NO SE SUPONE QUE ESTEMOS SOLOS
La semana pasada tuve un ataque de pánico. Uno de esos ataques intensos, que no te dejan respirar, y que hacen que te encierres en el armario. Hacía diez años que no tenía uno.
Mientras escribo estas palabras, el resto del libro está casi terminado. Y aun así quiero ser honesta contigo: esta es mi realidad hoy, después de pasar unos cuantos años de mi vida experimentando, escribiendo, investigando y pensando en algo que aparentemente al menos tres de cada cinco de nosotras sentimos a diario:
Soledad.
Imagino que estás aquí porque tú también la sientes. Ese sentimiento de desazón, de que no eres vista, de que no eres conocida, y de que debes enfrentar, por cuenta propia, cualquier dificultad que la vida te ponga delante.
Te entiendo.
Pero estoy convencida de que ese sentimiento está arraigado en una inmensa mentira; una mentira que amenaza con empujarnos a un lugar oscuro a menos que aprendamos cómo contraatacar.
Un ejemplo concreto: mi reciente ataque de pánico.
Se había estado gestando a lo largo de varias semanas.
Lo había disimulado para editar este libro, y cuando finalmente emergió… me estaba peleando con una de mis hermanas. No nos habíamos visto durante meses porque ambas estamos muy ocupadas. Pero a pesar de cualquier conflicto, mis hermanas son dos de mis mejores amigas.
Mi esposo se sentía frustrado porque yo estaba muy desconectada, e incluso cuando no estaba trabajando en el libro, seguía distraída en un millón de cosas que habían quedado rezagadas. Me di cuenta de en todo ese tiempo que mi familia había estado creando recuerdos y compartiendo experiencias sin mí. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me reuní con ellos que dejaron de llamarme. En mi mente, habían seguido adelante juntos, y yo había quedado al margen.
Todo esto me golpeó junto con la abrumadora certeza de que mientras escribía un libro acerca de encontrar a tu gente, yo perdía a la mía.
Era un completo fraude. No tenía a nadie cerca.
El conflicto, el aislamiento y el temor siguieron durante semanas. Y continuaron creciendo. Pensaba en ello todo el tiempo. Luego, después de que una persona me expresara su desilusión, me encontré sola, en el piso del armario, incapaz de respirar.
¿Cuál fue la mentira que me dejó sin aliento?
Estoy sola.
Esa misma noche tuve una vívida pesadilla en la que mis peores temores se volvieron realidad. Mis personas cercanas no solo me estaban abandonando, sino que hablaban a mis espaldas mientras yo lanzaba al mundo un libro sobre lo íntimamente unidos que supuestamente éramos.
Una tragedia, lo sé.
Imagino que te estarás preguntando qué clase de ayuda puedes esperar de alguien que acaba de hundirse en el mismo asunto.
¿Por qué te lo cuento?
Porque en un nivel profundo, estar solo es un temor que compartimos todos.
Quizás estás experimentando la soledad en este mismo momento.
Tal vez tenías personas a tu lado y te abandonaron.
O quizá realmente nunca tuviste personas a tu lado.
O tal vez las tuviste, pero incluso cuando estás con ellas te sientes distante o invisible.
El dolor de la soledad es real y nos persigue a todos.
A veces, es simplemente un pensamiento pasajero. Te quedas dormida con algunas preocupaciones sobre el futuro y este susurro se te cuela en la mente: nadie sabe lo que me está sucediendo.
En ocasiones, es una realidad más profunda: la vida ha sido tan caótica y estresante durante tantos años que accidentalmente no invertiste en tus relaciones, y cuando levantas la vista, las personas que estaban a tu lado desaparecieron.
Es un profundo sentimiento de soledad en las grietas de nuestra alma.
Es preguntarse si realmente somos conocidas, vistas, aceptadas e incluso valoradas, como cuando:
- No sabes a quién llamar para que te recoja en el aeropuerto.
- No tienes algo para celebrar o por lo que afligirte, ni nadie con quien hacerlo.
- Tienes una idea para compartir y no puedes pensar en nadie a quien le importe lo suficiente como para soñar contigo.
- Estás enfrentando una situación difícil en el trabajo y no puedes pensar en nadie confiable con quién hablar para contarle lo que te está pasando.
- La mayoría de tus amigas están casadas y ya están comenzando a tener hijos y tú ni siquiera sales con alguien.
- Tus hijos han crecido, tú estás soltera y pasas la mayor parte del tiempo sola.
- Estás comiendo sola, otra vez.
- Ves que llega el fin de semana y no tienes nada planificado. A menos que tomes la iniciativa o hagas algo sola, no tendrás nada para hacer.
- Estás hablando con alguien que pensabas que era una buena amiga, pero te das cuenta de que no piensa de la misma manera sobre los asuntos importantes.
- Tu familia está dividida y enferma, cuando parece que todas las demás familias (normales, alegres y saludables) están emocionadas al reunirse para Navidad.
- Necesitas hablar, pero no sabes a quién llamar.
- Hace tanto tiempo que nadie te escucha de forma genuina que ni siquiera puedes recordar la última vez que te sinceraste.
Estas escenas avivan el dolor silencioso del que estoy hablando. Es simplemente una realidad ineludible de la condición humana, ¿no es cierto? ¿No es acaso algo que enfrentamos todos?
¿O solamente yo?
¿O solamente tú?
¿Alguna vez te lo has preguntado? ¿Si quizás eres la única persona que se siente así de sola?
Por cierto, no lo eres.
No estás sola en este sentimiento de soledad.
La mañana después de esa vívida pesadilla, me desperté y vi todo con claridad: estoy creyendo la mentira de que estoy destinada a quedarme sola, y al creerlo la estoy haciendo realidad al alejar y juzgar a las personas que amo, protegiéndome de ellas como si fueran mis enemigos.
Era temprano, pero mientras se me cruzaba ese pensamiento, una de mis mejores amigas me llamó. En lugar de dejar que atendiera el contestador y esconderme, pensé: “Esta es mi oportunidad de contraatacar”.
Cuando contesté, Lindsay me dijo que me llamaba para saber cómo estaba. Le dije: “Necesito contarte algo que me ha estado pasando”.
Ahora ya no tenía oportunidad de retroceder y esconderme. Tengo esa clase de amigas que no van a dejarme sola hasta que no les cuente todo. Esa noche nos reunimos y les conté todas las inseguridades que había tenido durante semanas: la pesadilla, el temor a ser un fraude, incluso el ataque de pánico y las dificultades con mi familia.
Me cubrieron con amor, oraron y pelearon por mí. Cuando Lindsay me dejó en mi casa, sonrió y me dijo: “Jennie, nunca me sentí tan cerca de ti como ahora”.
Luego llamé a mi hermana y le pedí que nos reuniéramos. Mientras comíamos, la miré a los ojos y le describí el dolor que sentía y ella describió su dolor, y nos reímos por toda la confusión que ambas habíamos creído. Terminamos pasando el día juntas y compartiendo todo lo que nos estaba pasando.
Una por una me acerqué a las personas cercanas e hice exactamente aquello que temía: reconocer abiertamente que las necesitaba.
Contraataqué la mentira que había amenazado con derribarme.
No estoy sola.
No soy un fraude.
Tengo personas cercanas.
Quizá ahora mismo estés creyendo esa mentira de que estás sola. Pero ¿qué tal si las personas que necesitas estuvieran a la vuelta de la esquina?
Acércate y déjame contarte mis deseos para nosotras: quiero que cambiemos las vidas de aislamiento que a duras penas experimentan breves momentos de conexión, por vidas íntimamente conectadas que solo conocen breves momentos de soledad.
¿Crees que estoy loca? Estoy aquí para decirte que no lo estoy.
Tal vez tenga algunas recaídas momentáneas en las que se desliza la mentira de soledad, pero aprendí a no quedarme allí. Y al reconocer que en ocasiones me siento sola, al experimentarlo y luego compartirlo con sinceridad, me doy cuenta de que eso me acerca a las personas, ¡porque ahora sabes que no solo tú te sientes sola!
¿Y la conexión que tú y yo anhelamos? He visto que es posible. Y una vez que la has visto, no puedes ignorarla. No podría dejar de pelear por esta clase de vida.
Tú también pelearás por ella, te lo aseguro.
La descubrirás y ya no será invisible.
Contraataca la mentira conmigo. Encontremos a nuestra gente.
PARTE UNO
Nos necesitamos
1
EXISTE OTRA MANERA
¿Crees que estamos hechos para vivir en conexión verdadera y radical? Incluso si eres una persona introvertida, todos estamos física, emocional y espiritualmente conectados por Dios para relacionarnos. Desde el momento de tu nacimiento hasta que das el último aliento, la conexión profunda y auténtica es lo que nuestra alma más anhela. No tan solo como una experiencia ocasional, sino como una realidad entretejida en tu vida diaria.
Pero para tener acceso a esa realidad, tendrás que hacer algunos cambios. Porque hay algo fundamentalmente erróneo en la manera en la que hemos edificado nuestra vida.
Pasamos noches y fines de semana encerrados en casa con nuestra pequeña familia, o compañeros de cuarto o a solas, mirando las pantallas. Preparamos la cena solo para nosotros y nunca queremos molestar a los vecinos. Llenamos una pequeña grieta llamada hogar con todo lo que podemos llegar a necesitar, mantenemos la puerta cerrada con llave y así nos sentimos sanos y salvos. Pero nos hemos desconectado por completo de las personas que no pertenecen a nuestro pequeño mundo protector. Quizá nos sintamos cómodas, seguras, independientes y entretenidas.
Pero también nos sentimos completamente tristes.
Casi todos vivimos de esta manera, y no funciona para ninguno de nosotros. Como dije anteriormente, las investigaciones indican que “3 de cada 5 estadounidenses han informado estar crónicamente solos”, y esa cifra “va en aumento”.1 Estas estadísticas son indicadores de una crisis grave y costosa. La ansiedad, la depresión, los pensamientos suicidas se incrementan. Los científicos advierten que la soledad es peor para nuestra salud que la obesidad, que fumar, que la falta de acceso a la atención médica y que la inactividad física.2
Entonces, ¿por qué permitimos que eso defina nuestros días?
¿Acaso esto es vivir? ¿Así se supone que sea la vida?
Déjame pasar a la respuesta: no. ¡No se supone que sea así! ¿Sabes en realidad para lo que fuiste creada?
- Conversaciones largas e importantes con personas que conoces desde hace años y que darían un riñón si lo necesitaras.
- Personas que llegan a tu casa sin avisar con pizza y platos desechables porque te echaban de menos y no tienen temor a importunar.
- Tiempo no programado y sin apuros con personas que son como familia.
- Los pocos que gritan de alegría cuando compartes noticias asombrosas y lloran contigo cuando les cuentas tus dificultades.
- Personas que llegan temprano para ayudarte a cocinar y se quedan hasta tarde para ayudarte a limpiar.
- Personas que te hieren y a quienes tú hieres, pero eligen solucionarlo en lugar de renunciar.
- Gente que vive la misión a tu lado, que se desafía y te hace ser mejor.
- Personas que saben que son cercanas a ti y tú a ellas. Se pertenecen.
Este es un libro acerca de cómo encontrar a esas personas cercanas; aquellas con las que viviremos día a día, aquellas con quienes nos arriesgaremos a mostrarnos por completo, aquellas que gratamente podrán incomodarnos, aquellas a las que elegiremos amar.
Sí, sé lo complicado y agobiante que puede ser hacer amigos siendo adulto. ¿Por qué nadie nos enseñó cómo hacerlo? ¿Realmente tiene que ser así de difícil? ¿Qué nos estamos perdiendo?
Comienzo esta travesía contigo siendo consciente de dos cosas:
1. Las personas son la mejor parte de la vida.
2. Las personas son la parte más dolorosa de la vida.
Y supongo que tomaste este libro con una de esas dos verdades muy visiblemente adheridas a la mente. Así que, sea que traigas esperanza o temor (o ambos), está bien. Sospecho que, si sigues adelante conmigo, algunos de tus temores quizá se hagan realidad. Pero también creo que tus esperanzas se verán superadas.
Es posible vivir conectadas —íntimamente conectadas— con otras personas. Pero la conexión tiene un precio mayor del que muchos están dispuestos a pagar. Si eliges unirte a mí en esta aventura de edificar una auténtica comunidad, te aseguro que tu ganancia en el negocio valdrá la pena, pero va a requerir que reconsideres casi todo en tu actual vida diaria. Específicamente:
- Tus rutinas diarias y semanales.
- La forma en la que haces las compras.
- El nuevo vecindario que estás considerando.
- Vivir cerca de tu familia o no.
- La iglesia a la que eliges pertenecer.
- Lo que hagas este fin de semana.
- Y aún más profundo: cuánto te abres al tratarse de tus dificultades matrimoniales.
- Y sobre tu lucha contra la ansiedad, que está empeorando.
- Y si le harás la pregunta difícil a la persona que amas y que está bebiendo demasiado.
- Y si perdonarás y pelearás por la persona que te ha herido más de lo que nunca habías imaginado.
Todo lo que te pido en nuestro viaje requiere que arriesgues tu comodidad y tus rutinas. Todo en tu interior desea este cambio que te invito a experimentar, porque estoy convencida de que lo hemos hecho mal.
ESPERANDO LA CONEXIÓN
Aún recuerdo el día en que tuve el pensamiento de que no tenía amigas. Debo aclarar algo: tenía un montón de amigas, pero tanto ellas como yo teníamos una vida ajetreada, lo que significaba que nuestras interacciones eran irregulares y poco frecuentes. En ese momento, estaba metida de lleno en la crianza de mis hijos pequeños, y viajaba mucho dando charlas y eventos con IF:Gathering, el ministerio que lidero. Y si bien durante el camino experimentaba una gran cantidad de interacciones llenas de vida con otras mujeres, a menudo, regresar a casa implicaba cierta incomodidad. ¿Acaso alguna de mis “amigas” se dio cuenta de que me había ido? ¿Sabrán que ya regresé?
Por supuesto que no era culpa de mis amigas. Ellas también tenían sus obligaciones, compromisos, relaciones y trabajos. De hecho, probablemente se hacían las mismas preguntas sobre mí: “¿Acaso Jennie sabe lo que está sucediendo en mi vida? ¿Se preocupa al respecto?”.
¿No te suena familiar? De alguna manera, todas estamos esperando que alguna conexión nos encuentre. Estamos esperando que alguna otra persona la inicie. Esperamos que alguien esté allí para nosotras. Alguien más que haga los planes o la pregunta perfectamente formulada que nos ayude a desnudar el alma.
Esto es lo que hacemos: pasamos horas a solas en nuestro abarrotado y ruidoso mundo de la pantalla iluminada, solo invertimos tiempo esporádico con conocidos, y luego esperamos que los amigos íntimos aparezcan de alguna manera en nuestra ocupada vida. Pensamos que, mágicamente, las personas conocidas deberían dar como resultado entre dos a cinco mejores amigos. Y así creemos que nuestras necesidades relacionales van a estar satisfechas.
Pero la comunidad es más grande que dos o tres amigos. La comunidad debería ser la forma en que vivimos. Histórica y prácticamente las personas en todos los países y generaciones han hecho amigos a partir de un grupo más grande de personas interconectadas. Así que, mientras comenzamos, quiero que abras tu mente a algo más grande que ese puñado de amigos que imaginaste como meta. Mi sueño para ti, el plan de Dios para ti, es edificar una cultura de comunidad en cada parte de tu vida.
Mi amigo Curt Thompson, un experto neurorrelacional, lo explica de la siguiente manera: “Cada niño recién nacido llega al mundo buscando a alguien que lo cuide”.3 Y eso nunca deja de ser verdad.
Tanto tú como yo somos pequeñas personas con esa misma necesidad.
De hecho, Dios nos creó de esa manera.
Y aun así es difícil necesitar a la gente. No; es aterrador necesitar de la gente, porque a veces cuando reconocemos nuestra necesidad, sentimos que no hay nadie que quiera responder a nuestro llamado en medio del caos. O al menos, eso es lo que creemos en ese momento.
EN MEDIO DEL LLANTO
Lindsay, mi amiga que te mencioné anteriormente, es de las que llama por teléfono en lugar de mandar un mensaje, llega sin avisar en lugar de preguntar si puede venir, aparece en casa y hace que me quite la bata aun cuando le digo que quiero estar sola.
Y me llama en medio del llanto, cuando está herida, lastimada y todavía confundida sobre la razón por la que se siente tan mal. Me permite entrar en los momentos caóticos, porque sabe que sufrir a solas solo hace que el sufrimiento sea peor.
Cuando lloro, saco todo y luego tal vez llamo a una amiga al día siguiente, después de haberme lavado la cara y analizado la situación, luego de sentirme totalmente preparada para entretejer algo de optimismo acerca del asunto y cubrirlo con un moño enredado y torcido. Porque odio ser alguien que tiene necesidad. Me da vergüenza mi quebranto, y tal vez en lo profundo de mi ser me pregunte si alguien realmente quisiera estar a mi lado cuando estoy llorando.
Lo que es irónico, porque cuando Lindsay me llama llorando, no hay nada que signifique más para mí. Esa llamada me hace sentir necesaria, y ¿quién no necesita que alguien lo necesite? Entonces, ¿por qué sigo fingiendo que mi propia necesidad no es real?
Obviamente no escribo este libro porque sea una experta. Lo escribo porque esta clase de comunidad genuina es esencial para vivir, pero la hemos convertido en algo secundario. Reemplazamos las conversaciones reales e indiscretas por charlas cortas. Subtitulamos las relaciones profundas, conectadas y que desnudan el alma con mensajes de texto y pasamos una noche divertida cada tanto, porque las cosas superficiales parecen ser más manejables y menos riesgosas. Pero enfrentémoslo: ya sea que tengamos una vida solitaria o profundamente conectada, la vida es complicada. La magia de lo mejor de las relaciones es el lío, el lío de sentarse juntas en el piso del baño, llorando abrazadas.
Pero como dije, no soy buena en esto de necesitar a los demás. Los necesito, y tampoco soy buena reconociéndolo. Y eso sistemáticamente ha dañado mis relaciones.
La tendencia a esconder mi necesidad en realidad es un tema doloroso para mí. Siempre lo fue.
Hiero a las personas.
Ellas me hieren.
Le he fallado a mis amigas. Algunas me perdonaron y otras se han alejado. Estoy segura de que, si supieran que estoy escribiendo este libro, algunas sacudirían la cabeza y revolearían los ojos. “¿Jennie? ¿Un libro sobre la intimidad y la amistad, sobre estar para los demás durante el largo recorrido?… Mmmm…”.
Esas personas que ponen los ojos en blanco estarían en lo correcto. Si bien lo estoy haciendo mejor de lo que solía hacerlo, estoy lejos de ser perfecta en este asunto. Y, de hecho, voy a seguir trabajando en ello. Cuanto más veo la razón de nuestra necesidad y el problema de nuestra soledad, más convencida estoy de que en nuestro interior fuimos hechas para ser conocidas y amadas. Amadas y conocidas siempre y constantemente por los miembros de la familia, los amigos íntimos, los mentores, los compañeros de trabajo. Dios nos creó para que estas conexiones profundas sean parte de nuestra vida diaria, y no para que las vivamos de vez en cuando ante la presencia de un terapeuta remunerado.
NO SIEMPRE FUE ASÍ
En casi todas las generaciones desde la creación, las personas han vivido en pequeñas comunidades: cazaban juntas, cocinaban juntas, cuidaban de los hijos juntas. Sin cerraduras ni puertas. Compartían las fogatas comunitarias en el exterior y las largas caminatas a buscar agua, y hacían su mejor esfuerzo para sobrevivir día a día. Escasamente había personas solas. Vivían en comunidad, en lugares compartidos, varias generaciones juntas —aprovechaban el talento de cada uno, compartían los recursos, se conocían sus asuntos, cuidaban a los miembros de cada familia, hacían rendir cuentas a todos y se cubrían la espalda unos a otros— no solamente para sobrevivir, sino en un esfuerzo de vivir plenamente… juntos.
¿Y adivina qué? Una gran parte del mundo sigue viviendo de esta manera en la actualidad. La caza tal vez se haya transformado en huertas comunitarias y bares locales, pero casi todas las personas del planeta han vivido dentro de un pequeño grupo conformado por una docena de personas, casi siempre incluyendo a su familia, pero también a otras personas de por lo menos cinco millas a la redonda.
Existe una razón fundamental por la que nuestra generación rompió todos los récords de sentimientos de soledad.
Permíteme decir claramente que la ruptura y el pecado han corrido desenfrenadamente a lo largo de toda la historia y las culturas, pero no la soledad. La esperanza que tenemos en esta travesía no es reconstruir algo viejo y roto, sino aprender de las personas que abordaron este aspecto de la vida de una manera mucho más saludable que nosotros. Sí, necesitamos la esperanza que trasciende las relaciones y la conexión terrenales. Allí es donde entra el Evangelio. Siendo uno de los primeros grupos de personas en vivir de una manera tan individualista, tenemos mucho que aprender de aquellos que eligieron la conexión por sobre el aislamiento.
Tomemos como ejemplo a Italia. Tenemos familiares allí. Algunas personas tienen familiares en Oklahoma, pero nosotros los tenemos en Italia. ¿No es lindo? Hace algunos años, Zac y yo alquilamos un apartamento vacacional económico, y junto con nuestros cuatro hijos y un montón de equipaje abordamos un avión gigantesco para pasar una semana en una pequeña villa no turística en el medio de la nada en Italia y conocer a esa extensa familia por primera vez.
Una tarde, mi esposo y yo caminamos hacia un supermercado ubicado en una esquina para comprar los ingredientes para la