Jugando fuerte (The Right Move) (La Ciudad de los Vientos 2)

Liz Tomforde

Fragmento

jugando_fuerte-2

Playlist

Imagen de la reproducción de una canción en Spotify

trust - thuy feat. RINI

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3:17

Be Alone - Blxst

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2:34

Every Good Girl - Blxst

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2:56

First Time Thing - Calabasas

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2:11

nirvana - Dylan Reese feat. Phabo

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2:33

Concentrate - Lucky Daye

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3:36

Morning - Marc E. Bassy

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3:26

slower - Tate McRae

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3:07

Let Me Love You - Mario

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4:09

Overrated - Blxst

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2:26

Naked - Ella Mai

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3:17

Better - Khalid

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3:49

Still - Lecrae feat. DaniLeigh

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2:55

ALL MINE - Brent Faiyaz

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3:36

Keep Comin’ Back - Blxst

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2:25

All Me - Kehlani feat. Keyshia Cole

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2:58

Try Me - Jason Derulo feat. Jennifer Lopez

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3:20

Easy - Camila Cabello

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3:14

Change Your Life - Kehlani feat. Jhené Aiko

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3:11

Butterflies - ASTN

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2:55

1

Ryan

No soy un soñador, al menos no en el sentido tradicional de la palabra. Mis sueños están al alcance de la mano, pueden hacerse realidad a su debido tiempo. No romantizo lo imposible.

Hay hombres hechos y derechos que se hincan de rodillas para rezar a sus dioses por esos 48 minutos de baloncesto. No es mi caso. Yo no idealizo el destino ni dejo que las cosas ocurran al azar. Creo en el trabajo duro y en la dedicación. Mi vida se rige por un plan. Si en el camino me surgen oportunidades es porque me he propuesto ir a buscarlas.

El resto de mis compañeros de equipo, sin embargo, tienen una idea romántica de lo que es un campeonato si creen que pueden empezar con la primera semana de entrenamiento estando tan en baja forma.

—Dom, tienes que salir de ese bloqueo el doble de rápido. Te veo muy lento, joder. ¿Qué demonios has estado haciendo todo el verano?

—Vivir la vida, Shay. Deberías probarlo alguna vez.

Dom Jackson, el más grande de todos, se desploma. Apoya las manos en las rodillas mientras intenta recuperar el aliento como todos los demás tíos a los que llamo «compañeros de equipo».

Me seco el sudor de la frente con la camiseta cuando uno de los novatos me pasa la pelota desde la cabeza de la bombilla.

—Venga, otra vez.

—Ryan, el entrenamiento ha terminado hace una hora. Algunos tenemos mujeres e hijos a los que nos gustaría ver. —Ethan, nuestro escolta veterano, se pone en jarras en un rincón de la pista.

—Sí, y otros tenemos una cita con… —Dom dirige la mirada a uno de los jóvenes que están en la banda—. ¿Cómo se llamaba aquella…? —añade en voz baja—. ¡Raquel! Algunos hemos quedado con una mujer guapísima que se llama Raquel.

Echo una ojeada a mis compañeros de equipo. Todos están agotados, menos yo.

—Está bien —me resigno—. Lo dejamos por hoy.

—¡Gracias a Dios! —Dom gira sobre sí mismo, levanta las manos y se quita la camiseta empapada en sudor. El resto del equipo se marcha corriendo al vestuario.

—Todavía estamos en la pretemporada, Ryan. —Ethan me pone la mano en el hombro como para consolarme—. Lo conseguirán, ya verás.

—Estoy harto de perder. Ni siquiera vamos a clasificarnos para los play­offs. Me he tirado todo el verano corriendo dos horas al día para estar en forma esta temporada. Los demás deberían estar a mi altura.

—Nunca lo estarán, por eso eres uno de los grandes. Como nuevo capitán, tienes que hacerte respetar, pero no solo por tu manera de jugar… —Retrocede y sigue al resto del equipo—. Además, tampoco quiero que tú te canses demasiado. Necesito que me lleves a la espalda y me consigas un anillo para que me pueda jubilar.

Ethan esboza una leve sonrisa antes de meterse en el vestuario.

Es un buen tipo. Un hombre muy familiar. Padre de tres hijos y veterano de la NBA desde hace mucho tiempo. Ha sido el capitán del equipo durante los siete últimos años, hasta que pidió la dimisión para poder conciliar mejor el trabajo con la vida privada.

Así que la semana pasada me dieron a mí su título y ahora me estreno como capitán de los Devils, el equipo de la NBA de Chicago.

Sabía que algún día pasaría, pero no que sería a mis veintisiete años y antes de mi quinta temporada en la liga. Todavía tengo mucho que aprender a este nivel y ahora cargo con el peso de ser el líder del equipo, tanto en la pista como fuera de ella.

El general manager de los Devils estaba en contra de que me ascendieran, pero aquí las cosas no funcionan así. El equipo vota para elegir al capitán y salí yo con el respaldo unánime de mis compañeros.

Quiero hacer algo por mis chicos y que me respeten no solo por mi forma de jugar, de eso ya he tenido bastante durante toda la liga. He dedicado toda mi vida al baloncesto, he sacrificado amistades y la mayor parte de mis veinte años por este deporte, y eso se nota.

Año tras año, he batido mis propios récords para llegar a ser algo grande, no he dejado que las distracciones se interpusieran en mi camino porque mi objetivo es ser uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.

Sin embargo, el listón está muy alto, ya que mi cancha es la misma que la del mejor jugador de todos los tiempos. Pero es que los estandartes del campeonato que cuelgan del United Center me recuerdan a los grandes que vinieron antes de mí y a los años que llevamos sin que ninguno de los nuestros destaque, cosa que solo me motiva a ser yo mismo quien lo haga.

Necesito que mis chicos se tomen este juego tan en serio como yo. Necesito que vivan, coman y respiren igual que yo si quieren tener una oportunidad esta temporada. Pero ¿cómo se lo digo sin que suene como el base mandón al que ellos han conocido? Ahora soy el líder del equipo y tengo que averiguar cómo comunicarme con ellos de una manera distinta, porque decirles: «Escuchadme, soy el mejor jugador con el que habéis compartido cancha» no funciona cuando eres el capitán del equipo.

No tengo una amistad particularmente estrecha con ninguno de mis compañeros de equipo, salvo con Ethan, así que me sorprendió que me eligieran capitán. Mi forma de jugar siempre ha hablado por mí, en la pista era dominante y conseguía salirme con la mía, pero ahora tengo otro título y no estoy seguro de cómo adaptarme a él.

—¡Casey! —llamo a uno de los nuevos cuando veo que se escabulle—. Te llamas así, ¿no? ¿Casey?

—Sí, señor Shay.

Pongo los ojos en blanco.

—Llámame Ryan o Shay, cualquier otra cosa menos eso. ¿Tienes algo que hacer? Necesito a alguien con quien practicar unos rebotes.

—Bueno, es que mi madre…

—¿Tienes planes o no?

—No, no —se apresura a decir, negando con la cabeza—. Puedo cogerle unos rebotes, señor Shay. —Abre los ojos de par en par—. ¡Ryan! Puedo cogerle unos rebotes, Ryan.

Avanza hacia la red con unas zancadas desgarbadas y se detiene; lleva unos pantalones cortos de color caqui y un polo con el logotipo del equipo. No puede tener más de dieciocho o diecinueve años, pero lo han vestido como si fuera un cuarentón.

Me coloco en posición, no pienso moverme de aquí hasta que no haya lanzado cien tiros libres, pero para el tiro número setenta y seis se abre la puerta de la cancha privada.

—¡Ry! —exclama mi hermana—. El entrenamiento ha terminado hace dos horas. Me he pasado por el apartamento para ver si estabas.

—¡Hola, Vee!

El tiro número 77 apenas roza la red cuando entra por el aro. Casey coge el rebote y la vuelve a pasar.

—Ya te has entrenado esta mañana. ¿Se puede saber qué estás haciendo?

—Mis tiros libres.

Mi hermana melliza se mantiene a unos pasos de distancia con una mano en la cintura. No la miro directamente, pero la veo menear la cabeza de reojo, como si me diera por imposible, mientras su rizada melena se mueve de acá para allá.

—¿Cómo te llamas? —le pregunta al nuevo.

—Casey.

—Yo te sustituyo, Casey. —Stevie intercepta la pelota antes de que me la pase y le roba el sitio bajo la red.

El chaval nos mira nervioso, primero a mí y luego a ella.

—¿Alguien te lleva a casa? Es tarde. —Mi hermana es un encanto; a mí, en cambio, ni se me había ocurrido pensar cómo iba a volver a casa.

—Sí, mi madre ha aparcado ahí detrás y me está esperando.

—¡Ryan! —me regaña Vee—. Su madre lo está esperando.

—¡No lo sabía! —Levanto las manos—. Perdona, tío.

Casey niega rápidamente con la cabeza.

—Ha sido un honor, señor Shay.

Lo miro con los ojos entornados.

—Quiero decir, Ryan. Ha sido un honor, Ryan Shay. Siempre lo será. —Casey se despide con un extraño gesto de la mano, antes de escabullirse por la puerta principal.

Stevie se vuelve hacia mí desde debajo de la red.

—Su madre lo estaba esperando —repite riéndose—. ¿No te parece adorable?

—Sí, adorable —contesto impertérrito, luego doy una palmada para que me pase la pelota que tiene apoyada en la cadera.

—¿Cuántos te faltan? —Me pasa la pelota directa a las manos.

He perdido la cuenta de las veces que me ha cogido rebotes en estos veintisiete años, así que lo tiene dominado.

Lanzando otro tiro, le digo:

—Veintidós. —Me la devuelve—. ¿Qué pasa? ¿Ya te has cansado de Zanders? ¿Estás pensando en volver a casa?

—Ja, ja —dice ella en tono seco—. Ni hablar. Estoy obsesionada con ese tío.

Dibujo una sonrisa de orgullo. Evan Zanders, que al principio me parecía un tío de mierda, pero ha resultado ser todo lo contrario. Juega al hockey profesional para Chicago, y mi hermana lo conoció el año pasado, cuando era azafata del avión de su equipo. Mantuvieron la relación en secreto hasta principios de verano, pero los últimos cuatro meses han sido una incesante manifestación pública del amor que se tienen.

Han empezado a vivir juntos, justo enfrente de mí, por suerte, así que no hay más que cruzar la calle. Debo admitir que, por mucho que me guste llevar siempre la razón, me alegro un montón de haberme equivocado con Zanders. Anima mucho a mi hermana, que está más contenta que nunca porque él la deja ser tal y como es, con toda la confianza del mundo. Es difícil odiar a un tío cuando es lo mejor que le ha pasado a tu persona favorita.

Y no voy a mentir: también se ha convertido en un buen amigo mío.

—Bueno, yo diría que él está igual de obsesionado contigo, o quizá más todavía.

—Lo sé. ¿No es maravilloso?

Meneo la cabeza con una leve sonrisa y doy otra palmada para que me pase la pelota.

No se puede negar que con mi hermana soy otra persona, soy el que era antes de la fama y el dinero. El dinero nunca se me ha subido a la cabeza, como cabría esperar de un joven que ha sido seleccionado en la primera ronda, pero sí que me ha vuelto más cauteloso y paranoico de lo que cree la mayoría de la gente. Stevie es la única persona en la que confío a ciegas y esa libertad que siento con ella me permite relajarme y ser yo mismo.

—Entonces ¿qué pasa? —El balón baja por la red, otra canasta limpia—. ¿Qué es tan urgente para que vengas hasta aquí a cogerme rebotes?

No me devuelve la pelota, sino que la abraza.

—Tengo que pedirte un favor.

Extiendo las manos esperando su pase, pero ella se niega.

—¿De qué se trata?

—Bueno, ¿te acuerdas de que me mudé?

—Sí, Vee. Estoy seguro de que no se me olvida que ahora vivo solo.

—En tu enorme y maravilloso apartamento, que se queda vacío cada vez que te vas de viaje. —Le brillan los ojos.

—¿Y bien?

—Recuerdas a mi amiga Indy, ¿no? Mi antigua compañera de trabajo.

—¿La chica que se plantó en casa y se pasó toda la noche llorando a moco tendido y que la siguiente y última vez que la vi en un bar me vomitó en los zapatos? ¡Cómo olvidarla!

—Porque había pillado a su novio de toda la vida con otra —me recuerda—. Verás, sus padres se han ido a vivir a Florida y…

—No.

—Ryan, todavía no te he pedido nada —protesta Stevie.

—Lo sé. Te estoy parando antes de que lo hagas. Sabes que me cuesta muchísimo decirte que no, por eso ni siquiera te voy a dejar que me lo preguntes. No va a mudarse a mi casa.

—Ry, no tiene adónde ir. La han ascendido en el trabajo y tendría que renunciar al puesto si no encuentra dónde quedarse. Ya sabes que ganamos muy poco.

—Tú ganas lo bastante como para pagarte un sitio donde vivir.

—Es que ella… —Mi hermana duda un momento—. Está mal de pasta y no puede permitirse vivir sola. Chicago es una ciudad cara.

—Pues que se busque una amiga a la que gorronear. Ni siquiera la conozco, solo sé que le pusieron los cuernos y que no aguanta el alcohol.

—Ryan, no seas así. Tienes un piso enorme y te pasas la mitad del tiempo viajando por trabajo. A Indy le pasa lo mismo. La temporada del hockey coincide con la del baloncesto. Apenas os veréis.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque es muy distinto a cuando tú vivías conmigo. Eres mi hermana y mi mejor amiga, pero yo no quiero compartir piso con nadie. Ya sabes que para mí el tiempo que paso en casa es sagrado. Fin de la discusión. —Doy una palmada, necesito recuperar el balón para terminar mis tiros diarios.

Sin embargo, Stevie deja caer los hombros en un gesto de desilusión, antes de girar sobre los talones y dirigirse hacia la salida con mi pelota.

—Vee, ¿se puede saber qué demonios te pasa? Necesito llegar a los cien.

—Pues entonces cógete tú los rebotes. —Sigue caminando hacia la salida sin molestarse en mirar atrás.

—No puedes cabrearte conmigo por decir que no.

—Ya, solo estoy desilusionada. ¿Tanto te cuesta cuidar de alguien o de algo que no sea esa cosa naranja?

—Cuido de ti —le recuerdo, pero sigue avanzando hacia la puerta doble que da al vestíbulo y deja caer la pelota en el rincón antes de salir.

Mierda.

Por lo general, procuro que me importe tres pepinos si decepciono a la gente. Tengo las expectativas muy altas hacia mí mismo, así que me dan igual las de los demás. Pero, aparte de la mía, la única opinión que me importa es la de mi melliza.

Salgo corriendo tras ella.

—Vee —la llamo, mientras abro la puerta que da al vestíbulo. Ya casi ha llegado a la salida, pero se gira—. Dime por qué me obligas a hacer esto. ¿Tan disgustada estás? ¿Por qué es tan importante para ti?

—No te obligo a hacer nada, pero es mi amiga. Fue la primera que tuve en Chicago. Ya sabes que me costó conocer a gente porque lo único que quería todo el mundo era acercarse a ti. Pues bien, Indy sí quiso estar conmigo y, si no encuentra un piso que pueda permitirse, se marchará a Florida para vivir con sus padres. No quiero que se vaya y no se me ocurre otra forma de ayudarla. Su prometido la engañó y fue ella la que se tuvo que ir de casa. Necesita que algo le salga bien.

¿Por qué siempre tiene que tocarme la fibra sensible, joder? Si cualquier otra persona me soltara ese mismo discurso, yo ni pestañearía, pero si me lo dice Stevie, me derrito y solo quiero darle todo lo que me pida. Es mi culpa que lo haya pasado mal intentando conocer a gente y ahora me está dando la oportunidad de compensarla por aquello, aunque solo sea un poco.

—Confío en ella —continúa—. Tú también puedes fiarte.

La felicidad de mi hermana me preocupa mucho más que la mía. De hecho, he renunciado a alcanzarla, por eso digo lo siguiente:

—Que quede claro que no quiero hacerlo.

—Lo sé.

—Tiene que tener fecha de salida.

A Stevie se le contrae el labio mientras empiezan a brillarle los ojos.

—Quiero una especie de contrato de arrendamiento provisional y que pague un alquiler. No le va salir gratis.

—Por supuesto que pagará. Pero ¿podría ser algo asequible? En realidad, tú no necesitas el dinero.

Vaya, yo haciéndole un favor y ella encima viene con exigencias.

—Es provisional. No se va a quedar conmigo para siempre.

—Lo he pillado. —No puede disimular una sonrisa—. ¿Te he dicho que eres mi persona favorita del mundo entero?

—Vale, de acuerdo. —Vuelvo a la cancha—. Ven a cogerme rebotes. Aún me faltan cincuenta y tres tiros.

—¿No decías que eran veintitantos?

Sigo andando hacia la línea de tiro libre sin molestarme en volverme a mirarla.

—Parece que he perdido la cuenta mientras dejaba que mi hermana me convenciera para que una chica cualquiera se mudara a mi piso.

La sonrisa radiante de Stevie se le nota en el tono de voz:

—Venga, cincuenta.

2

Indy

—No.

—¿Cómo que no?

—Pues que no me voy a mudar a casa de tu hermano.

Stevie está tan confusa que entrecierra los ojos.

—¿Por qué?

—A ver, déjame que lo piense… Porque es una locura. —Irme a vivir con el hermano de mi mejor amiga suena a argumento de una de mis novelas románticas preferidas. Por no mencionar que el hermano en cuestión es Ryan Shay, la superestrella del baloncesto, y parece recién salido de uno de mis sueños húmedos. Pero sobre todo…—. Porque me odia.

—Detesta a casi todo el mundo —argumenta ella encogiéndose de hombros, pero hay algo en el tono desenfadado con el que habla que hace que me salten las alarmas.

—Me lo estás vendiendo, ¿eh, tía?

Stevie se sienta en el sofá de la habitación mientras yo termino de prepararme el desayuno en la cocina de un solo quemador. Mi salchicha vegetariana parece una cagarruta de perro gracias a la espantosa sartén que me ha facilitado el hotel.

«Delicioso», pienso para mis adentros, aunque confío en poder aguantar un poco más aquí.

—Ya sé que Ryan es mi hermano, así que es muy probable que no sea imparcial, pero te aseguro que es genial. Puede parecer frío porque no expresa sus emociones, pero es un buen tipo. Yo te quiero y eres mi mejor amiga. Ryan y yo compartimos el mismo ADN, lo que significa que él también acabará queriéndote.

—Me encanta tu lógica, Vee.

—Pura ciencia.

Como no le honro con una respuesta, sigue hablando:

—Los dos tenéis que viajar tanto por trabajo que apenas os cruzaréis. Además, no sale con nadie, así que no tienes que preocuparte de que haya chicas entrando y saliendo del apartamento.

Levanto una ceja.

—Que no salga con nadie no significa que no tenga rollos de una noche. ¿Tú has visto lo bueno que está ese hombre?

—No quiero pensar en eso, gracias —dice con un poco de cara de asco—. Lo único que digo es que nunca se llevaba a nadie a casa y estuve viviendo allí casi un año.

A lo mejor deja los escarceos amorosos para los viajes. Muy astuto. Y, por una vez, estaría bien no tener que encontrarme otras tías en mi casa.

—Te he ofrecido que te vengas con nosotros, pero tampoco quieres. A Zee le sobran dos dormitorios —continúa.

—Vee… —suspiro—. Lo último que quiero es hacer de carabina, no me molaría una mierda tener que oíros dale que te pego como dos conejos cada vez que lleguemos de un viaje. No pasa nada, de verdad. —Me siento en la otomana cerca de la mesa del café con el desayuno en la mano—. Mira estos pisos. —Le paso por la mesa un fajo de folletos de anuncios con la esperanza de que mi futuro hogar esté entre ellos, pues son los únicos que me puedo permitir.

Cuanto más los hojea Stevie, más le cuesta ocultar su incredulidad.

—No, Indy. No puedes vivir en ninguno de estos sitios. Algunos me dan mala espina. Mira este. —Se pone a leer una de las descripciones—: «Hombre de cincuenta y tantos años busca compañera de piso de veintitantos».

—¡Yo tengo veintitantos y ese sitio solo cuesta quinientos pavos al mes! —Me meto en la boca un trozo de salchicha vegetariana, pero está tan chamuscada que la escupo en el plato.

—Sí, porque lo más probable es que tengas que pagarle el resto del alquiler de otra manera…

—Vale. Chungo. —Cojo esa hoja del montón, la arrugo haciendo una bola y la añado a mi plato de basura incomestible.

—Indy… —suspira mi amiga, que deja caer los papeles en su regazo—. Por favor, múdate a casa de Ryan. Si no lo haces por ti, hazlo por mí. Sería incapaz de pegar ojo por las noches si supiera que estás en un cuchitril de estos. Puedes escribirme todos los días para contarme cómo te va y, si hace falta, yo puedo mantener a raya a Ryan.

Saco el móvil y decido mandarle un mensaje ahora mismo.

Yo: Cómo me va hoy: si me obligas a vivir con tu hermano, pienso sexualizarlo siempre que pueda. Te escribiré todos los días para contarte que es el hombre más cachondo que he visto en mi vida. Te contaré día sí y día también las ganas que tengo de que me haga guarradas.

Stevie mira su móvil y hace una mueca. Luego pestañea a toda velocidad, como si quisiera borrar la imagen de su mente.

—Me la voy a jugar y a esperar a que vayas de farol.

—Bien, esto se pone interesante.

—¡Si te fueras a vivir con Ryan, seríamos vecinas!

No puedo evitar que se me escape una sonrisa cuando pienso en que solo tendría que cruzar la calle para ver a mi antigua compañera de trabajo y a su novio. Me encanta que sigan juntos. Durante la última temporada de hockey, vi de primera mano el desarrollo de su relación. Por más que la vaya a echar de menos este año en los viajes, me alegro de que Zanders y ella ya no tengan que ocultar que están juntos. Un amor como ese no debería mantenerse nunca en secreto.

—Eso estaría genial —admito.

—¿Lo ves? Además, tu cafetería favorita está a tan solo dos manzanas de su casa y el portero de Ryan es una auténtica joya. Vas a adorarlo.

Aunque la idea de vivir en un apartamento de lujo en el centro con todas las comodidades imaginables suena a un sueño hecho realidad, me veo incapaz de decir que sí.

Supongo que en parte se debe a que sigo convenciéndome a mí misma de que volver a Chicago es una buena idea. Cada rincón, cada edificio, cada calle me recuerdan a él. Eso es lo que pasa cuando llevas toda la vida queriendo a una persona. Todos los recuerdos la incluyen.

Y ahora tengo que pasar el duelo de una versión de mi vida que ya no existe.

Después de entrar en casa y encontrarme a Alex con otra, tuve que reunir todas mis fuerzas para terminar la temporada de hockey. Pero en cuanto los Raptors ganaron la Copa Stanley, metí todas mis mierdas en una bolsa y seguí a mis padres a su nuevo hogar de jubilados, en primera línea de playa, en Florida. Pasar allí el verano me ha venido bien para el desamor, pero volver al lugar donde toda mi vida se vino abajo es como tener que empezar otra vez todo el proceso de curación desde el principio, da igual que el shock inicial fuera hace seis meses.

Después de haber vivido en este hotel durante unas pocas semanas y haber formado a dos azafatas para que trabajen a mis órdenes, sigo sin saber a ciencia cierta si he hecho bien al volver aquí.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Stevie cambia de tema.

—El primer viaje de la temporada empieza dentro de pocos días. ¿Estás preparada?

—Todo lo que se puede estar con una tripulación de novatos. Ver a los chicos del hockey quitarse la ropa en cada vuelo no será lo mismo sin ti.

Mi amiga ladea la cabeza y me lanza una de esas tiernas sonrisas suyas.

—Una parte de mí echará de menos volar, pero sobre todo os echaré de menos a Zee y a ti cuando estéis de viaje. Por otro lado, este año no me perderé ninguno de los partidos que juegue Ryan en casa. Bueno, ¿cómo te sientes siendo la jefa de las azafatas y pudiendo darle órdenes a todo el mundo?

—Rara. Nunca pensé que estaría a cargo del avión en mi segundo año, pero me hace mucha ilusión. Y, claro, me alegro de que Tara se haya ido para siempre.

—Despedida por confraternizar —se ríe Stevie—. Qué ironía.

Existe una norma estricta de no confraternización de las azafatas con nuestros pasajeros: los Raptors, el equipo de hockey de la NHL de Chicago. El año pasado Tara, la anterior azafata principal, se empleó a fondo para restregárselo a Vee por la cara siempre que podía. De hecho, en parte acepté el ascenso para conseguir suavizar un poco esas normas. Todavía sigue estando estrictamente prohibido ligar o follar con alguien del equipo, pero ahora ya se nos permite tener una relación de amistad. Me pareció que había que cambiar las normas porque el novio de mi mejor amiga es el segundo capitán y nos vemos con demasiada frecuencia como para fingir que no somos nada.

—Tampoco me vendría mal marcharme durante unos días de Chicago —añado.

—¿Qué dices? Si has estado todo el verano en Florida. Solo llevas aquí un par de semanas.

Un largo silencio nos envuelve y bajo la vista hacia mi regazo.

—Oh, Ind. Soy idiota. Eso no tiene nada que ver con vivir con Ryan, ¿verdad? Si no quieres estar en Chicago, lo entiendo. En serio, lo entiendo. Intentaba ayudarte buscándote un piso donde vivir para que te quedaras, pero ni se me había pasado por la cabeza que a lo mejor no querías estar aquí.

—No eres idiota. Eres una buena amiga. No sé, es que esto me está afectando mucho, ¿sabes? Volver aquí sabiendo que en cualquier momento podría encontrarme con él me revuelve las tripas, pero al mismo tiempo estoy harta de que su decisión influya tanto en mi vida.

Estuve a punto de ponerme a trabajar en Florida e instalarme allí de manera definitiva, pero entonces me llamaron para decirme lo del ascenso. Alex se había llevado todo lo mío aquella noche: mi futuro, mi apartamento, mi grupo de amigos. Y no quise dejarle que se llevara esto también.

—Indy, lo entiendo —dice Stevie con dulzura—. A veces es más fácil marcharse. ¿Estás segura de que quieres quedarte en Chicago?

—Quiero sentirme mejor —digo levantando la cabeza—. A lo mejor volver adonde todo se fue al traste me obliga a hacer frente a la situación y me recupero antes.

—Bueno, si cambias de opinión y decides que Florida ahora es mejor opción, te ayudaré a hacer las maletas, pero espero que aceptes la oferta de Ryan. No te va a cobrar de alquiler más de lo que puedas permitirte. Así podrás ahorrar algo. Aunque te cueste un poco al principio, creo que las cosas mejorarán.

—¿No le habrás contado nada?

—¡Por supuesto que no! —exclama Stevie.

Echando un vistazo a mi alrededor, hago un rápido inventario de mi habitación del hotel. Una mininevera tan enana que tengo que hacer la compra del súper cada tres días porque no caben los productos de tamaño normal. La maleta que he dejado fuera porque en el armario no hay suficientes perchas para mi exorbitante vestuario. Unas toallas tan diminutas que a duras penas me sirven para envolverme el pelo.

Echo de menos tener un cuartel general, aunque tenga que compartirlo con uno de los hombres más atractivos que he visto en mi vida. Solo lo he visto en dos ocasiones, pero nadie olvida una cara o un cuerpo así. De todas formas, si pudiera pedir un deseo ahora mismo, pediría que ambos nos olvidáramos de las veces que hemos coincidido.

—Si hubiera sabido que algún día iba a vivir con ese tío, habría intentado causarle mejor impresión.

Los ojos verdes azulados de Stevie emiten un destello cuando aprieta los labios para contener la risa. Yo esperaba que ella me quitara esa preocupación, que me dijera que el cachas de su hermano no se acordaba de mí para nada.

—No se ha olvidado, ¿verdad?

—Ni de coña.

Solo he tardado diez minutos en desalojar el hotel y otros veinte en vaciar el trastero. El camión de la mudanza estaba tan vacío que daba vergüenza. Es triste que veintisiete años de vida no puedan llenar ni la mitad de un furgón.

Todos los muebles y los electrodomésticos que compramos durante los seis años que vivimos juntos siguen estando en nuestro apartamento. Mejor dicho, en el suyo, y yo he decidido partir de cero y que eso no me importe demasiado. No noté la ausencia de mis cosas cuando fui a pasar el verano con mis padres, pero no tener casi nada es demasiado obvio ahora que estoy en el apartamento de Ryan.

Bueno, en el mío.

De todas formas, está tan vacío que me da la impresión de estar sentada en medio de un museo, por eso resulta tan evidente mi falta de cosas. Tampoco él tiene muchas.

Es un piso impecable y minimalista. Todo está decorado en blanco y negro, no hay notas de color a la vista. Bueno, aparte del montón de ropa que he dejado en el salón mientras intento organizarme. Aquí la palabra clave es «intento».

Desde que conozco a Stevie, he estado en esta casa un puñado de veces, pero nunca ha tenido este aspecto tan vacío… y solitario. A ella le gustan los colores vivos tanto como a mí. Supongo que desaparecieron cuando ella se fue.

Sin embargo, las vistas son impresionantes. El contorno de los edificios y la puesta de sol sobre el Navy Pier han acaparado toda mi atención durante la primera hora que he estado aquí.

Mi visita autoguiada me lleva a la cocina. Una cafetera individual con una sola taza colocada debajo, lista para mañana por la mañana, supongo. Platos: cuatro grandes, cuatro pequeños y cuatro cuencos, todos negros, como si no esperara que viniera nadie más a casa. No me sorprendo tanto cuando abro el primer cajón: cuatro cucharas, cuatro cuchillos y cuatro tenedores; debió de comprarlos en packs pequeños.

Sé que viaja por trabajo tanto como yo, pero ¿y si quiere invitar a sus amigos? ¿Y si una noche se trae a una mujer que tenga hambre, pero no ha fregado los cacharros del día anterior?

A mí me parece poco práctico, pero algo me dice que Ryan Shay piensa que tener lo justo es precisamente lo más práctico.

De vuelta al salón, paso un dedo por la estantería con la esperanza de recoger una capa de porquería o de polvo. Algo que me indique que este tío es humano y no un robot, como sugiere el resto de su apartamento.

No hay ni una sola foto en la casa, pero sí montones de libros. Toda clase de textos motivacionales o de autoayuda que puedas imaginar ocupan los estantes y están organizados por… ¡No me lo puedo creer! ¡Por orden alfabético según apellido del autor! Este tío es un monstruo, seguro que corre maratones por diversión y se alimenta a base de barritas nutritivas en Halloween.

Cuando retiro el dedo del estante, veo que está limpísimo. Ni una mota de polvo.

Ya odio esta casa.

Me detengo al escuchar la puerta principal.

Se suponía que Ryan iba a pasar toda la noche fuera en no sé qué fiesta guay. Creía que me daría tiempo de ordenar el desbarajuste, a colgar la ropa en el armario y a colocar bien mis libros antes de que llegara a casa. Lo tengo todo manga por hombro y eso que esperaba causarle una tercera buena impresión.

Empiezo a darles patadas a los montones de ropa para que se conviertan en uno. La idea es ocupar el menor espacio posible para que no note la bomba que ha estallado en su casa desde que he llegado.

—¿Qué coño es esto? —dice en tono seco, sin alzar la voz.

Procurando recomponerme, me aparto el pelo ralo y desgreñado de la cara y dibujo mi sonrisa más encantadora. Siempre funciona.

—Hola. —Me vuelvo hacia él, hago amago de estrecharle la mano, pero el saludo se con

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