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El ataúd
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Michael se dirigÃa a una chica llamada Tanya, hablando contra el viento.
—Ya sé que ahà abajo hay agua, pero también podrÃa haber cemento. Quedarás hecha puré en cuanto caigas.
Pese a que no era la frase más acertada para persuadir a alguien que querÃa quitarse la vida, sà era la pura verdad. Tanya acababa de subirse a la barandilla del Golden Gate, los coches pasaban zumbando por la carretera, y estaba inclinada hacia atrás, hacia el vacÃo, con las manos crispadas en torno a un poste húmedo por efecto de la neblina. Aunque Michael consiguiera convencerla para que no saltara, sus dedos resbaladizos podÃan acabar tirándola de todos modos. Y entonces se harÃa la oscuridad. Se imaginó a algún pobre pescador convencido de que por fin habÃa atrapado el pez más grande y que, al recoger la caña, se llevarÃa una desagradable sorpresa.
—Déjate de bromas —respondió la temblorosa chica—. Esto no es un juego. Ya no.
Michael se encontraba dentro de la Red Virtual, el Sueño, para las personas que entraban con tanta frecuencia como él. Estaba acostumbrado a ver a gente asustada allÃ. Mucha gente asustada. Sin embargo, bajo ese miedo, solÃa subyacer, por lo general, la conciencia. La conciencia de que, ocurriera lo que ocurriese en el Sueño, no era real.
No obstante, no era asà para Tanya. Tanya era distinta. Al menos su aura, su álter ego simulado por ordenador, lo era. Su aura tenÃa mirada de pirada, de puro terror, lo que de pronto hizo que Michael se estremeciera; le hizo sentir como si fuera él quien estaba al borde de aquella interminable caÃda hacia la muerte. Y no es que al chico le gustara mucho la muerte, simulada o no.
—Sà que es un juego, y tú lo sabes —dijo más alto de lo que hubiera deseado; no querÃa sobresaltarla. Pero se levantó un viento frÃo que pareció atrapar sus palabras al vuelo y arrojarlas con fuerza a la bahÃa de abajo—. Vuelve aquà y hablemos. Ambos conseguiremos los puntos de experiencia, y podemos ir a explorar la ciudad y conocernos. Encontraremos a un par de locos a los que espiar. A lo mejor hasta podemos hackear el programa para conseguir comida gratis de las tiendas. Lo pasaremos bien. Y cuando hayamos terminado, localizaremos un portal para ti y te elevarás de regreso a casa. Podrás descansar del juego durante un tiempo.
—¡Esto no tiene nada que ver con Sangre vital! —le gritó Tanya. El viento le agitaba la ropa y el pelo negro le ondeaba a la espalda como la colada tendida en una cuerda—. Tú vete y déjame en paz. No quiero que tu cara de niño bonito sea lo último que vea.
Michael pensó en Sangre vital profunda, el siguiente nivel del juego, la meta entre metas. Donde todo era mil veces más real, más avanzado, más intenso. A él le quedaban todavÃa tres años para ganarse el acceso a ese lugar. Tal vez dos. Sin embargo, en ese preciso instante, necesitaba convencer a esa colgada de que no saltara para reunirse con los peces o de lo contrario lo devolverÃan a los suburbios durante una semana, lo que retrasarÃa ese mismo lapso de tiempo su llegada a Sangre vital profunda.
—De acuerdo mira… —Intentaba escoger las palabras con cuidado, aunque ya habÃa cometido un grave error y lo sabÃa. Salirse del personaje y recurrir al juego como razón para impedir lo que ella iba a hacer supondrÃa el descuento de un montón de puntos. Y lo único que importaba eran los puntos. Pero esa chica estaba empezando a asustarlo de verdad. Era por esa cara que tenÃa, pálida y chupada, como si ya estuviera muerta.
—¡Vete ya! —le gritó—. No lo entiendes. Estoy atrapada. Da igual si hay portales o no. ¡Estoy atrapada! ¡Él no dejará que me eleve!
Michael sintió ganas de gritarle; no soltaba más que tonterÃas. Su lado oscuro querÃa decirle que hasta ahà habÃa llegado, que era una pringada, que se tirase de cabeza al agua. Estaba siendo muy tozuda; aquello no estaba sucediendo en realidad. «Es solo un juego.» Él debÃa recordárselo a sà mismo constantemente.
Sin embargo, en esa ocasión no podÃa fastidiarla. Necesitaba los puntos.
—Está bien. Escucha. —Retrocedió un paso y levantó las manos como si estuviera intentando tranquilizar a un animal asustado—. Acabamos de conocernos, dame un poco de margen. Te prometo que no haré nada raro. Si quieres saltar, te dejaré saltar. Pero, al menos, habla conmigo. Dime por qué quieres hacerlo.
Tanya tenÃa las mejillas empapadas de lágrimas; los ojos, hinchados y rojos.
—Tú vete y ya está. Por favor. —Su voz habÃa adquirido la debilidad de la derrota—. No estoy de broma. Yo he terminado con esto, ¡con todo esto!
—¿Que has terminado? Vale, está bien que hayas terminado. Pero no me tienes que fastidiar a mà también, ¿verdad? —Michael supuso que no pasaba nada por hablar del juego; al fin y al cabo, ella estaba mencionándolo como razón para poner punto y final, para abandonar el hotel Carne y Hueso y no volver nunca—. En serio: regresa caminando conmigo al portal, elévate, hazlo ahora mismo. Ya has acabado con el juego, estás a salvo, yo conseguiré mis puntos. ¿No es el final más feliz que has oÃdo jamás?
—Te odio —le escupió ella, literalmente. Soltó una lluvia de saliva que se mezcló con la niebla—. Ni siquiera te conozco y ya te odio. ¡Esto no tiene nada que ver con Sangre vital!
—Entonces dime con qué tiene que ver —contestó él con amabilidad, intentando mantener la compostura—. Tienes todo el dÃa para saltar. DedÃcame solo un par de minutos. Habla conmigo, Tanya.
La chica hundió la cara en el recodo del brazo derecho.
—Es que ya no puedo seguir. —Gimoteó y le temblaron los hombros, lo que hizo que Michael volviera a temer por su capacidad de sujeción—. No puedo.
«Hay gente que es débil», pensó el chico, aunque no fue tan tonto como para decirlo.
Sangre vital era, con mucho, el juego más popular de la Red Virtual. SÃ, uno podÃa ir a un horrible campo de batalla de la Guerra de Secesión estadounidense o enfrentarse a dragones empuñando una espada mágica, pilotar naves espaciales, ir a fisgonear a los extraños picaderos. Pero todas esas cosas no tardaban en quedarse anticuadas. Al final no habÃa nada más fascinante que la vida real, la vivida a pelo, mordiendo el polvo, esa de la que quieres salir pitando. Nada. Y habÃa algunas personas, como Tanya, que, evidentemente, no podÃan soportarlo. Michael sà que podÃa, sin duda. HabÃa ido ascendiendo de nivel casi tan deprisa como el famoso jugador Gunner Skale.
—Venga, Tanya —insistió—. ¿Qué daño puede hacerte hablar conmigo? Y, si vas a dejarlo, ¿por qué quieres terminar tu última partida suicidándote de forma tan violenta?
La chica levantó la cabeza de golpe y le lanzó una mirada tan implacable que Michael volvió a estremecerse.
—Es la última vez que Kaine me persigue —dijo ella—. No puede tenerme atrapada y utilizarme para algún experimento; ni azuzar a los KillSims para que me ataquen. Voy a arrancarme el núcleo.
Esas últimas palabras lo cambiaban todo. Michael se quedó mirando, horrorizado, como Tanya se agarraba con más fuerza al poste con una mano y levantaba la otra para empezar a hundirse un dedo en la carne.
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Michael se olvidó del juego, se olvidÃ