Amor sano, amor del bueno

Montse Cazcarra

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Al poco tiempo de empezar a ejercer como psicóloga me di cuenta del gran sufrimiento que podemos vivir en las relaciones de pareja.

Esta apreciación fue cobrando forma y relevancia a medida que en mi práctica profesional acompañaba tanto a personas, a título individual, a mejorar su relación consigo mismas y con su pareja, como a parejas que buscaban resolver conflictos y evitar que escalasen, entenderse mejor, fortalecer el vínculo y, en definitiva, que su relación se convirtiese en un lugar seguro.

Esta observación se hace extensible a los miles de seguidores del contenido que divulgo en las redes sociales. Todos ellos, con independencia del género, la edad o la localización geográfica, anhelan tener relaciones más sanas, en las que no haya sufrimiento y su bienestar no peligre.

Y es que el malestar es lo que nos mueve. Es raro despertarse un día diciendo: «Voy a trabajar para que mi relación sea más sana, para crear un vínculo seguro para mí y para mi pareja». Sería estupendo, no lo voy a negar, y quizá sea el caso de algunas personas. Sin embargo, suelen ser las emociones incómodas las que nos dan un toque de atención en forma de: «Haz algo para mejorar la situación». Y el sufrimiento que experimentamos en las relaciones de pareja puede llegar a niveles desorbitados, incluso a paralizar nuestra vida y a poner en jaque el resto de sus facetas.

Muchas personas a quienes he tenido el placer de acompañar en su proceso de crecimiento personal acudían a consulta, precisamente, movidas por un malestar que tenía origen en uno de los vínculos más estrechos de su vida: su relación de pareja.

«No estamos bien», «No nos entendemos», «Somos compañeros de piso», «Mi pareja no me proporciona lo que necesito», «¿Lo nuestro puede funcionar?», «Cada vez discutimos más», «¿Podemos reavivar la chispa y salvar la relación?» eran las inquietudes que expresaban, acompañadas de una gran incomodidad que podía traducirse en ansiedad, en pensamientos de corte obsesivo, en intentos casi compulsivos de aplicar una u otra estrategia para lograr que la relación por fin funcionase…

Y yo me preguntaba: «Con lo complicada que puede llegar a ser la vida, con lo difícil que resulta mantener el equilibrio, ¿no se supone que las relaciones de pareja deben ser una fuente de apoyo, tranquilidad y seguridad?». Sin saberlo, estaba haciendo referencia a lo que Bruce McEwen, neuroendocrinólogo estadounidense, denominó «carga alostática».[1]

Cuando nos vemos sometidos a elementos estresores de manera continuada, nuestro equilibrio interno puede verse afectado: el cuerpo no tiene margen para recuperarse tras el evento estresante si el estresor sigue activo; en consecuencia, acabamos acostumbrándonos a vivir con esta sobrecarga. ¿El resultado? Nos encontramos ante una nueva situación de «equilibrio» (un equilibrio forzado que tiene origen, en realidad, en un desequilibrio), un nuevo estado en el que nuestra capacidad para sostener sucesos estresantes es menor.

Te pondré un ejemplo: ¿verdad que por la mañana sueles tener más paciencia que por la tarde, cuando ya has vivido varias situaciones que, aunque de manera aislada parecen insignificantes, al acumularse al final del día te agotan sobremanera? Bien, pues lo mismo sucede con otros estresores quizá más significativos a los que hacemos frente a lo largo de nuestra vida: acabamos agotados y sin espacio mental ni emocional para gestionar las dificultades de forma sana, tal y como nos gustaría.

Cuando pensamos en fuentes de estrés es posible que en primer lugar nos venga a la cabeza nuestro trabajo, o la situación económica que atravesamos, o un problema de salud, o los conflictos que podamos tener con un jefe exigente o con un compañero con quien no nos llevamos del todo bien. Sin embargo, ¿no es la relación con nuestra pareja un motivo de estrés más común de lo que nos gustaría?

La facilidad con la que nos enfadamos, discusiones que escalan, conflictos que no se resuelven —sino que se eternizan—, discrepancias en cuanto a la crianza o la distribución de las tareas del hogar, la impotencia que nos causa no ser capaces de entendernos, sentir que hagamos lo que hagamos la situación no mejora, la frustración de no dar con la clave para que nos sintamos a gusto en el vínculo…

¿Ves por dónde voy? Las relaciones deben fomentar nuestro bienestar; en todo caso, no contribuir a nuestra carga alostática. En otras palabras, las relaciones de pareja deben aportarnos un entorno seguro en el que experimentar calma y tranquilidad, no causarnos malestar.

«¿Y cómo podemos conseguir que nuestra relación se convierta en un lugar seguro y promueva nuestro bienestar?», puede que te preguntes. Mi propuesta pasa por hacer introspección y autocrítica, y por observar desde la curiosidad a nuestra pareja y lo que sucede dentro del vínculo con el objetivo de ver para comprender, dar sentido y sentirnos más cerca, a pesar de las diferencias. Pero ¿a qué me refiero con «ver»? Te lo explicaré con mayor detenimiento en el primer capítulo, pero permíteme que lo resuma en las siguientes líneas.

En las interacciones que suceden entre tu pareja y tú, probablemente tengas en cuenta sus palabras y, de forma paralela, en un plano no del todo consciente, su comunicación no verbal. Bien, pues a lo anterior deberíamos añadir unas cuantas variables más: hablo de tu mundo interno y del de tu pareja, de las heridas de experiencias pasadas que puedan estar mediatizando el significado que atribuís a vuestras interacciones, de vuestro estilo de vinculación (o apego), de la mochila emocional que lleváis a cuestas y que puede estar sesgando el significado emocional que concedéis a vuestros mensajes. Para que me entiendas: quiero que te vuelvas experto en ti mismo, en tu pareja, en cómo funciona vuestra relación, en lo que necesita cada uno de vosotros, en lo que os molesta, en lo que os ayuda a sentiros vistos, escuchados, validados, tenidos en cuenta, seguros y queridos.

«¿Y cómo nos ayudará todo lo anterior?» puede ser la siguiente pregunta lógica. Que veas a tu pareja y que la ayudes a verte acercará vuestras realidades emocionales, algo así como abrir la puerta a vuestro mundo interno. Puede que ahora no lo creas, pero te prometo que incorporar esta perspectiva cambiará vuestra forma de veros, de ver el vínculo y lo que sucede en un plano menos evidente de vuestra relación. Tu forma de entender las relaciones cambiará: tu mirada estará atenta a sutilezas, que, en realidad, son las que nos ofrecen una imagen más rica y valiosa de nuestros vínculos. Me ha pasado a mí. Les ha pasado a las personas a quienes acompaño y he acompañado en consulta. Y también te pasará a ti.

Diría que somos más o menos conscientes de cuando nuestra pareja está enfadada, o de cuando se pone a la defensiva. Seguramente coincidas conmigo. Pero ¿serías capaz de decirme cuándo te pide a gritos con sus palabras, con sus gestos, con sus silencios… ser vista o tenida en cuenta? ¿Sabrías decirme en qué situaciones se producen pequeñas rup

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