Por qué te vas

Fragmento

Por qué te vas

Godoy Cruz 3038, 4 amb., ctrafrte., balcón, ¡muy lum!, 3 bañ.

Toco timbre y espero a que abran la puerta del cuarto B. En primaria era del B. Los del A eran cancheros y en las fiestas bailaban lentos y chapaban. Los del C se portaban mal y los profesores siempre estaban retándolos. Los del B éramos tranquilos, buenos, infantiles. Una noche de cuarto grado planeamos con dos amigos del B ponernos de novios con chicas de otros grados. Yo decidí enamorarme de Marina, que era del C, pero tan buena y tranquila que parecía del B. Ella me dijo que no quería ser mi novia, una actitud muy del A, y durante más de un año me la pasé llorando para que dijera que sí. Al final, aceptó. Solo nos hablábamos por carta y nunca, ni una vez, nos dimos un beso. En algunas fiestas bailábamos lentos. Para mí era lo máximo, podía abrazarla y no tenía que pasar por la vergüenza de hablarle porque sonaban bien fuerte las canciones de un tipo horrible que se llamaba Álex Ubago. ¿Seguirá vivo Álex Ubago?

—Hola, vengo en busca de mi infancia.

La señora que me abre la puerta del departamento no sabe qué decir, su boca se contorsiona entre la duda y la sonrisa.

—Es un chiste, vengo a ver el departamento. —Demasiado pronto me apiado; podría haberme divertido un poco más.

Se sienta en una silla y mira el celular. No me considera un verdadero cliente.

Los mosaicos del piso, los marcos de las ventanas, la bañadera antigua, la cama con respaldo de hierro; termino de recorrer las habitaciones y me siento en el suelo. Busco el techo y lo encuentro demasiado lejos. Inalcanzable para alguien como yo.

Saco el cuaderno de la mochila y arranco un rectángulo de papel. Escribo un nombre y un número de teléfono. Me acerco a la señora, que sigue mirando el celular.

—¿Conoce a Álex Ubago? —le pregunto.

—No personalmente, pero escuché las canciones.

—Son buenas, eh. Muy buenas.

—Sí, sí, me gustan.

—El departamento es para él.

—Para… ¿el cantante?

—Sí, para Álex. Para Álex Ubago. Soy su agente. Me pidió que le consiga departamento durante su estadía en Buenos Aires. Acá le dejo mi tarjeta, cualquier cosa me llama.

Abandono el departamento perfecto con un portazo.

Por qué te vas

Pedaleo por una callecita que desemboca en el río. En mi cuadra viven, además de la mía, otras pocas familias, sus casas empotradas entre terrenos baldíos y jardines silvestres. Un perro inmenso galopa hacia mí y lo paso de lar, la dueña lo corre, se queda sin aire, putea a los grit, un nene sentado sobre el cordón con frutillas en las rod, avanzo hacia mi casa zigzagueando sobre la bici. Entonces escucho el saxo del vecino de enfrente. Nunca logra terminar una canción sin equivocar las notas. Salto de la bici y camino hasta el portón. El vecino del saxo interrumpe su canción con un soplo afónico. Pienso que va a rendirse, pero vuelve a intentarlo.

Cuando entro a mi casa con la bicicleta al hombro, mamá sale a recibirme con un abrazo. Tan fuerte que me corta la respiración. Papá, sentado en el sillón con la computadora sobre las piernas, me guiña el ojo. Mi hermana está en su cuarto tocando la guitarra. Dejo la bicicleta y subo corriendo las escaleras.

En casa hay ventanales, una terraza y un jardín donde papá me jugaba a los penales. Un único árbol, alto, de hojas puntiagudas. Los sonidos del río no llegan hasta la casa, pero se lo ve por todas las ventanas y se escuchan los pájaros temprano, desde la madrugada. El viento y la lluvia suenan fuerte y claro cuando hay tormenta; mucho más que en la ciudad, donde los edificios frenan las corrientes. En la ciudad lo que se escucha es la ciudad, sus lamentos: el humo, las bocinas, los negocios, los boliches, los colectivos. Desde la habitación de mis papás es desde donde mejor se ve el río: plateado, con los primeros naranjas del atardecer, el cielo que se derrumba sobre la superficie del agua.

Bajo las escaleras a oscuras. Pegado sobre la puerta de mi habitación encuentro un papel en el que alguien escribió una pregunta: ¿por qué te vas?

Por qué te vas

Muñeco de patito

Mi vecino se llamaba Tomás Sandulio y los amigos lo molestaban diciéndole Tomi Sanculo. Cuando iba a jugar a su casa, intentaba defenderlo. Tomi era dócil e inocente. A los amigos los recuerdo como hienas estúpidas con uniforme verde de colegio inglés. Los Sandulio tenían la PlayStation y muchos jueguitos. En mi casa no había ninguna de esas cosas. Los Sandulio tenían también una pileta, que me servía de excusa cuando quería jugar a la PlayStation. Me ponía la malla, las ojotas, agarraba una toalla, salía al jardín y gritaba a través de las enredaderas que separaban nuestras casas: Tomi, ¿puedo ir a la pile?

Si decía la verdad —que quería ir al lado a jugar a los jueguitos—, nuestras mamás no nos dejaban hacer programa, así que, cuando la mamá de Tomi estaba por ahí, me tiraba un chapuzón para disimular. Después me secaba y salía corriendo al cuarto de Tomi a jugar durante horas. Aún hoy digo ser friolento. Quizás fue un invento de esa época para salir más rápido de la pileta.

A Tomi le compraban muchas cosas que en mi casa eran consideradas vanas y obviables: la PlayStation, la pileta, la televisión, un cuatriciclo, un perrito, una mesa de ping-pong. Una vez Tomi apareció con unos muñequitos de Pókemon de plástico en miniatura. Yo era fanático de Pókemon y mis papás nunca me habían comprado ni me comprarían algo así. Tomi tenía a Nidoking, a Kadabra, a Ivysaur, a Psyduck. Los admiré en silencio durante mucho rato. Cuando volví a moverme, tenía un plan. Felicité a Tomi por su adquisición, haciendo fuerza con los labios para que no se me notara la envidia. Más tarde, jugando con los muñequitos, comenté, como quien no quiere la cosa, que mis papás me traerían de Inglaterra un nuevo Pókemon, muy, muy raro, inconseguible, casi desconocido. Tomi abrió los ojos y dijo wow. Yo dije sí, es increíble, un Pókemon muy poderoso, podría derrotar a todos estos él solito. Otro wow de Tomi, seguido de un qué suerte que tenés. Pero… si querés… susurré, te lo puedo cambiar. ¿En serio?, gritó Tomi. Sí, obvio, pero solo porque somos amigos. Y no le digas a nadie que yo te lo cambié.

La próxima vez que crucé a lo de los Sandulio llevaba escondido un patito de pinta lamentable encontrado en un cajón. No era un Pókemon, y aunque lo fuera, no sería para nada poderoso. Hicimos el cambio, no lo podía creer. Volví a casa con el botín, orgulloso de lo que había conseguido, aterrado de que me descubrieran. Unos días después, la mamá de Tomi habló con mi mamá y pidió que devolviera los Pókemon que me había robado.

Por qué te vas

Son como veinte. Tienen entre seis y nueve años. Para ellos, soy un desconocido. Me miran, intentan descubrir si soy de los buenos o de los malos. De los que dejan jugar o de los que gritan.

Estuve nervioso toda la semana. Preparé listas de ejercicios. No voy a usar ninguno. No les cuesta nada darse cuenta: soy de los buenos. Y soy nuevo. Se ponen a jugar, primero de a poco, de pronto están corriendo, saltando, gritando por todas partes. Aprovecho el desorden y los hago hacer acrobacia, bailar, voy charlando con cada uno, me presento, les pregunto cosas.

Los dejo dibujar en el pizarrón. Pintamos un monstruo entre todos, cada uno agrega una parte. Va a ser la mascota del grupo.

Toca el timbre. Salen todos corriendo. Charo se queda, me da un abrazo. Dice que le encantó la clase, que se divirtió mucho.

Quedo solo y miro el aula. Lo que queda del aula.

Por qué te vas

Fermín. 20 años. Agente de viajes

Y bueno, yo me quería ir a vivir solo, porque vivía lejos de la facu y quería tener esa experiencia de irme a vivir solo. Para ver qué onda, digamos. Funciona bien, hasta ahora. Cuesta la parte de estudiar. Por ahí como que no tenés la, no sé si presión, pero alguien que te está rompiendo las bolas para que vos te pongas a hacer las cosas que tenés que hacer. No sé si en casa me rompían las bolas, pero solamente la presencia era como: “Uy, tengo que hacer tal cosa”.

A mis viejos les dije que me copaba la idea de irme a vivir solo y me dijeron que sí, que probara, que a ellos no les modificaba nada. Les gustaba la idea como para que hiciera algo así, digamos, me motivaron, y… no lo hablé mucho más. Les dij

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