Las niñas que soñaban con ser vistas

Pablo Rivero

Fragmento

Su padre se empeñó en llamarla Laura porque era un fan incondicional de Twin Peaks y le encantaba la idea de homenajear a la enigmática protagonista, sin tener en cuenta el hecho de que esta apareciera muerta en el primer capítulo de la serie. Ahora la niña va de copiloto en el coche de su madre, pero no es ella quien conduce sino su hermano Jaime. Le ha pedido que la acerque al centro comercial y, aunque le ha costado convencerlo, al final, ha accedido a llevarla a regañadientes. Sus padres se han ido el fin de semana y Jaime se ha quedado a cargo de la casa y, por supuesto, de su «hermanita pequeña». Laura está a punto de cumplir quince años y no hay cosa que más le reviente que se refieran a ella en esos términos. Aun así, había recurrido a ello como táctica para camelar a su hermano: «¿Qué te cuesta acercar a tu hermanita pequeña si en coche no tardas ni cinco minutos? Solo voy a dar una vuelta con Carla, y como mucho, ir a la bolera un rato. Te prometo que después, para volver, cojo el autobús de las nueve como tarde». Pero no hubo manera. Jaime la observaba por el rabillo del ojo, impasible, mientras llevaba la mirada de nuevo a la pantalla de su teléfono móvil, que cambiaba por segundos, al tiempo que su dedo índice se deslizaba por ella hacia arriba de manera automática. Jaime tenía dieciocho recién cumplidos pero siempre había sido «el viejuno» de la familia: observador y dicharachero de pequeño, y responsable y cuidadoso de adolescente, demasiado incluso. Siempre obedecía a sus padres; le habían dejado al mando y no pensaba correr ningún riesgo, conocía bien a Laura y sabía que era capaz de liarla en menos de lo que canta un gallo. Ni por asomo se le habría ocurrido acceder a dejarla salir esa tarde de octubre si no fuera porque Pati, la compañera de clase que le traía loco desde el curso pasado, por fin parecía haber puesto el ojo en él y le había escrito un «Qué haces?». Ambos sabían lo que implicaba esa pregunta. Así que, sin haberlo planeado, el rumbo de la tarde cambió por completo.

A ver, no te emociones, que va a ser solo un rato —le dijo a su hermana cuando la vio dar un salto de alegría.

Pillo el bus de las nueve, te lo prometo —contestó ella antes de que Jaime pudiera terminar la frase.

Ni hablar, te paso a buscar yo. Me mandas un mensaje o me llamas y me acerco, ¿estamos? Que no quiero líos. Papá y mamá me capan si te pasa algo.

¡Ay! De todas maneras eres un cenizo… ¡Qué me va a pasar! —le respondió ella mientras corría hacia su habitación.

Date prisa, va.

Jaime la vio salir de espaldas por el pasillo y se miró en el espejo del recibidor. Si quería tener algo de margen para una ducha rápida y arreglarse un poco debían salir ya.

¡Laura, vamos!

Laura había entrado en su cuarto a toda prisa. Cogió el cargador del móvil del enchufe de su mesilla de noche y se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Llevaba todo el día tan enganchada que ni se había dado cuenta de que no le quedaba más que una barrita de batería. Abrió la puerta de su armario y observó su reflejo en el espejo estrecho que había pegado en la parte interior. Estaba muy delgada, pero tenía la cara redonda característica de una niña de su edad. El pelo oscuro, casi negro y unos ojos verdosos enmarcados por unas enormes y curvas cejas negras que le daban un aire felino a la mirada. Echó un primer vistazo para comprobar que estaba todo: llevaba puesto el pantalón vaquero azul clarito desgastado y una camiseta de rayas horizontales tal y como habían quedado. Se quitó las dos zapatillas lanzándolas por la habitación y se puso lo único que le faltaba para cumplir todo lo pactado: las Converse blancas bajas sin calcetines. ¡Ahora sí que sí! Sacó su móvil a toda velocidad y se hizo un selfie que le envió junto con el texto: «En menos de diez minutos estoy ahí». Pulsó a enviar y sintió un hormigueo en el estómago; por fin iba a dar el gran paso. Una sola instantánea que haría realidad aquello que esperaba ansiosa y por lo que tanto se esforzaba cada día.

Laura entró de golpe en el coche y se sentó en el asiento del copiloto. Antes incluso de llegar a cerrar la puerta, enchufó el USB de su teléfono al cargador del automóvil. Jaime estaba ya sentado, se había puesto una gorra para ocultar el pelo de alcachofa que se le quedaba si no le daba su toque de secador y cera pertinente. Arrancó el coche; ambos estaban en silencio, viendo cómo la puerta del garaje se plegaba hacia arriba. Frente a ellos asomó la oscura tarde. Apenas pasaban cinco minutos de las seis, pero ya era completamente de noche.

¿No vas muy fresca? —le preguntó, lanzándole una mirada furtiva.

No me seas carca, me voy a meter directa en el centro y luego me traes tú, así que paso de llevar chupa… Además, no te quejes, que me he puesto bien recatadita para que no me digas nada. Parezco una niña.

Eres una niña.

Laura entornó los ojos y miró por la ventana. La puerta del garaje se cerró, y vio cómo la fachada blanca del chalet adosado en el que vivían quedaba a su espalda. Y después el parque, su colegio y la tienda de chuches… Fue dejando atrás cada sitio que formaba parte de su día a día sin imaginarse que aquella sería la última vez que los vería.

Capítulo 1

1

Tenía la mano dormida, pero no por el corte que se había hecho en la palma al sacar la fotografía de su familia que había encontrado en una de las cajas que llevaba años sin abrir, sino porque llevaba un buen rato en cuclillas observando la imagen.

A través de las grietas del vidrio en pedazos, podía ver el rostro tosco de su padre, con expresión seca, y, junto a él, a su madre sonriente, su hermana y él de niño. Hacía siglos que Pablo no veía esa foto, como todas las demás en las que aparecían los cuatro. No recordaba haberse llevado ninguna de su casa, todos esos años había permanecido oculta entre carátulas de CD y otros objetos que jamás había vuelto a utilizar y de los que debería haberse desprendido tiempo atrás. La herida no le dolía, ni siquiera se hubiera dado cuenta de que la tenía, si no llega a ser porque le sorprendió ver cómo la imagen iba siendo invadida lentamente por una mancha roja que provenía de las gotas de sangre

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