Imperio final

Brandon Sanderson

Fragmento

Prefacio

Prefacio

—Sé fuerte, hijo.

En algún momento de 2001 escribí esas palabras, las primeras de una historia a la que, con el tiempo, terminaría poniendo el título de Mistborn. Por aquel entonces el libro era muy distinto: lo protagonizaba un grupo de alománticos que decidían derrocar el régimen de su reino y convertirse en los nuevos dirigentes. El protagonista era un joven que había visto cómo asesinaban a su familia y al que luego criaba su enemigo como su propio hijo y aprendiz. Al final, deseché la idea, pero me encantaban la magia y muchos aspectos de su ambientación. Cuando por fin vendí un libro, Elantris, en 2003, me vi preparado para retomar esa novela y ofrecí a mi editor el relato que ya se ha hecho conocido, el de una banda de ladrones, un emperador inmortal y unos secretos que se remontan miles de años atrás en el tiempo.

Aunque Elantris fue mi carta de presentación ante la comunidad de literatura fantástica, Mistborn fue lo que de verdad me consolidó como escritor. A día de hoy, su aproximación modernista a los convencionalismos de la literatura fantástica y la «magia dura» que ha pasado a definir la era de fantasía épica en la que vivo son dos sellos distintivos de mi carrera.

A la hora de escribir esta introducción, mi editor me preguntó si sabía por qué Mistborn había resistido tan bien el paso del tiempo. Es evidente que su longevidad no está provocada por un solo factor. De hecho, incluso plantearse un tema como este conlleva el riesgo de caer en la autocomplacencia. Soy muy consciente de que buena parte del éxito o fracaso de un escritor depende por completo de cosas que escapan a su control. El boca a boca, o lo aleatorio de la colocación de la novela en librerías, o llegar en el momento preciso con algo que toca la fibra sensible adecuada. Existen libros mejores que los míos que no encontraron su público, sin que hubiera nada que reprochar a su escritura. Por tanto, la respuesta inicial a esa pregunta, con toda probabilidad, sería: «pura suerte».

Dicho eso, tengo alma de académico y no puedo evitar analizar qué es lo que hizo que Mistborn diera la campanada, por así decirlo. De modo que a continuación tenéis algunos posibles factores que me he planteado.

El primero es la mezcla que mencionaba más arriba. A juzgar por las pruebas circunstanciales —sobre todo mi propia opinión, la de mis amigos y la de la gente con la que hablé en convenciones durante esa época—, a finales de los noventa y principio de siglo había un cierto hartazgo por la fantasía épica entre los lectores.

A esa gente, aupándome bien alto a hombros de gigantes, pude proporcionarle una fantasía que trastocaba y recompensaba las expectativas previas sobre el género. El héroe profetizado. El señor oscuro. La naturaleza de la magia y el heroísmo. Mistborn captura parte del aire clásico de la fantasía, pero premia a los lectores de género establecidos volviendo del revés algunos tópicos.

Sin embargo, la novela también triunfó mucho entre los lectores recién llegados al género. Para ellos, también contenía una magia innovadora y una historia de desarrollo que adoptaba la forma del aprendizaje de Vin. Esa mezcla, la del cinismo de Kelsier respecto al mundo (y de forma oblicua, respecto al género) combinada con el sentido de la maravilla de Vin ante el nuevo universo que descubre, podría ser la clave más importante del éxito del libro.

También tengo la impresión de que publicar una historia completa en un solo volumen resultó refrescante para aquellos de nosotros que, a pesar de encantarnos las series largas, nos veíamos un poco agobiados por todas las fantasías épicas extensas y venerables que había en el mercado en aquellos momentos. Uno de los comentarios que más me hacen es agradecer que El imperio final se sostenga tan bien como libro independiente, a la vez que la trilogía narra una historia completa, cohesionada y potente. Las obras de arte terminadas resultan atractivas.

Por último, el motivo de que Mistborn perdure... bueno, sois los lectores. La gente empezó la serie y se enganchó de verdad. Todavía recuerdo la primera vez que vi una capa de brumas casera, hecha por un aficionado, en una firma de libros. Todos os aferrasteis a este libro con un entusiasmo que, a día de hoy, sigue provocándome sorpresa y agradecimiento.

Gracias por diez años de pasión. Diez años de Empujar, Atraer y secretos. Diez años de Mistborn.

A veces me preocupa no ser el héroe que todo el mundo cree que soy.

Los filósofos me aseguran que este es el momento, que las señales se han hecho realidad. Pero yo me sigo preguntando si no se habrán equivocado de hombre. Son tantas las personas que dependen de mí... Dicen que tendré en mis brazos el futuro del mundo entero.

¿Qué pensarían si supieran que su paladín, el Héroe de las Eras, su salvador, dudó de sí mismo? Tal vez no se sorprenderían en absoluto. En cierto modo, eso es lo que más me preocupa. Quizá también ellos duden, en el fondo de sus corazones, al igual que yo.

Cuando me miran, ¿será un mentiroso lo que ven?

Prólogo

Caía ceniza del cielo.

Con el ceño fruncido, lord Tresting contempló el rojizo cielo de mediodía mientras sus criados se acercaron apresuradamente y los cubrieron con un parasol a él y a su distinguido invitado. Las lluvias de ceniza no eran extrañas en el Imperio Final, pero Tresting confiaba en ser capaz de evitar que se le mancharan de hollín la elegante chaqueta nueva y el chaleco rojo, los cuales acababan de llegar en barco por el canal desde la mismísima Luthadel. No hacía mucho viento, por suerte: con el parasol debería bastar.

Tresting se encontraba junto a su invitado en un pequeño patio elevado que dominaba los campos. Cientos de personas con saya marrón trabajaban bajo la lluvia de ceniza, cuidando las cosechas. Había torpeza en sus movimientos... claro que, por otra parte, así eran todos los skaa. Los campesinos pertenecían a una especie tan indolente como improductiva. No se quejaban, por supuesto: sabían cuál era el lugar que les correspondía. Se limitaban a faenar con la cabeza gacha, realizando su labor con tranquila apatía. El látigo de algún capataz que pasaba los obligaba a acelerar durante unos momentos, pero en cuanto se marchaba el encargado, ellos regresaban a su sopor.

Tresting se volvió hacia el hombre que lo acompañaba.

—Cabría pensar —apuntó— que mil años de trabajo en los campos los habrían vuelto un poco más aplicados.

El obligador se volvió, alzando una ceja en un movimiento que se diría ensayado para realzar su rasgo más caracter

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