Volver a vivir

Danielle Steel
Danielle Steel

Fragmento

Capítulo 1

1

Mientras contemplaba la lluvia a través de la ventana, Sydney Wells se sentía como si estuviera nadando bajo el agua. Llevaba ocho días en estado de shock. Desde que Andrew había salido a hacer un recado con su moto favorita por una carretera secundaria poco transitada, cerca de su casa de Connecticut. Su marido, con el que había estado casada durante dieciséis años, sentía verdadera pasión por los coches rápidos y las motos antiguas. Ese agradable día de verano había elegido una Ducati, una de las mejores. Le había prometido a Sydney que no tardaría en volver, que sería solo cuestión de minutos, sin embargo cuatro horas más tarde aún no había regresado. Ella supuso que se habría encontrado con algún amigo o que habría aprovechado para resolver algún otro tema pendiente. Lo llamó al móvil, pero él no respondió. La policía le explicó más tarde que su marido había derrapado en una zona mojada y con gravilla en la calzada. Aunque llevaba puesto el casco, no se lo había abrochado, quizá porque no pensaba recorrer una distancia muy larga. Según le contaron, su moto patinó y el casco salió volando. Murió al instante, como consecuencia del impacto. Había perdido la vida con cincuenta y seis años. Y Sydney se había quedado viuda con cuarenta y nueve. Todo le parecía irreal y las cosas empeoraron aún más cuando recibió la visita del abogado de su marido. Andrew era dueño de una empresa de inversiones que había heredado de su padre y, además de un esposo responsable, era padre de unas mellizas de treinta y tres años de su primer matrimonio y padrastro de las dos hijas de Sydney, Sabrina y Sophie. Eran la pareja perfecta, según Sydney, y siempre habían soñado con envejecer juntos. De repente, dieciséis años le parecían un instante nada más.

Durante el funeral sus hijas se sentaron junto a ella, cada una a un lado. Sus hijastras, Kyra y Kellie, se hallaban en el banco que había al otro lado del pasillo junto con su madre, que había llegado en avión desde Los Ángeles, y Geoff, el marido de Kellie. Kellie y Geoff vivían cerca y habían dejado en casa a sus hijos de tres y cinco años. Kyra vivía con su actual novio en una de las típicas casas de ladrillo visto del West Village de Nueva York, que le había regalado su padre cuando tenía veinticinco años. Para ser equitativo con sus dos hijas, en esa misma época le compró a Kellie una vivienda en Connecticut, cerca de la suya. Entonces ella llevaba poco tiempo casada, quería tener hijos y eligió esa casa porque prefería la vida en el campo. Sin embargo, con el nacimiento de su segundo hijo se les había quedado pequeña y llevaban un tiempo hablando de comprar una más grande, contando con la ayuda de su padre, por supuesto.

Marjorie, la primera mujer de Andrew, se había mudado a Los Ángeles tras el divorcio, dieciocho años atrás, uno antes de que Andrew conociera a Sydney. Esta no había tenido nada que ver con su separación, ni con la disolución de su matrimonio ni tampoco con el millonario acuerdo de divorcio al que Andrew llegó con su exmujer. Él era un hombre generoso y lo había sido incluso con la madre de las mellizas, que seguía estando amargada y furiosa con él dos décadas después de que la dejara. Sencillamente, el matrimonio se fue deteriorando. Ella era una persona infeliz, que siempre parecía descontenta y lo pagaba con todos los que estaban a su alrededor. Al final Andrew ya no aguantó más aquella situación.

Cuando Andrew conoció a Sydney, Marjorie encontró en ella un blanco fácil para descargar toda la ira y los celos que sentía y se dedicó a poner a sus hijas en su contra. Sin razón aparente, al margen de la inquina de su madre, las mellizas habían odiado a Sydney desde el primer momento. Y no había habido forma de cambiar las cosas. Tenían diecisiete años cuando su padre se casó con Sydney, una mujer guapa, rubia y divorciada con dos niñas pequeñas, de nueve y once años. Ella trató de ganarse a las hijas de Andrew por todos los medios, pero su animadversión hacia ella y la crueldad que mostraban con sus propias hijas al final hicieron que desistiera. Con la furia de Marjorie alimentando su odio por ella, no había nada que Sydney pudiera hacer y con el tiempo se rindió. Las hermanas apenas le habían dirigido la palabra durante esa semana y actuaban como si ella fuera la culpable de la muerte de su padre. Sydney, por su parte, estaba desconsolada, como lo estaban también Sophie y Sabrina.

Jesse Barclay, el abogado de Andrew, había ido a su casa a verla el día después del funeral para comunicarle cuál era la situación. Los dieciséis años que llevaba con su marido habían pasado mucho más rápido de lo que nadie se esperaba y Andrew nunca llegó a cambiar el testamento que había redactado antes de conocerla. Jesse parecía avergonzado cuando le contó que le había recordado a Andrew que debía introducir algunos cambios en su testamento después de que ellos se casaran. Él siempre tuvo intención de modificarlo, pero nunca llegó a hacerlo, tal vez convencido de que tenía tiempo de sobra. No esperaba morir de forma repentina en un accidente, ni caer enfermo a su edad. Ambos habían firmado, además, un acuerdo prematrimonial antes de casarse en el que habían establecido la separación de bienes. Andrew también pretendía cambiar ese acuerdo tras unos años de matrimonio. Cuando se casaron, él solo tenía cuarenta años y Sydney, la misma edad que tenían ahora las hijas de él. En el momento del accidente, Andrew era un hombre fuerte y lleno de vida, además de un marido cariñoso. Estaba en su mejor momento. Nunca quiso dejar a Sydney en la situación en que se veía ahora; simplemente había ido posponiendo el cambio de testamento y la anulación del acuerdo prematrimonial. Se había centrado en la vida, no en la muerte. Si la pudiera ver ahora, se sentiría fatal. En el único testamento válido en el momento de su muerte se especificaba que dejaba todos sus bienes a sus dos hijas. Y como lo había redactado antes de conocerla, no había ninguna cláusula que incluyera a su segunda esposa.

Tras el fallecimiento de Andrew, la casa en la que habían vivido juntos pasaba a ser propiedad de sus hijas. En cuanto ellas estuvieron al corriente de la situación, el mismo día que se lo dijeron a Sydney, el abogado de las mellizas le comunicó a su colega, el señor Barclay, que le daban un plazo de treinta días a su madrastra para que abandonara la casa. Y este empezaba a contar desde la muerte de su padre, así que solo podía quedarse tres semanas más. Asimismo, su marido les dejaba en herencia a sus dos hijas todas sus obras de arte, objetos de valor, inversiones, el contenido de la casa y su fortuna completa. Y como el acuerdo prematrimonial anulaba los gananciales, todo lo que Andrew poseía o había comprado en el tiempo que había durado su segundo matrimonio seguía siendo de su propiedad exclusiva y, por lo tanto, ahora pertenecía a las mellizas. Las únicas excepciones eran algunos regalos que le había hecho a Sydney, aquellos de los que quedaba confirmación por escrito de que eran suyos.

El mismo día

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist