Capítulo 1
Sorpresas desagradables
Erica terminó su tarea de maquilladora especializada en caracterización por aquel día. Era muy buena en su trabajo y le encantaban los retos. Era capaz de hacer casi cualquier transformación en un rostro o en un cuerpo con el material adecuado.
Se encontraba en uno de los momentos más dulces de su vida, trabajaba en una obra de teatro en la que el protagonista sufría un accidente que le deformaba parte de la cara y cada noche debía caracterizarlo para el fin de la representación en tiempo récord, tarea que le resultaba muy estimulante.
Mantenía además, desde hacía nueve meses, una relación sentimental con Fabián, el productor de la obra, un hombre diez años mayor que ella que se encontraba en proceso de divorcio. Lo guardaban en secreto, porque ninguno de los dos deseaba que trascendiera en el teatro, por lo que se veían de forma ocasional en el apartamento que él tenía alquilado desde que abandonó el domicilio familiar, al iniciar los trámites de divorcio, un año antes.
Eran discretos en sus encuentros, hasta que él obtuviera la ansiada libertad que les permitiría exhibir su relación ante el mundo. En el teatro ni siquiera se hablaban, y apenas intercambiaban alguna mirada de soslayo. Nadie imaginaba siquiera que las tardes que el local cerraba sus puertas, mantenían apasionados encuentros en el piso de él. Raramente pasaban juntos la noche entera, solo en dos o tres ocasiones en todo el tiempo que llevaban juntos habían dormido hasta el amanecer, abrazados y disfrutando de la compañía además del sexo.
Erica anhelaba el momento en que al fin se produjera el divorcio, que la mujer de Fabián estaba alargando con mil y una trabas, y pudieran irse a vivir juntos, y sobre todo, hacer pública su relación.
Aquella noche, como solía, una vez terminado el último maquillaje de la representación, se disponía a marcharse a su casa. La obra se encontraba en las últimas escenas y ningún actor necesitaría un retoque adicional. Tal vez Fabián la telefoneara para conversar un rato antes de dormir. A veces solía hacerlo en vez de enviarle el consabido mensaje de buenas noches.
—¡Erica! —la llamó una de las acomodadoras del teatro.
—Hola, Emma.
—¿Ya te vas a casa?
—Sí.
—¡Quédate hasta el final de la representación! Es el cumpleaños de Emilio y nos invita a todos a una copa.
Lo pensó un poco. Tenía muchas ganas de hablar con Fabián, pero no era seguro que la llamase. Mantenía una vida social bastante escasa, y decidió aceptar. A fin de cuentas, no madrugaba por las mañanas y podía permitirse salir una noche.
—De acuerdo.
Esperó a que la función terminase y la sala quedara vacía. No iba vestida para una salida nocturna, pero tampoco desentonaba demasiado con su pantalón negro y su camisa azul claro. Se esmeró en maquillarse para compensar su atuendo convencional.
Se reunió con sus compañeros y se dirigieron a uno de los lugares de moda, bastante alejado de la zona del teatro.
Se acomodaron en una mesa algo apartada y pidieron las consumiciones.
—¡Mira quién está ahí! —dijo uno de los porteros—. El jefazo.
Imaginando que se trataba del director de la obra, dirigió la mirada hacia la mesa que señalaban. Fabián se encontraba en ella acompañado de una mujer claramente encinta de varios meses. Se quedó muda, incapaz de reaccionar. Un sabor ácido le inundó el estómago, pero trató de serenarse. La mujer podría ser una hermana, una amiga o incluso alguien del mundillo del teatro con quien estuviera tratando un asunto de trabajo.
—El cabrón tiene un pedazo de bombón por mujer, y forrada, además —dijo alguien.
—¿Es su mujer? —preguntó tratando de dar naturalidad a su voz.
—Sí. Ha venido con ella alguna vez al teatro, aunque hace tiempo ya de eso. Ahora se deja ver poco con ella.
—Había oído que estaba divorciado, o divorciándose, o algo así —musitó en todo un alarde de actuación.
—Está claro que no, a juzgar por la tripa que ostenta.
—No se va a divorciar de ella jamás, pues es la que tiene el dinero y le financia todas las obras y proyectos.
—¡Además está buena a reventar! ¿Quién se divorciaría de alguien así?
—Nadie, claro.
Escuchaba los comentarios en silencio. Se sentía hundida, estafada y engañada. Incapaz de seguir contemplando los gestos cariñosos que la pareja se dirigía. Lo último que deseaba era derrumbarse delante de sus compañeros y tampoco que Fabián la descubriera allí. Cuando hablara con él debía hacerlo a solas y, sobre todo, con entereza y sin llantos. En aquel momento las lágrimas pugnaban por aflorar y no se lo iba a permitir.
—Creo que algo de la cena me ha sentado mal —dijo a sus acompañantes—. Me voy a marchar.
—La verdad es que estás un poco pálida —confirmó la acomodadora.
—¿Necesitas que te acompañemos a casa? —se ofreció otro de los asistentes.
—No, no. Tomaré un taxi. En cuanto me eche un rato —«y llore mucho»— me sentiré mejor.
—Cuídate. Y si mañana no te encuentras bien, avisa para que puedan sustituirte y quédate en casa. Eres la mejor maquilladora, pero seguro que se las pueden apañar sin ti hasta que te repongas.
Se levantó de la mesa y se dispuso a salir del local, con cuidado de que Fabián no pudiera verla. No obstante, antes de marcharse cogió el móvil y le hizo una foto en una actitud cariñosa con su mujer. Le dolió en el alma, pero necesitaba una prueba que no pudiera refutar cuando hablara con él, cuando al fin reuniera las fuerzas necesarias para hacerlo.
***
A la mañana siguiente se levantó tarde. No pudo dormir en toda la noche, llorando y mirando la foto que había tomado el día anterior. Cada vez que la contemplaba tenía más claro que la pareja no tenía problemas y mucho menos estaba inmersa en una guerra legal para divorciarse.
Se sentía tan tonta, tan crédula, que el engaño podía más que el dolor y la pérdida. Continuaba encontrándose indispuesta físicamente, por lo que decidió telefonear al teatro para que la sustituyeran esa noche, y a mediodía llamó al timbre de su vecino y amigo Fede para hacerle partícipe de sus cuitas.
—¡Pero, criatura! ¿Qué te pasa? Tienes un aspecto lamentable.
—Lo sé. Y no te imaginas la rabia que me da.
—Pasa y cuéntame. ¿Quieres una manzanilla? ¿O un copazo?
—Un hombro sobre el que llorar.
La rodeó con los brazos y Erica dejó de nuevo fluir las lágrimas. Eran vecinos y amigos desde hacía ya cuatro años, cuando él se mudó al piso de al lado con su pareja. Habían formado un trío amistoso que cenaban, salían juntos y se cuidaban unos a otros. Poco después, cuando la novia de Fede se marchó, poniendo fin a la relación, él se quedó como único inquilino del piso y de la amistad.
—Fabián está casado —confesó entre sollozos.
—Eso ya lo sabías.
—Pero me dijo que se estaba divorciando.
—¿Y no es verdad?
Sacó el móvil y le enseñó la foto.
—¿Tienen pinta de estar divorciándose?
—La verdad es que no. ¿Quién te la ha mandado? Tal vez sea un montaje.
—La hice yo anoche. Salí con los compañeros del teatro a tomar una copa y me los encontré. Ellos no me vieron a mí, por suerte.
—Siéntate y vamos a hablar con calma.
Se acomodaron en el sofá. Fede esperó a que Erica se tranquilizara y abordó el asunto.
—¿Qué vas a hacer?
—Mandarlo al diablo, por supuesto. No pienso ser la amante de un hombre casado. Lo he sido estos meses porque creía que se estaba divorciando, pero no seré «la otra» con conocimiento de causa.
—Pero le quieres.
—Claro que le quiero, no estaría con él desde hace nueve meses si no fuera así; pero lo superaré. Me ha engañado y utilizado, y eso es más que suficiente para dejarlo. En este momento me siento tan dolida como enfadada.
—Eso ayuda.
—Lo sé. Voy a esperar al lunes, cuando cierra el teatro, para tener las emociones más controladas y acudiré al piso como todas las semanas. Y cortaré la relación con él.
—Tratará de convencerte de que no lo hagas.
—También lo sé. Pero no lo conseguirá. Tengo muy claro lo que quiero en mi vida, y aún más lo que no. No va a ser fácil, pero sé que me ayudarás a superarlo.
—Como tú hiciste conmigo. Y para empezar te invito a almorzar para que se te pase el disgusto.
—¿Arroz?
—Arroz.
Después de hablar con su amigo se sintió mejor. Fede siempre conseguía animarla en los malos momentos. Almorzaría con él, se dejaría mimar y se tomaría los tres días que faltaban para la próxima cita con Fabián, para serenarse y afrontar la conversación que debían tener. Una que cambiaría su vida de forma drástica.
***
El lunes se presentó en el piso como si fuera una cita más. Maquillada, arreglada y, sobre todo, serena.
Fabián le abrió la puerta con una sonrisa y la hizo pasar al interior. Solo entonces, aislados de las miradas de los vecinos, se permitiría acercarse para besarla. Se apartó con suavidad, ante la extrañeza de su amante.
Este la observó con atención, pero no dijo nada. Le ofreció una copa.
—¿Te apetece tomar algo?
—Sírvete tú; creo que lo vas a necesitar.
—¿Qué ocurre, Erica?
—Que hoy no vengo a acostarme contigo, sino a hablar.
Fabián se sirvió un whisky bastante cargado y una copa de licor de moras para ella. Era su bebida favorita, y siempre había una botella en la casa, pero aquella noche no le apetecía. Dejó el contenido intacto sobre la mesa.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó Fabián con cautela.
—De tu divorcio. Se está alargando mucho, ¿no? ¿Cuándo crees que estará la sentencia?
Él se sentó en el sofá respirando con evidente alivio.
—Va despacio, ya sabes cómo son estas cosas. Los abogados no terminan de llegar a un acuerdo y luego deberá decidir el juez.
—Los que debéis hacerlo sois tu mujer y tú, ¿no? No los abogados.
—Mila pide cosas inaceptables.
—¿Como que se quedará todo «su» dinero y te dejará a ti sin nada?
—¿De qué dinero hablas? Tenemos régimen de gananciales.
—¿O tal vez está esperando a que nazca el bebé para divorciarse?
Fabián palideció y apuró su copa de un trago. Erica sacó el móvil y le mostró la foto.
—¿Cómo has conseguido esa foto?
—La hice yo misma hace unos días. No tenéis mucho aspecto de ser una pareja enzarzada en un proceso de divorcio.
—Habíamos quedado para hablar.
—Ya. Por eso le coges la mano y os miráis a los ojos con arrobo. ¿De cuánto está? ¿Cinco meses? ¿Seis? No mucho más. Para esa fecha tú y yo ya estábamos juntos. Mejor dicho, yo ya era tu amante. Y no vayas a decirme que se quedó embarazada por obra y milagro del Espíritu Santo.
—Erica..., todo es muy complicado.
—No, Fabián, todo es muy sencillo: no tenemos una relación, tú estás casado, vas a ser padre y yo solo soy tu amante. Pero voy a dejar de serlo desde este mismo momento. Nunca hubiera empezado nada contigo si no me hubieras mentido sobre tu situación matrimonial.
—Yo te quiero. Nos queremos, eso no lo puedes negar.
—Yo te he querido, tú solo me has utilizado. Y se acabó.
—Erica, piénsalo con calma. Tenemos un buen arreglo. Podemos seguir como estamos. Cuando el niño sea un poco mayor ya le plantearé a Mila el divorcio.
—No quiero un arreglo ni tampoco esperar a nada. Incluso si me dijeras que la dejas mañana, lo que no va a suceder, no aceptaría. Yo quiero una relación en la que no tenga que esconderme y con un hombre para el que yo sea la prioridad, no la otra, a la que solo se ve de tarde en tarde y de tapadillo. Tampoco quiero un hombre que me mienta y me utilice. No, Fabián, esta es la última vez que vengo aquí.
—¡No puedes dejarme así!
—Claro que puedo.
—Contigo todo es...
—Una mentira. Y va a dejar de serlo.
—Ninguna mujer deja a Fabián Guerra —dijo en tono amenazante.
—Sí hay una: yo.
—Te arrepentirás, me quieres demasiado.
—Te quería. Pero por mis ovarios que cada día te querré un poco menos.
Salió del piso, dejando al hombre sirviéndose una nueva copa. Con los ojos inundados de lágrimas abandonó el lugar que había sido su nido de amor durante nueve meses.
Se aferró al enfado, a la decepción y al dolor para mantenerse fuerte. Porque él tenía razón, le quería y no iba a resultarle fácil la ruptura. Pero estaba decidida a olvidarlo, a superar su pérdida y sobre todo a no volver a cruzar la puerta de aquel piso jamás.
Capítulo 2
Venganza
Erica llegó al teatro con la entereza que había atesorado durante todo el día. Había llorado, se había enfadado no solo por el engaño de Fabián, sino también por la velada amenaza que detectó en sus palabras cuando cortó con él. Estaba más decidida que nunca a poner fin a la relación. Se daba cuenta de que el hombre del que se había enamorado no era más que un espejismo.
Entró en la sala de maquillaje para preparar el material de su trabajo y una compañera le comunicó:
—El gerente del teatro quiere verte antes de que empieces. Me ha dicho que me ocupe yo de tu trabajo esta noche.
—¿Tú vas a hacer la caracterización?
—Eso parece.
Llena de aprensión, se dirigió al despacho del gerente y llamó con los nudillos en la puerta entreabierta, antes de entrar.
—Pasa, Erica. —La invitó el hombre. Su cara seria no auguraba nada bueno—. Siéntate, por favor.
—¿Qué ocurre? —inquirió directa.
—Lamento mucho decirte que tenemos que prescindir de tus servicios —anunció evitando sus ojos.
—¿Me estás despidiendo? —preguntó incrédula.
—Me temo que sí.
—¿Por qué? ¿He hecho algo mal?
Al fin el hombre afrontó su mirada.
—No, eres la mejor maquilladora que tenemos, pero la orden viene de arriba, directamente del productor, y no he podido hacer nada para evitarlo. Fabián ha insistido en que te despida o no nos financiará ninguna otra obra, y es algo que no nos podemos permitir. Sabes que es nuestra principal fuente de ingresos.
—Entiendo.
—¿Qué le has hecho?
—Es algo personal. No viene al caso.
—Lo siento mucho. No sé cómo nos las vamos a arreglar sin ti. Tu compañera es buena, pero mucho más lenta, y no sé si va a ser capaz de caracterizar al actor entre una escena y otra.
—Yo soy la que lo siente. Me quedo sin trabajo.
—No será por mucho tiempo; eres muy buena.
—Eso espero.
—Se te abonarán los días trabajados y el correspondiente despido. Si necesitas alguna referencia, no dudes en acudir a mí.
—Gracias.
—Buena suerte, Erica.
«La voy a necesitar, porque si Fabián quiere joderme la vida, con los muchos contactos que tiene en el mundo del espectáculo, no le va a resultar difícil».
Se marchó del teatro abatida y enfadada a partes iguales. Con una carta de despido y una cantidad de dinero que no le permitiría subsistir durante mucho tiempo, con el precio del alquiler y el coste de la vida. Enfadada con Fabián y con ella misma. ¿Cómo había podido dejarse enredar por un tipo de semejante calaña, que no solo la había utilizado y mentido, sino que además quería vengarse de ella por dejarlo? Esperaba que se conformara con despedirla y no llevara su inquina más lejos.
***
Erica empezó una etapa de su vida marcada por la búsqueda de empleo. Era la primera vez, pues en cuanto terminó sus estudios y realizó una prueba en el teatro fue contratada de forma inmediata. Pero tras su despido, no le estaba resultando tan fácil.
Envió currículos a teatros, productoras cinematográficas, estudios de televisión, circos y parques temáticos, con infructuoso resultado. Todos tenían el personal cubierto y ni siquiera le ofrecieron hacer una prueba. Hasta que un día, ya al borde de la desesperación —y de los escasos ahorros de que disponía—, recibió una propuesta para realizar una entrevista en un parque temático. El puesto que ofertaban no era muy específico, pero era un trabajo de maquilladora, y tendría que servir hasta que encontrase algo mejor. Por lo menos pagaría las facturas.
Fede la animó antes de salir, infundiéndole la confianza que necesitaba. Después de tres meses de búsqueda y portando su maletín de trabajo, por si le pedían hacer una prueba, se personó en la dirección indicada para la entrevista.
La recibió un hombre de mediana edad, que la miró de arriba abajo como si en lugar de la maquilladora se tratase de la actriz que debía interpretar un papel.
Se sintió desnuda y sucia bajo esa mirada; y si no hubiera sido porque necesitaba el trabajo con urgencia, habría salido corriendo de allí.
Expuso sus diplomas y certificaciones de los cursos realizados, las prácticas y el tiempo que había trabajado en el teatro, así como un portafolio fotográfico con algunas caracterizaciones realizadas en su andadura profesional.
Su interlocutor la escuchaba sin prestar mucha atención a sus palabras, con la mirada fija en sus pechos y en su boca.
—Todo eso está muy bien —dijo cuando terminó su exposición—. Pero no es lo que más me interesa.
—¿Qué tipo de maquillaje necesita? También sé realizar caracterizaciones sencillas. Soy capaz de cualquier cosa. ¿Qué necesita? Puedo hacer una prueba.
—Lo que de verdad busco son tus habilidades en la cama. Y si lo deseas, podemos hacer esa prueba ahora mismo.
—¿Có... cómo dice?
—Lo que has oído. Fabián Guerra dice que eres una zorrita y que buscas medrar metiéndote en la cama de tus jefes. Él te ha rechazado porque tiene una mujer de bandera, pero yo estoy dispuesto a darte una oportunidad.
Sintió que la indignación se apoderaba de ella.
—¿Fabián le ha hablado de mí? —preguntó atónita.
—A mí y a todo el que pueda darte trabajo. Tiene mucha influencia en el mundo del espectáculo y nadie va a emplearte si se va a indisponer con él. Yo estoy dispuesto a hacerlo, si gozo también de tus «otras habilidades», que no dudo que él ya haya catado, aunque afirme lo contrario.
—No soy una prostituta y no voy a vender mi cuerpo por un trabajo —replicó indignada.
—Pues ve buscando en un bar de copas, porque dudo que encuentres algo en otra parte.
Agarró el maletín y abandonó el despacho, escuchando a su espalda la voz del entrevistador.
—Fabián ha movido muchos hilos para que no encuentres quien te contrate en este sector. Y es una pena, con lo bonita que eres podrías sacarle mucho partido a tu cuerpo, con o sin maquillaje.
Llegó a su casa desesperada. Sabía de primera mano las muchas influencias de su examante, y estaba comprobando hasta dónde podía llevarlo el despecho.
Fede abrió la puerta al escucharla llegar.
—¿Cómo te ha ido? ¿Has conseguido el empleo?
Entró en casa de su vecino y se dejó caer en una de las sillas.
—¿El de puta? Sí, ese podría haberlo conseguido.
—¿Cómo «el de puta»? No comprendo. ¿La entrevista no era para maquillar en un parque temático?
—En efecto. Pero además de maquillaje, el empleo incluía acostarme con el director, o lo que fuera el tipo que me ha entrevistado. Incluso estaba dispuesto a hacerme una prueba inmediata, y no precisamente de caracterización.
—¡Menudo hijo de puta! Denúncialo.
—¿Con qué pruebas? Sería su palabra contra la mía. Además, Fabián está detrás de todo esto. Según me ha dicho, ha empleado sus contactos para que no me contrate nadie. Si este «señor» se ha dignado hacerme una entrevista es porque le ha hablado muy bien de mis «habilidades sexuales».
—Con eso Fabián se delata de que ha tenido una relación contigo. No creo que le interese que se sepa.
—Son los dos de la misma calaña, se cubrirían uno al otro.
—Yo que tú me vengaría contándoselo todo a su mujer.
—¿Y me creería? Nadie nos ha visto nunca juntos. Nadie, excepto tú, sabe de nuestra relación. De hecho, el piso que tenía alquilado no estaba a su nombre y dudo mucho que lo conserve todavía.
—¡Menudo cabronazo! ¿Qué vas a hacer?
—Buscar trabajo donde sea. Me estoy quedando sin dinero. No me corresponde cobrar el paro porque, aparte de mi empleo en el teatro, siempre he trabajado sin contrato.
—Yo creo que deberías emplearte en otro sector durante un tiempo, hasta que el capullo de Fabián se olvide de ti, lo que probablemente sucederá cuando nazca el niño. La mayoría de los padres se bajan del mundo y solo ven a su retoño durante un tiempo. Es muy posible que después de un año o así, nadie se acuerde de esto y encuentres algo en tu sector, sin tener que acostarte con nadie. Vamos a buscarte un empleo de otro género. ¿Qué sabes hacer?
—Nada, aparte de servir copas o limpiar casas. Cuando he estado buscando he mirado otras opciones y para casi todo te piden alguna titulación, o certificado o experiencia. Y yo no tengo nada de eso.
—En los currículos se miente mucho.
—Pero luego habrá que demostrarlo de alguna forma.
—Vamos a mirar en otros sectores, a ver qué vemos. Los bares y la limpieza lo dejaremos como última opción. En algunas solicitudes no te piden ninguna titulación de entrada, solo después de la entrevista. Pero si pasas esta, ya veremos qué hacemos con el resto.
Fede encendió el ordenador y entró en una conocida página de empleo. Empezaron la búsqueda, esta vez sin tocar el sector del espectáculo.
Durante un rato descartaron opciones. Nada de empleos técnicos, que sería incapaz de desempeñar; tampoco los dedicados a la enseñanza, que requerían una titulación específica.
La desesperanza se iba apoderando de Erica cuando Fede exclamó:
—¡Este!
Ella lo miró con detenimiento.
—¿Asistente personal? ¿Qué es eso? Suena muy ambiguo.
—Es una especie de secretaria para todo.
—¿Ese todo incluye acostarse con el jefe? —preguntó escamada.
—No, mujer. En general los empleadores no incluyen esa «cláusula» en el contrato. No piden ninguna titulación determinada y tú eres capaz de desarrollar un empleo así.
—Pero es de suponer que requerirá algún tipo de estudios administrativos.
—Sabes utilizar un ordenador, ¿no?
—Sí, claro, a nivel de usuario.
—Vamos a prepararte un currículo atrayente y lo bastante ambiguo para que te ofrezcan una entrevista. Y el resto ya depende de ti.
—Piden experiencia.
—Has trabajado para mí.
—Tú eres ingeniero eléctrico en una empresa.
—Y un desastre gestionando mi vida personal, por eso te contraté durante ¿cinco años? Daré referencias si me las piden.
—De acuerdo.
—¿Idiomas?
—El inglés del instituto.
—Ponemos tres idiomas. Inglés y francés.
—No sé francés.
—Claro que sí: mon ami, chèrie, monsieur, madame... ¿Me has entendido?
—Sí, claro.
—Pues inglés avanzado y francés elemental, si te preguntan en la entrevista.
—¿Cuál es el otro idioma?
—El castellano. Además, posees conocimientos de informática avanzada.
—No tan avanzada.
—Hoy todo el mundo sabe informática avanzada; y si tienes alguna duda, busca un tutorial en YouTube y seguro que te saca del aprieto. Y si no, me llamas y te saco del aprieto yo.
—Se supone que eres un desastre en tu vida personal, por eso me contrataste.
—Y como eres una asistente personal cojonuda, te van a contratar también a ti. Vamos a añadir que eres capaz de gestionar cualquier situación conflictiva.
—¿Cómo de conflictiva?
—Lo dejo a tu imaginación. Venga, manda el currículo.
—¿Así? ¿Sin foto ni más datos personales que mi nombre, dirección de correo electrónico y teléfon