Capítulo 1
Nuria tiró la carpeta sobre la mesa y se dejó caer en uno de los sillones. Estaba agotada, no obstante, la operación había sido un éxito y el paciente se recuperaba sin complicaciones en la sala de terapia intensiva. Sabía que la noche iba a ser larga, no podía descuidarse pese a lo bien que había salido todo.
Soltó el aire retenido y cerró los ojos por un instante. Un minuto de calma, de paz. Un minuto que también la alejara de las responsabilidades que pesaban sobre sus hombros y que difícilmente se podía quitar. Si tan solo no fuera una Abal Medina… ¿Cuántas veces lo había soñado? ¿Cuántas más lo había intentado? En vano, cada una de ellas no habían sido sino una ilusión que se le escurría como arena entre los dedos. Desde pequeña sabía su destino, y no era que no lo hubiera deseado, porque amaba su profesión, sin embargo, por una vez en la vida, quería elegir ella, que el camino se le abriera por quien era como neurocirujana, y no por el apellido que ostentaba.
Se apretó las sienes e hizo pequeños círculos con los índices para intentar calmar el dolor de cabeza que comenzaba a aquejarla. Inspiró hondo y exhaló. Una vez. Dos. Tres. Las que necesitó hasta sentir que se relajaba un poco. Y lo logró en definitiva, pues no supo en qué momento se había quedado dormida, por lo que se sobresaltó cuando escuchó el ruido de la puerta al cerrarse con estruendo.
—¡Joder! —se quejó Carlotta, que se dejó caer al lado de Nuria—, no he parado un minuto en toda la noche.
Nuria la vio apoyar la cabeza en el respaldo y suspirar cansada, no obstante, se incorporó como si nada al segundo y la miró.
—Y tú, ¿qué tal? ¿Descansabas?
—Algo —respondió—, tuve una cirugía hace —miró el reloj colgado en una de las paredes y no pudo creer el tiempo que había transcurrido—… unas tres horas.
—Suertuda. Hoy me tocó guardia y no he podido descansar ni dos minutos, aunque creo que todo se ha calmado por el momento y…
No terminó de completar la frase que ya la estaban llamando por el altavoz.
—¡Joder! Lo dicho, hoy no es mi noche de suerte. Ahí nos vemos, Nu. —Le sonrió al tiempo que se ponía de pie para salir. Al pasar cerca de la mesa, se detuvo y la miró—. Oye, no te olvides de completar esos papeles —los señaló— o Jaime te echará los perros encima. Últimamente, entre el nuevo jefazo y él, no sé con cuál quedarme. Están insoportables con el papeleo.
—Lo tendré en cuenta —le dijo Nuria, tratando de ignorar el estremecimiento que la recorrió cuando oyó el nombre del jefe de Administración. Dando un suspiro, se levantó también, agarró la carpeta y salió, ya que debía ir a ver cómo seguía el paciente.
Unas horas más tarde, Nuria se dejaba caer sobre la cama en su habitación. Como pocas veces le había ocurrido, estaba agotada y muerta del cansancio, o tal vez era que desde hacía unas semanas no dejaba de darle vueltas en la cabeza el compromiso al cual quería aferrarse Gonzalo, su actual pareja, si es que podía llamarla así. Si estaba con él, la verdad, era más por no tener una nueva discusión con su padre, demasiadas habían pasado a lo largo de los años.
No podía quejarse de todos modos, Gonzalo era un «buen partido» y tenía que reconocer que, además, era un excelente amante. Pero no lo amaba. Tampoco era que buscara el amor o encontrar su media naranja, príncipe azul o como lo quisieran llamar. Nuria no se perdía en fantasías sin sentido. Tenía un claro ejemplo en su familia: Lautaro Trend Abal y Carmen Medina no habían sido un modelo a seguir como feliz matrimonio. Ella apenas había cumplido los ocho años cuando la separación de sus padres le cayó como un cubo de agua fría.
Nuria suponía que su madre no había soportado la desfachatez del hombre por no ser cauto, pues no era ningún secreto que más de una mujer había conocido las artes amatorias de su padre, quien se jactaba de ellas sin ningún pudor. Ser un reconocido médico y uno de los accionistas en el hospital Florence Nightingale, donde había ejercido hasta hacía un par de meses, también le había dado tales beneficios.
O quizás se debía a que nunca se habían amado y a que la unión de ambos solo había sido un mero compromiso más en la agenda de Lautaro Trend Abal tras enterarse de que la había dejado embarazada.
A decir verdad, por un tiempo, Nuria no entendió cómo era posible que fuera hija única o que no tuviera medios hermanos pululando por doquier con un padre tan activo sexualmente. Sabía, porque su madre le había recalcado muy bien el hecho, que todo método anticonceptivo bien podría fallar alguna vez. Pero, más allá de las precauciones, Nuria siempre había soñado, como toda niña esperanzada, que la familia se agrandara. Sin embargo, eso nunca sucedió, y su curiosidad la llevó a averiguar, muy poco tiempo después, la razón: su padre se había hecho una vasectomía unos meses después de enterarse del embarazo de Carmen.
Nuria no supo en ese entonces si odiarlo o reconocerle la «buena» acción, aunque tampoco tuvo tiempo para ello, pues pocos meses pasaron de la separación para que su madre contrajera nuevas nupcias.
Las discusiones con su padre venían de esa época, cuando ella no quería trasladarse junto a su madre y a Genaro, su pareja, de vuelta a Málaga, donde Nuria había nacido, gracias a la posibilidad de un excelente trabajo que a él le habían ofrecido. Para ella, una jovencita a punto de entrar en la adolescencia, era un cambio que no deseaba. Pero las súplicas no habían servido de nada, y Lautaro firmó todos y cada uno de los papeles para que se fuera con ellos. Aunque le había dolido esa indiferencia por su parte y el tener que alejarse de sus amigos, el cariño se vio compensado unos años más tarde, cuando su madre dio a luz a los mellizos Juan y Érika.
Para cuando finalizó los estudios secundarios, su destino estaba sellado: su padre había decidido por ella y ya tenía plaza para estudiar en la misma universidad donde lo había hecho él. Aunque Nuria sabía desde chica que las ciencias médicas estaban en su sangre y que esos serían los pasos que seguiría, no pudo evitar objetar nuevamente el cambio.
A partir de aquel momento, la vida de Nuria fue como una prolongación de la de su padre, que veía con gran orgullo los logros de su hija, la que, por su parte, detestó, y fue razón de varias discusiones, el verse arrastrada a cuanto evento los invitaran. Con el tiempo, aceptó su figura de «acompañante», pues, a su favor, le había permitido, muchas veces, codearse con aquellos médicos a los que admiraba y con quienes pudo entablar conversaciones muy acertadas que la ayudaron a ser quien era al día de la fecha.
Nuria no se quejaba, simplemente vivía y disfrutaba de las comodidades que tanto su padre como su profesión le daban, aunque muy en su interior sabía que había un vacío que ansiaba llenar algún día.
Suspiró y se levantó de la cama con la intención de darse un baño relajante que terminara de destensionarle los músculos y ver si así también dejaba de pensar y volvía a su habitual, tranquila y cómoda vida. No se preocupó por buscar ropa limpia, solo necesitaba meter el cuerpo en el agua caliente, quedarse allí por un buen rato y salir para ir directo bajo las sábanas.
Mientras se llenaba la bañera, a la que le había puesto algunas sales aromáticas, casi se desvistió por completo y fue a la cocina para servirse una buena copa de vino blanco. Ni bien destapó la botella de Sauternes, el aroma a frutas blancas en almíbar, con notas a rosa y azahar y leves tonos a naranja inundó sus sentidos, y no pudo evitar dar un par de sorbos en ese momento. Cerró los ojos por un instante y se deleitó con el sabor para comprobar que también tenía su punto ácido. Una combinación que le embotó los sentidos. Cuando volvió la vista al frente para regresar al baño, se encontró con la mirada encendida de Gonzalo, que la observaba desde el umbral.
—No te oí entrar —dijo Nuria, que se pasó la lengua por el labio superior en un gesto adrede y sensual.
Gonzalo se aclaró la garganta al tiempo que se desajustaba la corbata y se le acercaba.
—¿No es muy temprano para beber? —le preguntó, aunque la sonrisa socarrona desmentía la intención de su interrogación.
—Noche de guardia, creo que me la merezco —murmuró Nuria, que acortó la distancia—. ¿Y tú? ¿Acaso no deseas acompañarme?
—Suena… tentador. —Le rozó apenas la boca y se separó—. ¿Eso que escucho es la bañera llenándose?
—¡Joder! El agua. —Nuria se dio un golpe mental e intentó pasar por su lado.
—Tranquila. —Gonzalo le rodeó la cintura, agarró la copa que ella aún sostenía y bebió—. Ya me encargué de eso, tiene la altura justa para no derramar ni una gota cuando nos metamos juntos: acepto la invitación —susurró en su oído.
Nuria tiró la cabeza hacia atrás y se dejó embriagar por los besos que le cosquilleaban en el cuello. Sintió el cabello sobre la espalda, atado hasta ese momento en una coleta, cuando Gonzalo le quitó la goma con que lo sostenía; ella sabía que él no podía resistirse a enredar los dedos con las hebras color ciruela. Sonrió de puro goce y arqueó la espalda para dejarle expuesto el pecho. La reacción de él fue desprenderle el sujetador, que aún no se había quitado, dejarlo caer al suelo y acariciarle y besarle cada seno con deleite.
Gimió, Gonzalo sabía dónde y cómo tocarla para que la humedad en su sexo fuera instantánea. Lo apretó más contra ella desde la nuca para que no dejara de succionar, a la vez que con la otra mano intentaba desprenderle los botones de la camisa para quitársela: tenía la necesidad de sentirlo piel contra piel.
Gonzalo se apartó de ella, la miró socarrón y comenzó a retroceder mientras le tendía la copa a Nuria. Ella agarró la botella y, en vez de servirle, le dio un trago, le sonrió y lo esquivó para ir directo al baño, donde el aroma a rosas y violetas había inundado todo el cuarto.
—Ey —lo oyó reclamarle.
La respuesta de ella fue una carcajada. Nuria esperó a sentirlo a unos pasos para darse la vuelta y mirarlo a los ojos, esos ojos que la observaban con lujuria. Se acercó y posó las palmas en su pecho para deslizarlas hacia los hombros y acompañar el descenso de la camisa por los brazos.
—Me molestaba —le susurró al oído, seductora—. También esto. —Le dio un tirón al pantalón.
—Quítamelo entonces —la animó, y ella no se hizo esperar, desajustó el cinturón, le bajó el cierre e hizo lo mismo que con la prenda anterior hasta que quedó en el suelo.
Gonzalo tembló de anticipación. Esa mujer lo volvía loco con tan solo su tacto.
—¡Joder, Nuria! Dame un respiro o me correré en este instante.
Nuria se puso de pie, los cuerpos apenas tocándose.
—¡No te atrevas! —lo retó y, adrede, le rozó el pene con el índice.
—Nu… —dijo entre dientes.
Nuria sonrió con malicia, estaba disfrutando, y mucho, la contención de Gonzalo. Dio unos pasos hacia atrás, sin quitarle la vista de encima, y se acarició los senos.
—¡Joder! —repitió él.
—Muéstrame lo que tienes para mí —le ordenó, aunque era evidente su erección— o nada de esto —se señaló— será tuyo esta… madrugada.
Gonzalo se quitó el calzoncillo y expuso ante ella su miembro hinchado y más que excitado. Le gustaba ese juego dominante que compartían cada tanto.
Nuria se relamió los labios y deslizó las manos hasta las braguitas. Entrelazó el pulgar en los bordes y la fue bajando con lentitud. Desnuda ante él, giró hacia la bañera y llevó el torso hacia delante para comprobar la temperatura del agua. No pasó un segundo que sintió el pene palpitante de Gonzalo en su entrada y los dedos pellizcándole los senos. Gimió ante lo que vendría y se encorvó aún más.
Gonzalo se sacudió de placer y deslizó el índice hasta dar con el clítoris inflamado para comprobar que ella tampoco aguantaría demasiado, por lo que, de una estocada, se introdujo en ella y comenzó a bombear en su interior sin dejar de juguetear con el botón de su femineidad.
Nuria empujaba las caderas hacia él y lo incitaba a ir más y más rápido. A punto de llegar al orgasmo, y como solía hacerle en muchas ocasiones, lo sorprendió liberándose de la posición.
—¡Nuria, por Dios! —se quejó él, y ella se carcajeó mientras se metía en el agua y lo invitaba a hacer lo mismo.
—¿Qué? —indagó, inocente y sensual a la vez—. Siéntate —le pidió, y Gonzalo, aun con un gesto de indignación en el rostro, obedeció con premura.
Nuria se colocó a horcajadas, le pasó las manos por el pecho y se acercó hasta casi pegar su boca a la de él. Con la lengua, le delineó los labios, despacio, tomándose el tiempo para encenderlo otra vez. Cuando sintió que su miembro volvía a alzarse bajo el agua, exigiendo regresar al refugio de su vagina, Nuria se levantó apenas, apresó el glande entre los dedos y lo condujo de vuelta a su interior. Subió y bajó con una cadencia pausada, incluso cuando Gonzalo la incitaba a ir más rápido. Ella disfrutaba del roce de sus sexos a ese ritmo, de la fricción que generaban cuando lo apretaba y él crecía más y más. Aumentó de a poco la velocidad; el movimiento formaba olas en el líquido que no llegaban escapar de la bañera, pero sí lograban salpicar la piel sudorosa de ambos.
Nuria volvió a adueñarse de la boca de Gonzalo; sus lenguas danzaron al compás de sus cuerpos y los gemidos de uno fueron consumidos por el otro cuando el orgasmo los catapultó a la cima del éxtasis, de la que ella cayó sin red cuando un «Tu padre espera que me digas que sí» salió de boca de él. Todo el calor del encuentro se enfrió en tan solo un segundo. De inmediato, Nuria se puso de pie y salió de la bañera.
—Nuria —la llamó Gonzalo, que apoyó los brazos en el borde y dejó descansar allí la cabeza. Verla desnuda, mojada e irritada era una visión tan maravillosa como el mismo sexo que habían mantenido hacía segundos—. Amor…
—Cállate —lo silenció, y traspasó la puerta hacia la habitación. Caminó de un lado al otro, frustrada. No sabía qué la enojaba más, que el gran Lautaro Trend Abal siguiera moviendo los hilos como si ella fuera su marioneta o que Gonzalo se dejara llevar por sus palabras.
—Nu, amor —volvió a nombrarla Gonzalo, que había tomado una toalla que se enrolló a la cintura, mientras que con otra se secaba el torso—, no te pongas así. —La rodeó por detrás y la besó en el cuello.
—Suéltame —le pidió, pero él hizo caso omiso y la giró para que lo mirara a los ojos.
—Nuria, vamos, no te comportes como una chiquilla.
—Yo no…
Gonzalo la silenció con un dedo sobre los labios.
—Oh, sí —afirmó, y le sonrió—. Tu padre quiere lo mejor para ti.
—Detesto que se siga metiendo en mi vida —se quejó.
—Nuestra, en todo caso —la corrigió.
Nuria entrecerró los ojos y apretó los dientes. Era el colmo.
—Estamos bien así, ¿o no? ¿Para qué complicarnos con un compromiso? —Intentó persuadirlo.
—Auch, eso ha dolido —respondió Gonzalo, que la soltó y se sentó en el borde de la cama—. ¿Tanto te jode que formalicemos? —Nuria se mordió los labios—. Entiendo. —Gonzalo se puso de pie y buscó ropa para volver a vestirse.
—No es lo que estás pensando. —Quiso explicarse, pero el silencio había hablado más que las palabras—. Gonza… —Se acercó y trató de rozarlo, pero él se alejó.
—¿No? —Se pasó las manos por el pelo y soltó la frustración que masticaba—. Nuria, soy consciente de la libertad que tu padre ha tenido siempre con las mujeres y que eso, junto a la separación de tu madre, te marcó para no creer en el amor. Pero tú, al igual que él, que ella, que yo y que tantos otros somos libres de elegir qué hacer con nuestras vidas. Lautaro querrá vernos juntos, es cierto, y admito que es algo que, a la larga, nos podría beneficiar a todos, pero la elección, al fin y al cabo, es tuya. Yo tengo mis razones y una pesa por encima de todas, una que no quieres que mencione, lo sé, pero que es la que mayor desasosiego me provoca. No voy a presionarte, nunca lo hice y no voy a empezar a hacerlo ahora. Pero lo cierto es que merezco respeto, al menos eso, Nuria, como yo respetaré la decisión que tomes cuando quieras decírmela. Mientras tanto, te sugiero que no compliquemos los compromisos que ya asumimos, tanto por el bien de tu apellido como por el mío. —Le dio un beso en la coronilla y salió con la ropa en la mano, decidido a terminar de cambiarse en otra habitación porque, si seguía en esa, iba a caer de nuevo en la tentación que era Nuria para su cuerpo.
Capítulo 2
Jaime resopló. Y no lo hizo una vez, sino varias en las apenas dos horas que llevaba en el hospital desde que había llegado en la mañana. Detestaba que los médicos no se tomaran la molestia de hacer el papeleo que les correspondía, no era más que poner unos simples datos para que todo fluyera como era debido. Pero no, parecía que esa tarea era un tedio para muchos de ellos, y él era demasiado meticuloso y estructurado en ese sentido como para dejarlos pasar, por lo que merodeaba el hospicio al completo en busca de sus malditas firmas. Lo cierto era que ese trabajo no le correspondía, y bien que podría pedírselo a los pasantes. Sin embargo, Jaime era desconfiado por naturaleza y prefería hacerlo él mismo a tener que realizar una doble labor si alguno no era competente.
Miró las planillas que le habían dejado sobre el escritorio y frunció más el ceño. En lo que llevaba del mes, la neurocirujana Nuria Abal Medina tan solo había completado una en su totalidad. Frustrado, las recogió, se levantó del sillón y abandonó la oficina que desde hacía varios meses era propia y que se había ganado con esfuerzo y dedicación.
Estudiar Administración no había sido un capricho, como alguna vez le habían dicho sus parientes, que no veían con buen ojo que no siguiera los pasos de su padre, carpintero como casi todos los hombres de la familia. Para su suerte, sus progenitores eran de mente abierta y no pusieron ninguna objeción ante su decisión de seguir una carrera que requería más bien de la mente que de la habilidad con las manos, aunque él bien sabía cómo manejar la sierra y la gubia, entre tantas otras herramientas del rubro. Se daba maña, a decir verdad, pero su vocación eran los números, el papeleo, au