El highlander vengativo

Marian Arpa

Fragmento

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Prólogo

Entre Inverness y Aberdeen, sobre un risco escarpado se encontraba el Castillo Banross, donde vivían plácidamente los miembros del clan McDrack, hasta una aciaga noche en que fueron atacados a traición. Muchos fueron los que perdieron la vida en aquella vil incursión mientras trataban de salvar hogares, tierras y ganado.

Kylian McDrack, el laird, salió con un puñado de hombres en pos de los atacantes; sin embargo, no halló al enemigo que había destruido su hogar, el de sus parientes y se había llevado por delante la existencia de aquellos habitantes de las Highlands. Al volver con las manos vacías, fue él mismo quien encontró el cadáver de su esposa con un puñal en el pecho. Kylian había visto esa arma antes, era la que ella usaba para comer, pero estaba en una posición en la que era imposible que ella misma se hubiese infligido la herida mortal. Entendía que los atacantes hubiesen herido y matado a los soldados que trataron de detenerlos en el salón, pero no comprendía cómo alguien había deseado la muerte de Suria, quien había dejado a dos huérfanos de madre, uno de pocos meses y otra de poco más de un año. Lo único que le venía a la mente era que hubiese sacado la daga para defenderse y el agresor la mató con ella. En ese instante juró con su propia sangre que se vengaría de ese clan de traicioneros malnacidos que dejaron su hogar en ruinas. Lo primordial era averiguar quién había sido el artífice de tal matanza y destrucción.

Kylian tenía enemigos, ¿quién no los tenía en las Highlands? No obstante, todos atacaban de cara, con sus colores, no como los de aquella noche que nadie pudo distinguir. Incluso se habían cubierto el rostro, lo que le daba a entender que los conocían.

De esa espantosa noche hacía cinco años, durante los cuales el odio hacia el clan traidor crecía día a día, aunque no sabían de quiénes se trataba. El laird tenía algunas sospechas que compartía con sus hombres de confianza, sus soldados de más rango, pero con nadie más. Quería tener la certeza absoluta antes de dar el golpe de gracia al enemigo, y antes de eso, quería saber el motivo por el que tantos de sus parientes tuvieron que morir aquella noche que quedó grabada en su memoria.

Hombres, mujeres y niños, sin la menor oportunidad de defenderse. La alerta se dio demasiado tarde como para poder hacer nada, y los que custodiaban la muralla habían padecido bajo las flechas enemigas y no podían contestar ni esa ni tantas otras preguntas que le venían a la mente.

Después de enterrar a sus parientes, Kylian se dedicó a la reconstrucción y a las incursiones para que los que quedaron no pasaran hambre, eso le había acarreado un buen número de nuevos enemigos. No le importaba, todo había valido la pena para sacar adelante de nuevo al clan.

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Capítulo 1

Nyla era una joven de diecinueve años que a su corta edad gobernaba el castillo Banross. Todos los McDrack la respetaban, era una mujer voluntariosa a la que no le importaban las tareas más duras. Igual ayudaba en los huertos de los aldeanos como a la anciana Malen a cuidar de los enfermos, además de haberse hecho cargo de los dos hijos del laird. A todo eso se añadía el buen funcionamiento del castillo: ocuparse de guiar a las mujeres que se dedicaban a la limpieza y que la cocinera y sus ayudantes tuvieran con qué alimentar a los soldados que habitaban el castillo.

Después de lo acaecido cinco años atrás, fue la única, con la ayuda de la sanadora, de ponerse al frente. Todos los miembros del clan habían perdido a seres queridos, y los que quedaron estaban tan abatidos que alguno incluso perdió la cabeza, como Angus, un avezado guerrero que vio morir a su esposa e hijos bajo las flechas enemigas, sin poder evitarlo. Ella daba gracias al cielo por haber puesto a Malen, la sanadora, en su camino.

Esa noche, la anciana estaba curando quemaduras y heridas a las gentes, mientras la joven lloraba por la pérdida de sus padres; al verla tan desconsolada, se le anudaron las entrañas. Sin embargo, pensó que le iría bien si se mantenía ocupada.

—Nyla, ven, lava bien esa quemadura y pon este ungüento. —La muchacha la miró con los ojos llenos de lágrimas—. Cuando hayamos ayudado a los heridos ya lloraremos a los que nos han dejado.

Ella cogió aire con fuerza, Malen tenía razón. Todo el mundo corría de un lado a otro apagando las llamas, se necesitaban todas las manos para extinguir el fuego; mientras hombres, mujeres y niños cargaban con baldes de agua, ella se puso a ayudar a Malen. Aquella noche no tuvo fin.

***

En el presente, los días de Nyla estaban cargados de responsabilidades, pero siempre encontraba tiempo para dedicarlo a los pequeños: Eneida y Luan, los hijos del laird, que perdieron a su madre la misma noche que ella. Estaba jugando con los niños en el jardín de las hierbas medicinales de la vieja Malen, la anciana que cuidaba de los enfermos del clan. Esta le estaba enseñando a la joven las propiedades curativas que poseían.

—Hija, no dejes que los niños se revuelquen por ahí, estropean los brotes nuevos —se quejaba la sanadora, viéndolos jugar por el jardín donde plantaba sus esquejes medicinales.

—Malen, solo quieren jugar. —Siempre defendía a esos dos pillastres que se divertían haciendo fechorías.

La anciana también les consentía todo, no porque fueran los hijos del laird, no. Lo hacía desde que vio que Kylian no les prestaba ninguna atención. Nunca lo hizo, pero al haber perdido a su madre, debería mostrarles el amor y cariño que nunca tuvieron.

—Pues que jueguen fuera de mi jardín —dijo la mujer, escondiendo una sonrisa, sabía que Nyla no tardaría en replicarle.

—¿Qué quieres, que los deje entre esos brutos que se muelen a golpes con sus espadas? Herirían a los niños y ni siquiera parpadearían.

—Niña, no deberías hablar así de los soldados.

—No lo haría si ellos se comportaran como hombres, pero empezando por el laird, todos ellos se comportan como cerdos. ¿O es que no ves que los animales son más limpios que ellos?

—Que no te oiga Kylian que hablas así, te pondría sobre sus rodillas ante ellos y te daría una zurra. —Malen disfrutaba con las batallas verbales con la joven. Ya le quedaban muy pocos placeres en la vida.

—¡Si lo intenta le arrancaré los ojos! —exclamó Nyla.

La anciana se la quedó mirando con los ojos grises pálidos entrecerrados.

—No serías la primera a la que le dan unas palmadas en el culo por impertinente. Y créeme, las que las reciben se enfurecen, pero se les pasa enseguida.

—Porque son tontas.

—No, porque eso quiere decir que les importan a sus hombres.

—¡Vaya chorrada! Si cualquiera de esos animales...

—Estábamos hablando de Kylian, no de los otros —la interrumpió Malen.

—Como si fuera del mismísimo rey, como ose ponerme una mano encima se va a arrepentir.

—¿Qué harías?

—Le echaría laxante en la comida.

Malen estalló en carcajadas, y los niños se le acercaron queriendo saber qué le hacía tanta gracia.

—¿Le estás contando un cuento a Malen? —preguntó Luan, el más pequeño.

—Sí, cielo —contestó Nyla.

—Nosotros también queremos escucharlo —gritó Eneida, que era un año mayor que Luan.

—Cuando os acostéis os lo contaré, primero tenéis que bañaros y cenar. —Ante la mención del baño, arrugaron la nariz y se alejaron.

Malen pensó en el cambio que había sufrido Nyla en los últimos años. Ya no era la muchacha desgarbada que se quedó sin padres. Se había convertido en una graciosa joven, su trenza pelirroja contrastaba con sus intensos ojos verdes. Tenía pecas en la nariz y unos labios que harían pecar a un santo, y su cuerpo ya no era el de una niña, tenía unas curvas tentadoras que volverían locos a los hombres. Lo único que los debía mantener a raya era su carácter endemoniado, que había ido saliendo con el paso de los años. Ella suponía que era como una coraza que había construido a su alrededor para alejar a los soldados que osaban mirarla con lujuria.

—Ve con cuidado con Kylian —advirtió Malen.

—Lo ignoro, igual que hace con los niños.

—Es un hombre ocupado.

—Yo también, estoy haciendo las tareas que le corresponderían a su esposa.

La anciana abrió la boca y volvió a cerrarla con sorpresa; sin embargo, no pudo callarse la pregunta que le vino a la cabeza.

—¿Es que quisieras ocupar ese lugar? Quizá hay algo que no me has contado. —Malen había advertido las miradas incendiarias que Nyla le lanzaba a Kylian, sobre todo cuando lo veía ausentarse del gran salón con alguna moza complaciente.

—No hay nada que explicar, yo solo veo que les presta más atención a un par de tetas que a sus hijos, a los que por cierto ha ignorado desde el día en que su esposa murió. Debería darle vergüenza, estos niños saben que es su padre porque no paro de repetírselo, no porque él se preocupe por ellos. Además, han empezado a temerle, cuando se topan con él los mira como si fueran dos insectos molestos.

—Será porque le recuerdan a su difunta madre —señaló Malen.

—Pues que se acostumbre, han pasado cinco años desde que ella nos dejó, ya tendría que haberse recuperado del golpe. Los demás también perdimos a alguien esa espantosa noche y hemos seguido adelante.

—Sabes lo que creo, que hasta que no se haya vengado de quien trató de destruir nuestro clan, no quedará en paz consigo mismo. Debe sentirse atado a ese pasado, y como laird, se cree en la obligación de devolver la paz tanto a los vivos como a los muertos.

—Por Dios, estás diciendo tonterías. Ha luchado como un poseso para devolver la prosperidad al clan. Lo ha conseguido, que deje que los muertos descansen en paz y que se dedique a los vivos, a sus hijos y familia.

—¿Y qué debe hacer con los que causaron aquella masacre? ¿Olvidarlos? —preguntó la anciana.

—Por supuesto que no. —Nyla parecía indignada por esa sugerencia—. Si no logra saber quién fue, nunca podrá dormir tranquilo, esperando que en cualquier momento vuelva a atacar.

—Tú misma lo has dicho, niña. Lleva cinco largos años tratando de descubrir quiénes lo traicionaron, quiénes fueron los que amparados por las sombras de la noche llegaron a colarse hasta en el castillo. No puede bajar la guardia hasta que haga justicia.

—No soy ninguna ignorante, eso lo entiendo. Él mismo se ha encargado de que todos los aldeanos puedan defenderse, sean hombres o mujeres. Incluso los sirvientes del castillo saben lanzar flechas y dar en un blanco en movimiento. A los niños se los adiestra desde muy temprana edad. Pero... —Nyla calló de repente.

—¿Qué ibas a decir? —indagó Malen.

—¿Cómo hemos llegado a discutir de las defensas, si estábamos hablando de los niños?

Malen soltó una risita maliciosa, le gustaba pinchar a Nyla, sospechaba que detrás de las peroratas que soltaba contra Kylian había algo más que la molestaba.

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Capítulo 2

Kylian McDrack, el laird, se había vuelto un hombre amargado que solo vivía soñando con la venganza que algún día caería sobre los malnacidos que los habían atacado. ¿Por qué lo habían traicionado de una forma tan vil? En cuestión de horas habían destruido su hogar y el de sus parientes, quemado pastos y matado el ganado con el que se alimentaba su gente.

De esa aciaga noche hacía ya cinco largos años; no obstante, cuando cerraba los ojos podía ver el pandemonio: hombres y mujeres corriendo de un lado a otro, intentando sofocar las llamas. A sus soldados, espada en mano, tratando de atrapar a los hijos de perra que, ocultos en capas negras para no mostrar sus colores, prendieron fuego a las chozas de la aldea, y que con la confusión se colaron en el gran salón, causando unos destrozos que tardaron más de un año en reconstruir.

Se había casado con Suria McCallahan para cerrar una alianza con su padre, al que apodaban «el Viejo». La moza se había prestado gustosa a ser su esposa aunque no lo amara, era diestra en el manejo de las mujeres que se ocupaban del castillo, y vivían en armonía.

Él y sus hombres se dedicaban a proteger sus fronteras y a fortalecer sus músculos para poder repeler cualquier ataque. Poco les había servido.

Después del tiempo transcurrido, Kylian aún se preguntaba quién había terminado con la vida de Suria, él mismo la había encontrado en su alcoba con un puñal clavado en el pecho, dejando huérfanos a sus dos hijos: Eneida de más de un año y Luan de pocos meses. Eso le hacía pensar que los enemigos eran peores que los animales, y así los trataría cuando llegara el momento. Por lo pronto, se dedicaba a infligir daños menores a los clanes vecinos, para él todos eran traidores hasta que no encontrara al responsable de tal matanza. Solo pretendía que los culpables vivieran preguntándose cuándo tomaría las represalias que se merecían, el golpe final para terminar con todos ellos. Eso ocurriría cuando tuviera la certeza absoluta de quién había sido. No se había enterado de ningún ataque parecido y eso le hacía sospechar de los clanes que tenía más cerca, pues al salir en pos de los asesinos habían desaparecido como espectros, no había podido hallar a ninguno de ellos. Por esa razón no había vuelto a confiar en nadie, sus tropas mantenían a todo el que no fuera un McDrack fuera de sus fronteras.

Kylian estaba cenando en la mesa del señor en compañía de Gared, su comandante. Junto a ellos, Eiden y Kael, con dos mozas a las que hacían reír con sus ocurrencias. Los tres habían perdido a sus familiares la misma noche que él y habían aunado fuerzas en reconstruir lo que aquellos malnacidos dejaron en ruinas: las chozas, el castillo, los campos donde criaban animales, y lo más importante, el orgullo de ser un McDrack.

Los tres que acompañaban al laird estaban a la espera del día en que pudieran vengar a sus seres queridos, aunque apoyaban a su jefe cuando les decía que la mejor venganza era que los traidores se acostaran cada día sin saber si esa sería la noche decisiva.

—Hoy los que patrullaban por el norte han visto al Viejo. —Así era como nombraban al padre de Suria. Era un hombre de unos sesenta años, con el pelo más blanco que gris. Profundas arrugas en el rostro ceniciento, que cubrían sus prominentes huesos—. Dicen que iba acompañado por seis de sus guerreros —afirmó Gared.

—No se atreve a salir solo, como hacía antes, tiene miedo de encontrarse con una de nuestras espadas —se burló Kael.

Kylian pensó que era eso precisamente lo que quería, que McCallahan no se sintiera seguro ni en sus tierras. Dudaba de que fuera el responsable, después de todo su hija había muerto en el ataque, aun así, no dejaba que traspasara el límite de sus tierras.

—Mañana tal vez vaya a patrullar cerca de sus dominios, contaré los pasos que lo separan de los nuestros, y si osa cruzarlos se las verá con el filo de mi claymore. —Eiden era el más joven de los cuatro y el más impulsivo. Había visto morir a su madre envuelta entre las llamas de su choza al pie de la colina donde se asentaba el castillo. Era una imagen que lo acompañaría siempre. Aquella mujer que era la bondad personificada, que tenía una palabra amable para todo el mundo, que cocinaba para los habitantes del castillo y que nunca perdía su sonrisa cariñosa.

—No harás nada de eso —advirtió Kylian con su voz profunda—. Dejaremos que el Viejo se confíe hasta la próxima incursión.

Kylian se dedicaba a robar a sus malnacidos vecinos cada pocos meses, así el clan había recuperado la prosperidad de la que había disfrutado. Las tierras eran fértiles y los terneros engordaban para alimentar a todos los que estaban bajo su protección. En esos momentos ya no le hacía falta recurrir al robo, si lo hacía era para que sus vecinos, McCallahan en el norte, McMorrigan en el oeste, McGuee en el sur y McConnors en el este, recordaran su traición y que un día no muy lejano devolvería el golpe multiplicado por mil. Los del oeste, sur y este se defendían y les devolvían las incursiones como si fuera un juego, en las cuales nadie salía herido de gravedad. Incluso se había encontrado con los lairds en terreno neutral, y estos le aseguraban que no sabían nada de ese ataque.

Kylian tenía sus dudas, pero era un hombre justo y no haría nada hasta estar completamente seguro.

Los apestosos McCallahan habían intentado, en varias ocasiones durante los últimos años, devolverle los golpes, pero se habían encontrado con que Kylian se había rodeado de renegados de otros clanes que le ofrecieron la fuerza de sus brazos, y siempre terminaron huyendo con el rabo entre las piernas.

El laird de los McCallahan nunca hizo movimiento alguno para acercarse a ellos, a pesar de sus nietos. Eso lo hacía sospechar de él antes que de los otros. Era muy extraño que no se interesara por los niños de su misma sangre.

Al terminar de cenar, las mujeres llevaron hidromiel a los hombres y se les insinuaron sin pudor, dejando que ellos las toquetearan y les pellizcaran los traseros.

Nyla había bajado de la torre donde dormía con los niños a buscar un vaso de leche para Luan, este se había despertado con una pesadilla y eso lo ayudaría a dormir. Pasó por detrás de la mesa del señor y escuchó:

—Tendrías que buscar una madre para los niños —decía Eiden.

—Están bien atendidos, no pasan hambre. Cuando haya llevado a cabo mi venganza, me desposaré con la hija de algún vecino para fortalecer al clan.

¿Es que el laird creía que con llenarles el buche ya había bastante? Ni que fueran animales, pensó Nyla. Le lanzó una mirada rabiosa, suerte que él no la vio; si no, habría probado la palma de su mano.

Malen, que había decidido estar pendiente de Nyla, no fuera a hacer alguna tontería, la esperaba al pie de la escalera.

—Niña, ten cuidado con esas miradas envenenadas —aconsejó mientras subía a su lado.

—¡¿Lo has escuchado?! —exclamó Nyla.

—No, ¿qué ha dicho? —mintió la anciana, solía hacerse la sorda y así se enteraba de todo lo que pasaba en el castillo.

—Mejor no te lo digo, ahora mismo le daría un garrotazo en la cabeza.

La sanadora se mordió la mejilla por dentro para evitar reírse, toda aquella pasión que mostraba la moza cuando se trataba de Kylian la hacía pensar en otros motivos. Sus años le daban una visión muy distinta que la que tenían los jóvenes.

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Capítulo 3

A la mañana siguiente, a Nyla aún le resonaban en los oídos las palabras de su laird sobre sus hijos. Iba distraída por uno de los pasillos de la planta alta, donde estaban las alcobas, cuando al girar chocó contra un pecho cálido y muy duro. Para que no terminara con el trasero en el suelo, unas manos fuertes la cogieron, ayudándola a no perder el equilibrio.

—Perdón, no te he visto. —Se excusó antes de levantar la mirada y encontrarse con los ojos pardos y brillantes de Kylian, al darse cuenta de quién era, no pudo evitar que el enojo ensombreciera sus iris verdes.

—¿Te has hecho daño? —preguntó él al ver la rara expresión en su cara.

—No. —Su voz fue seca, y se disponía a pasar por el lado de su laird cuando este la cogió del brazo.

—Si no te has lastimado ¿a qué viene esa cara agria?

Ella se giró para verlo a la cara.

—A que no estaría de más que de vez en cuando les prestaras un poco de tu tiempo a tus hijos. —Esas palabras que le quemaban en la punta de la lengua salieron en forma de reproche. Él se quedó sorprendido y no atinaba a decir nada, lo que ella aprovechó para seguir—: Nadie pasa hambre en este castillo, pero los niños necesitan algo más que comida en sus platos. —Dicho aquello, se dispuso a alejarse.

—¿Quién te ha dado permiso para hablarme con esta insolencia? —dijo él recordando lo que había hablado la noche anterior, era evidente que ella lo había escuchado.

—Solo soy la que me encargo de que los pequeños coman, duerman y jueguen. Lo que no puedo darles es el amor ni la atención de su padre.

Los ojos de Kylian parecían lanzarle rayos.

—¿Te atreves a criticar la forma en que yo trato a mis hijos? —La voz de él mostraba un enojo que iba en aumento—. Cualquiera diría que tú tienes los tuyos y eres una experta.

—No, no tengo los míos, tengo a Eneida y Luan.

—Pues si tanto te molestan, estoy seguro de que dentro del castillo habrá alguna otra mujer que esté dispuesta a cuidar de ellos.

Nyla lo encaró furiosa en cuanto él insinuó que los dejara con otra.

—Nunca he dicho que me molestaran, ¿es que no escuchas?

—La que debes oírme eres tú —vociferó él señalándola con el dedo—. Trato a mis hijos como me parece, y tú no eres nadie para criticarme.

—¡¿Que no soy nadie?!

—No, solo eres la mujer que se encarga del castillo.

—¿Y te parece poco? —Con la mirada que le lanzó Kylian ya tuvo suficiente respuesta. Ese hombre se creía que gobernar en aquel antro de cerdos era muy fácil. Los guerreros del clan, en cuanto se les pasaba la mano con la bebida, se volvían insoportables, y luego les tocaba a las mujeres arreglar sus desaguisados—. Los McDrack se están volviendo una horda de salvajes.

—Eso es lo que deben ser, cuando llegue el momento de rendir cuentas con los que nos atacaron no quiero a mi lado a nadie que dude, y todos ellos lo saben.

—Ya lo creo, se comportan como su jefe.

—Eso me ha parecido un insulto, discúlpate.

—¡Cuando las ranas críen pelo! —exclamó Nyla fulminándolo con la mirada. Se dio la vuelta y lo dejó completamente atónito.

¿A qué había venido aquello?, se preguntaba Kylian mientras la veía alejarse como si se le hubiese prendido fuego en las faldas. «¡Cuánta pasión en un recipiente tan pequeño!», pensó, recordando cómo había cambiado esa muchacha. Cuando se mudó al castillo era poco más que una niña, en estos momentos ya era toda una mujer, y muy guapa, por cierto. Siempre lucía una trenza pelirroja que parecía hecha de hilos de seda, su respingona nariz estaba salpicada de pecas, sus labios harían pecar a cualquier monje y sus ojos podían quitar el aliento con aquella mirada verde esmeralda brillante.

En las escaleras de piedra que subían hacia el desván, se encontraba Angus, y escuchó toda la discusión. Al oír pasos volvió arriba, donde se había alojado y escondido desde aquella noche en la que se quedó solo. Allí, entre trastos, él tenía un jergón y acumulaba cacharros que pillaba aquí y allí. Los habitantes del castillo de Banross se habían acostumbrado a su presencia, y las mujeres cuidaban de que nunca le faltara nada que llevarse a la boca. Les daba pena ese hombre que había perdido el juicio en esa noche infernal.

No muy lejos de allí, Malen había escuchado toda la discusión. Sospechaba que los motivos del mal humor de Nyla la podían poner en más de un problema, debía aprender a controlar su lengua. Salió del nicho donde se ocultaba y la siguió, la muchacha sin darse cuenta se estaba contagiando del carácter endemoniado de los McDrack, y eso le podía acarrear más de un disgusto. No contaba con el consejo de su madre para apaciguarla, ella se encargaría.

Nyla fue hacia la cocina, segura de que encontraría a los niños allí, Drusila, la cocinera, y sus ayudantes los consentían tanto como ella, y los pequeños solían revolotear por allí.

Malen la siguió en cuanto Kylian reanudó su camino, para que no viera que había escuchado todo, aunque estaba segura de que no habría sido ella sola, sus voces habrían alertado a más de uno. Al llegar a la cocina no la halló; preguntando a uno y otro, la siguió hasta el establo, allí estaba con los pequeños.

—Nyla, ¿puedes ayudarme a recoger unas hierbas? Tengo la espalda tiesa. —La anciana le puso cuento para hablar con ella a solas.

—Sí —respondió la joven—. Niños, no estorbéis a Dacey y a Elman. —Estos eran dos mozos que ayudaban a Jarith, el encargado de las cuadras.

—No te preocupes, Nyla, se portarán bien.

Los pequeños asintieron con sus cabecitas, les encantaba estar allí y darles zanahorias a los animales.

En cuanto traspasaron las puertas, la mujer se cogió al brazo de la joven y la guio hacia una arboleda que quedaba detrás, donde podrían hablar sin que nadie las escuchara.

—Tengo la sensación de que no vamos a recoger hierbas —dijo ella al ver que no iba hacia el jardín donde solía plantarlas Malen.

—No, eres muy intuitiva. Quiero hablar contigo a solas.

—¿Ha ocurrido algo?

—Tú eres lo que pasa, en cualquier momento Kylian te va a poner en tu lugar.

—¿De qué me estás hablando? —preguntó recordando el encontronazo que había tenido hacía un rato.

—No debes hablarle al jefe del modo que lo has hecho.

—¿Te manda él para que me eches la bronca? —Sus ojos verdes lanzaron chispas.

—No, nunca lo haría. Él solo se basta para hacerte la vida imposible. —La mujer la miró significativamente—. Igual que os he escuchado yo lo ha hecho la mitad del castillo.

—Que lo intente.

Malen estaba perdiendo la paciencia, aquella chiquilla era más terca que una mula.

—¿Es que no te das cuenta de a quién te enfrentas?

—A un hombre que ignora a sus hijos.

—En esto estamos de acuerdo, pero tú no debes imponerle tu voluntad. Tiene que ser él quien lo haga por sí mismo. No ganarás nada si tratas de hacer valer tus deseos. Al contrario, se mantendrá más alejado aún solo para demostrarte que el que manda es él.

Nyla pensó que la anciana estaba en lo cierto, pero la sublevaba que no mostrara ningún tipo de sentimiento a su propia sangre.

—Sé que tienes razón, no puedo evitar desear darle un coscorrón al ver en lo que se ha convertido.

—¿Qué quieres decir?

—Es un hombre que solo vive para vengarse... ¿qué ocurrirá si en esas correrías donde se divierte incursionando en tierras ajenas lo hieren?

Ya estaban llegando al quid de la cuestión, pensó la sanadora.

—¿Acaso te importaría?

Los ojos de Nyla se clavaron en los de Malen.

—Claro que sí, yo me quedé sin padres a los catorce años y no hay día que no piense en ellos, y saber que los pequeños lo tienen a él y no les hace caso...

—¿Estás segura de que solo se trata de eso?

—¿Qué quieres decir? —Aquella pregunta había confundido a Nyla.

Malen la miraba con los ojos entrecerrados, ¿sería solo por los niños o habría algo más?

—Eres una mujer joven, guapa y gobiernas en el castillo. ¿Nadie te ha dicho que se cazan más moscas con miel que con hiel?

—No entiendo.

—Que en lugar de gritarle, uses tus armas de mujer para que él vea en ti lo que no tienen las demás que habitan en estas tierras.

—¿Me estás diciendo que haga como esas frescas que se dejan levantar las faldas?

—Nunca se me ocurriría —afirmó Malen, aunque pensaba que a Kylian le hacía falta una mujer como Nyla, con carácter fuerte.

—Entonces ¿qué quieres que haga?

—No quiero que hagas nada que te haga sufrir, y si lo encaras tal como has hecho esta mañana, se le terminará la paciencia muy pronto. Ve con cuidado. —Con estas palabras, y dejando que la chica pensara en lo que había dicho, se colgó de su brazo y volvieron a los establos—. Piensa en lo que hemos hablado, no te pongas en líos. —Nyla se quedó mirando cómo la anciana volvía al castillo. Por su cabeza pasaban las palabras que le había dicho, los consejos que había tratado de darle y no terminaba de entender. ¿Acaso no era normal que se preocupara por el bienestar de los pequeños? ¿Debía dejar que su padre siguiera ignorándolos como si fuesen los perros que se paseaban por ahí? A veces, lo había visto lanzándoles palos a los chuchos y estos se los traían para que volviera a hacerlo. Podía decirse que les prestaba más atención que a los pequeños. ¿Por qué no dedicaba esos minutos a sus hijos?

Estos pensamientos la pusieron de peor humor. ¡Hombres!

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Capítulo 4

Kylian había salido con sus hombres a patrullar, hacía unos días que estaba de un humor de mil demonios. ¿Qué se había creído aquella muchacha, que porque le había dejado el control de su casa tenía derecho a criticarlo, a cuestionarlo? ¡Él era quien tomaba las decisiones! ¡Quien daba las órdenes! Si no, su propio hogar se convertiría en un pandemonio. Había que mandar con mano firme o no habría disciplina, y eso podía desembocar en el caos.

—¿Has pensado ya en dar el golpe de gracia? Si esperas demasiado, el Viejo habrá muerto de aburrimiento —se burló Gared, que cabalgaba a su lado y sospechaba que McCallahan estaba detrás del ataque.

Él tenía la mente ocupada en esa muchacha que se creía con el derecho de cuestionar sus decisiones. Siempre estaba alerta y en los últimos días había percibido las miradas de censura que ella le lanzaba.

Gared se dio cuenta de que no lo escuchaba, iba a volver a hablar cuando Eiden silbó alertando de la presencia de intrusos. Detuvieron los caballos y miraron en la dirección que el soldado les indicaba.

—Movimiento a la derecha —indicó en voz baja y señalando con la cabeza.

—¿Has visto sus colores? —preguntó Kylian escudriñando entre la espesura del bosque y poniendo su mano sobre el pomo de su claymore.

—No parecía ningún tartán que haya visto antes.

Kylian ordenó a sus hombres que se dispersaran para rodear a los intrusos. Con todos los sentidos en alerta, llevaron a sus caballos al paso hasta que escucharon el suave relincho de un animal, se comunicaron entre ellos con el sonido del chotacabras y fueron encerrando en un círculo a los extraños. Eran cuatro, que se habían ocultado bajo el saliente de unas rocas; tres hombres, dos de ellos jóvenes, y una mujer. Los varones llevaban ropas de campesinos y la chica un fino vestido de montar de terciopelo verde oscuro.

Cuando los vio, el laird enfundó su espada al ver que apenas iban armados con unas ballestas a su espalda, más destinadas a la caza de conejos que a la defensa personal.

—¿Dónde os dirigís? —preguntó con su voz profunda.

Uno de los hombres, el mayor, movió al caballo para ponerlo delante de la mujer.

—A Aberdeen —respondió el hombre con la voz cascada.

—¿Cuál es vuestro nombre? ¿A qué clan pertenecéis? —Kylian le hablaba al hombre, pero sus ojos estaban clavados en la mujer.

—Yo soy Ducan, del clan Maxwell, ellos son mis hijos Glen y Naylea, acompañamos a la hija del laird a un convento en Aberdeen.

—¿Y ella tiene nombre? —Kylian veía el rojo subido de las mejillas de la moza y se temía que estaba incómoda bajo su penetrante mirada. Siempre había intimidado a las mujeres, estaba acostumbrado a causar esa reacción, por ese motivo se sorprendió cuando ella se puso tiesa sobre su caballo y habló:

—«Ella» puede hablar por sí misma. Soy Fiona Maxwell y os agradecería que no nos retraséis, ya perdimos bastante tiempo con las tormentas que nos han acompañado desde que emprendimos este viaje. —Su voz era ronca y sensual, a pesar de mostrar insolencia, y Kylian deseó seguir escuchándola.

—¿Puedo preguntar a qué vais al convento de Aberdeen?

—No os importa, señor —dijo ella con voz cortan

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