Cartas eróticas

Fragmento

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1

EROS: ORIGEN Y SENTIDO DE LA VIDA

«Vivir y escribir en celo».

Rainer Maria Rilke a Franz Xaver Kappus

El poeta Rainer Maria Rilke (1875-1926), maestro de la fusión de las almas y de la comunión mística con el universo, unía, en una de sus cartas a un joven poeta, la creación con el Eros.

Viareggio, 23 de abril de 1903

Los libros de Richard Dehmel me afectan (por cierto, también el hombre, a quien conozco de manera informal) de tal modo que cuando me encuentro delante de una de sus hermosas páginas siempre temo la siguiente, que puede volver a alterarlo todo de nuevo y convertir lo atractivo en algo indigno. Lo ha caracterizado a la perfección con la frase: «Vivir y escribir en celo». De hecho, la experiencia artística se encuentra tan increíblemente cerca de la del sexo, de su dolor y su éxtasis, que ambas manifestaciones no son más que diferentes formas de un mismo anhelo y deleite. Y si en vez de celo se pudiera decir sexo, sexo en el gran, amplio, limpio sentido de la palabra, exento de cualquier insinuación de error eclesiástico, entonces su arte sería en verdad grandioso e infinitamente importante. Su poder poético es excelente, fuerte como un instinto primitivo; tiene sus propios ritmos implacables en sí mismo y brota de él como de las montañas.

No obstante, parece que este poder no siempre es honesto y sin pose. (Aunque también esta es una de las pruebas más difíciles para el individuo creador: debe permanecer siempre inconsciente, sin sospechar de sus mejores virtudes, si no quiere despojarlas de su ingenuidad e inalterabilidad). Y luego, cuando al recorrer su ser llega a lo sexual, no encuentra un hombre tan puro como podría requerir. No hay aquí un mundo sexual completamente maduro y limpio, sino uno que no es lo bastante humano, que es solo masculino, es celo, intoxicación e inquietud, y repleto de los viejos prejuicios y arrogancias con los que el hombre ha desfigurado y cargado el amor. Porque ama solo como hombre, no como ser humano; por este motivo hay en su deseo sexual algo limitado, que parece salvaje, malicioso, temporal, finito, que apaga su arte y lo hace ambiguo y dudoso. No es inmaculado, está marcado por el tiempo y la pasión, y poco de él sobrevivirá y perdurará (¡pero así es la mayor parte del arte!). Sin embargo, uno puede regocijarse en lo que hay de grandeza en él, solo que no hay que perderse en él y convertirse en un defensor de ese mundo dehmeliano tan indeciblemente aprensivo, lleno de adulterio y confusión, y tan alejado de los verdaderos destinos que provocan más sufrimiento que estas aflicciones temporales, pero que también ofrecen mayor oportunidad a la grandeza y más valor para la eternidad.

«Hay algo de testículo en el fondo

de nuestros sentimientos más sublimes».

Denis Diderot a Étienne Noël Damilaville

El espíritu observador del fundador y principal autor de la Enciclopedia, el filósofo y novelista Diderot (1713-1784), fascinado ante la cópula que protagonizaron dos perros, relaciona en esta carta la acción de las hormonas sexuales con la vida misma, sentimental y comportamental de las personas, presentando así al Eros como origen de la vida entera.

3 de noviembre de 1760

Sería vano en mi manera de amar si no hubiese recibido en el campo, durante ocho días seguidos, una lección de humildad. Ante mis ojos tuve a un amante que, en medio de la lluvia, el viento, el tiempo horrible que hacía, olvidaba su descanso, su casa, todas las necesidades de la vida para acudir a gemir, suspirar, acostarse y pasar las noches bajo la ventana del objeto de su deseo.

Podrías pensar que el galán en cuestión es un español. Para nada. Es un perro. Aunque, si he de decirte lo que pienso, no creo que hiciera todo eso llevado por un sentimiento puro y delicado. Creo que había cierta lujuria en la manera de obrar de Taupin; así se llama el galán. Pero, si nos examinaran a nosotros, descendientes de Celadón, con sumo cuidado, quizá descubrirían algún interés impuro y taupinería en nuestras empresas más desinteresadas y en nuestra conducta más dulce. Hay algo de testículo en el fondo de nuestros sentimientos más sublimes y de nuestra ternura más depurada.

«Resulta interesante que no puedas tratar

la masturbación por escrito».

Virginia Woolf a Ethel Smyth

La inmensa escritora Virginia Woolf (1882-1941), víctima de abusos sexuales en su infancia por parte de sus hermanos y maltratada por un padre autoritario, encontró la felicidad en el amor por alguna mujer, así como en el equilibrio basado en el apoyo indefectible de su esposo morganático y en la creación literaria. Reivindica en esta carta el autoerotismo como eje central de la vida sexual femenina, al que no se debe silenciar más.

12 de enero de 1941

Resulta interesante que no puedas tratar la masturbación por escrito, eso lo entiendo [...], aunque, en la medida en que la sexualidad gobierna gran parte de nuestra vida —al menos eso dicen—, la autobiografía corre el riesgo de verse truncada de manera significativa si se omite ese aspecto. Y en lo que se refiere a las mujeres, en mi opinión, corre el riesgo de seguir así durante generaciones.

2

EL SURGIR DEL DESEO

«El flirteo es aquí un furor».

Juan Valera a su hermana

A los sesenta años, el diplomático y escritor Juan Valera (1824-1905), autor de Pepita Jiménez, enviado a Estados Unidos, descubre contra todo pronóstico el intenso bullicio de seducción que impera allí.

Delegación de España en Washington D. C.

1 de febrero de 1885

Querida hermana:

[...] Fuera del disgusto de estar separado de mis hijos y de mis amigos de toda la vida, aquí me va bien. Esta gente es amabilísima, sociable y hospitalaria; las mujeres sobre todo. Por dicha o por desgracia, según quiera considerarse, tengo ya sesenta años. Si no, correría gran peligro mi virtud. Pero como ni la virtud padece ni la ancianidad es grave inconveniente para el flirteo, siempre tengo damas que gustan de flirtear conmigo; y, dicho sea en sigilo, Misses también, que no reparan en que estoy cansado, ni ven en ello obstáculo a sus inocentadas. Por lo demás, el flirteo es aquí un furor.

Mi mujer, por censurarlo todo en España, hallaba que allí nadie piensa en más que enamorar, ni criados, ni señores. Si viera esto se pasmaría. En España no se enamora la vigésima parte de aquí. Desde la negra más negra hasta la rubia más blanca y honrada, todas traen un jaleo de mil diablos y una de enredos con galanes que no tiene término. Juanito me divierte mucho con las rabietas, los celos y los furores que le proporcionan las jugarretas que le hacen.

«Un hombre empalmado ya no tiene palabra».

Guy de Maupassant a un amigo

El escritor naturalista Maupassant (1850-1893), el fauno incansable e insaciable que alardeaba de poder dirigir su pene a voluntad, nunca se entregó a ninguna mujer del todo ni conoció el amor de verdad. Su afán sexual, su debilidad por los placeres de la carne o su adicción sexual quedan manifiestos en esta carta, donde rechaza celebrar una Nochevieja con un amigo porque, por fin, una mujer le ha dado el sí.

¿Cómo contarte esto? Me da tanta vergüenza que mi pluma se sonroja. Bueno, debo explicarme. Me veo obligado, absolutamente obligado, a dejarte plantado mañana por la noche. Prefiero contarte la verdad a inventarme algún cuento. Una mujer por la que se me empina desde hace bastante tiempo y que se ha cerrado en banda a todos mis intentos de acercamiento, sin apenas libertad, además, bajo la potestad de marido y de familia [...] quiere cenar conmigo el 31 de diciembre y promete... Eso es, lo sabes, ¿verdad?, «un hombre empalmado ya no tiene palabra», y no me lo reprocharás. No obstante, debe estar de vuelta en su casa a las 10.15 como muy tarde. Así pues, yo estaré en la tuya a las 10.15.

Perdóname.

«El pensamiento de la carne me llevó a las puertas

de verme superado por el deseo».

Piotr Ilich Chaikovski a Modest Ilich Chaikovski

La sensibilidad del compositor ruso Chaikovski (1840-1893) resplandece en esta carta al describir cómo las sensaciones que le produce el despertar de la naturaleza en primavera avivan el deseo erótico.

Brailov, 18[-20] de mayo [1878]

Los árboles son viejos y gruesos. La abundante hierba está alta, lo que es una auténtica delicia. Se trata de un lugar que me gusta más que cualquier otro que haya visto nunca. Da rienda suelta a la imaginación. Me senté bajo un enorme roble y me puse a imaginar a los monjes que una vez caminaron por aquí y cómo mortificaban su carne. El pensamiento de la carne me llevó a las puertas de verme superado por el deseo, y empecé a tener pensamientos lujuriosos sobre Ast[apka] y sentí un deseo abrumador de deleitarme con sus encantos, y... «¡Nada..., nada..., silencio!».

Alyosha es un encanto; pero ya te hablaré de él mañana.

3

EPÍSTOLAS POÉTICAS

«Eres lo mejor que hay para mí».

Federico García Lorca a Salvador Dalí

Su pasión con Salvador Dalí (1904-1989) fue el acmé de sus pasiones oscuras: sin que se cumpliera, este amor dejó huellas epistolares de algún gesto equivocado del poeta hacia el pintor. Sin llegar a romperse, la relación tan íntima entre los dos genios se distanciará tras este incidente secreto: durante los ocho años posteriores no se verán ni una sola vez.

Barcelona, 31 de julio de 1927

Cafè de la Rambla

Mi querido Salvador:

Cuando arrancó el automóvil, [...] estuve a punto de tirarme del coche para quedarme contigo en Cadaquès [...].

Me he portado como un burro indecente contigo, que eres lo mejor que hay para mí. A medida que pasan los minutos lo veo claro y tengo verdadero sentimiento. Pero esto solo aumenta mi cariño por ti y mi adhesión por tu pensamiento y calidad humana.

«Sé que Jacinto, a quien Apolo amó con locura,

fuiste tú en la época griega».

Oscar Wilde a Alfred Douglas

Oscar Wilde (1854-1900), uno de los mayores escritores británicos, desafió el puritanismo victoriano y conoció el final más trágico que se podía imaginar: denunciado por sodomía por el padre de su amante, Alfred Douglas, perdió el juicio, que lo deshonró a ojos del mundo y lo condenó a la cárcel. Nunca llegó a recuperarse de esa caída, que dio lugar, sin embargo, a su obra más lírica, profunda y terrible: De profundis. Murió dos años después de salir libre, en un hotel parisino, como un paria, arruinado y solo. Todo empezó por una iluminación poética en la que convertía a su joven amante en la reencarnación de Apolo, como relata esta carta.

Enero de 1893

Mi muchacho:

Tu soneto es encantador, y es una maravilla que esos labios tuyos, rojos como pétalos de rosa, estén hechos tanto para la locura de la música y el canto como para la de los besos. Tu esbelta alma áurea camina entre la pasión y la poesía. Sé que Jacinto, a quien Apolo amó con locura, fuiste tú en la época griega.

[...] Siempre, con amor imperecedero, tuyo.

«Ven... Estoy tan solo, tan solo de besitos...».

Fernando Pessoa a Ofélia Queiroz

De la vida íntima de Fernando Pessoa (1888-1935) solo se supo de sus amoríos con Ofélia. Darse un beso será la mayor expresión de su deseo íntimo, la extrema oposición al desasosiego tan suyo que revelará al mundo.

[5 de abril de 1920]

Mi Bebé pequeño y travieso:

[...]

¿Sabes? Te estoy escribiendo, pero no estoy pensando en ti...

¿Cuándo podremos encontrarnos a solas, en cualquier parte, mi amor? Siento la boca extraña, sabes, por no recibir besitos desde hace tanto tiempo... ¡Mi Bebé para sentar en mi regazo! ¡Mi Bebé para dar mordiscos! Mi Bebé para... (y después el bebé es malo y me pega...). «Pequeño cuerpo de tentación» te llamé; y lo sigues siendo, pero lejos de mí.

Bebé, ven aquí; ven a los pies de tu Nininho; ven a los brazos de tu Nininho; pon tu boquita contra la boca de tu Nininho... Ven... Estoy tan solo, tan solo de besitos...

Quién pudiera tener la seguridad de que me echas de menos de verdad. Al menos eso sería un consuelo... ¡Pero tú piensas menos en mí si cabe que en el chico del galanteo, en D.A.F. y en el contable de C.D.&C.! ¡¡Mala, mala, mala, mala, mala...!!!

Azotes es lo que tú necesitas. [...]

Un solo beso que dure todo el tiempo que aún tiene que durar el mundo, de tu siempre muy tuyo.

«Mis caricias te envuelven deseando

penetrar en tu corazoncito».

Aleksandra Kolontái a Pável Dibenko

La revolucionaria bolchevique Aleksandra Kolontái (1872-1952), quien lo abandonó todo por la causa del pueblo y fue una de las pocas y pioneras mujeres dirigentes bolcheviques, no pudo separar en su vida y en su combate políticos su vida íntima del destino colectivo. En medio de la lucha, escribe esta carta tan romántica a su querido Pável.

Febrero de 1918

Mi pequeño Pável:

Querido, adorado, ¿sientes que mis pensamientos vuelan hacia ti? Mis caricias te envuelven deseando penetrar en tu corazoncito. [...] Cómo me gustaría rodearte el cuello con los brazos, apretujarme toda contra ti, acariciar tu amada cabeza, unir mis labios a los tuyos y escuchar tus palabras dulces y cariñosas, que hacen que mi corazón se estremezca y se derrita de felicidad. ¡Cariño! ¡Mi amor! Tu paloma está deseando echar a volar para ir a refugiarse en tus adorados brazos.

«Mi cuerpo se ondula sometido a la voluntad

de tus caricias».

Marguerite Burnat-Provins a Sylvius

La escritora y artista suiza Marguerite Burnat-Provins (1872-1952), demasiado poco conocida, es la mujer que escribió los versos más eróticos y libres de la historia a principios del siglo XX, a Sylvius, nombre ficticio empleado por la autora para no nombrar a Paul de Kalbermatten. ¿Esbozan estas cartas, sin límite sensual, cósmico o amoroso, un erotismo específicamente femenino?

[En Cantique d’été, 1910]

Tú, que haces de mi vida un himno que se reproduce del amanecer a la noche, Sylvius, ¿lo conoces?

Recito: He aquí la flor de la hierbaluna y la del mimbre que he recogido en el bosque; he aquí la orquídea nacida al pie de los abedules puros como ceras blanqueadas por el rocío y sueños en gavillas que ascienden rectos como el humo recto cuando hace buen tiempo.

Toda mi alma en un ramo para ti; ¡tómalo!

Recito: He aquí las alegres cerezas, las grosellas negras como mis ojos, las moras que sangran y las voluptuosidades más rojas que los tomates insolentes.

Todo mi cuerpo perfumado para ti: ¡tómalo!

Tu aliento me evapora el alma, vuela a través de jardines de delicias y después, en tu boca fresca, va a posarse.

Mi cuerpo se ondula sometido a la voluntad de tus caricias, se arquea y se yergue, como la espiga cargada al viento del sur, y después, sobre tu pecho, vuelve a caer aplacado.

Apoya la oreja en mi labio mudo, si quieres seguir escuchando el himno que continúa por ti.

4

CONSEJOS

«Se trata de beneficiarse por primera

vez a una mujer decente».

Stendhal a Prosper Mérimée

Si el erotismo puede ser un asunto de lo más sentimental, refinado y sutil, también puede tratarse como una mera cuestión técnica, con sus trucos y secretos. Sorprende que Stendhal (1783-1842), el adalid del amor, se muestre tan concreto, casi como un científico neutro que hablara fríamente del acto sexual, absolutamente antirromántico en sus consejos al autor de la ópera Carmen, Prosper Mérimée (1803-1870).

3 de agosto de 1801

Me siento, como muchos otros, incómodo, ya que se trata de beneficiarse por primera vez a una mujer decente. He aquí un método muy sencillo: mientras está acostada, la magreas, etcétera; ella empieza a tomarle gusto. La costumbre, sin embargo, siempre la lleva a resistirse. Entonces, sin que se dé cuenta, debes apoyarle el antebrazo izquierdo en el cuello, por debajo del mentón, de manera que la ahogues; el primer movimiento consiste en llevar la mano ahí. Entretanto, debes coger el miembro entre el índice y el pulgar de la mano derecha y meterlo en la máquina: por poca sangre fría que le pongas, es infalible. Hay que disimular el movimiento decisivo del antebrazo izquierdo por los remilgos.

Fue Percheron quien compartió este método conmigo, es un experto.

«En todos tus amoríos te decantes por las

mujeres mayores y no por las jóvenes».

Benjamin Franklin a un amigo

El hecho de que Benjamin Franklin (1706-1790), uno de los padres de la Constitución estadounidense, diplomático y político, dé algún consejo erótico es ya un atrevimiento inusual. Pero que sean recomendaciones a un joven desesperado por buscar una amante para que elija a una mujer madura, y no a una joven virgen, constituye un elogio antes de tiempo a las cougars y sus virtudes.

25 de junio de 1745

Mi querido amigo:

No conozco ninguna medicina que disminuya las violentas inclinaciones naturales que mencionas; y, si la conociera, creo que no debería comunicártela. El matrimonio es el remedio adecuado. Es el estado más natural del hombre y, por lo tanto, aquel en el que con mayor probabilidad encontrarás una sólida felicidad. Me parece que tus razones en contra de contraer matrimonio en este momento, carecen de fundamento. Las ventajas circunstanciales que mencionas para posponerlo no solo son inciertas, sino que son pequeñas en comparación con la cosa en sí, con el casarse y establecerse. Es la unión entre hombre y mujer lo que hace al ser humano estar completo. Separados, a ella le falta la fuerza del cuerpo y la fuerza de la razón; a él, su dulzura, sensibilidad y agudeza de discernimiento. Juntos tienen más posibilidades de triunfar en el mundo. Un hombre solo no tiene ni de lejos el valor que tendría en ese estado de unión. Es un animal incompleto. Se parece a la mitad de un par de tijeras. Si consigues una esposa prudente y saludable, tu laboriosidad en tu profesión y su buena economía os garantizarán fortuna suficiente.

Pero si no aceptas este consejo e insistes en pensar que es inevitable comerciar con el sexo, entonces te reitero mi anterior consejo de que en todos tus amoríos te decantes por las mujeres mayores y no por las jóvenes. Tú llamas a esto paradoja y exiges mis motivos. Son los siguientes:

Porque como tienen más conocimiento del mundo y sus mentes, están mejor preparadas para la observación, su conversación es más agradable y duradera.

Porque cuando las mujeres dejan de ser guapas, estudian para ser buenas. Para mantener su influencia sobre los hombres, suplen la merma de belleza con un aumento de la utilidad. Aprenden a hacer mil servicios pequeños y grandes, y son las amigas más cariñosas y útiles cuando uno está enfermo. Siguen siendo amables, y, por eso, difícilmente se puede encontrar una mujer mayor que no sea buena.

Porque no hay peligro de tener hijos, lo que puede ser inconveniente si se producen de forma irregular.

Porque, debido a su mayor experiencia, son más prudentes y discretas a la hora de llevar a buen puerto una intriga para evitar sospechas. El comercio con ellas es, por tanto, más seguro en cuanto a tu reputación. Y con respecto a la de ellas, si resulta que la aventura acaba por descubrirse, las personas consideradas se mostrarán más inclinadas a disculpar a una mujer mayor que amablemente cuida de un joven, lo educa en sus modales con sus buenos consejos y evita que arruine su salud y su fortuna con prostitutas mercenarias.

Porque en todo animal que camina erguido, la deficiencia de los fluidos que llenan los músculos aparece antes en la parte alta: primero el rostro se afina y arruga; luego el cuello; después el pecho y los brazos; las partes bajas continúan hasta el final tan rollizas como siempre. De modo que, si se cubre la parte superior con una cesta, y se considera solo lo que está por debajo del corsé, es imposible distinguir entre una mujer mayor y una joven. Y como en la oscuridad todos los gatos son pardos, el placer del disfrute corporal con una mujer de mayor edad es por lo menos igual, y a menudo superior, ya que todos los trucos pueden mejorar con la práctica.

Porque el pecado es menor. Corromper la inocencia de una virgen puede ser su ruina y hacerla infeliz de por vida.

Porque el remordimiento es menor. El hacer miserable a una joven puede llevarte a frecuentes y amargas reflexiones; nada de lo cual acompaña al hecho de hacer feliz a una mujer mayor.

Octava [y última]: ¡¡¡Son muy agradecidas!!

Hasta aquí mi paradoja. Pero aun así te aconsejo que te cases directamente; tu amigo, con sinceridad y afecto.

«Encadenarle más que mediante los placeres».

Ninon de Lenclos a Louis de Mornay

Ninon de Lenclos (1620-1705), la gran cortesana francesa del siglo XVII, expresa en esta carta la ley del Eros que gobernó su vida: los placeres, sin rivales, son lo que une a las personas.

En Picpus, 23 de diciembre de 1650

¿Es un crimen ser inconstante? Es, a lo sumo, un error necesario. Le he dicho mil veces que no quería encadenarle más que mediante los placeres. Es un amante lo que quiero, no un esclavo... Le pareceré muy indulgente. Siempre es culpa nuestra si nos son infieles; seguramente se nos olvidó añadir algunas flores a la cadena, que había que embellecer con todo el prestigio del amor, para hacerla eterna.

Hablemos claro. Si la señorita D’Aubigné me roba su corazón, solo me culpo a mí misma. Hace mucho que descubrí el fuego secreto que le consume por ella. Me di cuenta incluso antes que usted, marqués. Alcanzamos la iluminación cuando tememos perder un objeto tan preciado en la vida. Lo confieso, he hecho lo imposible por retenerle; he convertido el conocimiento del carácter de la señorita D’Aubigné en un estudio personal. No he parado de compararme con ella. Nuestros defectos, nuestros encantos, todo lo he comparado mil veces; todo lo he calculado, combinado con vuestros gustos, con vuestro tipo de espíritu y de carácter. Pretendía descubrir ese atractivo secreto que hacía triunfar a mi rival; y digo más, tomarlo prestado, arrebatárselo, incluso, y combatirla con sus propias armas. Ya sea por amor propio, ya sea por falta de luces, no he logrado descubrirlo; pero eso no significa que no exista... La gracia, el atractivo, cambian tanto según las perspectivas que el espíritu mismo puede captar todos los matices... Es, pues, ese no sé qué que no se puede definir; esa nada, que sería todo para mí de haber conseguido adivinarla, y que un velo tupido me oculta sin cesar.

¡Ah! Cuando el amor me haya iluminado, quizá me haya esforzado en vano por rodearme del encanto que os atrae... Prefiero creerlo así, es un pesar menos para mi corazón; porque, pese a mi filosofía, os añoro, marqués; sí, le añoro como a los sueños llenos de encantos cuyos recuerdos son aún muy dulces, y que impotentes deseos no pueden restablecer. Quien puede dejar de gustar ha perdido el derecho a reprochar; pero tendría motivos para quejarme si ya no fuese nada para usted. Adiós, marqués; si el tiempo marchita las flores que había arrojado en mi vida, quiero recoger lo que queda, y hurtarle al menos algunos restos de la felicidad con la que me había embriagado. Estaré en París pasado mañana; me siento con el valor para verle.

«En la actividad sexual un pedacito de lo que

suele ocurrir en los cuentos de hadas».

Lou Andreas-Salomé a un joven varón, Bubi

Lou Andreas-Salomé (1861-1937) fue una mujer tan mítica como indescifrable del siglo XIX, a la que genios como Nietzsche, Freud y Rilke rindieron homenaje. En una carta a un joven poeta, sus consejos hacia el misterio del Eros, al cual dedico este libro, traslucen todas sus facetas: la mujer libre, la psicoanalista, que vivió el amor sin sucumbir a sus daños.

Alvastra, verano de 1911

Querido Bubi:

[...]

Lo sexual nos sobrecoge desde un lugar en el que la vida se ha contraído a su núcleo más imperceptible, apenas diferenciado a simple vista de la materia inerte y fragmentaria, para liberar eternamente nueva vida desde dentro de sí misma, desde un lugar en el que yace más invisiblemente oculta, para que entre en vigor de la manera más asertiva. Por eso parece que aquí, de forma inesperada, rige algo de milagro, de magia, de brujería; como si hubiera en la actividad sexual un pedacito de lo que suele ocurrir en los cuentos de hadas: donde el amor puede volver a convertir a una rana en príncipe, puede transformar el polvo en flores, donde el amor puede pronunciar su «¡Ahí está!» sobre el mundo, y la palabra de resurrección del amor resuena imparable, en todas las generaciones, a perpetuidad. Por esta razón, el mero aprendizaje de los procesos fácticos, incluso el más detallado y extenso, no logra una mayor comprensión. La vida puede llevar al aprendiz a la maravilla de la vida solo a través de su propia maravilla, que entonces se convierte en lo más obvio, lo que solo es evidente a través de ella misma.

5

PROPUESTAS INDECENTES,

INVITACIONES E INSINUACIONES

«Estoy enamorado de ti y no deseo más que unirme a ti».

Fernando VII a María Cristina de Borbón

Casados por arreglo diplomático, es decir, a la fuerza y sin su consentimiento, esta carta de Fernando VII (1784-1833) a María Cristina de Borbón da muestras de su pasión naciente por su amada, sin haberla visto jamás; manifiesta el poder erótico de las cartas y de la imaginación humana.

28 de septiembre de 1829

Yo ya me había informado de tus prendas personales y todo esto ha hecho que, sin conocerte, ya estoy enamorado de ti y no deseo más que unirme a ti, pues todo el día no pienso más que en m

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