Brujas

Adela Muñoz Páez

Fragmento

Introducción

Introducción

Todos creemos saber de qué hablamos cuando nos referimos a «brujas» o a «caza de brujas». Pero pocos sabrían ubicar temporal y geográficamente este hecho histórico que, en contra de la creencia popular, no tuvo lugar en la Edad Media. Y no, no fue en España donde más víctimas se cobró; de hecho, el número de víctimas en nuestro país fue irrisorio comparado con el de los países centroeuropeos. Tampoco anda acertado el saber popular a la hora de apuntar a la Inquisición como principal ejecutora de esta locura; no solo no fue así, sino que en muchos casos esta institución puso freno a los desmanes de jueces laicos y tribunales populares. Respecto a la magnitud de esta barbarie tampoco hay consenso, pero, aunque se llegó a elevar la cifra de víctimas a millones, una cantidad más cercana a la realidad estaría en torno a sesenta mil víctimas mortales, la mayoría de ellas mujeres; en esto sí acierta el saber popular, aunque el número de condenados varones no fue despreciable. En cualquier caso, aunque el total de víctimas no llegara a las cien mil a lo largo de tres siglos, su efecto debió de ser aterrador, muchísimo mayor que el de los más sangrientos ataques terroristas de nuestra época.

Aunque la caza de brujas alcanzó su punto álgido al comienzo de la Edad Moderna, había empezado a prepararse muchos siglos antes, a lo largo de los cuales se fue asociando a las mujeres con los demonios, judíos y herejes. Al mismo tiempo se fue cociendo a fuego lento una misoginia que enraizó en lo más profundo de la sociedad y convirtió a las mujeres en las enemigas, en la boca del infierno, la hermosa podredumbre.

Y, cuando terminó la Edad Media, también llamada Edad Oscura, llegaron los tiempos terribles para las mujeres anunciados por El martillo de las brujas, que convirtió la religión del dios del amor en la del dios del terror. Las mentes calenturientas y obsesas de los jueces hicieron de los aquelarres conventículos donde se celebraban orgías sexuales y banquetes caníbales, a la vez que se rendía pleitesía al Diablo con el ósculo infame. Mientras tanto, nacía y crecía en España la Inquisición. Ese monstruo, que corrompió el país con la cultura de la delación, fue el único capaz de detener la locura de la caza de brujas que arrasó Europa de Sicilia a Finlandia y de Rusia a Escocia, dejando a España como una isla que salió casi indemne. Alemania fue el epicentro del terremoto; las zonas montañosas como los Pirineos y los Alpes, sus principales réplicas. La locura entró en los conventos y endemonió a las monjas, llegó a las cortes y trató de envenenar a los reyes, atravesó el océano y eclosionó en la bahía de Massachusetts. Pero la fama de la Inquisición española como principal responsable de la quema de brujas siguió en pie, inasequible a la verdad.

Hoy la verdad sobre las brujas del siglo XX permanece oculta porque nadie quiere enfrentarse a ella, a pesar de que en la segunda mitad del siglo pasado murieron más brujas solo en Tanzania que en toda Europa en la Edad Moderna. La justicia popular que linchó a la tía Casca en un pueblo de Aragón a mediados del siglo XIX sigue cobrándose la vida de mujeres africanas y asiáticas. Nadie oyó las voces de las brujas europeas de la Edad Moderna pidiendo auxilio y nadie registró sus historias. En memoria de todas ellas, no dejemos que la locura siga asesinando mujeres en África, Latinoamérica y el Sudeste Asiático.

Preparando el camino

PREPARANDO EL CAMINO

1. Diosas de la noche y hechiceras

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Diosas de la noche y hechiceras

En los antiguos pueblos indoeuropeos el sol era el principio de la vida, y la luna presidía la noche y amparaba a los muertos. Durante el día fluía la vida, y durante la noche esta se paralizaba y reinaba la muerte. El sol y el día se asociaron al bien y se relacionaron con lo masculino, mientras que la luna se convirtió en sinónimo de la noche, el mal, la menstruación y las mujeres. De esta forma, a lo largo de milenios fueron sentándose las bases para que en las civilizaciones posteriores los espíritus maléficos tuvieran un gran componente femenino. Estas asociaciones fueron recogidas de manera exhaustiva por el historiador alemán Johann Jakob Bachofen a mediados de siglo XIX en su obra El matriarcado.

Cuando las civilizaciones se fueron haciendo más complejas y se desarrollaron sistemas de creencias en seres superiores cada vez más elaborados, surgieron las religiones, en las que los dioses eran la imagen del bien, mientras que otros seres, como diablos o demonios, personificaban el mal. En las religiones politeístas como la sumeria o grecolatina, los dioses también estaban sujetos al poder del mal. De hecho, todos estaban sometidos en su mayoría a las leyes que regían el mundo físico y moral de los seres humanos, y en la parte oscura de las panoplias de dioses solía haber una mayor presencia de lo femenino.

SELENE, HÉCATE Y DIANA

Tal es el caso de las deidades de la mitología griega Selene, diosa de la luna, y Hécate, la soberana de las almas de los muertos. Estas diosas, que habitaban las tumbas y durante las noches claras surgían en las encrucijadas junto con un cortejo de perros que aullaban pavorosamente, son las que aparecen en los Idilios del poeta griego Teócrito (310-circa 260 a.C.). En casos de locura se pedía auxilio a Hécate porque se pensaba que esta enfermedad era causada por las almas de los muertos. La relación de las diosas con la luna y la locura dio lugar al término «lunático». En la mitología romana esta figura la encarna Diana, diosa que, según algunos historiadores, continuó siendo adorada por las brujas más de un milenio después de la desaparición del Imperio romano, como su maestra y guía.

Hécate, Selene y Diana no son las únicas diosas de la muerte; las encontramos prácticamente en todas las mitologías. La diosa sumeria Ereshkigal posee poderes similares a los de Hécate, lo que no es de extrañar dado que esta está inspirada en ella. Freyja, o Vanadis, de la mito

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