El libro del señor Marcos

Carlos Giménez

Fragmento

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Primera edición: febrero de 2025© 2025, Carlos Giménez Giménez© 2025, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 BarcelonaPenguin Random House Grupo Editorial apoya la protección de la propiedad intelectual. La propiedad intelectual estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes de propiedad intelectual al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 67.3 del Real Decreto Ley 24/2021, de 2 de noviembre, PRHGE se reserva expresamente los derechos de reproducción y de uso de esta obra y de todos sus elementos mediante medios de lectura mecánica y otros medios adecuados a tal fin. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.ISBN: 978-84-10352-17-9Compuesto en M. I. Maquetación, S. L.Composición digital: www.acatia.es
7IntroducciónLas historias de mi amigo PacoEn cierta ocasión me preguntó un periodista qué era lo que a mí más satis-fecho me tenía de las cosas que había hecho. Se refería, naturalmente, a mishistorietas.Ysequedósorprendidocuandolerespondí:dejardefumar.Porque, es cierto, dejar de fumar es lo que más trabajo me ha costado y delo que más orgulloso me siento de entre todas las cosas que he hecho en mivida. Y si en estos momentos alguien me preguntara qué es lo segundo de loque me siento más orgulloso, sin dudar contestaría: haber tomado la deci-sión de no salir de casa.Como todo el mundo que me conoce sabe, desde hace mucho tiempo,seis o siete años o quizá más, yo no salgo de casa para nada. Absolutamentepara nada. Excepto, naturalmente, para ir a votar y al médico. Una de lasúltimas salidas que hice, quizá la última, fue para asistir a la última cena delos dibujantes y despedirme de mis amigos. Fue la última de estas cenas quese celebró. Estas cenas las habíamos ido haciendo, durante años, una vez almes, en el bar de la señora Lola. Pero cada día acudía menos gente a la citay al final nos quedamos solos cuatro amigos, los cuatro más viejos, cuatroprofesionales veteranos a los que nos unía una larga y muy bonita amistad.En esa cena me despedí de ellos y en esa cena les anuncié que no pensabasalir más de casa. Y así lo he hecho.Porque hubo un momento en que tomé conciencia de todo el tiempo queperdía yendo a festivales, salones, presentaciones, homenajes, entrevistas…Y de toda la gente con la que se cruzaba mi vida, gente que muchas veces noconocía, que muchas veces no recordaba, gente que me pedía dibujitos, gen-te que, posiblemente, eran personas estupendas, pero que se llevaban mitiempo.Yo, como todo el que me conoce sabe, soy muy mal fisonomista. Puedo verme con una persona muchas veces y no recordar su cara la vez siguiente. Esto me ha traído muchos malos momentos en que los que me he sentido
8muy mal, como el día que no saludé a mi editor porque no lo reconocí. Ten-go además muy mala memoria para recordar los nombres, como aquella vez en que, en medio de una presentación, no recordaba el nombre del amigo al que estaba presentando. Tengo una memoria tan fatal que olvido inmediata-mente cosas que me gustaría recordar, cosas, a veces, importantes. No tener memoria, olvidar los recuerdos, es terrible, es como olvidar la vida.Aun así, con todas estas deficiencias, he conseguido llegar hasta aquí. Mealegro, me parece muy bien, estupendo… pero ya no quiero seguir viviendocon esta tensión y estas inseguridades. En una palabra: quiero estar solo.Al mismo tiempo de esto que digo, fui consciente también de lo viejo queera y del poco tiempo que me quedaba de vida, sobre todo de vida profesio-nal. Y había muchas cosas que todavía deseaba hacer, que deseaba escribir,dibujar… y muy poco tiempo para realizarlas. Así que decidí defender eltiempo que me quedase de vida, decidí cortar con el mundo que no me gus-taba y en el que yo no me desenvolvía bien y decidí enclaustrarme. Me des-pedí de mis principales amigos, a los que tanto quiero y a los que no quie-roperder, y me encerré en mi estudio, teniendo mucho cuidado de no perderel contacto con ellos. Yo, sin amigos, no sé vivir, lo que quiere decir que elhecho de no coincidir con ellos en la vida social o profesional no significaque renuncie a verlos. Por eso, cada tanto, hago lo que yo llamo una merien-dilla ylos reúno en micasa.Estos momentossonestupendos: hablamos,reímos, bebemos… Cargamos las pilas.De todas formas, algunos de ellos, sin que tenga que haber ninguna razónconcreta para ello, solo el puritito gusto, como dicen los mejicanos, vienena verme de vez en cuando. Ya que la montaña no va a Mahoma… Sobretodo viene mi buen amigo Paco, el gran dibujante autor de los cómics de «ElCapitán Acero», que, como se consideró jubilado y decidió colgar el lápiz yla plumilla, tiene todo el tiempo libre del mundo. Viene a verme práctica-mente todas las mañanas, lo que a mí me produce una tremenda alegría,pues me llevo muy bien con él, tenemos mucha biografía juntos y le tengoun auténtico cariño.Él aprovecha estas visitas para tomarse un cubatita conmigo y de paso meinforma de todo aquello de lo que yo, por mi enclaustramiento, no me en-tero: lo que pasa en la profesión, quién se ha muerto, qué editorial ha cerra-do… Es curioso: yo, que en muchos ámbitos tengo fama de ser un cascarra-bias e incluso de tener mala leche y discutir con todo el mundo, en cambio,con mis amigos no discuto nunca. ¿Por qué será?
Las visitas de mi amigo Paco tienen para mí un atractivo especial, y es quePaco es un excelente contador de historias y las cuenta tan bien que escuchar-le es para mí un placer y un lujo. Su visita a mi estudio es casi diaria y, losdías que no viene, es como si me faltara algo. Él es el que cuando está en elestudio se encarga de poner los cubalibres. Hasta que él no llega, yo me abs-tengo. Mientras él me cuenta sus historias yo sigo dibujando y haciendo miscosas, es decir, que no me molesta en absoluto, muy al contrario, amenizami trabajo y hace que mis mañanas sean más placenteras. Siempre me cuen-ta historias diferentes, historias y anécdotas de tiempos pasados, de cuandoél era más joven, de sus amores, de sus viajes… A veces son tan divertidas einteresantes que me da pena que todo lo que me cuenta se me olvide. Megustaría tener buena memoria para recordarlas. A mí, que soy un contadorde historias, me parecía un desperdicio que estas historias se perdiesen. Y undíadecidíapuntarlas.Eraunabuenamaneradequenoseolvidaran,dejarlasescritas.Lamentéqueestonosemehubieraocurridoantes,pueseranyamuchas las historias y anécdotas que mi amigo Paco me había contado y quea mí me resultaba imposible recordar o que recordaba de ellas solo algúnaspecto parcial, como la historia del gato que bebía lejía, los ratones de lacacharrería que por la noche tocaban la guitarra, el díaque se incendió eledificio del Monte de Piedad, el día que tuvieron que echar abajo la puertade su casa, el juguetito de Popeye que nunca tuvo…Todas estas historias y muchas más, lamentablemente, las he olvidado ysolo recuerdo retazos de ellas. Pero como digo, un día decidí escribirlas.Desde entonces, las historias que Paco me cuenta por la mañana, yo, por lanoche, después de hacer mi trabajo, a veces después de cenar, las escribo enun cuaderno antes de que se me olviden. A veces, por diferentes razones, nopuedohacerlo,loquehacequealgunassepierdan,peromuchasquedanapuntadas en mi cuaderno. Trato de escribirlas utilizando sus palabras y lamanera que él tiene de contar las cosas. No creo conseguirlo, pero lo intento.En este libro he reunido algunas de las historias de mi amigo Paco. Y algunaque otra, muy pocas, que no son de él. Espero que a ustedes, ojalá, les agra-de tanto leerlas como me gustó a mí escucharlas.Marcos MoraAdanero, verano de 2022
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11Terminali amigo Juan Cristóbal está muy malito. Según él mismo me dice,se está muriendo. Tiene ochenta y seis años, es cinco más viejo que yo. Des-de hace diez días, desde que me enteré de su estado, le llamo cada mañanapor teléfono al sanatorio. Trato de distraerle, es lo único que puedo hacer.Yo creo que mis llamadas le agradan. Le hablo de cuando éramos jóvenes yle recuerdo momentos bonitos de su vida. Esto le anima. Me dice que sufremucho, que tiene terribles dolores, que por las noches no descansa,quepa- sa mucha sed. Me dice que quiere morirse. Me habla de la eutanasia.Hoy le he encontrado un poco mejor, más animado. Le habían sentadoen una butaca y le habían dado de beber un poco de manzanilla. Casi notenía dolores.Hemos estado charlando muy animadamente casi hora y media. En unmomento dado me ha preguntado si yo no tenía miedo a la muerte. Le hedicho que no demasiado, lo que es verdad, y he añadido:—Ya he vivido bastante. Hay quien dice que la vida es corta, yo la míalaencuentro larguísima, no quisiera volver a vivir otra vez, qué horror, ni lamisma vida ni ninguna otra. Lo único que me gustaría, eso sí, es, cuando me toque, morirme de golpe, sin enterarme.A lo que él ha añadido:—Bendito infarto.
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13El diarioemoviendo papeles me he encontrado un viejo diario. Solo tieneescritaslasprimeras páginas,quecorresponden aonce días, que debiódeserlo que tardé en cansarme y olvidarme del diario.Me ha resultado muy interesante leerlo. En él hablo de mi relación deentonces con los editores y la gente con la que yo me veía. Hablo tambiénde mis sentimientos, de mis opiniones sobre mi trabajo, de la profesión, deentrevistas que tuve y de los resultados de estas, cuento cosas que hice y conquién las hice. Incluso cuento con bastante detalle un viaje a París y la gen-te con quien lo hice. Parece ser que el motivo principal del viaje era cobrarun trabajo que yo había hecho para un editor francés del que solo conseguíque me pagase una parte. Cuento también que pasé unos días estupendos enun lugar maravilloso a las afueras de París, en casa de un matrimonio amigoque nos trató muy bien. Y cuento, como cosa excepcional, que vi volar elConcord.Pues bien, de todo esto no recuerdo absolutamente nada. Ni recuerdo lasentrevistas de trabajo con los editores que digo, ni recuerdo el viaje a París,ni recuerdo al editor que solo me pagó una parte del dinero que me debía, nirecuerdo haber estado en casa de ningún matrimonio amigo. Tampoco recuer-do haber visto volar el Concord.Es terrible no guardar ningún recuerdo de las cosas que sabes que hasvivido. No recordarlas es igual que si no hubieran ocurrido nunca. Dada mimala memoria, me pregunto: ¿cuántas cosas de mi vida me he perdido?
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15El paroi amigo Paco, como no tiene grandes cosas que hacer, pues ya no trabaja —vive de la venta de los originales de «El Capitán Acero», historietaque durante muchos años dibujó para América—, suele hacerme frecuentesvisitas al estudio. Tiene una memoria prodigiosa. ¡Qué envidia!El otro día me hablaba de ETA. Me recordaba un atentado que hicieronen Madrid en el que murieron un teniente coronel, un cabo de la guardiareal y un soldado. Además, me decía, hubo muchos civiles heridos, algunosde ellos de gravedad. Y me recordaba cómo yo había parado el tráfico en laGran Vía de San Genies de Mar, un pueblo cerca de Barcelona donde vivía-mos entonces.Parece ser que la gente tenía miedo a que se produjese otro golpe de es-tado como el que se había intentado no hacía mucho, o que se implantaraen parte del Estado español el estado de excepción. Así que, para protestarcontra el terrorismo, se decidió un paro general de dos minutos en todo elterritorio español y, por lo que se ve, yo fui quien se encargó de cortar el trá-fico en la Gran Vía de San Genies.Parece ser —según me cuenta Paco— que él y yo, acompañados de unaamiga nuestra que se llamaba Puri, nos plantamos en medio de la calle enun cruce de la Gran Vía con no sé qué otra calle y yo, con una radio en lamano para coincidir con el paro general de todo el país y mirando mi relojde muñeca, hice que los coches pararan y que la gente de la calle se pararatambién guardando silencio. Solo sonaba la campana de la iglesia del puebloy las sirenas de las fábricas en sintonía con Radio Nacional. Todos contra elterrorismo. Debió de ser muy bonito. Yo, dada mi mala memoria, lo recuer-do a medias. Pero sí, debió de ser muy bonito.
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17El cuadroe contaba mi amigo Paco en cierta ocasión que él, de pequeño, unavez había ido a pasar unas vacaciones de verano con su abuela al pueblo de su madre, Santa Cruz del Monte, un pueblecito de Ávila. Solo estuvo un mes,pero guardaba muy buenos recuerdos de aquellos días. Luego, ya de mayor, ca-sado, con hijos, divorciado y casado de nuevo, volvió a Santa Cruz y, junto consus sobrinas, alquiló una casita, una especie de chalecito adosado en las afuerasdel pueblo, en la carretera, con unas bonitas vistas al valle, para pasar el verano.Todas las mañanas, Paco, que se levantaba antes que los demás de la fa-milia, iba al pueblo, que estaba a dos pasos, a la churrería, que regentaba unmatrimonio de ancianos —ella hacía los churros y él los vendía—, a com-prar churros y porras para el desayuno.Y un día, mientras le despachaba, el marido de la churrera le dijo:—Yo a usted le conozco, su cara la tengo vista.—Es posible, ya he venido varias veces a por churros.—Debe de ser eso. ¿Son ustedes de Madrid?—Sí… bueno… mis abuelos eran de aquí.—¿Ah, sí? ¿Cómo se llamaban?—Fulano y Mengana. Y mi madre Zutana.—¿Y vivían en el centro del pueblo?—Sí, mi abuela vivía encima de la plaza, junto a la Solana.—¿Tú eres Paquito, el pintor?—E… pues… sí…Y girándose hacia el interior de la vivienda gritó:—Fulanita, ven, corre... ¡Mira quién está aquí!Salió la churrera.—Mira, ¿sabes quién es este chico? ¡Es Paquito, el pintor! ¡El nieto de latía Agustina!La churrera no daba crédito a lo que veían sus ojos.
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