Cuerpos vulnerados

Marcel Velázquez Castro

Fragmento

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Introducción

He imaginado este libro desde que era apenas un charco de ideas, una isla errante de citas y un puñado de historias perturbadoras. Comencé hace más de tres años esta pelea por modelar la materialidad desconocida de estas páginas. He soñado con su misteriosa arquitectura final y he despertado una y otra vez con la pérdida de lo que no existía.

Este libro posee dos ejes que se entrecruzan: por un lado, el tráfico infantil, la servidumbre doméstica indígena y las heridas y resistencias consiguientes; por el otro, la prensa anticlerical peruana, sus batallas ideológicas y las denuncias de control social y violencia sexual contra mujeres y niños perpetrados por curas. El libro revela una extensa red de actores, que se inscribe en el indigenismo, el positivismo, el librepensamiento y el anarquismo, y que se enfrenta valientemente contra ambos abusos: el de los cholitos y el de los cuerpos violentados por el clero. Mediante palabras e imágenes, estos varones y mujeres —literatos, periodistas y dibujantes— representaron estas vidas desarraigadas y cuerpos vulnerados, se enfrentaron a la Iglesia y defendieron la escuela laica y la autonomía de la mujer: ellos fueron los forjadores de una sociedad peruana moderna y secularizada.

Estudiamos los actores, las publicaciones y los procesos culturales del periodo 1840-1920, décadas en las que se experimentó una acelerada modernización en todos los órdenes y una más lenta modernidad. Asimismo, exploramos sus proyecciones en nuestro presente. El pacto social en el Perú se nutre de fundamentos invisibles de larga duración. Uno de ellos es la servidumbre doméstica. Allí, en el espacio privado del hogar de los privilegiados y de la clase media, se tejía cotidianamente la dominación, la desigualdad y la subordinación. Por otro lado, en las últimas décadas, el abuso sexual contra niños y adolescentes cometidos por los buenos hijos de Dios se ha revelado en toda su magnitud y profundidad a lo largo del mundo católico. Durante el periodo de entresiglos, la extensa red anticlerical e irreligiosa que este libro muestra denunció, mediante textos beligerantes y audaces caricaturas en diversos medios de prensa, la violencia y el abuso sexual de los curas contra los cuerpos más vulnerables. Se trata, ciertamente, de un capítulo silenciado y olvidado de la historia de nuestro pensamiento crítico.

A pesar del crecimiento de las ciudades por la migración, el incremento significativo de la escolarización, la innovación tecnológica y el desarrollo de la industrialización capitalista, la historia de los niños pobres durante el siglo XIX europeo estuvo marcada, en gran medida, por el hambre, las penurias y la muerte. La novela Oliver Twist (1837) de Dickens, el estudio The Condition of the Working Class in England (1845) de Engels y cuadros, grabados y caricaturas representaron su abandono, miseria, explotación y trayectorias delictivas. En el largo plazo, como ha resaltado Oded Galor, las transformaciones sociales del siglo condujeron a una mayor inversión en el capital humano y a una protección estatal de los más desvalidos; pero los niños pobres, el eslabón más débil de la sociedad, tardaron décadas en beneficiarse de la educación pública universal y liberarse de la explotación laboral. En la academia local hay muy pocas investigaciones desde la historia sociocultural de estos niños invisibles y estas infancias desdichadas en el periodo republicano.

El primer capítulo nos conduce a un mundo de migraciones forzadas, de padres ausentes y patrones presentes. En una sociedad donde la miseria, las enfermedades y las epidemias provocaban una alta tasa de mortalidad infantil, los niños indígenas constituían la población más vulnerable, pues estaban doblemente condenados porque a todas las desventuras anteriores debían sumar sus cuerpos indefensos ante el desarraigo, la explotación y la servidumbre. En el siglo XIX y en el XX, la servidumbre infantil racializada se sostuvo por la discriminación social, la marginación cultural y un creciente racismo pseudocientífico.

En este capítulo se estudia el servicio doméstico infantil o de menores de edad desde varias entradas: las representaciones culturales (textos literarios e iconográficos), que muchas veces lo decodificaron desde el archivo religioso; el control total, la explotación laboral y el aislamiento social; las interacciones afectivas con otros niños de la casa; los avisos de fuga de cholitos en El Comercio que ofrecen fogonazos de la vida privada; las condenas discursivas de liberales, anticlericales y anarquistas; la violencia correccional y punitiva y, por último, una compleja respuesta criminal asociada a demandas de igualdad. No se trata de una reconstrucción exhaustiva, sino del análisis de un conjunto de textos e imágenes cruciales, que sirven para calibrar esta antigua institución y su devenir en la modernidad.

La separación, contra su voluntad, de su tierra y núcleo familiar era inherentemente violenta, pues conllevaba la destrucción de los vínculos sociales originarios. Al ser trasladados a la ciudad y convertidos en cuerpos para la servidumbre se encontraban solos en un nuevo medio, extraño y ajeno. Por ello, estaban desarraigados y eran muy vulnerables al castigo físico, a la explotación laboral y a la enfermedad. El poder de la esfera privada, en muchos casos, manipulaba los aparatos de control y seguridad del Estado contra la población indígena, la mayoritaria socialmente y la más indefensa durante el siglo XIX. No sorprende, entonces, la frecuencia de las fugas para quebrar la servidumbre. En una muestra de doce meses en un periodo de nueve años, se ha podido identificar 95 ocurridas en Lima: un promedio de ocho niños se fugaba cada mes entre 1855-1864; y así recuperaban, al menos transitoriamente, control sobre sus cuerpos. No todos fueron indígenas. Una de esas niñas, una afrodescendiente, fugó de la casa de El Libertador Ramón Castilla. Casi medio siglo después identificamos, sin embargo, una solución más violenta que transformaría la retórica de inocuidad y pasividad de los cholitos: el asesinato de los patrones por Alejandrino Montes, un joven de diecisiete años que había dejado Chiquián para instalarse en el ámbito laboral de la capital. Esta trayectoria de migración, explotación y violencia no es asunto ajeno a nuestro presente.

Como se verá, las voces críticas contra este omnipotente régimen de administración de la vida y explotación de la fuerza de trabajo fueron minoritarias e intermitentes. Esa escasa resistencia social se explica porque la dinámica alegorizaba, en pequeña escala y en privado, la relación de poder del Estado respecto de la población indígena y confirmaba una extendida cultura punitiva entre todos los sectores sociales. A pesar de los esfuerzos de sus opositores, el trabajo doméstico infantil racializado nunca disminuyó en Lima hasta finales del siglo XX.

El segundo capítulo aborda las batallas del anticlericalismo en una sociedad tradicional como la peruana, en la que este no solo configuró un voto en contra del poder de la Iglesia y su control social e ideológico en el Estado republicano, sino también una firme voluntad de conseguir una modernidad política con todos sus esplendores y miserias. Entronizar la razón, la libertad, la tolerancia de cultos, el matrimonio civil y la escuela laica: los esfuerzos revelan la búsqueda de una vida plena fuera de los ojos y oídos de la Iglesia católica. Por medio de una extensa revisión de la prensa, se busca reconstruir una red de textos y archivos anticlericales, tanto verbales como gráficos, desde mediados del siglo XIX hasta la gran victoria obrero-estudiantil de 1923 sobre Leguía y el obispo Lisson y su voluntad de consagrar el Perú al Sagrado Corazón. En esos últimos años, brilla un Haya de la Torre genuinamente anticlerical; en cambio, el cronista Mariátegui escribía todavía atrapado en una religiosidad cuasi mística, que nunca abandonó completamente.

Uno de los hallazgos de este libro es un extraordinario artefacto cultural moderno, la revista Fray K.Bezón (1907-1912), dirigida por el escritor Francisco A. Loayza y el dibujante Rubén Polar. Destaca por su humor grotesco y carnavalesco, su trama nacional de colaboradores y su popularidad, pues alcanzó un tiraje de 17 500 ejemplares semanales. En ella convergían el discurso político antioligárquico y anticlerical, la cultura popular criolla y la risa subversiva del carnaval. El ataque al cuerpo de los sacerdotes, definido por su voracidad por la comida, la bebida y el sexo, es implacable. Mediante reportajes, fotografías y caricaturas, en sus coloridas hojas se ofrece la más completa galería de curas criminales de aquellos años.

Fray K.Bezón emplea la belicosidad, el sensacionalismo y los códigos humorísticos (sátira, parodia, sarcasmo e ironía) de la tradición anticlerical en la prensa, como la primera etapa de La Luz Eléctrica (1886-1888), El Libre Pensamiento (1896-1904), Los Parias (1904-1910), entre otras. Sin embargo, su crucial innovación radica en la firme apuesta por la caricatura para la batalla, consiguiendo articular la creciente cultura visual de la época, la incipiente sociedad de masas y el humor popular para informar socialmente de los abusos sexuales perpetrados por los ensotanados. El humor crea en el lecto-vidente una emoción intensa ante la incongruencia, la desviación de la norma y el franco horror: la risa se atraganta, pero la nueva percepción de la realidad fluye y transforma el conocimiento social. En cuanto a su organización, su red de colaboradores provenientes de todas las provincias demuestra la enseñanza de las asociaciones, como la Sociedad Amiga de los Indios, la Liga de Librepensadores y la Asociación Pro-Indígena. Por todo ello, esta revista constituye el centro de la edad de oro del anticlericalismo en el Perú.

Asimismo, en este libro se explora la diversidad de publicaciones anticlericales que nacieron inspiradas por Fray K.Bezón, algunas incluso emulando su misma fórmula nominal: Don Giussepe (1907-1908), Fray Simplón (1909-1910), La Sotana (1909), Fray K.Derón (1910) y Fray Garrote (1914-1915), todas ellas con dibujos y caricaturas. En la segunda y tercera trabajaron conjuntamente el liberal y anticlerical Juan de Dios Bedoya y el anarquista Carlos del Barzo. Todas las revistas mantuvieron contactos transnacionales, emplearon parte del archivo gráfico anticlerical internacional —en buena medida proveniente de Les Corbeaux— y rindieron homenaje a los caídos, como el pedagogo Francisco Ferrer.

Este movimiento anticlerical contó con

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