Título original: The Mulberry Tree
Traducción: Lidia Lavedan
1.ª edición: enero, 2016
© 2016 by Deveraux, Inc.
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-349-0
Maquetación ebook: Caurina.com
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Contenido
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Epílogo
1
Él la necesitaba.
Cada vez que alguien —por lo general un periodista— le preguntaba cómo se las arreglaba con un hombre como Jimmie, ella sonreía y no decía nada. Sabía que, dijera lo que dijese, sería citado de forma incorrecta, así que simplemente permanecía en silencio. En una ocasión cometió la equivocación de contarle la verdad a una periodista. Parecía tan joven e indefensa que por un momento bajó la guardia.
—Me necesita —le dijo. Eso fue todo. Sólo esas dos palabras.
¿Quién hubiera pensado que un segundo de sinceridad imprudente originaría tal revuelo? La chica convirtió su frasecita en un alboroto internacional.
Lillian tenía razón al pensar que esa chica también estaba necesitada. Uf, sí, muy necesitada. Precisaba un guión, de modo que se fabricó uno. No le importó no tener nada en que basar su relato. Y parecía prometedora como periodista de investigación. Puede que no durmiera durante las dos semanas que pasaron entre el comentario y la publicación de su fábula. Consultó a psiquiatras, gurús de autoayuda y sacerdotes. Entrevistó a numerosas feministas agresivas. Toda mujer famosa que hubiera dado alguna pista de odio a los hombres fue entrevistada y mencionada por ella.
Por último Jimmie y Lillian fueron descritos como una pareja enferma. Él fue presentado como un tirano dominante en su vida pública, pero que se transformaba en un niño quejica al llegar a casa. Ella aparecía como un cruce entre el acero y un pecho maternal de flujo infinito.
Cuando el artículo vio la luz pública y causó sensación, Lillian quiso esconderse. Quería retirarse a la más remota de las doce casas de Jimmie y no salir nunca más. Pero él no le tenía miedo a nada —ése era el verdadero secreto de su éxito— y enfrentó con la cabeza bien alta las preguntas, las risas burlonas y también, lo que es peor, a los seudoterapeutas que creían que su «obligación» era exhibir a los cuatro vientos sus pensamientos y sentimientos más íntimos.
Como respuesta a todas las preguntas, Jimmie la rodeaba con su brazo, sonreía a las cámaras y se carcajeaba. Siempre tenía a mano un chiste para contestar a cualquier insolencia.
—¿Es cierto,