Ada Magnífica y las mascotas desaparecidas (Los Preguntones 5)

Andrea Beaty

Fragmento

Ada Magnífica y las mascotas desaparecidas

CAPÍTULO 1

Ada Magnífica apoyó la cara contra la vitrina.

—¡Recórcholis! —dijo, mientras admiraba un enorme diente colocado sobre un trozo de terciopelo rojo. El diente era muy viejo, muy largo y muy, MUY afilado. Era un diente de dinosaurio. Un diente de Allosaurus, para ser exactos.

Ada exhaló y una neblina se esparció sobre el cristal.

—¡Ese diente de Allosaurus tiene ciento cincuenta millones de años! —intervino la tía Bernice—. ¿Te imaginas?

—Recórcholis —repitió Ada—. ¿Los dinosaurios tenían dentistas? ¿Cómo enterraron al dinosaurio? ¿Qué tan grande era la pala que lo desenterró? ¿Tenía plumas? El dinosaurio, digo, no la pala.

La tía Bernice rio.

—¡Ada, siempre me pones a pensar!

A Ada le encantaba ayudar a la tía abuela Bernice en su tienda, llamada Excavar, aunque pasaba más tiempo empañando las vitrinas que limpiándolas. La tienda tenía toda clase de tesoros que podían sacarse de la tierra. Siempre había algo asombroso que descubrir.

—Casi se me olvida —dijo la tía Bernice—. Tu mamá necesita comida de gato de la tienda de mascotas de al lado. Vamos a buscarla y, de paso, nos comemos un helado.

—¡Tienes un diente de dinosaurio y tienes un diente para el dulce! —bromeó Ada.

La tía Bernice rio de nuevo y tomó sus llaves. Ada volteó el letrero de la puerta por el lado que decía YA VOLVEMOS y salieron. Después de la tenue luz de la tienda, el sol resultaba cegador. Ada apretó los párpados, dio un paso, y…

—¡Cuidado!

Ada abrió los ojos…

¡BAM!

Era demasiado tarde. Una niña de vestido azul chocó contra ella y ambas se volvieron un amasijo en la acera.

Ada Magnífica y las mascotas desaparecidas

CAPÍTULO 2

-¡Ayyy!

Otra niña, con un vestido de lunares rojos, corrió hacia ellas. Era Rosa Pionera. Frenó en seco, mientras Ada y Sofía Valdez se reincorporaban y se sacudían el polvo.

—Fiu —exclamó Rosa, tratando de recobrar el aliento—. ¿Están bien?

Ada y Sofía asintieron mientras Rosa las ayudaba a levantarse.

—¡No vi por dónde iba! —dijo Ada—. ¡Lo siento, Sofía!

—Yo también lo siento —respondió Sofía—. Corría demasiado rápido y no pude detenerme.

—¿Adónde ibas? —preguntó Ada.

—¡Estamos buscando a Papo! —contestó Sofía—. ¡Desapareció! —Contuvo una lágrima.

—¡Oh, no! —dijo Ada—. Tal vez persiguió una ardilla hasta el parque. ¡Ya sabes que le encantan las ardillas!

Sofía esbozó una sonrisa esperanzada, abrazó a Ada y siguió corriendo por la calle, seguida por Rosa. Ada y la tía Bernice llegaron a la tienda Palacio de las Mascotas y esquivaron por poco a una empleada con un suéter morado, que estaba cargando un carrito con grandes bolsas.

—¡Hola, Bernice! —dijo una mujer delgada con un abrigo de flores blanco y negro.

—¡Susana Eloísa! —exclamó la tía Bernice—. ¿Cómo estás? —La tía Bernice le presentó a Ada.

—La señorita Susana Eloísa Bueno es una de las mejores maestras de coro de todos los tiempos —comentó la tía Bernice.

La señorita Bueno se sonrojó.

—Eres muy amable, Bernice —dijo—, pero ya no doy clases. Estoy jubilada.

—¡Felicidades! —exclamó la tía Bernice—. Debes estar ocupada con toda clase de diversiones.

Antes de que la señorita Bueno pudiera responder, un husky siberiano de ojos azules se le acercó por detrás y le mordisqueó la esquina de la cartera. Con suavidad, la señorita Bueno apartó la cartera y sacudió la cabeza.

—Siempre trata de sacar las galletas de recompensa de mi bolso. —Le dirigió una mirada severa al perro, que miró hacia otro lado con cara de inocente—. ¡Ay, Nicky! Eres todo un caso.

—Es hermoso —comentó la empleada y sacó de su bolsillo una galleta triangular para mascota. Se la tendió a Nicky, que se la tragó.

—Da las gracias, Nicky —dijo la señorita Bueno.

Nicky emitió una especie de gruñido llorón.

—¡Nicky! Dame una nota.

La señorita Bueno echó la cabeza hacia atrás y entonó la nota más perfecta:

LAAAAAAAAAAA.

Nicky echó la cabeza hacia atrás y aulló.

¡AUUUUUUUUUU!

Ada rio.

—No es el mejor cantante del lote —señaló la señorita Bueno con un guiño—, pero hace el intento —le rascó la barbilla a Nicky—. La tienda de mascotas me carga el carrito y así no necesito entrar.

Se acercó un poco más a Ada y susurró:

—No me gustan los peces.

—¿Los peces? —preguntó Ada.

La señorita Bueno hizo una mueca.

—Las peceras… pues… ¡huelen tanto a pescado!

La empleada puso la última bolsa en el carrito, y le dio furtivamente otra galleta a Nicky.

—Fue encantador conocerte, Ada —dijo la señorita Bueno—. Bernice, ¿nos tomamos un café mañana?

—¡Me encantaría! —respondió la tía Bernice.

La señorita Bueno se fue por la acera cantando mientras caminaba. Nicky trotaba feliz tras el carrito, cantando con ella.

¡Auuu! ¡Auuuuuuuu! ¡Auuuuuuuuuu!

Al rato, cruzaron la esquina y desaparecieron.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist