La línea de sombra

Fragmento

cap-2

Nota del autor

En esta narración, que, lo reconozco, es, no obstante su brevedad, una obra bastante compleja, no he tenido la menor intención de traer a cuento lo sobrenatural. A pesar de ello, no ha faltado algún crítico que la considerase desde este punto de vista y advirtiera en ella mi propósito de dar rienda suelta a mi imaginación, dejándola trasponer los límites del mundo de la humanidad viva y doliente. Pero, a decir verdad, mi imaginación no está hecha de una materia a tal punto elástica, y tengo para mí que, si intentase someterla a la prueba de lo sobrenatural, el fracaso sería tan lamentable como enojoso y vacío. Por otra parte, jamás me habría arriesgado a semejante tentativa, abrigando, como abrigo, moral e intelectualmente, la invencible convicción de que todo lo que cae bajo el dominio de nuestros sentidos, por excepcional que pueda ser, no podría diferir en su esencia de todos los demás efectos de este mundo visible y tangible cuya parte consciente venimos a formar. El mundo de los vivos encierra ya por sí solo bastantes maravillas y misterios: maravillas y misterios que obran por modo tan inexplicable sobre nuestras emociones y nuestra inteligencia que ello bastaría casi a justificar que pueda concebirse la vida como un sortilegio. No; mi conciencia de lo maravilloso es demasiado firme para que pueda dejarse nunca fascinar por el simple sobrenatural, que, en resumidas cuentas, no es sino un artículo de manufactura fabricado por espíritus insensibles a las secretas sutilezas de nuestras relaciones con los muertos y los vivos en su infinita muchedumbre: profanación de nuestros más tiernos recuerdos; ultraje a nuestra dignidad.

Fuera cual fuese mi modestia innata, jamás condescenderá a subvenir a mi imaginación recurriendo a vanas invenciones comunes a todas las épocas y capaces de henchir de indecible tristeza a todos aquellos que, poco o mucho, sienten el amor de la humanidad. En cuanto al efecto de un choque mental o moral sobre un espíritu sencillo, nadie podrá negar que constituye un tema de estudio y de descripción perfectamente legítimo. El ser íntimo del señor Burns ha recibido un choque violento en el curso de sus relaciones con su antiguo capitán, y de ahí, dado su estado de salud, que se manifieste en él una manía supersticiosa, mezcla de temor y de animosidad. Ello constituye uno de los elementos de esta narración, pero ni encierra nada de sobrenatural, ni, realmente, contiene nada que provenga del más allá de los confines de este mundo en que vivimos y que, seguramente, encierra ya por sí solo bastante misterio y terror.

Es probable que si hubiese publicado esta narración, cuyo proyecto me viene ocupando desde hace largo tiempo, bajo el título de El primer mando, ningún lector imparcial, dotado o no de espíritu crítico, habría visto en él el menor asomo de sobrenatural. No insistiré aquí sobre los orígenes del sentimiento que ha hecho nacer en mi espíritu el titulo definitivo de este libro: La línea de sombra. La primera intención de esta obra era el presentar ciertos hechos referentes a ese instante en que la juventud despreocupada y ardida alcanza la época consciente y conmovedora de la madurez. Huelga decir que, en presencia de la prueba suprema de toda una generación, he tenido la conciencia cabal del carácter restringido e insignificante de mi humilde experiencia. No se trata aquí de paralelismo alguno, ni jamás se me ha venido esta idea a las mientes. Pero sí experimentaba el sentimiento de algo semejante, aunque con una enorme diferencia de proporciones, entre lo que puede ser una simple gota de agua comparada a la amarga y tumultuosa inmensidad de un océano. Cosa, al fin y al cabo, perfectamente natural, pues siempre que nos ponemos a meditar sobre el sentido de nuestro propio pasado, este parece llenar el mundo entero con su profundidad y extensión. Este libro fue escrito durante los tres últimos meses del año 1916. De todos los temas a disposición de un escritor, este era el único que me era posible tentar por aquella época. La profundidad y la naturaleza del sentimiento en que me dispuse a abordarlo quizás encontraron su más cabal expresión en la dedicatoria que va al frente, aunque esta dedicatoria me parezca hoy singularmente desproporcionada: nuevo ejemplo de la abrumadora grandeza de nuestras propias emociones.

Dicho esto, séame permitido hacer unas cuantas observaciones sobre la materia misma de esta narración. Su marco pertenece a esa parte de los mares del Extremo Oriente de la que he extraído, durante mi vida de escritor, la mayor parte de mis asuntos. El solo hecho de confesar que pensé durante largo tiempo en este relato bajo el título de El primer mando indicará ya al lector que se refiere a una experiencia personal. Y, efectivamente, de una experiencia personal se trata, vista con la perspectiva del recuerdo, y coloreada con ese amor que no podemos menos de experimentar con respecto a acontecimientos de nuestra propia vida que no nos ofrecen motivo alguno de rubor. Y este amor es tan intenso —y aquí apelo a la experiencia un

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