Venganza de amor

Vanessa Lorrenz

Fragmento

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Capítulo 1

Londres 1853

El corazón amenazaba con salírsele del pecho, solo tenía unas semanas para buscar un lugar donde irse a vivir junto con Lidia. La madre superiora había sido muy clara: se tenían que ir de ahí porque ya pasaban de la edad aceptada dentro del orfanato.

—Por suerte he pedido algunos favores para no dejarlas en la indigencia. Una modista las estará esperando para que la sirvan. Deben de ayudarla en todas las labores que ella les pida. A cambio tendrán techo y comida. Pero ya se arreglarán con ella en cuanto lleguen. Tienen una semana para prepararlo todo, en cuanto llegue la carreta con las provisiones, se marcharán con ellos. Te daré una carta para Madame Rosset. Ahora toma esto. —La madre superiora le tendió un pequeño bolsito de tela mugriento—: eran las pocas cosas de valor que encontraron en tu choza.

Al escuchar esas palabras, miles de sentimientos se agolparon en su pecho. Su infancia estaba atrapada en ese pequeño bolsillo. Lo tomó con las manos temblorosas, sabiendo que ahí estaba su vida.

—¿Sabe si aún está disponible la casa donde vivían mis padres?

—No, desafortunadamente la casa solo era arrendada; como todas las de la zona, le pertenece al conde de Kent. La dio en alquiler en cuanto saliste de ahí. Lo siento.

Sabía que no le quedaba nada, pero por un segundo guardó la esperanza de darle una visita al que en algún momento fue su hogar. Acarició el lacito con el que estaba amarrado el pequeño bolsito, ahí estaba todo lo que significaba su pasado.

—Gracias, madre superiora. Estaremos preparadas para partir.

Salió del despacho de la mujer que había sido para ellas la única figura materna en los años que estuvieron ahí.

Lidia estaba sentada en el banquillo donde se cepillaban el cabello. Su amiga miraba al vacío, sumida en sus pensamientos, ajena a la preocupación que embargaba a Sophie. En cuanto las dos pusieran un pie fuera del orfanato, nada sería igual; únicamente se tendrían la una a la otra para protegerse.

—¿Qué sucede Sophie? No me digas que se enteró la madre superiora de que hemos metido otro gatito al orfanato. Debemos convencerla de que las niñas pequeñas se han encariñado tanto con él que no podemos dejarlo en la calle.

—No, de hecho, me mandó llamar para decirme que tenemos que tener nuestras pertenencias listas, saldremos de aquí en cuanto llegue la carreta con las provisiones. Al parecer, una modista nos estará esperando para que comencemos a servir para ella.

—¡¿Nos están echando de aquí?! No pueden hacernos esto, ¿cómo vamos a sobrevivir? Las demás huérfanas… ¿Qué pasará con ellas? ¿Quién las cuidara ahora?

—Tenemos que irnos, es hora de comenzar una nueva vida fuera de estas paredes, las hermanas de la caridad ya no pueden mantenernos. Tenernos aquí genera gastos. Y sabes que las donaciones de las damas de sociedad cada vez son menos.

—¿Y adónde vamos a ir? No conocemos nada más allá de estas paredes. —Lidia parecía realmente afectada.

—Ya verás como nos irá mejor —dijo tratando de infundirle algo de ánimo.

—Tengo miedo de lo que vamos a encontrar allá afuera. Quiero seguir aquí.

—Sabes que la única forma de que te quedes aquí es tomando los hábitos y consagrando tu vida a Dios. ¿Tú has sentido el llamado del Señor? Porque yo definitivamente no lo he sentido. Necesito saber qué nos depara la vida fuera de aquí.

Por mucho que la nueva experiencia le diera miedo, también sentía un cierto nerviosismo por descubrir cosas venideras.

—Tampoco lo he sentido, pero me aterra pensar que andaremos las dos solas por el mundo. Recuerda lo que le pasó a Emily, no supimos nada de ella hasta que la encontraron tirada en un callejón oscuro del puerto. Solo Dios sabe lo que tuvo que pasar. Pero su muerte fue horrible.

—Ay, Lidia, no debemos pensar que nos pasará algo así. Además, nosotras trabajaremos para una modista. No creo que nos suceda nada malo, simplemente no debemos acercarnos al puerto. Sabes que esa zona es peligrosa. Trabajaremos todo lo que podamos para comenzar una vida.

—Tengo miedo, Sophie, miedo de no saber cómo vivir. ¿Acaso tú no tienes miedo?

—Sí, claro que tengo miedo, pero también una deuda pendiente que cobrar y, para eso necesito salir de estas paredes.

—No entiendo de qué estás hablando.

—La muerte de mis padres no fue un accidente como todos creen, a ellos los mataron y necesito saber el porqué.

—Nunca me has dicho nada de esa parte de tu vida.

—Es porque todo está confuso en mi mente, han pasado muchos años, pero sé quién es el hombre que envió a matar a mis padres. Aunque desconozco el motivo. Aprovecharon la tormenta para hacerlo pasar como un accidente. Pero esa no es la verdad.

—¿Por qué no simplemente los denuncias, si es que sabes el nombre del asesino?

—Porque es una persona muy influyente, nadie se atreverá siquiera a mencionar nada.

Giró la mirada para ver a su amiga, claramente estaba preocupada.

—Ahora tengo más miedo que al principio.

—No nos pasará nada, mientras no digamos una sola palabra. Escondidas en donde la modista nos será más fácil pasar desapercibidas. Tú no tienes por qué ser parte de esta venganza. Esto solo me corresponde a mí. Y de ninguna manera permitiré que corras peligro cuando tu vida no ha sido afectada por nadie.

—Sabes que te quiero como una hermana y, lo que te afecte a ti me afecta a mí, te apoyare en todo lo que tú decidas.

—Tú también eres como mi hermana. Eres lo único bueno que me ha pasado desde que llegué a este lugar. Pero no es momento de ponerse sentimentales, vamos a preparar nuestras cosas para partir —dijo tratando de no dejarse llevar por las emociones que la embargaban. Aunque no quisiera demostrarlo, ya le había dicho a su amiga que también tenía miedo, pero su sed de venganza la ayudaba a no flaquear.

Los días pasaron de manera rápida, tanto que en un abrir y cerrar de ojos se estaban despidiendo de las demás huérfanas. Mildred, una de las huérfanas que acababa de llegar, lloraba aferrada a su falda. Era tan pequeña que se le rompía el corazón dejarla ahí, pero en ese momento no podía llevarla con ella.

—Volveré por ti, Mildred. Tienes que portarte muy bien, vendré en cuanto pueda llevarte conmigo.

La pequeña niña asintió sin dejar de sujetarla, fue un triunfo separarla, la levantó en sus brazos abrazándola fuerte, esas niñas únicamente la tenían a ella. Vivir en un orfanato era lo más difícil que ella había pasado, la vida ahí entre esas paredes era dura. Pero ya tenía otra razón más para demostrar que la muerte de sus padres no fue un accidente, y su sed de venganza crecía a pasos agigantados.

Le había dicho a su amiga que los recuerdos de aquel día estaban confusos, pero en realidad ella lo tenía todo muy grabado en la mente; igual que la imagen de ese halcón junto con dos espadas a su espalda que formaban parte del escudo del asesino de las únicas personas que tenía en el mundo.

Sin dejarse llevar por los sentimientos que la embargaban, se limpió una solitaria lágrima que amenazaba con delatar el dolor que le causaba alejarse de quien había formado parte de su vida durante los últimos años. Sin dar marcha atrás tomó la pequeña valija que contenía todas sus pertenencias, para salir con rumbo al que sería su nuevo destino.

El camino se le antojó eterno, aunque permanecieron en silencio todo el tiempo, de reojo podía comprobar que Lidia estaba atemorizada, no sabía qué les deparaba la vida, pero lo que más le preocupaba era que no lograra vengar a su familia.

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Capítulo 2

En cuanto llegaron a una calle concurrida de Londres el pánico comenzó a apoderarse de ella, pensaba que la modista que les daría asiló viviría en los alrededores de Londres, nunca imaginaron que trabajarían en una zona como esa. Fue inevitable no maravillarse mirando a las damas de sociedad caminar por las aceras con sus hermosos vestidos de finas telas. El día era soleado así que algunas llevaban magnificas sombrillas que las protegían de dañar su piel; otras optaban por refrescarse moviendo con gracia y agilidad sus abanicos de nácar.

Suspiraron mirando los carruajes y calesas pasear por la avenida hasta adentrarse en Hyde Park, esa era una vida de la que nunca podrían disfrutar. Grandes bailes y los vestidos elegantes estaban prohibidos para ellas. Tan sumida estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que el conductor de la carreta que las había llevado hasta ahí le estaba hablando.

—Señorita, deben dar vuelta y tocar por la puerta trasera. Les ayudaré a bajar sus maletas.

—Muy amable, pero nosotras lo bajamos. Lamento mucho no poder darle algo por ser tan amable, pero no contamos con dinero.

—Pierda cuidado, señorita, no me deben nada. Pero si me acepta un consejo, nunca caminen solas por las noches, son unas muchachas decentes que no tiene ni una pizca de maldad, no están preparadas para vivir en este ambiente. Aléjense todo lo que puedan del puerto, no es un buen lugar para ustedes.

—Gracias —dijo amablemente, tomó su maleta de la carreta y caminó juntó a Lidia rodeando la calle, admirando los escaparates pero sin llegar a acercarse del todo.

Detrás de la calle principal se encontraba una pequeña calzada, llegaron a la puerta de la modista que las estaría esperando.

Tocaron suavemente esperando respuesta, pero no se escuchaba nada, de hecho, no había ningún, movimiento en ninguno de los locales, seguramente porque todos estaban centrados en atender a la alta sociedad. Volvieron a tocar esperando esta vez obtener respuesta y al parecer ese era su momento de suerte porque instantes después se abrió la puerta dejando ver a una doncella que las miraba por una rendija.

—¡¿Qué quieren?!—dijo recelosa; por su aspecto tendría unos veinte años, llevaba un vestido gris parecido al que ellas usaban en el orfanato y en su cabeza tenía un gorrito de color blanco.

—Nos envían del orfanato. —Lidia no había pronunciado palabra desde que habían salido del que consideraban su hogar. La doncella apretó los labios en señal de desagrado, pero aun así abrió la puerta para que pasaran.

Las condujo por un pasillo angosto hasta llegar a una sala llena de mesillas llenas de tela y todo tipo de enseres de costura. Sophie observó admirada los listones de colores, así como los botones de diferentes formas. Nunca antes había estado tan cerca de cosas tan finas y elegantes.

—Esperen aquí, en un momento madame Rosset las atenderá.

La joven se fue dejándolas ahí de pie, Sophie estaba fascinada, dejó su pequeña maleta en el suelo, mientras se acerba a tocar un vestido de hermosos encajes. Lo que ella daría por utilizar uno igual… Era una soñadora sin remedio. Por su mente se imaginó en uno de esos bailes elegantes que le describían las hermanas del orfanato; algunas habían asistido a bailes invitadas por las damas de sociedad. Contaban lo deslumbrantes que eran los salones de baile. Lo maravilloso que era ver los colores relucientes de los encajes de los vestidos mientras giraban al compás de la música.

La ma

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