Al infinito

Rita Black

Fragmento

al_infinito-5

Capítulo 2

—Es muy probable que los vientos de Gab XT hayan provocado una avalancha y las rocas aplastaron la sonda —opinó Reese Quinland, ingeniero aeroespacial, cuando todo el equipo se reunió en la sala de juntas para discutir lo que había ocurrido, y cuál sería el siguiente paso.

—Si así fuera, la batería habría dejado de funcionar inmediatamente, junto con el visor y todos los demás sistemas de la sonda —replicó Frank Emerik, ingeniero en sistemas.

—No —negó Quinland—, la batería es un sistema autónomo, y está resguardada en la parte inferior del Kalliber por un compartimento hecho con una poderosa aleación que resistiría una embestida así; aunque la sonda estuviera hecha pedazos, la batería seguiría funcionando.

—Pero dejó de funcionar después, al parecer —intervino Pitt—. ¿Acaso le caerían más piedras encima? Además, el visor no mostró ninguna avalancha, ni movimiento de piedras antes de averiarse. No creo que sea eso lo que sucedió.

Todos los miraron en silencio.

—Y entonces, ¿qué haremos? —preguntó tímidamente Jonas Becker, astrónomo y matemático.

Ahora las miradas se dirigieron a él. Esa era la pregunta. Habían perdido toda comunicación con el Kalliber, la sonda parecía estar «muerta».

—Tendríamos que enviar otra sonda —sugirió Bertha Flyn, una veterana y reconocida astronauta.

Todos guardaron silencio durante varios segundos sopesando esa posibilidad. El proyecto había resultado muy costoso, no por la sonda Kalliber, pues el programa espacial tenía siglos de experiencia enviando sondas de exploración espacial, sino por el sistema para generar el puente Einstein-Rosen, que había requerido varias décadas de experimentación con una tecnología revolucionaria que permitía utilizar y controlar materia exótica para mantener abierto el puente.

—Sería lo más factible. —Finalmente Pitt rompió el silencio.

—Debería ir una persona. —La voz de Carin Marx resonó en la habitación en medio del silencio tras las palabras de Pitt.

Las miradas de todos convergieron en ella, algunas con evidente expresión de incredulidad y otra con fastidio. Carin siempre había sido la rebelde del grupo, sus ideas siempre eran revolucionarias y excedían no solo las expectativas sino la realidad.

Por ello, más de uno la consideraba, más que una científica, una charlatana.

Pero a ella ese tipo de opiniones habían dejado de importarle hacía mucho tiempo. Cuando era pequeña, sus compañeros de la escuela se burlaban de ella por sus ideas «locas», y sus maestros, con una sonrisa condescendiente que ella aprendió a identificar (y a odiar), optaban por ignorarla.

Con el tiempo aprendió a dejar de lado esas actitudes, que ella consideraba retrógradas, y se empeñó en llevar a cabo sus ideas, por alocadas que parecieran.

Por fortuna, sus padres siempre la habían apoyado, y eso era todo lo que necesitaba.

Cuando entró al programa espacial, las cosas no fueron muy diferentes a la escuela; sabía que muchos de sus compañeros se reían de ella por algunas de sus teorías, que parecían verdaderamente descabelladas, pero que para ella tenían una lógica casi irrefutable.

Cuando era aún más joven esas actitudes realmente la enfurecían, pero su padre siempre la consolaba y la calmaba explicándole que ella tenía una manera muy peculiar y única de ver las cosas; su línea de pensamiento era muy especial, porque no se enfocaba solo en lo obvio, sino que rebuscaba en las posibilidades que no parecían serlo.

Nuevamente fue Jan Pitt quien se encargó de romper el silencio.

—Sabes que no podemos enviar a una persona, Carin. El agujero de gusano nunca ha sido probado con seres vivos y no sabemos cómo puede afectar a un ser orgánico. Además, todos sabemos que puede llegar a ser inestable, el puente podría colapsar en cualquier momento.

—Podemos hacer pruebas...

—No tenemos tiempo para hacer pruebas. —La voz de Pitt resonó como un trueno en la sala de juntas, a pesar de que había hablado con gran calma.

No pretendía ser brusco, pero sabía que debía ser terminante con Carin; conocía de sobra su testarudez como para saber que, si no le marcaba el alto de forma tajante, ella seguiría insistiendo hasta convencerlo. Esta vez no podía permitir que eso sucediera. Ni siquiera tuvo que mirarla a los ojos para intuir lo que se proponía: seguramente estaba planeando ir ella misma a Gab XT.

—No podemos darnos el lujo de hacer pruebas con seres vivos porque no tenemos el tiempo para ello. Además, tendríamos que cambiar gran parte del protocolo, y la comisión de exploración espacial, así como la misma agencia, jamás lo permitirán. Creo que lo más viable es enviar otra sonda. La Juno 3 está casi lista. —Jan hizo ademán de marcharse, ya estaba decidido.

Carin se abrió paso entre sus compañeros para tratar de alcanzarlo.

—Pitt, por favor, reconsidera.

Él se volvió hacia ella y la miró severamente; solo ese gesto bastó para que ella guardara silencio. Tal vez debía dejarlo pasar por el momento, y tratar de convencerlo después.

Jan le hizo una señal con la mano para que lo siguiera, y ella asintió en silencio.

Cuando llegaron a la oficina de Jan y él cerró la puerta tras ellos, Carin, a pesar del temperamento tranquilo de Pitt, esperaba una severa reprimenda, pero no fue así. Él se apoyó en su escritorio, y se la quedó mirando fijamente. Más que enfado o frustración, en su mirada había mucha ternura.

Carin se revolvió incómoda.

—Sé lo que te propones, Carin, y desde ahora te digo que no.

Ella abrió la boca para decir algo, pero él le hizo un significativo gesto con la mano ordenándole que guardara silencio.

—No, Carin. Esta vez no te saldrás con la tuya. Sé lo que piensas, pero por una vez en tu vida trata de usar el sentido común.

—Por favor, Jan, hasta tú tienes que admitir que esta es una oportunidad en un millón.

—¿Una oportunidad en un millón? ¿De qué? ¿De perderte en el espacio, de achicharrarte en el puente, de explotar por la presión de la velocidad? —Jan sonaba muy tranquilo y convincente, aunque por dentro se sentía arder por la necedad de esa mujer.

Siempre había sido consecuente con Carin, pero ella era demasiado temeraria, y esta vez pensaba ir, literalmente, demasiado lejos.

—No puedo creer que seas tan retrógrado, Jan.

—No me acuses de eso, Carin. Estoy siendo prudente, estoy siendo sensato, y me estoy apegando al protocolo. Lo que tú quieres hacer es suicidio.

Ella gruñó, frustrada. Jan dio un paso hacia ella y la tomó suavemente por los brazos. Ella siempre había sido renuente al contacto físico, pero esta vez no se movió.

—Carin, te lo pido, sé razonable. Aunque quisiera hacer lo que me pides, no tenemos el tiempo, ni los recursos. Apenas si obtuvimos la aprobación para enviar el Kalliber. Lo único que podemos hacer en este momento es mandar otra sonda. —Cambió de táctica—. Además, tú siempre has defendido a los animales, no creo que sea justo someter a alguno a la prueba del puente Einstein-Rosen, no tenemos ni idea de lo que puede provocar en un organismo vivo.

Jan la miraba a los ojos y ella había guardado silencio a duras penas mientras él hablaba. Pero no podía quedarse callada.

—Jan, podemos hacer pruebas. Eres un científico, podemos enviar un espécimen pequeño en la misma sonda. Claro que defiendo a los animales, pero esto es por un interés superior. —Ahora sonaba como los políticos que debatían ridiculeces con palabras rimbombantes, pero tenía que convencer a Jan—. Por favor, esta es una gran oportunidad.

Jan la soltó, sus ojos y su rostro estaban en llamas.

—¿Pero es que estás loca? —gritó— ¡Claro que estás loca! Solo una persona demente pensaría como tú lo haces. Sabemos muy poco sobre la atmósfera de Gab, y tampoco

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos