

Fragmento

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Capítulo 1

Un giro por demás esperado

No hay nada más previsible que un destino anunciado.

—Miranda, ¿me escuchas? —El médico revisó una vez más las constantes vitales de la chica. Ella soltó un suave quejido. Le dolía…, no sabía ni qué parte exacta de su cuerpo, solo era consciente de un dolor lacerante e intenso.

—Sé que estás muy lastimada, pero en verdad necesito que me des una señal, jovencita. Si me escuchas, trata de apretar mi mano. Perfecto, eso es, ahora, vamos por el siguiente paso. ¿Puedes hablar?

Miranda, al volver en sí, estaba desorientada, dolorida y, sobre todo, asustada. Quiso mover la mano derecha para tocarse la cabeza y no lo consiguió, parecía como si la extremidad hubiera estado dormida. A petición del doctor, abrió la boca, pero de su garganta solo brotaron sonidos sin sentido.

Sentía la cabeza hervir como si una parrillada se festejara en su interior. Los ojos le ardían al grado de lastimar y no era capaz de enfocar nada, solo había oscuridad. Al tomar real consciencia de su condición, el pánico se apoderó de ella. Por más que intentaba hablar, no conseguía formular palabra. Un terrible mareo la azotó y el miedo tomó el control, tanto de su frecuencia cardiaca como de su ser en general. Quería gritar, pedir auxilio, pero su propio cuerpo la traicionaba.

«¿Por qué duele tanto? ¿Qué me pasó? ¿Dónde estoy? —Una vez más intentó tocar su cabeza, pero fue inútil—. ¿Por qué no puedo moverme ni ver nada? ¿Qué me está pasando?». Su miedo solo se acrecentó cuando el pitido de las maquinas comenzó a volverse más escandaloso. Escuchaba voces a su alrededor, pero parecían ecos lejanos.

«¿Por qué no puedo respirar?». En un acto de total desesperación, intentó arrancarse las sondas.

—Tranquila, no es conveniente que te alteres —comentó el médico con preocupación. Al ver la condición de la muchacha, optó por sedarla—. Enfermera, proceda.

Miranda temblaba sin control, respirar le era casi imposible cuando de pronto un líquido frío invadió su torrente sanguíneo, lo que le proporcionó una sensación de flotar entre nubes.

***

—¿Miranda? ¿Me escuchas?

La voz que la llamaba le resultaba ajena, desconocida. El dolor regresó junto con la conciencia. Su mente era un caos. No lograba hilar idea coherente. A diferencia de la vez anterior, si pudo mover la mano; al menos podía empuñar. Intentó levantar el brazo para tocarse la cabeza, sin embargo, la rigidez en sus músculos era insoportable y dolorosa.

—¿Qué e asó? —Las palabras salieron apretadas por sus labios paralizados y tuvo una sensación de deja vú.

—¿No lo recuerdas?

Otra vez una voz extraña para ella.

—No.

—Tuviste un accidente automovilístico. Por la gravedad del mismo, tienes suerte de estar viva. En un rato más, vendrá el médico para hablar contigo. Soy la enfermera María y estoy a tus órdenes en el turno de la mañana. Por la tarde, te atenderá Ofe, y, por las noches, quien esté de guardia.

—Yo… —El simple esfuerzo acabó con sus energías.

—Tranquila, no te fuerces. Acabo de poner la dosis correspondiente de analgésicos y un somnífero que te mantendrá lo mejor posible en lo que se estabiliza tu condición.

«¿Lo mejor posible? Me siento morir y el dolor…». La añorada inconciencia poco a poco la abrazó.

***

—Mmm. —Miranda poco a poco despertó. Los últimos días habían sido un constante ir y venir entre la conciencia y el sueño inducido.

—Tranquila, mi niña, mamá está aquí.

—¿Ma?

—Sí. Aquí estoy.

En medio de la oscuridad, Miranda sintió la calidez de la mano de su madre al tomar la suya.

—Ma… yo…

—Calma, no es aconsejable que te alteres. Ya habrá tiempo, por lo pronto, lo principal es tu recuperación.

—Ma… —Quería gritar de pura frustración porque no podía hablar con fluidez, no podía moverse ni hacer nada con normalidad, por ello comenzó a sentirse perturbada. Eso sin contar con el maldito martillear en sus sienes.

—Será mejor que llame a Oscar.

Miranda echó de menos el cálido toque de su madre. Escuchó como esta se ponía en pie y luego sus pasos alejarse hasta terminar con el sonido de la puerta al cerrarse.

A pesar del intenso dolor, la movilidad en su cuerpo era cada vez más posible. En esa ocasión, sí logró llegar a su objetivo y pudo palpar el vendaje que cubría gran parte de su cabeza y rostro.

Se tranquilizó un tanto al comprender que la oscuridad reinante era por los vendajes. Siguió con su exploración manual de las sábanas, los cables y agujas incrustados en su cuerpo. El constante pitido le indicó que estaba en un cuarto de hospital, pero la pregunta del millón era: ¿por qué?

Estrujó su mente en busca de respuestas y solo consiguió que el martillar en sus sienes se incrementara.

—Hola, Miranda, soy Oscar Gutiérrez, tu médico de cabecera. ¿Me recuerdas?

—Sí.

—Perfecto. ¿Tienes idea de por qué estás aquí?

—No.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

—Yo… —Las imágenes en su cabeza eran confusas—. Eaba en na festa, eo.

—¿Estabas en una fiesta? —Adivinó.

—Sí.

—¿Qué más recuerdas?

—Aile, usica, no… —La desesperación se hizo presente y trajo consigo lágrimas y descontrol.

—Está bien, no te alteres. Es normal que los pacientes no recuerden el accidente ni los momentos previos a que ocurriera. Para ti, el tiempo ha transcurrido de forma diferente. Han pasado dos meses desde el incidente y no te voy a mentir, tu condición fue crítica.

Miranda se retorció de forma instintiva.

—Aunque el peligro ya pasó, aún no podemos determinar del todo las secuelas que el accidente pudo haberte dejado.

—¿Qué…?

—Según los últimos estudios, la inflamación en tu cerebro por fin disminuyó y las infecciones en tus pulmones y garganta remitieron, por lo que ya no habrá necesidad de mantenerte dormida. Sin embargo, aún falta por determinar qué tanto se afectó tu sistema motriz. Ayer retiramos el yeso de tu brazo izquierdo y los clavos en tus piernas. El mayor impacto fue en el lado izquierdo de tu cuerpo, por lo que es de esperar que sea el más afectado y por ende tarde más en recuperarse…

Miranda lo escuchaba llena de pánico. Se alegró al descubrir que podía mover los dedos de los pies, lo cual, según su criterio, significaba que, al menos, no había quedado paralítica.

—Permanecerás aquí las próximas veinticuatro horas para monitorear y evaluar tu condición en la conciencia. Si todo sale según lo esperado, te trasladaremos a una habitación normal pasado ese lapso.

Miranda intentó hablar, tenía cientos de preguntas por hacer, sin embargo, el médico, adelantándose, aclaró:

—Sé que tienes muchas dudas; ya iremos resolviéndolas poco a poco. Por lo pronto, debes descansar y evitar la fatiga. Tu cuerpo aún está resentido y no es conveniente abusar de tus fuerzas.

Como si su ser comprendiera las palabras del galeno, un cansancio excesivo tomó posesión de ella y la llevó consigo a territorio de Morfeo.

***

Los días siguientes fueron de estudios médicos y evaluaciones. Al estar fuera de la unidad de terapia intensiva, las visitas fueron permitidas.

—¿Cómo estás?

—¿Alma?

—Quién más, tontita —afirmó.

—¿Y Chasty?

—¡Ay, amiga! —Se acercó a ella y la tomó de las manos—. Escuché que no recuerdas nada del accidente. ¿Tampoco te acuerdas de lo que pasó antes de que salieras de casa de Marco?

—Así es, lo último que recuerdo es que bailábamos en la pista y que me divertía como nunca. Supongo que, como siempre, me pasé de copas. —Hizo una pausa—. ¿Sabes…?

—Ya sé qué me vas a preguntar y la respuesta es que no puedo hablar. Tu madre y el tío Oscar me advirtieron de esto y pidieron que no te exaltara. En pocas palabras, me prohibieron hablar del accidente.

—Por favor. Ya me encuentro mejor, incluso ya puedo hablar casi con normalidad. Podré soportar lo que sea. —Se aferró a la mano de su amiga—. Por favor, Alma —suplicó.

—No lo sé. —Las lágrimas asomaron a sus ojos—. Estuviste con un pie en la morgue y… si algo te pasara, yo…

—Solo aclárame algo que está matándome. ¿Por qué no ha venido Christian a verme? ¿Acaso él…? —Una lágrima rodó por su mejilla—. ¿Lo maté? ¿Es por eso que tienen tanto secretismo con el accidente? ¡Por Dios, habla! No puedo más con esto.

—No, Christian no iba contigo en el coche. De hecho, ibas sola y eso es todo lo que diré —sentenció.

—Vamos, Alma, no me puedes dejar así. ¿Acaso no somos amigas?

—Es precisamente porque soy tu amiga que no diré más. Mis labios están sellados. —Hizo la mímica como si cerrara un cierre en su boca—. Hasta que el tío Oscar ordene lo contrario, mantendré mi voto de silencio. Y, si sigues insistiendo, me obligarás a irme y dejarte sola.

—Está bien, pero no entiendo por qué Chasty y Christian… —Al mencionar el nombre de su mejor amiga y su novio, juntos en la misma oración, algo se removió dentro de ella. Sin embargo, no tuvo tiempo de analizar, pues la puerta se abrió y el susodicho hizo acto de aparición.

—Yo… —Se acercó a ella con cautela—. Te traje estas flores. —Las dejó caer sobre el regazo de la convaleciente.

—Gracias, cariño. —A tientas localizó el ramo, lo tomó y lo acercó a su nariz para poder disfrutar del fresco aroma—. ¿Por qué no habías venido? ¿Puedes creer que llegué a pensar que estabas muerto? —Extendió la mano para que él la tomara—. No tienes idea de la tortura que pasé…

—Yo… —carraspeó por demás incómodo—, he tenido mucho trabajo en el despacho y… de hecho, ya tengo que irme, solo pasé un momento.

—¿Qué? ¡No puedes irte tan pronto! ¡Acabas de llegar! —renegó.

—Miranda, yo… en verdad lo siento. —Zafó su mano de entre las de ella y retrocedió al tiempo que decía—: Espero que te recuperes pronto. —Se marchó sin darle un beso.

Miranda quedó desconcertada por su actitud. Si no hubiera sido porque de sobra conocía su voz, habría jurado que el tipo apático que acababa de marcharse no era el hombre que había sido su novio los últimos tres años.

—Alma, ¿qué pasó aquí? —Su orgullo fue lo único que impidió que las molestas lágrimas abandonaran sus ojos.

—No sé de qué hablas. —Se alegró de que su voz no revelara la rabia y frustración que sentía. Por fortuna, una enfermera entró empujando un carrito con alimentos y eso terminó, al menos de momento, con la embarazosa conversación.

—Señorita Corcuera, es hora de comer. —María, con la rapidez que le permitía la experiencia en su oficio, colocó la cama en posición, la charola y todo lo demás para que la paciente pudiera ingerir de forma más cómoda su almuerzo.

—¡Otra vez estas porquerías! ¿Qué clase de lugar es este? ¿Tanto que cobran y no pueden tener algo decente para comer? —Apartó de un manotazo todo. El sonido estrepitoso de los trastos no se hizo esperar.

—¡Señorita Corcuera…!

—Miranda, por favor —la regañó Alma al instante—. Estuviste a un paso de la tumba y ni así dejas de lado tu arrogancia. —Se inclinó para recoger el estropicio—. Deje, Mary, yo me encargo —dijo apenada—. Deberías de tener un poco más de tacto y empatía.

—¿Tacto? ¿Empatía? ¿Y cómo crees que me siento postrada en esta maldita cama? Estoy harta de no poder moverme, de estar a oscuras… ¡Detesto estar aquí!

—¿Y María tiene la culpa? ¿Acaso ella te obligó a emborracharte y después tomar el volante? —Se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca—. Lo siento…

Alma se llevó las manos a los labios como si así hubiera podido echar atrás lo dicho. Miranda permaneció unos segundos en silencio, impactada por la dureza de una realidad que, por más que quisiera, era imposible evadir.

—Tienes razón, amiga —reconoció avergonzada—. Estoy siendo de más estúpida y malcriada. Discúlpeme, María. Usted solo hace su trabajo.

—No se preocupe, señorita. En este oficio, se ve de todo. Iré por otra charola.

—Gracias. De antemano una disculpa para el cocinero —agregó consternada.

—Vaya, eso sí que es un avance. Miranda diciendo «discúlpeme» es algo que no se escucha todos los días —comentó Alma en cuanto quedaron solas—. Sé que todo esto es muy difícil para ti, pero tienes que entender que los demás son ajenos a tu tragedia —añadió con ternura.

—Lo sé. No es justificación, pero ya no soporto estar así. —Por más que lo intentó, no pudo contener las lágrimas—. Quiero regresar a la normalidad…, ir de compras con mis amigas, salir con Christian, divertirnos… No sé cuándo me quitaran estas malditas cosas de los ojos. —Señaló la parte afectada.

Minutos después, la enfermera regresó con una nueva charola y repitió el procedimiento.

—Ahora, vas a ser una niña buena y te vas a comer todo sin protestar —ordenó Alma, y le ayudó a tomar los alimentos—. Sé que estas acostumbrada a la cuchara de plata, pero hay ocasiones en que debes agradecer al cielo que tienes algo que llevarte a la boca.

—Lo siento, amiga. Sé que prometí que si salía de esta iba a cambiar, sin embargo, es difícil no recaer en los viejos hábitos. Por fortuna tengo a mi lado a la sargenta mandona para reprenderme si me salgo del redil.

***

Pasaron un par de días y Miranda desesperaba cada vez más, pues los avances en la recuperación de su movilidad iban a paso lento. Alma la visitaba todos los días y ese no fue la excepción.

—¿Y Miranda? —preguntó en el módulo de enfermeras.

—Le están realizando unas resonancias. No tardan en traerla.

—Gracias, Pao, la esperaré en la habitación —dijo a la enfermera en turno. Una vez ahí, marcó el número que llevaba tiempo repitiendo.

—¿Qué quieres, naca? —contestó Chasty con enfado.

—Prometiste que vendrías al hospital. Ya no sé qué más excusas inventar para encubrirte ante Miranda. Ya te dije que no recuerda nada. ¿Podrías al menos tener un poco de agradecimiento?

—¿Agradecimiento? ¿Por qué? ¿Por siempre humillarme? ¿Por soportar que todo el tiempo acapare la atención de todos? ¿Por…?

—¡Chasty!

—Mira, naquita, allá tú si quieres seguir en tu absurdo mundito de fantasías y falsedad. ¿En verdad crees que le importas? ¿Que es tu amiga?

—¡Claro que es mi amiga…!

—¡Tontita! Ya sabía yo que eres una estúpida —expresó con enfado—. ¡Qué pena me das!

—No entiendo qué te pasa. Miranda ha sido tu mejor amiga por años y tú…

—¿Yo qué? Mejor cállate si no sabes. ¿Crees que la conoces? Pobre tonta. —Rio con mofa—. Lo dicho, eres patética. Para que lo sepas, si Miranda te reclutó en nuestro grupo, fue porque después de su ultimo escandalo sus seguidores comenzaron a tacharla de snob y malcriada, entonces su padre y su publicista la obligaron a mostrar un lado más «humano». Tú fuiste su proyecto de caridad, así que no te creas tan especial, te escogió al azar. Si no hubieses sido tú, cualquiera de tu clase valía para mostrar a sus fans que «la gran

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