Prólogo
Querida Dany:
Lamento mucho haber estado tanto tiempo sin escribirte ni una letra, pero he tenido algunos problemas. No te preocupes; ya está todo solucionado.
Me secuestraron unos narcotraficantes y por poco no lo cuento. Me volvía loca al pensar en mi pequeñín. Suerte que todo se solucionó. Me rescataron antes de que esos delincuentes me hicieran lo que tenían planeado para mí.
Luego, el destino me tenía otra de sus jugarretas guardadas: el padre de mi hijo vino a trabajar a la aldea donde estaba y, al enterarse que tenía un hijo, me declaró la guerra; pensó que lo había engañado. Viví un infierno al verlo con otra. Yo que pensaba que no era celosa, pues reconozco que sí lo soy. Le hubiese sacado los ojos a esa lagarta con mis propias uñas. No lo resistí y volví a España.
Víctor me siguió y me demostró que todo lo que había hecho en Colombia era por el mismo motivo que yo: estaba celoso de Antón. Pensaba que él y yo, ya sabes, que éramos pareja.
Cuando me lo contó y nos dimos cuenta de lo idiotas que habíamos sido, del tiempo que habíamos perdido, todo cambio. Soy muy feliz con él, vamos a casarnos dentro de poco, me gustaría que te pudieras escapar de las garras de papá para asistir a mi boda. mamá ya me ha dicho que vendrá, así podríamos estar las tres juntas otra vez, aunque fuera por unas pocas horas.
***
Cariño, deje la carta a medias y hasta hoy no he podido volver a ponerme en ello. Mamá y yo te echamos mucho de menos el día de mi boda, pero no quiero que te preocupes por nosotras; comprendo que te fue imposible despistar a papá. Ya llegará el día en que puedas hacer lo que quieras sin tener que darle explicaciones.
Tengo la gran alegría de decirte que volverás a ser tía: Víctor y yo hemos decidido volver a Kenia antes de que me sea imposible viajar. Él se dedicará a su profesión y yo seguiré trabajando para la revista.
Espero que pronto puedas ir a visitarme; aquello te encantará. Esa tierra es fantástica, y las personas que viven allí son muy amables y encantadoras, te gustarán.
Además, ya es hora de que tu sobrino conozca a su tía.
Te quiero hermana.
Claudia
Unas semanas más tarde, ya en Kenia, Claudia recibía la carta de su hermana.
Querida Claudia:
Me alegro mucho de tu reciente boda, espero que seas muy feliz. Y estoy deseando conocer a este pequeño sobrino que has traído de América y ahora te has llevado a la otra punta del mundo; y soy feliz por la gran noticia de que pronto me harás tía de nuevo.
Lo que lamento es no haber podido escaparme para asistir a tu boda, pero últimamente papá pasa mucho tiempo en casa, dice que le deben vacaciones. Y me tiene agobiada con sus continuas exigencias de que termine más y más cuadros.
Ya no lo aguanto más. En cuanto cumpla dieciocho años, me largo. Papá se está volviendo cada vez más tirano, me controla, aunque él lo niega.
El otro día mis amigas me entretuvieron en la calle y lo vi espiándome a lo lejos cuando estaba a punto de entrar en clase. Lo he pensado mucho y no aguanto más; en cuanto sea mayor de edad, me vuelvo a España con mamá.
Y ya que entonces seré dueña de todo lo que he trabajado, del dinero que han producido mis cuadros, espero poder convencer a mamá para que vayamos las dos a visitarte.
Mucho me temo que este año escaso que me queda para mi cumpleaños se me hará eterno. Estoy deseando conocer estas tierras de las que tanto me hablas. El otro día, estaba en la biblioteca y entre en internet, busqué «Kenia», me pasé varias horas viendo unos maravillosos paisajes y lo que cuentan las personas que han estado allí. Cuando vaya, llevaré la maleta cargada de lienzos; solo de ver las fotografías me entraban ganas de ponerme a pintar.
Ya es hora de que conozca algo más que estas cuatro paredes en las que vivo.
Espero con ansias el momento en que podamos estar juntas de nuevo.
Te quiero. Dale un beso muy grande a mi sobrino.
Dany
Capítulo 1
Dany miraba por la pequeña ventanilla del avión que la llevaba con su hermana, pero en realidad no veía nada. Su mente estaba muy lejos de allí. Había tenido una tremenda discusión con su padre cuando le había dicho que pensaba ir a Kenia a visitar a su hermana; y este se había negado en redondo a darle su consentimiento. Lo que él no tuvo en cuenta era que ya no lo necesitaba.
Hacía años que no veía a Claudia, desde que sus padres se habían divorciado y todo su mundo saltó volando por los aires, el contacto con su hermana se había reducido a cartas. Porque su padre se había ocupado de no tener internet en su casa para que ella no se distrajera de pintar. Siempre que le había dado alguna excusa para que lo pusiera, él se negó. Cada vez le dijo que no era bueno para ella que se entretuviera con las redes sociales, que un mal comentario le podía arruinar su carrera de pintora. Sin embargo, ella tenía la certeza de que lo hacía para aislarla de todo su mundo anterior.
Desde que sus progenitores se habían divorciado, ella se había sentido desorientada. Su vida sufrió un cambio de la noche a la mañana que a sus doce años no terminaba de asimilar. Superar aquel trance le había supuesto dos años de tratamiento con un psicoanalista.
Aún en esos momentos se preguntaba cómo su padre había sido tan cruel con ella; sin embargo, suponía que la razón era la misma por la que se había separado de su madre.
Él era muy anticuado, déspota, autoritario y machista. Cuando Claudia le había dicho que quería estudiar periodismo, él se había negado, diciéndole que lo que tenía que hacer era encontrar un buen partido y casarse. «¡Las mujeres deben estar en casa! —siempre decía—. Cuidando del marido y criando a los hijos». Los desacuerdos entre padre e hija se convertían en peleas constantes hasta que su hermana se fue de casa. Aquello fue el principio del fin del matrimonio de sus padres. Su madre lo había culpado de que su hija se fuera de casa y acabaron odiándose. Como su madre no tenía recursos propios, él había reclamado la custodia de Dany, alegando que ella no podía mantenerla. Y fue entonces cuando se trasladó con ella a París, solo por el placer de saber que allí, su exmujer no podría visitarla con frecuencia por la lejanía. Dany, en los últimos años, había ido varias veces a España a ver a su madre, sin que su padre lo supiera. Le decía que se iba a casa de alguna amiga a pasar el fin de semana para hacer deberes y se iba a visitar a su madre.
Claudia se había librado de la guerra de sus padres. Cuando todo había sucedido, estaba estudiando fuera de la cuidad y además ya era mayor de edad, por lo que no pudieron usarla como arma arrojadiza, como habían hecho con ella.
Ya Dany había cumplido dieciocho años; su padre no podía negarse a que ella visitara a su hermana. Así que le dejó una carta en la que le decía que se iba a Kenia. Había metido en una maleta lo imprescindible y, en otra, unos cuadernos, lienzos y pinturas; era lo único que necesitaba.
A Dany le daba cierta aprensión el reencuentro con Claudia después de tanto tiempo. Su hermana, después de la separación de sus padres, había estado en París un par de veces, pero en cuanto encontró un trabajo, le fue imposible volver.
Claudia se había quedado embarazada en un viaje que había hecho con sus amigas; entonces, para poder trabajar en su profesión y que sus jefes no se enteraran de su estado y la despidieran, su hermana se había ido a trabajar a la otra punta del planeta. Eso y su padre las había mantenido alejadas mucho tiempo, pero eso se terminó. No pensaba vivir bajo el yugo paterno nunca más.
Hacía tres meses que su madre había muerto en un accidente de tráfico, y él ni siquiera le había permitido ir al funeral. Aquello la puso furiosa y le había prometido que se arrepentiría: la hora había llegado.
Por su mente pasaron las primeras semanas que había vivido en París; su padre había pedido el traslado a otra sucursal de la empresa en la que trabajaba y alquiló una casa cerca del Sena, donde ella solía ir a pasear al salir de aquel horrible colegio de monjas. Allí conoció a varios pintores callejeros, que se dedicaban a ganarse la vida vendiendo los cuadros que ellos mismos pintaban de la ciudad del amor. A menudo, pensaba en la vida y libertad de la que disfrutaban aquellas personas. No era extraño encontrarla sentada en un banco observando las sonrisas, los comentarios pícaros que dedicaban a los turistas para venderles algún boceto, oleo o carboncillo.
Ella los envidiaba, no le hubiese importado sufrir necesidad a cambio de gozar de aquella vida. Por desgracia, una tarde en la que su padre había salido antes del trabajo la encontró allí charlando con un joven que le hablaba maravillas de su existencia bohemia. Ella reía encantada mientras compartían unos dulces y no lo vio venir; sintió su mano como un grillete en su brazo y su voz siempre enojada, que dijo: «¿Qué diablos estás haciendo aquí?», mientras tiraba de ella. La bronca que tuvieron al llegar a casa fue monumental. Dany llegó a pensar que a su padre se le estaba yendo la cabeza cuando lo oyó gritarle que su sitio estaba en la casa, que no le permitiría callejear para que se estropeara como su hermana.
Ella, que se sentía sola e infeliz en una ciudad desconocida, le gritó que quería irse con su madre, por lo que recibió un bofetón que la mandó al suelo. Después de aquello se encerró en su habitación, lloró hasta quedarse dormida y se prometió no volver a dirigir la palabra a su padre.
Durante días, Federico Roca trató de hablar con su hija, pero ella se había encerrado en un mutismo del que no lograba sacarla. Una tarde, al volver del trabajo y pasar por donde la había encontrado, se le ocurrió una idea. Recordó que a ella siempre le había gustado dibujar, tal vez… esperaba haber acertado en la interpretación del brillo de los ojos de su hija.
Unos días más tarde, al llegar del colegio, Dany se sorprendió al ver a su padre en casa. Este le dijo que subiera al desván, pero ella lo ignoró, como venía haciendo en los últimos días. Él no insistió. Sabía que la curiosidad de la muchachita la llevaría a investigar; seguramente esperaría a estar sola. Le daba lo mismo. Al día siguiente sabría si había interpretado bien el interés de su hija hacia aquellos pintores.
Durante la tarde, cuando Dany terminó los deberes, se aburría. Se preguntaba qué habría en el desván que su padre deseaba que ella viera. Se negaba a subir, pero la curiosidad era grande. Miró su reloj y vio que aún faltaba una hora para que su padre volviera. Si se apresuraba, podría ver de qué se trataba y luego encerrarse en su habitación como hacía los últimos días. Subió las escaleras como si fuera un ladrón en su propia casa. Cuando se dio cuenta, pisó con fuerza, con rebeldía. Al llegar delante de la puerta, posó su mano en el picaporte y esperó unos segundos, afinando el oído por si su padre hubiese llegado. Silencio. Estaba sola.
Al abrir la puerta, la sorpresa de encontrar la estancia vacía salvo por algunos trastos cubiertos en sabanas la decepcionó. ¿Qué era lo que tenía que ver? Le llamó la atención que los grandes ventanales estaban muy limpios y dejaban pasar la luz diurna a raudales. Los suelos llenos de polvo, donde su padre había guardado las cajas de la mudanza, estaban limpios y ni rastro de los cartones. Decepcionada, se internó en aquella gran sala y se acercó a los cristales que dejaban ver gran parte de la ciudad. ¡Lo que daría ella por poder recorrer aquellas calles libremente!
Desilusionada, se dio la vuelta para salir de allí antes de que llegara su padre, como acto de rebeldía y para que él se diera cuenta de que había estado allí, tiró de las sabanas y se quedó sin aliento. Al caer la tela al suelo, quedó a la vista un caballete, un taburete y todos los utensilios necesarios para dibujar y pintar. Sus manos, por voluntad propia, acariciaron las telas, los blocks, los lápices de colores, los carboncillos; con reverencia abrió un maletín de madera donde había pinturas de todos los colores y pinceles de diferentes grosores.
Sin pensarlo, se sentó en el suelo, cogió un lápiz y el bloc, y empezó a dibujar.
Al llegar Federico a casa, subió a su habitación a cambiarse y vio que, en el piso superior, la puerta del desván estaba abierta, con sigilo, subió y vio a su hija. Estaba con las piernas cruzadas sentada en el suelo. La veía de perfil, pero la sonrisa que coronaba sus labios le hizo saber que había acertado.
A partir de ese momento, Dany se inscribió a clases de pintura en el colegio. Por las tardes se quedaba un par de horas después de terminar las asignaturas y fue más que evidente su talento; en poco tiempo hacía unos cuadros que impresionaban a su maestra.
Resultó tan buena alumna que, al terminar el primer curso que hacía en París, se hizo una exposición con todos los cuadros que habían pintado ella y sus compañeros, y la maestra recibió una oferta por parte de un comprador de arte para comprar los lienzos de Dany.
Desde entonces, Dany no había parado de expresarse a través de sus dibujos y pinturas. La relación con su padre nunca fue un camino de rosas, sin embargo, aprendió a evadirse con la ayuda de sus pinceles.
Federico y ella solo mantenían cortas charlas educadas durante las comidas. Él sabía que su hija estaba resentida por haberla alejado de su madre y de hermana, y por esa razón dejaba que ella viviera en su propio mundo. Satisfecho de que al haberla encauzado hacia ese desahogo que suponía la pintura, ella se encerraba en el desván y no callejeaba como las demás jóvenes de su edad.
Dany, en aquel periodo, con la ayuda de su psicólogo supo que nunca sería capaz de perdonar a su padre; no obstante, llegaría el día en que podría vivir su propia vida lejos del tirano de su progenitor, como lo estaba haciendo su hermana en Kenia.
Por extraños designios del destino, resultó que Dany se convirtió en una joven promesa del arte y, a muy temprana edad, los marchantes querían hacer exposiciones con sus cuadros. Su padre, orgulloso, trataba con los interesados y firmaba los contratos. A ella nada podía importarle menos; hacía lo que le gustaba y, cuando llegaba el día que se inauguraban las exposiciones, acudía con su padre, les hacían las fotos de rigor, unas cuantas preguntas para ensalzar la noticia, y alguna que otra conversación con personas a las que no conocía.
Sus compañeras de la escuela empezaron a mirarla con otros ojos, aquellas que en un principio de llegar a París la trataban como a una paria por no conocer bien el idioma, comenzaron a invitarla a comer con ellas en el comedor de la escuela y la acribillaban a preguntas sobre cómo era estar rodeada de famosos pintores, de verse en los periódicos dominicales como la joven promesa del arte.
Poco a poco forjó buena amistad con varias de ellas. Las otras solo estaban interesadas por si conocía a fulano o a mengano. Con esas no valía la pena perder el tiempo. Gracias a las primeras de ellas, no se volvió loca ni rara de narices. Ellas le dieron una estabilidad a su vida que la ayudó a sobrevivir al pequeño mundo donde le permitía su padre.
Las circunstancias de su vida hicieron que madurara a muy temprana edad; la dureza de su existencia y la tiranía de su padre le enseñaron a valerse por sí misma, a pensar, a soñar en el día en que pudiera verse libre del yugo al que estaba sometida.
Federico había administrado las ganancias de la venta de los cuadros, con lo cual, había sacado buena tajada del dinero ganado por su hija. Dany tuvo suerte de que él, para evadir impuestos, invirtiera parte de los beneficios a su nombre. Gracias a eso podía decidir su futuro. A partir de ese momento ella sería quien se viera beneficiada por su propio trabajo. Ya nadie le podía impedir que trabajara y viviera donde quisiera.
A pesar de su resolución, se sentía desorientada. Había decidido que lo primero era visitar a su hermana. Ella era mayor y podría aconsejarla. Dany necesitaba de alguien que la comprendiera, que le diera consejos, un hombro en el que poderse apoyar. Su vida con su padre había sido un infierno, siempre negándole que se reuniera con sus seres queridos, desde niña había añorado mucho a su madre y a su hermana. En ese momento, sus sufrimientos habían terminado. ¡Eso esperaba!
Capítulo 2
Estaba a bordo de un avión rumbo a África. Su hermana se había instalado allí hacia unos meses y, en las cartas que había podido interceptar antes de que su padre las quemara, le contaba maravillas.
—Señorita, ¿le apetece alguna cosa? —preguntó la azafata, lo que la sacó de sus perturbadores pensamientos.
Dany la miró unos segundos…
—Lo siento, tenía la cabeza en otra parte. —se disculpó—. ¿Qué me decía?
—¿Le apetece algo? —respondió la auxiliar con una agradable sonrisa.
—Sí, por favor, ¿puede traerme un zumo de naranja?
—Por supuesto.
Dany iba sentada al lado de una mujer de mediana edad que no paraba de molestar a las azafatas pidiéndoles revistas, bebidas y quejándose de todo. Cuando la azafata volvió con su zumo…
—Señorita, ¿es que no tienen otra película con la que aburrirnos? —dijo con voz chillona aquella mujer.
—Señora, hay muchos pasajeros mirando esa película; no podemos cambiarla hasta que termine —respondió la azafata.
La mujer soltó un gruñido.
Dany pensó que aquella chica era una santa. Ella ya la habría mandado a paseo. Volvió a coger la revista, pero cuando encontró un artículo que le interesó…
—¿Vas a Kenia a hacer turismo? —le preguntó la mujer.
—No, voy a visitar a mi hermana —respondió ella sorprendida de que aquella arrogante mujer le dirigiera la palabra, pues hacía ya tres horas que iban una al lado de la otra y no le había dicho ni «hola» al llegar.
—Yo también voy de visita, mi hijo vive en... —Dudó un momento—. Bueno, no recuerdo el nombre. Lo llevo escrito en mi bolso. Es una aldea, mi hijo es médico, ¿sabes?
—Ah... que bien, ¿no? —Dany no sabía que esperaba que le dijera.
—Perdona, creo que no me he presentado, soy Susana… Y tú ¿cómo te llamas?
—Me llamo Daniela, señora.
Odiaba ese nombre. Su padre siempre la llamaba así; todos sus amigos le llamaban Dany. Decirle a esa mujer que se llamaba así era su manera de mantener las distancias. No le gustaba y no deseaba una conversación insustancial con aquella pesada.
—Oh… Por Dios… no me llames señora. Puedes tutearme; no soy tan mayor —respondió la mujer en tono ofendido.
—Está bien… Susana. Es un placer —dijo tendiéndole la mano. Comprendió que ahora ella sería el saco de lamentaciones de aquella insufrible mujer.
—Estas azafatas son unas maleducadas. ¿Has visto cómo me ha contestado cuando le he dicho que cambiara la película?
—Supongo que tenía razón —dijo Dany—. Si todos los pasajeros pudieran pedir la película que quisieran, esto sería un caos. Veríamos cinco minutos de cada una.
Susana la miró con mala cara, no le gustó que no la apoyara.
—Quizás tengas razón —dijo haciendo una mueca. Como no podía explayarse criticando a las azafatas, sus quejas cambiaron de rumbo—. ¿Puedes creer que mi hijo tiene un niño de un año y aún no lo conozco? Seguro que su mujer le impide que me lo traiga a casa —dijo en tono ofensivo.
Dany sintió pena por esa mujer. ¿Qué hijo haría una cosa así? Pero después de reflexionar unos segundos…
—Pero, Susana, me has dicho que tu hijo es médico; seguro que tendrá mucho trabajo y por eso no te ha llevado el niño.
—No, no creo que sea eso. Hace pocos meses estuvieron en España y no vinieron a verme. Seguro que es ella la culpable.
«Culpable» se repitió en su mente Dany, parecía que estuviera juzgando a alguien.
—Tal vez no pudieron.
—No, no… mi hijo nunca me haría algo así. Incluso se casó sin decirme nada. Seguro que ella lo engatusó y apostaría a que no va a gustarme. Por eso mi hijo no la trajo a casa.
Dany estaba anonadada.
—¿Me estás diciendo que no conoces a la esposa de tu hijo?
—No, no la conozco.
—Tal vez no tuvieron tiempo de visitarte.
—Pamplinas, si uno quiere siempre se encuentra tiempo para visitar a su madre. Estoy segura de que ella no le permitió que fuera a verme. Si se hubiese casado con Clara en vez de con esa oportunista… —Dany la miró perpleja—. Hace unos años le mande a la hija de una amiga mía. Estuvieron trabajando juntos un tiempo. Por lo que contó al volver, también sé que hubo un romance entre ellos, pero él la dejó. Estaba muy enamorada, fue un duro golpe para ella. Llegó a casa destrozada.
—¿Le mandaste una novia a tu hijo? —Dany cada vez estaba más estupefacta—. Estás pintando un mal cuadro de tu hijo. Parece un pusilánime que no sabe ni buscarse una mujer.
—No, de ninguna manera, lo que pasa es que es demasiado bueno.
—A veces demasiado bueno quiere decir tonto y, francamente, con lo que estás diciendo…
Susana frunció el ceño ante las palabras de Dany.
—De ninguna manera, mi hijo es muy inteligente, pero tiene especial predilección por los pobres desgraciados.
—Y… me estás diciendo que se casó con esa mujer por pena. —Susana asintió con un movimiento de cabeza—. Si tu hijo es la mitad de inteligente de lo que dices, no creo que se atara a una mujer por esa razón. —Quedó pensativa unos segundos—. No puedo creer que intentaras casarlo.
—¿Qué hay de malo en eso? Por Dios, soy su madre. Con Clara hubiese tenido mejor suerte que con esa.
Dany estaba indignada, Susana estaba diciendo cosas atroces de una mujer a la cual ni conocía. Compadeció a la pobre que se hubiese casado con su hijo. Con la excusa de ir al servicio, se levantó y se alejó. Cuando se cruzó con la azafata:
—Señorita, por favor, ¿hay algún lugar donde pueda sentarme un rato tranquila?
La auxiliar de vuelo le sonrió.
—Por supuesto, puede quedarse aquí si quiere —le indicó el compartimento donde las azafatas lo organizaban todo—. Incluso le voy a servir lo que usted quiera por distraer a aquella mujer. Por lo menos, nos ha dejado un rato tranquilas.
Dany sonrió.
El resto del viaje fue placentero. Las azafatas la dejaron que se quedara allí con ellas y en los momentos en los que no tenían nada que hacer charlaban. Cuando quisieron darse cuenta, estaban aterrizando en Nairobi.
Capítulo 3
Vincent Lozano conducía detrás del jeep de Alex. Eran socios junto con Víctor de una compañía de safaris en Kenia. Llevaba bastantes años desarrollando ese trabajo, primero como empleado de sus socios; luego, cuando Víctor se dedicó a su verdadera profesión —era médico—, se hicieron socios a partes iguales de la empresa.
Disfrutaba con su trabajo. Conocía gente nueva muy a menudo y le gustaba la vida que le llevaba a recorrer Kenia. No siempre llevaban a los turistas a las mismas rutas, lo que hacía que descubrieran lugares de ensueño en muchos de los safaris.
Era un enamorado de la naturaleza y se regocijaba de poder mostrar su país de adopción, pues él era español, como sus socios. Los tres habían coincidido por casualidad allí, trabajando para un jefe que los explotaba y les pagaba una miseria. Cuando Alex se casó y les dijo que iba a buscarse otro empleo, Víctor lo convenció para convertirse en sus propios jefes y montar la empresa de guías, y con ellos se llevaron a Vincent.
En pocos meses, superaron a su antiguo patrón. Tenían mucha más demanda, y los turistas que recorrían el país con ellos quedaban más satisfechos por su manera de actuar, lo que hacía que recomendaran su empresa y en algunas épocas del año tenían que contratar otros conductores para poder dar el servicio a todos los interesados.
Vincent era un hombre que gozaba de la vida. Su apostura y su atractivo hacían que muc