El descubrimiento de las brujas

Jordi Sierra i Fabra

Fragmento

 toc.xhtml

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Cita

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Agradecimientos

Notas

Sobre la autora

Créditos

Grupo Santillana

02_BRUJAS_DEDICATORIA.xhtml

 

 

 

 

Para Lexie y Jake, y sus brillantes futuros

03_BRUJAS_CITA.xhtml

 

 

 

 

Empieza con la ausencia y el deseo.

Empieza con sangre y miedo.

Empieza con el descubrimiento de las brujas.

06_BRUJAS_CAP01.xhtml

Capítulo
1

 

 

 

El volumen encuadernado en cuero no era nada extraordinario. Antiguo y gastado como estaba, a cualquier historiador normal y corriente no le habría parecido diferente de otros cientos de manuscritos en la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Pero yo supe que había algo raro en él desde el mismo momento en que lo recibí.

La sala de lectura Duke Humphrey estaba desierta esa tarde de final de septiembre, y los pedidos de material de la biblioteca eran satisfechos rápidamente, ya que la afluencia de eruditos visitantes durante el verano había terminado y la locura del periodo de otoño todavía no había comenzado. De todas formas, me sorprendí cuando Sean me detuvo en el mostrador de préstamos.

—Doctora Bishop, aquí están tus manuscritos —susurró con un ligero tono de niño travieso en la voz. La parte delantera de su jersey de rombos tenía marcas de óxido dejadas por las viejas encuadernaciones de cuero que él sacudió con cuidado. Un mechón de pelo rubio rojizo le cayó sobre la frente mientras lo hacía.

—Gracias —le respondí con una sonrisa. Yo estaba infringiendo descaradamente las reglas que limitaban el número de libros que un lector se podía llevar por día. Sean, que había compartido muchas copas conmigo en el pub de estuco rosado al otro lado de la calle en nuestros días de estudiantes de posgrado, había estado recibiendo mis pedidos sin decir una palabra durante más de una semana—. Y deja de llamarme doctora Bishop. Siempre me parece que te estás dirigiendo a otra persona.

Esbozó una gran sonrisa y empujó los manuscritos —todos con magníficos ejemplos de ilustraciones alquímicas de las colecciones de la Bodleiana— por encima de su gastada mesa de roble, cada uno metido en una caja de cartón gris para protegerlos.

—Oh, hay uno más.

Sean desapareció por entre los anaqueles durante un momento y volvió con un grueso manuscrito en cuarto, encuadernado simplemente con cuero de becerro moteado. Lo puso encima de la pila y se inclinó para observarlo. Los finos bordes dorados de sus gafas brillaron a la débil luz que daba la vieja lámpara de lectura de bronce, fija en un estante.

—Éste no ha sido solicitado desde hace bastante tiempo. Haré una nota diciendo que hay que ponerlo en una caja cuando lo devuelvas.

—¿Quieres que te lo recuerde?

—No. Ya lo he apuntado aquí. —Sean se tocó la cabeza con la punta de los dedos.

—Tu cabeza debe de estar mejor organizada que la mía. —Mi sonrisa se hizo más amplia.

Sean me miró tímidamente y cogió la ficha de préstamos, pero ésta no salió de su sitio, metida entre la tapa y las primeras páginas.

—Ésta no quiere soltarse —comentó.

Unas voces amortiguadas llegaron a mis oídos, perturbando el habitual silencio de la sala.

—¿Has oído eso? —Miré a mi alrede

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist