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Georgina Malory entró en el comedor de la enorme mansión familiar situada en Berkeley Square para almorzar con su marido. Los gemelos, Gilbert y Adam, acababan de salir de la estancia y de subir la escalera a toda prisa, dejando atrás sus platos vacíos en la mesa. Los chicos, que tenían catorce años, seguían manteniendo la infantil costumbre de ir corriendo a todas partes. Georgina ya ni siquiera los regañaba.
Sin embargo, en ese momento no les prestó atención, ya que estaba pensando en su marido y en su inminente viaje, que esperaba que no se produjera hasta el final de la temporada social. Así que, imitando su gesto de enarcar la ceja y con un tono de voz tan seco como el que él solía usar, le preguntó:
—¿Otro barco? ¿No teníamos bastante con el que ya sobraba, James?
James Malory pareció desconcertado por un instante mientras replicaba:
—¿Cómo narices lo has descubierto?
—Tu nuevo capitán ha venido esta mañana con la intención de informarte de que se marcha unos días para visitar a su familia. Quiere decirles que le queda un último viaje como capitán antes de jubilarse, que es lo que esperan que haga.
James cruzó los brazos por delante de su amplio pecho, pero a esas alturas estaba sonriendo.
—Sabes bien que puedo ser muy persuasivo. El hombre vendía su barco. A mí me interesaba comprarlo con él y su tripulación.
—Pero ya has comprado otro barco.
—Es un plan de contingencia, cariño. Por si acaso tengo que zarpar sin tus hermanos.
Georgina chasqueó la lengua mientras se sentaba al lado de su marido.
—Te refieres a que esperas aprovechar la primera excusa que se presente para hacer precisamente eso.
—Paparruchas. Siempre y cuando no tenga que soportar su compañía durante el viaje, estoy dispuesto a aceptar su ayuda en esta empresa, aunque solo me la hayan ofrecido porque alguien ha usado a su querida sobrina como anzuelo y quieren vengarse.
—Eso no es justo. Una vez fracasado el secuestro y después de que el culpable exigiera que fueras tú el rescate, ¿de verdad crees que iban a permitir que el tema se zanjara de esta forma sin analizarlo a fondo cuando puede volver a suceder, cuando saben que eso me destrozaría? Sí, sí, estaba escuchando cuando insististe en que no podíamos dejar el tema sin más. Incluso entiendo por qué no quieres que te acompañe en esta ocasión. —Soltó una carcajada—. Pero, James, ¿siete barcos?
—Tal vez ocho. Nathan Tremayne nos ha ofrecido el suyo.
Georgina jadeó.
—Ni se te ocurra molestarlo durante su luna de miel. Bueno, estoy empezando la casa por el tejado, la verdad. Ni se te ocurra marcharte de Inglaterra antes de que Nathan y Judy se casen.
—Cierra el pico, George. ¿Crees que voy a perderme la oportunidad de ver cómo Tony entrega a la novia a regañadientes? Ni hablar.
—Tu hermano accedió...
—Bajo coacción —la interrumpió James—. Pero ya sabes cómo puede ser Ros, por no mencionar a Judy, cuando algo se le mete entre ceja y ceja. Lo superaban en número en el tema de la boda de su hija con Tremayne.
—¿Tú no te opones a contar con un contrabandista en la familia?
James rio entre dientes.
—Antiguo contrabandista. Confieso que me sentía un poco solo siendo la única oveja negra de la familia.
Georgina sonrió.
—Creo que puedo decir sin temor a equivocarme que sigues conservando ese título... y que te encanta la notoriedad que conlleva, no lo niegues.
No lo hizo. Los diez años que había pasado siendo el capitán Hawke, un caballero pirata, estaban entre los mejores de su vida.
—En cualquier caso, le agradecí el ofrecimiento a Nathan, pero tenía pensado rehusar y el tercer barco es una excusa convincente. No me apetece ofenderlo ahora que está un poco sensible con el recibimiento que vamos a hacerle en la familia.
—Supongo que los tres barcos ya tienen tripulación y que están listos para zarpar en cualquier momento, ¿verdad? Bueno, en cuanto regrese el tercer capitán.
—Por supuesto. También lo están los barcos de Warren y de Boyd, y el tuyo. Drew se reunirá con nosotros, bien aquí, si consigue la información que está buscando, o bien en el Caribe, tras informarnos por carta. En ese caso, nos hará saber el punto de encuentro. Así que estamos esperando noticias suyas. Ha tenido tiempo de sobra para descubrir al culpable. Si no sabemos nada de él para finales de mes, yo mismo partiré en busca de respuestas.
Georgina no había puesto nunca en duda que su marido pondría rumbo al Caribe en busca de venganza. No se provocaba a un Malory hasta el extremo que habían provocado a James, secuestrando a su hija y exigiendo que él fuera el rescate, sin tener que afrontar las consecuencias.
Los cinco hermanos de Georgina también se habían enfurecido por el secuestro de Jack, y el sentimiento de culpa había multiplicado la furia. Se culpaban de la pesadilla que había vivido Jack porque habían insistido en que fuera presentada en sociedad en Norteamérica antes de disfrutar de su presentación en Londres. Aún esperaban que se casara con un norteamericano en vez de hacerlo con un inglés. De no ser por eso, Jack no habría estado en Bridgeport, Connecticut, donde fue secuestrada mientras paseaba por el jardín de los Anderson. Los secuestradores de Jack hundieron todos los barcos anclados en el puerto aquella noche, de manera que ni los Malory ni los Anderson pudieron salir en su busca de inmediato. Pero la oportuna llegada de Nathan Tremayne con su barco echó por tierra esa parte del plan del culpable. Nathan, James y Judy, junto con Thomas, Warren y Drew Anderson, siguieron el barco de los secuestradores hasta el Caribe. Por suerte, Jacqueline consiguió escapar por sí sola sin haber sufrido el menor daño y los esperó en la isla de San Cristóbal. Sin embargo, fue incapaz de resolver el misterio de la identidad del hombre que quería ver muerto a James.
—Hablando de tu partida —replicó Georgina—, ¿la fijamos para dentro de un mes entonces? Así coincidirá casi con el fin de la temporada social, ¿o ya has pensado qué vas a decirle a Jack para explicarle que no estarás aquí para el final?
—Nuestra querida niña ni siquiera se da cuenta de que asisto a los bailes y fiestas —le recordó James.
Una queja con fundamento. Porque él ni siquiera intentaba disimular cambiando el tono de voz. Georgina trató de no reírse, pero no pudo contenerse y se ganó una de las miradas más amenazadoras de James, si bien él sabía que no surtían el menor efecto en ella. Por supuesto, había planeado asustar a todos los pretendientes de Jack. A su mujer y a su hija les había costado engatusarlo para que accediera a pasar desapercibido en las fiestas a las que Jacqueline estaba invitada. Y aunque para un hombre de su tamaño era ciertamente difícil pasar desapercibido, James había intentado mantenerse al margen e incluso había pasado gran parte del tiempo en la terraza en aquellas ocasiones en las que las fiestas se celebraban en lugares reducidos. De todas formas, Jack había deslumbrado de tal manera a sus admiradores que los caballeretes ni siquiera se habían fijado en James, algo que le resultaba la mar de irritante.
Claro que jamás habría accedido a pasar desapercibido si Jack no le hubiera asegurado que se negaba a enamorarse durante la primera temporada social y que no tenía pensado casarse al menos hasta que pasara un año. Georgina recordó en ese momento que la prima de Jack, Judy, también pensaba igual, pero todos sabían cómo había acabado la historia en su caso, con la fecha de la boda fijada para esa misma semana. Eso sí, Georgina no pensaba recordarle a su marido que cualquier plan por bien trazado que estuviera podía irse al garete, sobre todo si era de índole sentimental.
Para aliviar la irritación de su marido por su fracaso a la hora de asustar a los admiradores de Jack, Georgina le recordó:
—Sabes que no se siente atraída por ninguno.
Eso le arrancó a James una enorme sonrisa, un gesto que le granjeó una mirada furiosa por parte de Georgina y una queja:
—¿Por qué te alegras tanto? El propósito de que participe en la temporada social es que conozca a un joven agradable del que se enamore y con el que se case. En cambio, quiere ser como tú. Si pudiera, sería un libertino como tú. O un pirata. Se ha tomado a pecho todas las cosas impropias para una señorita que le has enseñado. Debería haberme puesto firme con lo de las espadas y las pistolas. ¿En cuanto al boxeo? Fuiste muy listo al no mencionarlo, ni siquiera lo habría descubierto si ella no se hubiera ofrecido a hacerme una demostración.
—¿Qué tiene de malo exactamente? Es una Malory, es hija mía. Quiero que sea capaz de defenderse con lo que tenga a mano si no estoy yo para protegerla. Y por lo poco que nos ha contado sobre el tiempo que pasó en el barco de los secuestradores, usó muy bien sus habilidades pugilísticas con el capitán y lo mantuvo a raya para que no se propasara con ella. Ni te imaginas las ganas que tengo de ponerle las manos encima a ese hombre.
—De todas formas, deberías haberte negado a enseñarle esas cosas. Es muy inapropiado que reciba ese tipo de instrucción. No la ayudó en nada mientras la secuestraban. Al contrario, llegó a pensar que podía luchar contra esos hombres una vez que se la llevaron, algo que podría haberle provocado más daño todavía.
Al ver la expresión furibunda que aparecía en el rostro de James, que no estaba dirigida a ella, sino que se debía a la impotencia y la rabia de haberse visto tan incapaz como Jacqueline de darles su merecido a los culpables, Georgina se aprestó a cambiar el tema de conversación.
—Bueno, pues que sepas que está rompiendo multitud de corazones... lo mismo que hiciste tú. Y disfrutando de cada minuto. Tú no eras tan cruel, ¿verdad?
Sin embargo, a James tampoco le hizo gracia ese tema. Se echó hacia delante en la silla.
—Sé de buena tinta que Jack no es cruel en absoluto. Es una joven honesta. No los está alentado, George. No les da falsas esperanzas. Solo se está divirtiendo. ¿No se supone que eso forma parte del propósito de esta dichosa temporada social?
Georgina puso los ojos en blanco.
—Sabes muy bien que el fin último es arreglar un matrimonio. Que asista a los bailes y a las veladas es engañoso si no tiene intención de contraer matrimonio.
—¿Cancelamos entonces el resto de la temporada social? Así solucionamos el problema.
—Por supuesto. Díselo tú.
James rio entre dientes. Georgina resopló. Ambos sabían que cancelar el resto de la temporada social sería imposible porque Jack estaba muy ilusionada con la idea de disfrutarla... aunque no tanto con la de encontrar marido durante la misma.
—Bueno, sé que te sientes tan aliviado como yo con el hecho de que haya podido dejar atrás esa desagradable experiencia —comentó.
—¿De verdad lo ha hecho? Si se enfada cada vez que se menciona el tema. Igual que yo, por si no te has dado cuenta.
—Me he expresado mal, debería haber dicho que al menos no se ha pasado el último mes llorando en su dormitorio y negándose a salir de él, sin importarle que se esté celebrando la temporada social.
Eso le arrancó una carcajada a su marido.
—¿Nuestra hija? ¿Llorando?
—Cualquier otra joven de su edad...
Georgina dejó la frase en el aire debido a la repentina aparición de Jacqueline, que dijo:
—Ayudadme a decidir.
Georgina enarcó una ceja mientras miraba a su hija y deseaba que no los hubiera oído hablar. La expresión serena de Jacqueline sugería que no lo había hecho.
Su hija todavía llevaba el camisón y la bata, si bien ya eran más de las doce del mediodía, aunque, claro, no necesitaba arreglarse para recibir a los visitantes, ya que todos eran despachados en la puerta. Era una estrategia valiente por su parte, pero eso no los desanimaba. En realidad, Jacqueline estaba decidida a disfrutar de todos los entretenimientos, no a convertirse en un entretenimiento para los demás. Eso sí, estaba rompiendo un sinfín de corazones. Sus padres, toda su familia, lo sabían. Jack era demasiado guapa. Georgina era hermosa, pero Jack no se parecía en absoluto a su madre. Era más alta, con su metro sesenta y ocho de estatura, y aunque era rubia y tenía los ojos verdes como su padre, sus rasgos eran únicos. Pómulos afilados, barbilla de gesto obstinado (así como lo era su disposición), nariz respingona, labios carnosos y pelo rizado y rubio, que en ese momento llevaba suelto, de manera que los largos mechones ondulados le caían por la espalda y le cubrían los estrechos hombros.
En cuanto a su petición de ayuda, llevaba una máscara en cada mano. Una era una máscara de porcelana que cubría la cara entera, y la otra, un antifaz exótico adornado con plumas, lo suficientemente grande como para cubrirle la nariz.
—¿Otra fiesta? —le preguntó Georgina—. ¿Cuándo ha llegado la invitación para un baile de máscaras?
Jack se encogió de hombros mientras entraba en el comedor para dejar la máscara más pesada en la mesa y robar una salchicha del plato de su madre.
—Supongo que ayer, porque no paramos en casa en ningún momento. No te preocupes. El baile no es hasta la semana próxima, después de la boda.
Al ver que su hija devoraba la salchicha, Georgina le preguntó:
—¿No has comido todavía?
—¿Quién tiene tiempo para comer?
—Nosotros —respondió James con gesto elocuente.
Jack sonrió y tomó asiento junto a su madre al tiempo que gritaba mirando hacia atrás:
—¡Quiero lo mismo que está comiendo mi madre si queda algo todavía!
—Yo he pedido el desayuno —replicó Georgina—. ¿No prefieres el lenguado que han preparado para el almuerzo?
—No puedo ni ver el pescado. Es lo único que ofrecían en el barco del Bastardo mientras... —Jacqueline cerró la boca y se puso muy colorada.
Georgina y James intercambiaron una mirada preocupada, al ser testigos precisamente de lo que acababan de comentar un momento antes. El breve período de tiempo que Jack había pasado con los secuestradores seguía siendo un tema demasiado espinoso, y «Bastardo» era el apodo con el que se refería al capitán del barco que se la había llevado de Bridgeport.
Ni siquiera había descubierto su verdadero nombre, ni le habían ofrecido uno falso. Tampoco había descubierto para quién trabajaba. Lo único que sabía de ese hombre era que se trataba del amante de Catherine Meyer, si acaso ese era el nombre real de la mujer que había logrado embarcarse con sus mentiras en el Doncella George para cruzar el Atlántico con ellos, fingiendo ser la hermanastra de Andrássy Benedek. Y el tal Andrássy tampoco era un pariente lejano de los Malory, tal como afirmaba. Los dos sinvergüenzas habían urdido una red de mentiras para poder robarles las joyas a las Malory durante la travesía y después secuestraron a Jack una vez que llegaron a Connecticut.
Jacqueline se enfurecía cada vez que alguien le recordaba la desagradable experiencia. Sus padres habían sido testigos de esos arrebatos de furia y la entendían. Se había sentido impotente, la habían superado y ninguna de las habilidades que James le había enseñado la había ayudado durante el secuestro. Pero al menos esos arrebatos de furia eran fugaces.
Jack sonreía al cambiar el tema de conversación.
—Me estoy quedando sin vestidos de noche. ¿Y si encargamos unos cuantos más?
—Supongo que deberíamos hacerlo —accedió Georgina—. Ojalá las anfitrionas no pusieran tanto empeño en superarse las unas a las otras. Debería haber una ley que restringiera las fiestas a una por familia y por temporada social.
—A mí me gusta bailar, así que no me quejo. ¿Qué máscara?
—El antifaz, por supuesto. Las máscaras son demasiado calurosas e incómodas. Te la quitarías antes de llegar a la fiesta. Tu padre sí que debería ponerse una. ¡Así no tendrá que esconderse en el jardín y yo podré bailar!
James resopló.
—Ni lo sueñes, George. Eso sí, si te apetece bailar, arrastraré a Tony. Necesitará distracciones mientras Judy está de luna de miel.
Georgina se echó a reír. Los dos Malory odiaban los bailes, y todos los miembros de la familia lo sabían. Si Tony necesitaba alguna distracción, elegiría cualquier otra cosa antes que un importante evento social.
Henry, que hacía las veces de mayordomo ese día, una obligación que compartía con su buen amigo Artie, entró en el comedor con gesto alarmado y le entregó una carta a James... que él no abrió. Georgina enarcó una ceja y esperó a que lo hiciera. Jacqueline enarcó una ceja y esperó a que lo hiciera. Pero James se limitó a guardarse la carta en el bolsillo y sonreír.
Esa sonrisa en concreto, que rezumaba alivio, sugería que la carta era de Drew. James por fin tenía lo que estaba esperando, lo que significaba que pronto zarparía rumbo al Caribe.
Ambas mujeres habían llegado a la misma conclusión. Georgina suspiró, pero Jack cruzó los brazos por delante del pecho al tiempo que adoptaba una expresión y una postura obstinadas y le decía a su padre:
—Te acompañaré.
—Y un cuerno.
—¡Quiero vengarme tanto como tú o más!
—¡Te lo contaré todo cuando vuelva a casa, con pelos y señales!
Georgina golpeó la mesa con la mano para detener la discusión antes de que pasara a mayores.
—Jack, piensa con la cabeza y no te dejes llevar por las emociones. Tu presencia en este viaje distraería a tu padre. En vez de estar concentrado en lo que debería estar, se pasaría la travesía preocupado por si te acercaras a esas aguas.
—Podría esperar en casa del suegro de Drew y Gabby...
Georgina la interrumpió:
—Su isla está demasiado cerca de la isla de San Cristóbal, el lugar donde quienquiera que escribió la nota de rescate exigió que fuera tu padre. Además, ¿qué sentido tiene esperar allí en vez de hacerlo aquí? Estarás en la zona donde se mueven esos maleantes y te arriesgas a que te secuestren de nuevo mientras tu padre los busca. Si eso sucede, James se verá impotente a la hora de derrotar a quien quiere hacerle daño. ¿Ese es el resultado que deseas? ¿Vas a permitirles que ganen?
Jacqueline abrió la boca para protestar, pero después dijo, enfadada:
—Lo entiendo. —Acto seguido, salió de la estancia hecha una furia y gritó—: ¡Pero no me gusta!
Georgina suspiró.
—No puedo decir que me sorprenda. Tenía el pálpito de que iba a hacer esa exigencia.
—Me habría sorprendido si no lo hubiera hecho —convino James.
Georgina extendió una mano para que le entregara la carta mientras decía:
—Asegúrate de registrar tu barco de arriba abajo en busca de polizones antes de zarpar. Aunque haya dicho que entiende por qué no puede acompañarte, es posible que la furia le nuble la razón.
—Puedo zarpar sin que se dé cuenta.
—Es mejor que la veas en el muelle, a mi lado, despidiéndose de ti. Vamos a ver si esta carta contiene la información que esperabas. —Ella la leyó primero y después se la pasó a su marido—. Pues creo que no.
2
Muchas de las personas presentes en la iglesia fruncían el ceño y murmuraban al ver a los cinco hombres que se movían por los pasillos a ambos lados de las bancas. Parecía que estaban llevando a cabo una misión importante que requería de sigilo, velocidad y buenos reflejos. Incluso Georgina, sentada al lado de Jacqueline, susurró:
—¿Qué diantres están haciendo?
Jacqueline se había preguntado por qué su padre no se sentaba con su madre y con ella, pero supuso que estaba acompañando a Tony mientras esperaba el momento de llevar a su hija al altar. Claro que ese momento había pasado y Judy estaba junto a Nathan, pronunciando sus votos matrimoniales. De modo que no había un motivo evidente para que los cinco hombres se comportaran con tanto secretismo.
James no se reunió con su esposa y su hija, sino que se sentó como si nada en la primera banca junto a su hermano, el padre de la novia. Jason, su hermano mayor, estaba sentado junto a Roslynn, quien a su vez estaba sentada al otro lado de Anthony. Y su segundo hermano mayor, Edward, así como Nicholas Eden y Jeremy, se sentaron en la banca detrás de ellos, apretujados con sus respectivas esposas, Charlotte, Reggie y Danny. Los hombres se movieron con tal sigilo que Tony, que parecía muy atento a la ceremonia religiosa, ni se dio cuenta ni tampoco se percató de que James colocaba el brazo sobre el respaldo de la banca, sin llegar a tocar a Tony, pero a todas luces preparado para hacerlo.
Los ceños de los invitados a la boda se convirtieron en sonrisas y expresiones joviales, y en vez de murmullos se oyeron risillas. Era más que evidente que los cinco hombres se habían colocado de forma que pudieran contener a Tony en caso de que este pusiera objeciones al matrimonio cuando lo preguntara el sacerdote. ¡Todavía lo creían posible!
Jacqueline admiraba su heroísmo, aunque no fue necesario. Unos minutos después, sin interrupciones, Judith y Nathan Tremayne fueron declarados marido y mujer, y Nathan besaba a la novia. Jacqueline sonrió pese a las lágrimas que le bañaban las mejillas. Había empezado a llorar en cuanto Judy entró en la iglesia, porque era muy feliz por su mejor amiga. Aunque eran primas, siempre se habían considerado hermanas.
Y había sido una ceremonia preciosa en la que habían participado los niños de la familia, incluidas las sobrinas de Nathan, Clarissa y Abbie, que habían dejado una lluvia de pétalos de rosa por el pasillo, mientras que las sobrinas gemelas de Jacqueline llevaban la larga cola del exquisito vestido de Judith. Judy estaba guapísima con el vestido de seda y encaje, cuyo rutilante corpiño no era de lentejuelas, sino de diamantes auténticos, una de las numerosas extravagancias de Roslynn. Además, Jacqueline sabía que su prima estaba enamorada. Se suponía que Judy iba a esperar un año para que apareciera su verdadero amor, de la misma manera que ella estaba esperando, pero quedarse atrapada en un barco con el contrabandista que le había robado el corazón hizo imposible que lo evitara.
El plan era dirigirse de inmediato a Haverston para el banquete nupcial, dado que sería casi imposible darles la enhorabuena a los novios en la iglesia con todas las personas que se habían reunido. A veces había que tener en cuenta el tamaño de la familia, y había tantos Malory que era un milagro que hubieran cabido todos en la iglesia. Jason, el cabeza de familia y tercer marqués de Haverston, solía insistir en que todos fueran a la propiedad familiar para pasar la Navidad, pero eso fue antes de que hubiera tantos Malory que ya no había sitio para todos, pese a lo enorme que era la casa solariega.
La madre de Judy, Roslynn, había resuelto el problema el año anterior cuando llegaron tarde para la reunión familiar y acabaron en un hotel de Havers Town. De modo que se buscó a un joven abogado que no conocía a la familia y le encargó la compra de la propiedad adyacente a Haverston, que remodeló por completo para añadirle muchos dormitorios, tras lo cual se la cedió a Jason en secreto con la promesa de que no se lo contaría a Anthony. Era un tremendo castigo para ella que Tony solo le permitiera gastarse su vasta fortuna personal en caprichos. Roslynn sabía que su marido no consideraría que una mansión era un capricho y que se enfadaría mucho si se enteraba.
Todos los invitados a la boda que llegaron el día anterior por la tarde se alojaban en Haverston. Los que habían llegado esa mañana fueron redirigidos a la propiedad colindante. Los niños compartían dormitorio, la habitación infantil estaba ocupada con varios bebés, incluido el nuevo sobrino de Jacqueline, que no había cumplido todavía un año. Pero Danny y Jeremy, su hermano mayor, la habían hecho tía siete años antes, cuando tuvieron a las gemelas, ¡la tercera pareja de gemelos en la familia!
Mientras Jacqueline abandonaba la iglesia en compañía de sus padres, Amy se acercó a ella para susurrarle al oído:
—Ya me imagino quién será la siguiente en casarse.
Jacqueline se enfadó, pero luego se percató de que Amy señalaba a su prima Jaime, la hermana de dieciséis años de Judy, que ambas sabían que coqueteaba con cualquier joven que no fuera de la familia.
Jacqueline soltó una risilla.
—Nunca decidirá con quién casarse. Ya he perdido la cuenta de las veces que Jaime ha creído estar enamorada.
Justo delante de ellas, Katey intentaba animar a su padre, y su marido, Boyd, intentaba consolarlo cuando dijo:
—¡Al menos no se ha casado con un yanqui! —Algo que solo le granjeó un ceño furioso por parte de su suegro.
—¡Jack, espera! —la llamó Brandon Malory mientras corría para reunirse con ella, antes de conducirla a su propio carruaje—. ¿Volvemos juntos a la casa? Me gustaría hablar contigo.
Jacqueline no protestó. Llevaba sin ver a su primo desde que Judy y ella visitaron su mansión ducal, justo antes de partir para su presentación en sociedad en Norteamérica. Durante la última noche de su estancia en Hampshire, Judy fue a la caza de fantasmas por última vez... y tuvo éxito. No solo cazó un fantasma, que resultó ser Nathan Tremayne, que ocultaba sus bienes de contrabando en la ruinosa mansión que había heredado de su abuela, ¡sino también un marido!
La hermana de Brandon, Cheryl, los alcanzó y le dijo a Jacqueline:
—¡No termino de creerme que Judy se haya casado con su fantasma!
Cheryl hizo ademán de subirse al carruaje ducal, pero Brandon se lo impidió.
—Da mala suerte para las muchachas viajar en carruaje con sus hermanos después de una boda, aumenta las probabilidades de que se conviertan en solteronas.
Cheryl se quedó petrificada y corrió en busca de su madre. Jacqueline se echó a reír.
—¿Se ha creído esa pamplina?
Brandon sonrió mientras la ayudaba a subirse al carruaje.
—Sigue siendo muy ingenua a su edad.
—¡Solo tiene dos años menos que tú!
—Cada año es un abismo. Me estremezco al pensar en cómo será el año que viene, con la edad de Jaime. —Pero en cuanto entraron en el carruaje, dijo—: Todo el mundo me dice que no te pregunte porque solo conseguiré que te enfades, pero no te vas a enfadar, ¿verdad?
No hizo falta que Jacqueline le preguntara a qué se refería. La familia no quería comentar el tema de su secuestro porque ella se enfadaba cada vez que mencionaban su cautiverio. Casi nunca pensaba en ello... ni en él. Solo las fiestas de la temporada social habían conseguido distraerla. Pero en ese momento no se sentía furiosa. Tal vez los recuerdos por fin dejaban de atormentarla.
—Estoy bien —le aseguró a su primo.
—Háblame de los piratas.
—No puedo decirte mucho, porque nunca vi a nadie salvo al capitán y a su amante, Catherine. Has oído hablar de ella, ¿verdad? ¿Esa mentirosa que consiguió colarse en el Doncella George?
—Sí, y el supuesto hermano que intentaron hacer pasar por miembro de la familia.
—Mentían de maravilla. La mayor parte de la familia los creyó. Solo mi padre y yo teníamos dudas antes de averiguar la verdad. Pero aunque Andrew, que es el verdadero nombre de Andrássy, ayudó en el robo de joyas a bordo, no tuvo nada que ver en el secuestro e incluso intentó impedirlo, si bien solo consiguió acabar involucrado. Y me ayudó a escapar, así que le perdoné por haber caído en las redes de Catherine. Él también era su amante... Se prodiga mucho esa mujer.
Brandon se ruborizó por la franqueza.
—¿Y el capitán?
El capitán. El Bastardo. Un hombre guapísimo con el largo pelo negro y los ojos azul turquesa. Su belleza la había distraído en muchas ocasiones en mitad de una diatriba, lo que la enfurecía todavía más.
Contestó con voz desdeñosa:
—Era guapo, pero tonto.
—Porque te secuestró, es evidente, pero...
—No, ¡porque intentó hacerlo en alta mar!
—¿Con los dos barcos en movimiento? —preguntó Brandon, sorprendido—. ¿Es posible?
—Pues no funcionó, así que ni idea. Nathan descubrió al traidor que habían colado en nuestro barco para que me secuestrara. En un principio, creímos que era un polizón. Nadie se dio cuenta de que fue el primer intento de secuestro.
—El Bastardo se fue bastante de la lengua al contarte eso, ¿no?
—La verdad es que no. —Sonrió—. Lo tenía frustradísimo, tanto que acabé enfureciéndolo, porque me negué a comer los cuatro primeros días que me retuvieron en el barco. Se le escapó sin querer que todo habría sido más fácil si su amigo hubiera conseguido sacarme del barco antes de que lo descubrieran y tuviera que desistir del plan.
—Así que lo intentaron de nuevo en Bridgeport y lo consiguieron... más o menos. —Brandon parecía furioso.
—Trabajaban para el padre de Catherine y según parece no tiene fama de hombre paciente. En cuanto el Bastardo me tuvo de rehén, esperaba que le entregasen a mi padre en bandeja. Pero fracasó. —Esbozó una sonrisa ufana. A lo mejor el Bastardo ya estaba muerto por haber regresado junto a su jefe con las manos vacías. Se deleitó con esa idea un instante.
—Pues eres muy valiente, Jacqueline Malory. Me alegro de que estés bien. De todas formas, ¡ojalá pudiera echarles el guante a esos piratas!
—No te preocupes, Brand. Mi padre se ocupará de ellos. Deberías venir a Londres para pasar el resto de la temporada social. Pareces tener edad suficiente para hacerlo. —Y tanto que lo parecía. Tan alto como su padre, Derek, con una constitución fuerte, aparentaba tener más de los diecisiete años que tenía.
—Ojalá pudiera. Pero el título crea un alboroto increíble.
Jacqueline sonrió.
—Pues no lo menciones. La alta sociedad todavía no te conoce. Además, hay tantos Malory que es imposible identificarlos a todos. Ven de incógnito, disfruta y luego vuelve a casa.
—No puedo parecerme a nuestros padres, Jack, ni lo menciones. Los duques no pueden ser libertinos.
—¿Quién lo dice?
En el banquete, James y sus cuatro compinches recibieron las burlas de los demás por creer que Anthony podría arruinar el día más feliz de la vida de su hija. Acordaron no decírselo a Judy, aunque Tony se molestó bastante al enterarse.
Anthony incluso le arrancó una promesa a James:
—Nos veremos en Knighton’s Hall nada más volver a Londres, y va a ser una sesión cruenta en el cuadrilátero.
James, que se sentía un poco culpable por dudar de la aquiescencia de Tony en cuanto a la boda de su hija, replicó con sorna:
—¿Eso quiere decir que tendré que dejarte ganar?
Nicholas Eden lo oyó y se echó a reír, lo que hizo que los hermanos se volvieran para fulminarlo con la mirada y que Regina, su esposa, corriera para apartar a su marido del peligro. Por regla general, el desagrado de los hermanos hacia el marido de su sobrina preferida se traducía en comentarios desdeñosos, pero teniendo en cuenta que Anthony estaba molesto, Regina prefería no tentar a la suerte.
A Jacqueline le dijeron en repetidas ocasiones que ella sería la siguiente en disfrutar de semejante día. Ni en sueños, pero sonrió de todas formas, decidida a que nada empañase la felicidad de ese día. En cuanto vio que Judith se escabullía a la planta superior para cambiarse de ropa y emprender la luna de miel, Jacqueline la siguió, ya que deseaba hablar por última vez con ella.
Judith, que se volvió para ver quién había entrado tras ella, preguntó:
—¿Has venido para llamarme «traidora» de nuevo?
Era una pregunta válida, aunque había dejado de decírselo hacía ya un tiempo, y solo se lo llamó unas pocas veces a modo de broma. Se habían prometido que disfrutarían juntas de esa temporada social sin acabar casadas. Pero muchos de sus familiares les habían asegurado que el amor llegaba sin avisar y que la intención de Jacqueline de permanecer fiel a la promesa resultaba irracional. Pero Jacqueline era terca, mientras que Judy, no. Además, estaba el detalle de que nadie le había llamado la atención esa temporada social, no lo suficiente para que le importase. Ni tampoco se había quedado a bordo de un barco con un joven apuesto como le había pasado a Judy. De hecho, ella había estado encerrada en otro barco con un joven apuesto, pero solo le entraron ganas de matar al Bastardo, así que no contaba.
De modo que le sonrió a su mejor amiga.
—No, he venido a decirte que me alegro muchísimo por ti.
—¡Ay, Jack!
Se echaron a llorar y se abrazaron a la vez, lo que hizo que Jacqueline dijera con voz ronca:
—Se acabó. No te interesa que se te hinchen los ojos, porque tendrás que usarlos para hacerle ojitos a tu marido.
Judith se apartó con una sonrisa.
—¿Eso hago?
—Claro que sí. Todo el mundo se ha dado cuenta, incluso tu padre.
Judy soltó una carcajada.
—A lo mejor por eso ha permitido que se celebre la boda sin protestar.
—¿No ha protestado? Creía que había pataleado y gruñido.
—Solo soltó unas cuantas amenazas al final, pero te aseguro que eso equivale a no protestar en su caso.
—Me fiaré de ti, ya que no pude verlo.
Jacqueline tampoco iba a ver demasiado a su prima después de ese día. Judy se iría a Hampshire con su marido, en la casa que este había heredado de su abuela, mientras que ella viviría a kilómetros de distancia, en Londres. Iría de visita, pero ¡no podía hacerlo todo el año!
—¡Voy a echarte muchísimo de menos! —soltó Jacqueline de repente.
—No vamos a vivir en el otro extremo del mundo, Jack.
—Lo sé. —Pero lo iba a parecer.
—Te hace falta una distracción.
—Tengo una. Mi padre zarpará para el Caribe en el Doncella George después de volver a Londres, y es en lo único en lo que he estado pensando.
—Me he enterado, pero me refería a una distracción romántica. ¿Ninguno de tus pretendientes te ha hecho tilín?
—No, pero me caen todos bien. El problema es que no me he enamorado de ninguno.
—A lo mejor porque no lo has intentado.
Jacqueline se echó a reír mientras ayudaba a Judith a cambiarse.
—¡No sabía que tenía que esforzarme!
—Ya sabes lo que quiero decir. Si te olvidaras de una vez del desagradable secuestro, la rabia desaparecería y tal vez tu corazón se abriría a nuevas posibilidades.
Como Judith estaba de espaldas, Jacqueline puso los ojos en blanco. Estaba bien que su prima fuera feliz y quisiera que todo el mundo fuera tan feliz como ella. Pero se había olvidado de que ella sería más feliz si no encontraba el amor ese año.
Sin embargo, en vez de recordárselo, dijo:
—Sigo preocupada por mi padre, porque esta misma semana partirá para encargarse del Bastardo y de su jefe.
De hecho, estaba segura de que la familia Malory iba a reunirse para planear el ataque que pronto tendría lugar, tal vez se reuniría esa misma noche en Haverston, dado que tanto Warren como Boyd habían viajado para asistir a la boda. ¡Pero ella no estaría incluida, por supuesto!
—¿Eso quiere decir que sabe quién es el responsable?
—¡No lo sé! —protestó Jacqueline, airada—. ¡No me cuentan nada!
Judith se volvió con el ceño fruncido.
—Pero estabas convencida de que el tío James sabría exactamente quién era el culpable en cuanto le dieras... ¡Ay, Jack, dime que no sigues ocultando el secreto! ¡Tienes que hablarle de la nota de rescate original, la que incluía un mensaje mucho más provocador, que encontraste en el barco pirata!
—Como va a zarpar hacia el Caribe de todas formas, no había motivo para ocultársela. Le di la copia que hice de la carta el mismo día que llegó la carta de Drew.
Cuando descubrió la carta en el camarote del Bastardo, creyó que este no había dejado nota de rescate en Bridgeport y que su familia no tendría pistas para dar con ella. Se puso furiosa. Intentó matar al Bastardo aquel día... En fin, lo había intentado ya unas cuantas veces, pero tuvo el mismo éxito. Ese desgraciado era demasiado fuerte para que sus ataques consiguieran provocarle algo que no fueran carcajadas. Pero le aseguró que había escrito una versión mucho más educada que la de su jefe para que su padre la recibiera. Como si eso fuera importante.
—Incluso le expliqué a mi padre que no le había hablado de la nota original porque estaba convencida de que se dirigiría a una trampa si zarpaba hacia el Caribe de inmediato. ¡La leyó y se limitó a sonreír, no dijo ni una sola palabra! ¡Me puso furiosa!
Judith chasqueó la lengua mientras se quitaba el vestido y se daba la vuelta.
—Jack, ha pasado tiempo de sobra para que no haya trampa alguna. Así que deja que tu padre haga lo que se le da mejor mientras tú disfrutas del resto de la temporada social.
Jacqueline suspiró.
—Lo sé. Lo intentaré.
Judith puso los ojos en blanco.
—No lo intentes, hazlo o muérete. ¿No es tu lema?
Jacqueline se echó a reír.
—Algo parecido. Muy bien, volveré a Londres para pasármelo bien.
—¿Me lo prometes?
—Sí, pero porque eres tú.
Nathan escogió ese momento para entrar en la habitación, lo que hizo que Jacqueline se diera cuenta del motivo por el que la doncella de Judy no la estaba esperando para ayudarla a cambiarse de ropa. Porque su flamante esposo quería hacer los honores. Y le bastó una mirada a su mujer, ataviada con la camisola y las enaguas, para cruzar la estancia y besarla con ardor.
Jacqueline estaba segura de que ni se había percatado de su presencia. Sonrió y salió al pasillo, tras lo cual cerró la puerta sin hacer ruido.
3
Jacqueline prefería pegar la oreja a las puertas para fisgar... salvo en Haverston. Las puertas de la antigua mansión eran muy gruesas, algunas incluso estaban reforzadas con planchas de metal, así que era difícil oír lo que se decía al otro lado a menos que hubiera gritos, algo que no sucedía en ese instante. Le echó un vistazo a la estancia primero, aunque muy breve. Teniendo en cuenta que los miembros de su familia podían aparecer en cualquier momento por los pasillos, era imposible que se quedara allí donde cualquiera podía verla con la oreja pegada a la puerta del gabinete.
De manera que se apresuró a salir, escabulléndose por la puerta trasera, y rodeó la mansión hasta colocarse bajo las ventanas de la estancia. Esperaba que estuvieran abiertas, dado que la noche estival era calurosa, y no se equivocó. Incluso echó un vistazo al interior para ver quiénes estaban con su padre: sus tíos Warren y Boyd.
Anthony apareció justo cuando ella se agazapaba debajo del alféizar. No iba a zarpar con James, de manera que no sabía qué información podía aportar. O tal vez solo estuviera presente para ofrecer apoyo moral. Por más enfadado que estuviera con James, lo apoyaría sin el menor asomo de duda frente a los yanquis, tal como su padre y él llamaban a la rama Anderson de la familia. Pero esa noche no iba a producirse discusión alguna con Warren y con Boyd, ni verbal ni de ninguna otra índole, ya que James había aceptado su colaboración en la misión.
Jacqueline esperaba tensa a oír algo procedente del interior del gabinete cuando la sobresaltó la aparición de su hermano Jeremy, que se agazapó a su lado y le susurró:
—Debería haberme imaginado que serías la primera en llegar.
Ella se llevó un dedo a los labios y lo miró ceñuda por haber descubierto su escondrijo. Sin embargo, Jeremy le preguntó:
—¿Qué me he perdido?
—Nada todavía —susurró ella, aunque echó un vistazo por encima de su hermano para asegurarse de que Percival Alden no lo había seguido. Percy era un amigo de la familia del que se podía esperar solo una cosa: una metedura de p