Más allá de la piel

Rita Black

Fragmento

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Capítulo 1

Marina corrió por el puente de la torre de control, en un esfuerzo descomunal por llegar a la sala de controles y avisar al capitán Dorian sobre el inminente ataque de los carontianos.

La joven se hallaba en el centro de formación cuando cayó la primera bomba, muy cerca de donde se encontraban los pequeños estudiantes. Los profesores Sher, Ontrés y Gylli—An rápidamente ordenaron a los pupilos en dos filas y los llevaron a un refugio subterráneo que habían construido en las últimas semanas ante la creciente amenaza de un ataque masivo.

Sabía que no era posible que el capitán Dorian, jefe de los sistemas de defensa, no se hubiera enterado del ataque, pero no pudo resistir el impulso de ponerlo al tanto personalmente. Además, Elas estaba con él.

Afuera se imponía el caos; los habitantes corrían, aterrados, buscando entrar a los refugios subterráneos, mientras que las tropas, tanto de defensa como de ataque, se disponían a repeler al enemigo.

Una segunda bomba cayó en el centro médico, reduciéndolo a cenizas en tan solo un instante. El estremecimiento provocado por la explosión hizo que Marina se tambaleara en el puente, y tuvo que aferrarse con todas sus fuerzas al barandal para no caer.

Ya no era prioritario avisar a Dorian, eso era evidente; en ese instante su objetivo, su misión, era mantener a Elas a salvo.

¿Por qué precisamente ese día había tenido que faltar al centro de formación? El pequeño había insistido en visitar las instalaciones de la torre de control, y Dorian, a quien el chico resultaba muy simpático, había accedido encantado.

Las puertas de la torre de control se abrieron automáticamente y la joven entró corriendo.

—¿Dónde está Elas? —gritó a Dorian.

—Está con Doodge, ya lo lleva al refugio —alcanzó a responderle el capitán antes de que ella pasara de largo, rumbo al elevador para buscarlos.

Apenas le dedicó una mirada fugaz. No quería verlo, aún se sentía abochornada y molesta por lo que había ocurrido la noche anterior, y estaba segura de que Dorian también lo estaba procesando. Seguro que él estaba mucho más enfadado que ella.

Dorian la siguió con la mirada y cuando ella entró al cilindro transparente del elevador sus ojos se encontraron. No pudo evitar el calor en sus mejillas, provocado por esa mirada ardiente, llena de preguntas, de reproche, de deseos insatisfechos.

Hizo un gran esfuerzo para apartar de su mente a Dorian y se concentró en hallar a Elas; era su responsabilidad y se sentía terriblemente culpable de haber sido tan indulgente con él como para permitirse el perderlo de vista.

De pronto cayó en la cuenta de que la torre de control no había sido atacada por las bombas de los carontianos. ¿Por qué, si era un punto estratégico?

Llegó a la planta baja y corrió a una salida de emergencia que había sido habilitada recientemente y que conducía al refugio. Por los ventanales pudo ver una explosión lejana que, al parecer, había tenido lugar en la zona habitacional. ¡Rayos! Esa vez los carontianos iban en serio.

Hasta entonces se habían limitado a meras amenazas: querían a Elas, el chico de la sabiduría ancestral, pero en los últimos días esas amenazas habían subido de tono y habían declarado estar dispuestos a llegar a la destrucción de los grexos si no les entregan al muchacho.

«¡Qué irónico!» pensó la joven, indignada y triste: exigían que les fuera entregado el chico, considerado la fuente de la sabiduría, y se valían de la violencia y la barbarie para conseguirlo.

Tenía que concentrarse y, aunque en ese momento era lo que menos deseaba, no porque le fuera desagradable, sino porque temía una confrontación, llamó a Dorian.

—Dime, Marina —Su voz sonaba tan suave y serena que cualquiera hubiera pensado que era un día común y corriente, y que ellos no tenían ningún espinoso asunto pendiente.

Le preguntó por Elas y el capitán la tranquilizó al decirle que lo había enviado con Doodge al subterráneo bajo la torre de control. Pensó si sería el mejor momento para expresarle sus recientes sospechas y consideró que podría no tener otra oportunidad para hacerlo. Él se quedó en silencio un instante, procesando lo que acababa de escuchar.

—¿Supones que tienen un informante entre nosotros? —inquirió.

—No puedo asegurarlo, y me parece difícil de creer, pero todo es posible —replicó la chica—. ¿De qué otra manera se explicaría que no hayan tocado la torre de control? Es como si supieran que Elas se encontraba ahí.

—Tendremos que hacer una investigación exhaustiva —declaró el capitán.

Cortaron la comunicación. Dorian ya había dado las órdenes pertinentes para la defensa de Grexas y gran parte de la población ya estaba en los refugios. Por un instante reflexionó en lo que ella le había dicho: era sumamente improbable, por no decir imposible, que un grexo traicionara a los suyos. ¿Cómo podrían los carontianos haberse infiltrado?

Marina aceleró el paso. Pensó en Mithas; el anciano le había encomendado el cuidado de Elas como una misión especial.

«En este momento debe estar totalmente arrepentido de haberlo hecho» pensó, decepcionada.

Elas no había nacido en Grexas. Nueve ciclos solares atrás, una mujer, que dijo llamarse Édder, llegó a la ciudad cargando con un bebé. Dijo que era su hijo y que corría grave peligro; ella estaba enferma y agonizaba, por lo que pidió a los grexos que cuidaran del pequeño. «Mi pequeño es especial» les dijo.

Mithas estuvo con la mujer todo el tiempo y cuando escuchó su declaración, no dijo nada, solo lo miró durante un largo rato.

Édder murió pocos días después. El consejo de Grexas se reunió entonces para decidir qué harían con el niño, que tendría apenas un ciclo solar, pero había demostrado ser muy inteligente. Observaba con gran atención a las personas y los objetos a su alrededor, pronunciaba muchas palabras y podía formar oraciones cortas pero muy bien articuladas, pero lo que más llamó la atención de todos era que parecía tener una capacidad de juicio muy aguda para su cortísima edad.

Mithas, el más anciano de los consejeros, concordó con la madre del pequeño: definitivamente era especial. Decidió, junto con los demás miembros del consejo, que Marina se haría cargo de él: era una joven bondadosa y muy lista, y estaba seguro de que ejecutaría esa tarea con gran responsabilidad.

Nadie objetó lo anterior, ya que la chica había mostrado gran aptitud para tratar con los pequeños en el centro de formación; nadie, excepto ella misma. Cuando el primer consejero le comunicó la decisión, ella lo miró asombrada e incrédula:

—Mithas, ¿estás seguro? No creo ser la idónea para esa tarea, tú lo sabes.

—Tú eres la idónea, Marina. Confiamos en ti —afirmó el anciano, sereno pero seguro.

Marina no estaba convencida en absoluto, pero se sintió halagada por la muestra de confianza. Sin embargo, pensó que, además del consejo, los demás grexos no habrían aprobado jamás dicha decisión si supieran quién era ella realmente, una desterrada sin hogar a quien Mithas había acogido cuando era casi tan pequeña como el bebé recién llegado.

Llegó por fin al refugio, donde inmediatamente empezó a buscar a Elas.

—Está con Doodge, en el sótano —le informó Camp.

Marina le agradeció y siguió de largo.

—¡Elas! ¿Cómo estás? —La chica estrechó al pequeño en sus brazos tan pronto lo encontró.

No había tenido un instante de calma desde que inició el ataque, que al parecer ya había terminado, pues hacía varios minutos no se escuchaba ninguna explosión.

—Estoy bien, Marina, no tienes que preocuparte por mí.

—¿Que no me preocupe por ti? ¡Vaya! —exclamó entre la risa y el llanto.

—No me ocurrirá nada, no caeré en manos de los carontianos —La calma con que lo dijo desarmó a la mujer—. Y, si así fuera, todo estaría bien, de cualquier manera. Ellos no me harán daño.

Ojalá ella pudiera no solo emanar esa serenidad sino sentirla de veras.

Aunque Édder había dicho, en su momento, que ella y su bebé provenían de Karpek, Marina siempre había tenido la fuerte sospecha de que eran carontianos. Algo en sus rasgos los delataba, pero nadie parecía haberse dado cuenta de ello, ni siquiera Mithas. O eso creía ella.

Sus especulaciones se habían confirmado, en cierto modo, cuando los carontianos se enteraron —los grexos aún no sabían cómo— de que el pequeño, a quien llamaban El Sabio, estaba ahí, y lo reclamaron para sí, argumentando que era uno de ellos.

«No permitan que caiga en malas manos» había suplicado Édder, agonizante, y el consejo asumió la tarea de cuidarlo y protegerlo, lo cual, pensaban, incluía impedir que los carontianos se hicieran con el niño.

Al principio, los carontianos habían asumido una actitud que podría considerarse diplomática para solicitar que Elas les fuera entregado, pero cuando el consejo les informó que la madre del niño les había encomendado a ellos, y solo a ellos, la tarea de protegerlo, aquellos amenazaron con emplear métodos violentos.

—Estaremos preparados —declaró Mithas con la calma que le era habitual, mirando a Dorian, quien entendió rápidamente el mensaje.

Las amenazas se convirtieron en ataques aislados que poco a poco fueron creciendo en frecuencia e intensidad, siempre acompañados del mismo mensaje: «Dennos al niño».

Marina, sentada ya sobre el suelo, con las rodillas plegadas frente a ella, lo miró en silencio. Era un chico hermoso, moreno, de cabello negro y profundos ojos de color café oscuro. Casi siempre estaba sonriendo, nunca lo había visto molesto y siempre tenía palabras sabias que decir.

«El Sabio». Pensó que, con gran razón, los carontianos lo llamaban así. Pero, si ellos querían al niño y su presunta sabiduría, ¿por qué acudían a las armas para conseguirlo? Bueno, era cierto que los grexos y los carontianos tenían una historia muy antigua de desacuerdos y confrontaciones que, en muchas ocasiones, habían estado a punto de desembocar en guerra.

Era bien sabido que los carontianos eran de los habitantes más antiguos de esa región del planeta, y los grexos llegaron algunos cientos de ciclos solares después, provenientes de Grexas, un pequeño planeta, no muy lejano, del que habían tenido que huir cuando el tirano Scrapino amenazó con borrar de la faz de su mundo a todo aquel que no estuviera de acuerdo con su mandato o que realizara la más mínima acción en su contra.

Claro que el numeroso grupo que llegó al planeta Birnu para formar un nuevo hogar no eran todos los grexos, algunos habían decidido quedarse en su antiguo mundo y acatar las órdenes del dictador.

Los exiliados iniciaron una nueva vida, imitando prácticamente en todo la forma de vivir que llevaban en su planeta de origen.

Eran seres pacíficos, laboriosos y muy inteligentes, pero a los habitantes de la región de Caronte no les agradó que se instalaran en ese valle hospitalario y próspero que podría proporcionarles unas condiciones idóneas para el establecimiento de su ciudad, y empezaron a pelear el territorio, a pesar de que ellos estaban asentados a muchísimas millas de ahí, desde mucho tiempo atrás.

Marina dejó a un lado sus divagues y se concentró en Elas, quien sonreía, como casi siempre. Parecía no estar pensando en nada, como si lo que estaba ocurriendo no le afectara, a pesar de ser él la causa. Claro que nadie lo culpaba, todos lo querían y lo respetaban.

Mithas y otros miembros del consejo salieron en ese momento de una de las habitaciones contiguas del mismo refugio. Marina se puso de pie instintivamente al verlos.

Los consejeros arribaron a donde estaba Elas y, tras un silencio expectante, Mithas habló:

—Es evidente que tenemos que extremar las medidas para proteger a Elas —Se volvió hacia la muchacha—. Hemos decidido que el niño y tú deberán irse a vivir con el capitán Dorian en un refugio secreto, al menos mientras resolvemos el conflicto con los carontianos.

Palideció al escuchar aquello, ya que la decisión del consejo no solo trastocaba toda su vida, sino que, además, la obligaba a estar más cerca que nunca de Dorian.

—Entiendo que tenemos que proteger a Elas con todos nuestros recursos, pero pueden asignar a otra persona para esa tarea, estoy segura de qu

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