Algo está pasando
En los últimos años, las escritoras latinoamericanas están ganando un enorme reconocimiento internacional: son finalistas y ganadoras de grandes premios; sus libros circulan cada vez más por toda la región y se traducen casi de inmediato a idiomas de países centrales como el inglés, el italiano y el francés; la crítica las señala como voces absolutamente nuevas en el panorama literario y algunas alcanzan cifras de venta inimaginables hasta hace poco. Sin embargo, aunque reconocen que algo está pasando, ninguna de las partes involucradas en este fenómeno quiere escuchar hablar de un nuevo «boom» latinoamericano... Y parecen tener razón. ¿Por qué? Para entenderlo, la periodista argentina Leila Guerriero emprendió la tarea de hablar con autoras, editores, agentes y traductores de todo el mundo. El resultado es esta iluminadora radiografía que LENGUA publicará a lo largo de junio en tres entregas. Una mirada cabal de este fenómeno tan inédito como bienvenido: la llegada de libros y autoras que empiezan a ocupar el lugar que les corresponde en la mesa literaria.
Por Leila Guerriero
Crédito: Max Rompo.
Por LEILA GUERRIERO
PARTE 2: EN EL MUNDO
En marzo de 2019, autoras y mujeres chilenas relacionadas con el mundo del libro se nuclearon en un colectivo feminista llamado AUCH. Su consigna es «Cuestiona tu canon». Paz Balmaceda, editora literaria de Penguin Random House en Chile, sospecha que, si se miran los números, el canon sigue siendo masculino. Muchas tienen cifras buenas, pero tampoco venden como Vargas Llosa o Joël Diker. Claro que también los libros de autores más literarios tienen circulación menor. Pero ahí veo una diferencia: en las redes sociales, unas autoras recomiendan los libros de otras; está la experiencia de AUCH; están las escritoras argentinas comprometidas con la ley del aborto. Están haciendo un trabajo de difusión impresionante que antes no existía. Como editora, busco autoras, porque también en Chile hay un interés. Ahí veo un bote que está un poco sobreinflado, no todo lo que se publica es de calidad. Pero en cierto sentido está bien. Va a haber mucho error, mucha confusión, pero solo puede ser bueno. Si vamos a equivocarnos con veinte autoras para encontrar a dos geniales, o para que en el futuro esas dos la tengan más fácil, bienvenido. Creo que este movimiento de autoras está preparando lectores y reconstruyendo un canon hacia atrás.
Con una o dos generaciones irradiadas por libros que se adherirán a las bibliotecas de escritores en ciernes, ¿cuántos de quienes hoy tienen quince, veinte años aspirarán a seguir el modelo de Carlos Fuentes o Cortázar, y cuántos a seguir —y copiar y envidiar y canibalizar— el de Samanta Schweblin o Mónica Ojeda?
«Yo creo que más mujeres escritoras, o que quieren ser escritoras, están leyendo a estas autoras —dice Pedro Lemus, editor de la colombiana independiente Laguna—. Y me parece que hay un grupo de jóvenes que después de esto no quieren escribir como García Márquez, y dicen: "Yo quiero hacer esta novela como la haría Mariana Enriquez". ¿Será que hay tantas escritoras, y tan interesantes, porque están todas esas mujeres, unos años mayores que ellas, publicando y recibiendo todos los elogios de la crítica y los lectores? Yo me imagino que sí, que es muy diferente escribir en este panorama literario».
Pilar Reyes es directora editorial de Penguin Random House, un grupo entre cuyos sellos hay cuatro que publican unos ciento cincuenta títulos de narrativa literaria en español al año —Alfaguara, Literatura Random House, Lumen y Caballo de Troya—, con catálogos que incluyen a autoras como Karina Sáinz Borgo, Margarita García Robayo, Samanta Schweblin, Selva Almada, las chilenas Cynthia Rimsky y Nona Fernández, la uruguaya Fernanda Trías. En 2018 y 2019, esos sellos en su conjunto publicaron un 60 por ciento de libros de hombres y un 40 por ciento de mujeres. En 2020 la proporción de hombres fue levemente más baja —57 por ciento—, y la de mujeres, levemente más alta: 43 por ciento. «Creo que después de diez, doce años de paréntesis, hay desde hace dos o tres un interés renovado de los editores extranjeros por la literatura latinoamericana. Hay síntomas: los premios en lengua inglesa, donde se han nominado autoras en lengua española; que Mariana Enriquez gane el Premio de la Crítica en España. Pero por ahora me parece que es más un fenómeno de crítica que de ventas. No es lo que pasó con Laura Restrepo, Isabel Allende o Angeles Mastretta, que lograron algo increíble en términos de lectores, pero con las cuales la crítica fue esquiva. Me parece interesante este contraste de autores que exploran zonas de la realidad, basadas en hechos reales, la "novela real" de la que hablaba Cercas. Estoy pensando en grandes nombres, como Juan Gabriel Vásquez en Volver la vista atrás, o Jorge Volpi en Una novela criminal, mientras que muchas de estas autoras están yendo a la ficción más inventiva. Pienso en el caso de Mariana Enriquez en Nuestra parte de noche, que crea un mundo ficcional, completamente sólido. Samanta Schweblin, lo mismo. Yo creo que la bisagra de ese interés renovado por la literatura de la región es Valeria Luiselli. Escribe en inglés, habla de temas de migración, empieza a generar una conversación. Y la segunda me parece que fue Samanta Schweblin, escribiendo relatos, metiéndose en el mercado inglés, que es dificilísimo. La ola de mujeres de los ochenta hizo camino, pero les fue difícil romper la institución cultural. Ahora la institución cultural sabe que no puede conversar con el fenómeno femenino como lo hizo en el pasado. Esto se impone para quedarse, hacer canon y conversar de tú a tú con el mundo masculino. Son escritoras con ambición, que están experimentando con el lenguaje y la forma. Seguramente este es un momento dulce: es más fácil publicar porque hay un público y un interés. Pero no es una moda. Son jóvenes, están buscando. Lo que sí está claro es que esta no puede ser una conversación de mujeres, entre mujeres. Están sentadas a la mesa de la literatura, y son y van a ser referentes para sus compañeros escritores».
Jorge Carrión, escritor y crítico español, no cree que haya que esperar para ver aparecer un nuevo canon porque, dice, ya está entre nosotros, formado por libros como Desierto sonoro, Temporada de huracanes, Mandíbula, Nuestra parte de noche, Lectura fácil, Sangre en el ojo. «Creo que la literatura iberoamericana escrita por mujeres vive su mejor momento. En la mayoría de los países no hay un referente, sino varios. En México, pasamos de Margo Glantz y Elena Poniatowska, a Cristina Rivera Garza, Fernanda Melchor, Guadalupe Nettel, Verónica Gerber o Valeria Luiselli. Luiselli ha abierto camino. Ocupa el lugar de Bolaño en el mercado y el canon norteamericano. La visibilidad no se debe solamente a razones contextuales como la ola feminista, sino a motivos cuantitativos: hay muchísimas mujeres escribiendo. Las jóvenes se forman como lectoras con el horizonte de la generación anterior. Cuantas más mujeres escriben y más estudian para escribir y más publican y más ganan premios, hay más posibilidades de que surja la excelencia. Si deseas, admiras, envidias, te sientes estimulada por lo que hacen escritoras de la generación anterior, algo cambia».
María Lynch, de Casanovas & Lynch, una de las agencias literarias con autores de mayor peso en idioma español, representa, entre otras, a Mariana Enriquez, a Karina Sáinz Borgo, a María Gainza. «Creo que ahora es más fácil el debut de una mujer joven que el de un equivalente hombre. Además, esos debuts se traducen con mayor facilidad. Natalia García Freire, por ejemplo, traducida a un montón de lenguas. Pero hay que tener cuidado con hablar de literatura de mujeres. A la generación de Mastretta y Esquivel la etiquetaron así: literatura de mujeres para mujeres. Es raro que oigas a un hombre defender que le encanta Isabel Allende. Y creo que hay muchos escritores hombres, como Andrés Barba, Juan Gabriel Vásquez, Yuri Herrera, Emiliano Monge o Juan Cárdenas, que reivindican públicamente la literatura de mujeres de su generación».
En enero de 2021, la norteamericana Valerie Miles, escritora y editora de la revista Granta en español, guardaba un secreto que se develó el 7 de abril: los nombres de quienes integrarían la nueva lista Granta de los 25 mejores autores en español de menos de treinta y cinco años. Solo podía decir que, si en 2010 se habían postulado 163 hombres y 65 mujeres, ahora lo habían hecho 113 hombres y 84 mujeres (finalmente, quedaron en la lista diez mujeres y quince varones).
«Mira, con perdón, ¡es que los hombres descubrieron el clítoris hace solo veinte años! —dice—. Nosotras hemos estado aquí siempre, pero nadie ha estado mirando. Hace un tiempo las mujeres tuvieron un lugar en el mercado con la chick lit. Estuvo bien porque vimos que podíamos reírnos de nosotras mismas, pero nos quedamos ahí. Hay que luchar para mantener libre y abierto este espacio, porque ahora por fin nos están tomando en serio. Creo que literariamente han encontrado el clítoris. Las voces de estas mujeres son voces urgentes. Durante tanto tiempo no han tenido esta luz de teatro que las enfoque, y de repente la tienen y nada hace pensar que no se vaya a apagar otra vez. Noto fuertemente en todas un dominio de la técnica superior al de otras generaciones. Es un cambio de paradigma muy grande. La mujer está escribiendo desde su punto de vista, que es nuevo. Ahora nosotras queremos un lugar en la mesa. No en la mesa de los niños, no en la mesa de las mujeres. En LA mesa».
«Me parece que hay un grupo de jóvenes que después de esto no quieren escribir como García Márquez, y dicen: "Yo quiero hacer esta novela como la haría Mariana Enriquez". ¿Será que hay tantas escritoras, y tan interesantes, porque están todas esas mujeres, unos años mayores que ellas, publicando y recibiendo todos los elogios de la crítica y los lectores? Yo me imagino que sí». Pedro Lemus
Lata Peinada es una librería especializada en literatura latinoamericana con sede original en Barcelona y sucursal en Madrid. Su dueña, Paula Vázquez, es argentina y autora de Las estrellas (Mansalva y Tránsito). «La etiqueta de nuevo boom le sirve al mercado para englobar en un modo digerible escrituras diversas —dice Vázquez—. Hay una tendencia dentro de la literatura escrita por mujeres que se caracteriza por historias del género fantástico hasta llegar al terror. Suele haber una apelación a la violencia. Ejemplos: Mariana Enriquez, Mónica Ojeda, Fernanda Trías, María Fernanda Ampuero. Son todas buenas escritoras, ya no es posible decir que ese sea un género marginal. En relación a esto opongo el fenómeno de cierta mirada desvalorizadora sobre las escrituras de mujeres que trabajan con material biográfico. Entonces pienso que las escrituras de mujeres que hoy están legitimadas son las que trabajan con materiales que tradicionalmente estaban en el campo de lo masculino: el terror, la violencia, lo fantástico. Por otro lado, ¿qué pasa con la literatura escrita por hombres? Se invierte ese fenómeno: Alejandro Zambra, Federico Falco, cautivan porque exhiben "nuevas masculinidades", por los temas (ruptura amorosa, paternidad), porque trabajan materiales autobiográficos. Celebramos a las autoras que trabajan con materiales "masculinos" y a los hombres que trabajan con materiales "femeninos". La violencia, lo fantástico, el terror en la literatura latinoamericana que triunfa en Europa: me da miedo que sea el revival del realismo mágico. Antes pensaban que acá nos crecían alas en la espalda. Ahora Latinoamérica quedaría reducida a un territorio de dictaduras y violencias atroces pasado por lo folclórico. Temo que la corrección política haya girado a que las mujeres tengamos que escribir (si queremos que alguien nos edite) sobre oscuridad y terror y violencia».
Ariana Harwicz es argentina, pero vive en Francia desde 2007. Sus libros anteriores —Matate, amor (2012), La débil mental (2014) y Precoz (2015)— se publicaron en editoriales independientes, como la argentina Mar Dulce, pero su última novela, Degenerado, se ha publicado en Anagrama. «Más que nada me parece un aprovechamiento de mercado. Tratan de armar una literatura homogénea, que se llame “escrita por mujeres latinoamericanas”, o “por mujeres feministas”. Me parece terriblemente cínico que digan “No nos importa más que la obra”, y después, cuando se ganan el premio, lo que más importa es si la persona es trans, bisexual o mide un metro veinte».
Harwicz ha sido traducida al alemán, árabe, croata, francés, georgiano, hebreo, inglés, italiano, polaco, portugués, rumano y turco, pero esa fruición es algo de los últimos años (y con su último libro parece haberse detenido). «Hay tres aspectos que se articulan para la traducción: que sean mujeres; la temática (si toca un tema de femicidio o violencia contra la mujer), y el género (terror, thriller, ciencia ficción); y los premios. Yo publiqué Matate, amor en 2012 y estuvo seis años sin ninguna traducción. Mucha prensa, pero no libros vendidos. Y cuando llega la traducción al inglés, y la nominación al Man Booker, se abre a catorce traducciones. Instantáneo. Ahora publiqué Degenerado, que es el soliloquio de un pedófilo, acusado de haber violado a una nena. Si esa novela hubiera estado escrita desde el punto de vista de la víctima tendría diecisiete traducciones, y no ninguna, como tiene. Hay traducciones que tienen que ver con que una autora o un autor despliegan buena literatura. Más allá de eso, hay premisas: que sea escandalosa, que sea políticamente correcta, que sea desde el punto de vista de la víctima, que trate temáticas en boga. Ahora hay un fervor por la traducción, pero los momentos de fervor después son tapados por una nueva ola de fervor por otra cosa. Es como estar enamorado al palo cuarenta años: no se puede».
La colombiana Margarita García Robayo vive en Buenos Aires y es autora de Hasta que pase un huracán, Lo que no aprendí y Tiempo muerto. Está traducida a varias lenguas y publica en editoriales independientes de diversos países (Tamarisco, Laguna, Marea, Malpaso) y en Alfaguara. Su novela Tiempo muerto fue traducida en Reino Unido por Charco Press como Holiday Heart, y explora el corazón decadente de una familia de clase media acomodada. Los críticos británicos calificaron a la pareja de protagonistas como gente racista y desagradable, algo que nadie señaló en América latina, y una revista muy prestigiosa decidió no publicar la reseña porque no le pareció «un momento adecuado para difundir este tipo de literatura»: «Los lectores latinoamericanos son capaces de reconocer el "estereotipo", y no les resulta violento porque, básicamente, están habituados a ese tipo de violencia —dice—. En Europa, incluso las reseñas amables se cuidan de dejar bien claro que, antes que nada, la novela trata de una pareja racista. En el primer mundo se ha instalado un deber ser de corrección política con el que muchos lectores no deben de sentirse cómodos. El arrojo y la desinhibición de la narrativa latinoamericana es todavía mayor en contraste con ese discurso culposo primermundista, y eso hace que la llegada de nuestros libros sea de algún modo disruptiva, para bien y para mal».
El 7 de marzo de 2018, el diario ecuatoriano El Comercio publicó una entrevista a Mónica Ojeda, escritora de ese país, titulada: «Mandíbula es una novela que explora lo femenino-monstruoso». En diciembre de ese año, el sitio The Objective publicó una entrevista a la también ecuatoriana María Fernanda Ampuero y la tituló con una frase de ella: «En la realidad está el germen del horror». Con ambos títulos podría armarse una respuesta: lo femenino-monstruoso no es sino parte de la realidad. Es posible, entonces, que haya cambiado la «autorización» para escribir sobre eso. El riesgo que señala Paula Vázquez —siempre hay uno— es que la «autorización» devenga mandato.
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Fragmento de La perra, novela de Pilar Quintana, de Colombia: «Al cabo de dos meses, cuando Rogelio volvió a buscar a Damaris, ella lo rechazó y la noche siguiente lo volvió a rechazar y así a lo largo de una semana hasta que él dejó de intentarlo. A Damaris le alegró. Ya no se ilusionaba con la posibilidad de quedar embarazada, no esperaba con ansiedad la falta de la regla ni sufría cada vez que le llegaba. Pero él, amargado o resentido, empezó a echarle en cara que hubiera roto la cisterna, y cada vez que se le resbalaba alguna cosa de las manos —un plato, un frasco, un vaso—, lo que ocurría a menudo, la criticaba y se burlaba. "Burda", le decía, "¿vos creés que la loza se da en los árboles?". "La próxima te la cobro, ¿sí me oíste?"».
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«Celebramos a las autoras que trabajan con materiales "masculinos" y a los hombres que trabajan con materiales "femeninos". La violencia, lo fantástico, el terror en la literatura latinoamericana que triunfa en Europa: me da miedo que sea el revival del realismo mágico. Latinoamérica quedaría reducida a un territorio de dictaduras y violencias atroces pasado por lo folclórico». Paula Vázquez
Desde 2019, se menciona a varias autoras —las argentinas Agustina Bazterrica, Mariana Enriquez y Samanta Schweblin, las bolivianas Liliana Colanzi y Giovanna Rivero, la venezolana Michelle Roche Rodríguez, las ecuatorianas Gabriela Ponce, Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero, la mexicana Fernanda Melchor, entre otras— dentro de la categoría «gótico latinoamericano», lo que suena a una capa de sangre y terror sobre las viejas tierras latinoamericanas trajinadas por mariposas amarillas, narco y dictaduras.
«Creo que algunos géneros que se han considerado menores, desde los relatos autobiográficos hasta el terror, ahora se han colocado en el centro de lo que se considera gran literatura —dice el poeta y crítico español Carlos Pardo, que ha reseñado muchos de los libros de estas autoras al punto que alguien le dijo: "Tú solo reseñas mujeres"—. Quizá estos géneros relegados ahora interesan más por poco frecuentados. Y ahí los escritores más interesantes han sido mujeres latinoamericanas. Creo que los lectores españoles no reconocen en Juan Cárdenas, Brenda Navarro o Claudia Hernández ninguno de los clichés de una supuesta literatura latinoamericana. No creo que la gente lea a Mariana Enriquez para encontrar localismo, o a Alia Trabucco para encontrar exotismo. Me parece que se valora un tipo de literatura más arriesgada, que es lo que están haciendo todas ellas».
«Hay oportunismos y modas y un periodismo demasiado flojo, pero eso es secundario al lado de un buen montón de libros notables —dice el escritor boliviano Rodrigo Hasbún, que comparte generación con varias de estas autoras—. Hay algunos núcleos posibles. El intimismo me hace pensar tanto en Inés Bortagaray como en Alejandro Zambra, o el cruce de lo narrativo y lo ensayístico me lleva por igual a ciertos libros de Carolina Sanín o Juan Cárdenas o María Gainza o Carlos Yushimito. Se habla mucho de lo gótico y lo fantástico, pero también están las reformulaciones de lo social y lo político, el humor y una suerte de nueva picaresca, las escrituras autobiográficas y las exploraciones genealógicas, el realismo más discreto y el regreso a lo rural».
La francesa Isabelle Gugnon traduce a su lengua a Antonio Muñoz Molina, Rodrigo Fresán, Juan Gabriel Vásquez, pero en los últimos años ha trabajado más libros de autoras, tanto afianzadas —Schweblin y Harwicz—, como nuevas: la ecuatoriana Natalia García Freire o la argentina Dolores Reyes, ambas autoras de un primer libro, Nuestra piel muerta y Cometierra, respectivamente. «Hay una literatura fuerte de mujeres en Latinoamérica, pero no es una "literatura de mujeres". Retoman esta ferocidad fantástica que es casi decimonónica en Francia, con Villiers de L'Isle-Adam, pero poniéndola en el mundo actual. Uno ve autores varones que no pueden ser otra cosa que colombianos o peruanos. Pero a Mariana Enriquez le bastaría poco para no ser argentina. La suya es una perspectiva meramente literaria».
Guadalupe Nettel. Crédito: Getty Images.
«Yo llevo rato diciendo que la mejor literatura española es la que ha escrito Claudia Hernández, de El Salvador. En México, algunas de las mejores novelas de los últimos tiempos han sido escritas por mujeres. Fernanda Melchor, Valeria Luiselli o Brenda Navarro. Y desde hace dos décadas las voces más importantes de la región son femeninas». Yuri Herrera
Visto desde lejos, todo parece maravilloso: acaba de publicar su primer libro de cuentos, Las voladoras, en Páginas de Espuma; integra la lista Granta de los 25 mejores autores en español de menos de treinta y cinco años; su novela Mandíbula se tradujo al griego, saldrá en italiano y en inglés, y la editorial francesa Gallimard publicará la primera, Nefando. La ecuatoriana Mónica Ojeda, mientras tanto, vive en una buhardilla alquilada en Madrid, enfrentando problemas con los papeles para la residencia. Hace poco, antes de otorgarle un premio, le preguntaron para qué lo iba a usar. Dijo: «Para pagar un año de alquiler de la buhardilla. Con eso estaría tranquila y podría dedicarme a escribir».
«Mis trabajos de profesora o tallerista son importantes y los he conseguido a través de cierto prestigio con mis libros. La recepción de lo que hago me importa, pero no quiero que sea el centro de mi escritura porque entonces voy a empezar a escribir para complacer a lo que está de moda, y eso es definitivamente lo que no quiero hacer. Yo entiendo el boom como algo de los años sesenta que tiene mucho que ver con ventas y mercadotecnia. No me siento parte de un boom. No sé cuántas autoras queremos identificarnos políticamente con la forma de entender la literatura que tenía aquel boom».
Si se piensa en un boom como un estallido jubiloso, la historia de publicaciones de Ojeda es lo contrario. Su primer libro, La desfiguración Silva, ganó un premio en Cuba en 2015. Ella tenía veintitrés años y la envió a varias editoriales de Ecuador. Ninguna le respondió. En 2016, la española Candaya publicó Nefando. Cuando intentó publicarla en su país le respondieron: «Es muy fuerte. ¿No tienes algo más suave para empezar?» o «Paga tú la edición». En 2017 quedó seleccionada en la lista Bogotá39. En 2018, Candaya publicó Mandíbula, que fue seleccionado entre los cincuenta mejores libros de ese año por el suplemento Babelia, de El País de España. Entonces, el diario La República, de Ecuador, tituló: «Libro de la guayaquileña Mónica Ojeda entre lo mejor de 2018, según crítica internacional».
«Empezó a haber en Ecuador más interés a partir de que me publicaron en España, cosa que me fastidió muchísimo. Los libros tienen buena acogida en la crítica, pero suena mucho más grande de lo que es. Por otra parte, cuando se habla de mujeres escritoras latinoamericanas, hay una mirada de exotización, eurocéntrica. ¿Quién enuncia ese discurso? No se hace desde un país latinoamericano, sino desde Europa».
La mexicana Brenda Navarro, autora de Casas vacías, que Sexto Piso publicó en México y España en 2020 y se tradujo al inglés, italiano, portugués, holandés y griego, vive en Madrid desde hace cinco años y no se siente parte de un boom al que le ve pátina de diseño. «¿Quiénes somos el boom latinoamericano? Mujeres con estudios, por lo general realizados en el extranjero, de clase media, un fenotipo muy "latinoamericana con educación blanca", y de menos de cuarenta años. Somos muy pocas, y respondemos a este estereotipo. De todas maneras, el momento fue hace uno o dos años. Así que tengo miedo de que haya sido: "Ya les dimos escritoras, vamos a volver a lo nuestro". En las ferias hay más hombres que mujeres. Cuando te vas a ver los premios, las cifras siguen siendo las de siempre».
«Es verdad que la recepción de literatura escrita por mujeres ha cambiado —dice Ojeda—, pero también funciona esta cosa mercadotécnica, donde se trata de agrupar a las autoras latinoamericanas con mucho calzador bajo un eslogan. Se habla de que muchas estamos escribiendo sobre violencia. Muchas latinoamericanas escribieron antes sobre violencia. Armonía Somers, María Luisa Bombal, Inés Arredondo, Amparo Dávila. Si hay que buscar originalidad no es en los temas, sino en la relación personalísima con el lenguaje. Pero quizá eso no entra en un eslogan. "Mira, jóvenes escritoras latinoamericanas", y luego el eslogan: "Superfeministas". Y "todas hablan de violencia". Esta mercadotecnia es como comprarse el gorro del Che Guevara en un bazar».
«Yo llevo rato diciendo que la mejor literatura española es la que ha escrito Claudia Hernández, de El Salvador —dice, desde Nueva Orleans, el escritor mexicano Yuri Herrera—. En México, algunas de las mejores novelas de los últimos tiempos han sido escritas por mujeres. Fernanda Melchor, Valeria Luiselli o Brenda Navarro. Y desde hace dos décadas las voces más importantes de la región son femeninas».
La lista de nombres que menciona abarca autoras no solo de esta generación, sino de generaciones anteriores; no solo de narrativa, sino de poesía; no solo en español, sino en lenguas indígenas: Andrea Chapela, Liliana Colanzi, Betina González, María Fernanda Ampuero, Libia Brenda, Daniela Tarazona, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli, Brenda Navarro, Sara Uribe, Judith Santopietro, Nellie Campobello.
«Por supuesto que cualquier tema puede ser convertido en una etiqueta. Y cualquier lucha. Lo cual no le quita legitimidad ni necesidad a esas luchas. Los productores de camisetas con la imagen de Frida Kahlo o del Che Guevara no le quitan méritos a Frida ni al Che. Simplemente hay que tener claro que esto es un problema adyacente».
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, uno de los novelistas más relevantes de su generación, traducido a 28 lenguas y también finalista del Man Booker en 2019, dice: «Yo no puedo hablar de revolución de la literatura latinoamericana. Llevo un par de décadas leyendo a estas mujeres con admiración y placer: al contrario que tanta gente, no estoy descubriendo a estas alturas que existe una literatura potentísima hecha por mujeres, porque hace casi veinte años comencé a leer a Guadalupe Nettel (en francés, antes de que publicara en español) y a Pilar Quintana y a muchas otras de mis contemporáneas, por no hablar de las que vinieron antes. Creo que decir ahora que hay una revolución equivale a un mea culpa: ahí estaban y no nos habíamos dado cuenta. Pues no me importa que suene pretencioso, pero yo sí me había dado cuenta. Lo que pasa es que no me paré demasiado a pensar en el género de sus creadoras, más allá de que el hecho de que fueran mujeres enriquecía mi perspectiva del mundo con una sensibilidad a la que no tengo fácil acceso sin ayuda de la imaginación ajena. Pero es la misma razón por la que leo cualquier cosa. Sí creo, en cambio, que hay una revolución de la mentalidad, una revolución cultural, que hace que nuestro momento comprenda el mundo desde o a través del lugar que la mujer tiene en él. Y en eso entra la literatura: es parte de un ajuste de la mirada que lleva sesenta años fraguándose y en mi opinión se ha demorado demasiado. Y también creo que asistimos a una generación de libros extraordinarios: Desierto sonoro es una de las mejores novelas que he leído en años, y ahora tengo en mis manos Nuestra parte de noche y estoy deslumbrado».
«Creo que decir ahora que hay una revolución equivale a un mea culpa: ahí estaban y no nos habíamos dado cuenta. Sí creo, en cambio, que hay una revolución de la mentalidad, una revolución cultural, que hace que nuestro momento comprenda el mundo desde o a través del lugar que la mujer tiene en él». Juan Gabriel Vásquez
Un síntoma de que el fenómeno existe sería un marcado aumento del interés de editores extranjeros por estas escritoras (lo que podría tener, como efecto colateral, un renovado interés por la literatura de la región y un derrumbe del cliché que enmarca a la literatura latinoamericana: exotismo, selva y dictaduras, gente que vuela). Pero los datos no terminan de reflejarlo claramente. Solo el tres por ciento de los libros que se publican en Estados Unidos son traducciones. Dentro de ese porcentaje está el español. Dentro de ese porcentaje está América Latina. Dentro de ese porcentaje están las autoras de América Latina. En el corazón asfixiante de ese corsé ajustado, la traductora norteamericana Heather Cleary asegura que hay, en pleno crecimiento, una gota de oxígeno: «En Estados Unidos existe un interés creciente por la literatura de América Latina escrita por mujeres»: según la Translation Database, entre 2008 y 2010 se publicaron 173 traducciones del español en Estados Unidos, mientras que entre 2018 y 2020 se publicaron 303. En ambos periodos, los libros de España representaron un 25 por ciento del total, pero hubo un aumento importante de libros escritos por mujeres: subió del 26 al 38 por ciento. Y dentro de eso, el porcentaje de mujeres de América Latina subió del 21 al 31 por ciento.
Su trabajo refleja esa estadística: en los últimos cinco años propuso un solo hombre latinoamericano para traducir, pero en 2021 saldrán sus traducciones de América alucinada, de la argentina Betina González, y Azares del cuerpo, de la colombiana María Ospina, y trabaja en Brujas, de la mexicana Brenda Lozano.
Helen Vassallo, doctora por la Universidad de Exeter, trabaja desde 2018 en un proyecto llamado Translating Women, que investiga la representación de libros traducidos, escritos por mujeres, en el Reino Unido, y encontró que «en el mundo literario anglófono, las traducciones representan menos del cinco por ciento de lo que publicamos cada año, y menos del treinta por ciento de esa proporción son libros escritos por mujeres».
Si se revisa el catálogo de Anagrama, se ve que en los últimos cinco años han incorporado a nueve autores y ocho autoras latinoamericanos. Pero en ese lapso publicaron 33 libros de autores de la región y 17 de autoras. Si se revisa el catálogo de la editorial francesa Gallimard, también de enorme prestigio, se ve que entre febrero de 2016 y febrero de 2020 los lanzamientos de libros de autores sudamericanos fueron 32, solo tres de mujeres: La fille de l'Espagnole, de la venezolana Karina Sainz Borgo, en 2020; Ma vie en peintures, de la argentina María Gainza, en 2018; y Toxique, de Samanta Schweblin, en 2017. Según datos de Diego Lorenzo, coordinador del Programa Sur de apoyo a las traducciones, que fomenta la traducción de autores argentinos, el porcentaje de autoras se mantiene entre un 30 y un 40 por ciento del total, pero desde 2018 ha cambiado algo: si antes empezaban por ser traducidas a lenguas no centrales —macedonio, árabe— y luego migraban a las centrales —inglés, francés, italiano, alemán—, ese viaje se ha revertido: las traducciones comienzan desde lenguas centrales para, luego, multiplicarse.
«Hay mucho interés en un título en particular, y después termina traduciéndose toda la obra —dice Lorenzo—. Eso no se da tanto en los hombres. Se dio solo con Piglia, y después de su muerte. Desde 2017 preguntamos al editor quién recomendó que se haga esa traducción. En el caso de las mujeres, más del cincuenta por ciento fueron recomendadas por otras autoras. Eso no se ve mucho entre los hombres. Los varones hablan bien de autores que son inofensivos en términos económicos, pero Claudia Piñeiro no para de recomendar mujeres desde hace años».
Delphine Valentin, editora de la casa francesa Payot Rivages, está a punto de hacer un movimiento extravagante para el mercado: publicará la primera novela de una autora venezolana —Vaitiere Alejandra Rojas— que, además, no fue publicada en español: «La primera edición será en francés. Hay un interés en Francia por autoras latinoamericanas, pero me parece que es más de los editores que de los lectores. Hasta ahora no hay una autora que haya encontrado un gran público. Son autoras de culto. Quizá para los lectores franceses la literatura latinoamericana todavía es García Márquez».
En la respuesta de Gustavo Guerrero, venezolano y consejero literario para Iberoamérica de la editorial francesa Gallimard, anida una posible clave: dos —o más— cosas pueden ser verdad al mismo tiempo. «Es falso que estemos asistiendo a la tan esperada internacionalización de la literatura escrita por mujeres en América Latina. Nuestras escritoras han estado presentes en el campo de la literatura mundial durante buena parte del siglo XX, y ocuparon algunos lugares destacados que no han conseguido autoras de otras lenguas y geografías. Estoy pensando en el Premio Nobel de Gabriela Mistral o en la posición envidiable que detenta Clarice Lispector en el canon. Ahora bien, hay que reconocer que nos encontramos ante un fenómeno de una intensidad inédita: cuando el premio Man Booker alinea en 2020 a tres escritoras latinoamericanas entre sus finalistas (Samanta Schweblin, Gabriela Cabezón Cámara y Fernanda Melchor) y además te encuentras con una cuarta entre el jurado (Valeria Luiselli), es indudable que algo está sucediendo».
Algo formado con piezas dispersas, que quizá no responden solo a factores macro, sino a impredecibles movimientos individuales. La norteamericana Lisa Dillman (cuyas traducciones más recientes son las de la colombiana Pilar Quintana y la chilena Alejandra Costamagna) tomó, hace dos años, una decisión radical, y nada indica que posicionamientos de esta clase no puedan multiplicarse (muchas entrevistadas aseguran estar leyendo más autoras que autores, y atribuyen eso tanto al interés natural que les despiertan sus libros —«Compro cinco libros, y después me doy cuenta de que cuatro son de mujeres»— como a un cambio intencionado en la programación del GPS: «Empecé a hacer un esfuerzo consciente por leer más mujeres»). Dillman suena firme desde Atlanta, Estados Unidos, exponiendo los hechos de una batalla que ni siquiera sabía que estaba dando: un día, en pleno estallido del #MeToo, hizo cuentas y ella, que se había dicho siempre feminista radical, llevaba veinticinco novelas traducidas, y veintitrés eran de varones.
«Entonces decidí dejar de leer a hombres. No quiero decir: "Ya no voy a traducir a Yuri Herrera y Andrés Barba". Pero aparte de ellos, no he leído ni traducido a varones. Solo leo a mujeres, por trabajo o no. Fue mi pequeña rebelión. Y siento que ha habido un aumento notable en la publicación de escritoras latinoamericanas en la última década en Estados Unidos. En el mundo anglófono la gente no está interesada en España, sino en Latinoamérica. Yo soy un poco cínica y pienso que hay parte de marketing, de enmarcar todo esto en un tipo de cool que ya no tienen los imperios. Sin embargo, obviamente no solo es eso. Coincide con un momento en el que hay muchísimas nuevas editoriales independientes aquí y en el Reino Unido, interesadas en publicar traducciones de autores y autoras nuevos. Pero la categoría de escritura de mujeres me incomoda muchísimo. Me pregunto cuál de estas nuevas escritoras se identificaría con eso».
La novísima editorial francesa Dalva lanzará sus primeros libros en mayo. Al igual que otras, como la española Tránsito, su catálogo funciona como manifiesto: solo publicará a mujeres de Francia y del extranjero. «Las cifras dan pavor —dice su fundadora, Juliette Ponce—. En Francia, el sesenta y cinco por ciento de lo que se publica es de hombres. Apenas el treinta por ciento de mujeres recibe los premios. Vamos a publicar a dos autoras mexicanas, Guadalupe Nettel y Brenda Lozano. América Latina me parece un laboratorio de ideas. Es un continente con contrastes sociales enormes, y eso nutre una creatividad diferente a la que encuentras en Europa, donde la sociedad es bastante homogénea. Cuando lees a Rita Indiana, o a Harwicz o a Enriquez sientes algo en estado salvaje, menos pulido. Es incandescente, son voces muy fuertes y poco convencionales».
Pero cuando Ponce menciona su nueva editorial entre colegas, nadie le habla del estado salvaje e incandescente de las nuevas prosas latinoamericanas. Le dicen: «Ah, vas a publicar libros para mujeres». «Y en su mirada veo que piensan en una literatura un poco cursi, con sentimientos bonitos, finales que les hacen llorar».
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Fragmento de Temporada de huracanes, novela de Fernanda Melchor, México: «La verdad, la verdad, la verdad es que él no vio nada, por su madre que en paz descanse, por lo más sagrado que él no vio nada; ni siquiera supo lo que esos cabrones le hicieron, sin su muleta cómo iba a bajarse de la camioneta y además el chamaco le había dicho que se quedara al pendiente tras el volante, que no apagara el motor ni se moviera, que todo era cosa de minutos para largarse o eso fue lo que entendió Munra y después ya no supo nada, ni se bajó a ver ni mucho menos se volteó para asomarse por la puerta abierta y aunque la verdad sí tuvo ganas de ver no cayó en la tentación de mirar por el espejo retrovisor, le ganó el miedo».
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«En los últimos cinco años hay un feminismo más beligerante. Eso ha transformado en impensable un catálogo sin autoras. Pero también está la fuerza de quienes están escribiendo. Hay una gran furia en el lenguaje. Me gusta ese incendio raro». Karina Sáinz Borgo
Karina Sáinz Borgo. Crédito: Jeosm.
Carolina Orloff fundó Charco Press en 2017, en Edimburgo, con el objetivo de traducir literatura latinoamericana. Hizo cálculos. Editorial nueva, autores latinoamericanos: le iba a llevar cinco años asentarse. Pero seis meses después de lanzar sus primeros libros —cinco autores y autoras argentinos—, uno de ellos, Matate, amor, de su compatriota Ariana Harwicz, quedó en la lista de nominados al Booker Prize.
«Y todo lo que yo pensaba que iba a tardar cinco años en suceder sucedió en ese instante. Con el libro de Ariana ya vamos por la cuarta edición. Gabriela Cabezón Cámara es nuestro best seller. Fish soup, de Margarita Garcia Robayo, es nuestro tercer libro más vendido. Yo creo que hay una curiosidad por lo que se publica en América Latina, aunque no sé si se materializa en que los lectores sigan a una autora. Pero no me interesa publicar mujeres porque sean mujeres. El concepto de Charco es traer voces contemporáneas, cuestionar la idea estereotipada que tiene el anglosajón de la literatura latinoamericana asociada al realismo mágico y a una glorificación de la pobreza, la violencia. Yo no armo el catálogo pensando en que hay un boom de autoras latinoamericanas. Es terrible en términos de simplificación».
Si Orloff le debió el despegue de la editorial al libro de una autora, el editor italiano Lorenzo Ribaldi, de La Nuova Frontiera, le debe a otra, la mexicana Guadalupe Nettel, un crecimiento del 30 por ciento en 2020: «Hemos vendido unos 20.000 ejemplares de su libro La hija única, que además se publicó primero en Italia y luego en España. Nuestro promedio normal es de 2.000. Ella conectó mucho. ¿Por qué? Temática, espíritu de época. Los grandes éxitos de la editorial en los últimos dos años fueron Desierto sonoro, de Luiselli, y La hija única, de Nettel. Pero hemos anunciado un nuevo boom latinoamericano muchas veces y no quiero anunciar otro. En los últimos veinte años debo haber hecho quince entrevistas donde me preguntaron por el nuevo boom. Antes era Bolaño, antes el McOndo de Alberto Fuguet. De ahí a que sea un fenómeno como el policiaco sueco hay mucha distancia. Creo que lo que ha cambiado es que hace veinte años, para internacionalizarse, la literatura latinoamericana pasaba por Europa. Actualmente, el lugar donde la literatura latinoamericana se hace internacional es Estados Unidos. Los gringos están más interesados que los europeos. Pero el boom tenía el lado político, que era el centro en torno al cual todos daban vueltas. Aquí no hay un centro. La única cosa que tienen en común es que son mujeres. Es muy poco para una corriente literaria. Hacen libros difíciles, tienen un discurso muy literario. Pero como editor no voy a presentar un libro diciendo: "Lee a esta estupenda escritora latinoamericana". Voy a decir: "Léete el libro de Nettel". Cuando uno intenta ponerlo en categoría «Latinoamérica» no funciona, porque en Europa siguen esperando que sea realismo mágico. Es una batalla que yo ya di por perdida».
De hecho, la venezolana Karina Sáinz Borgo no pudo convencer a sus editores extranjeros de que la guacamaya no. Su novela La hija de la española, publicada en España por Lumen en 2019, fue sensación en la feria de Frankfurt de ese año: antes de ser publicada, los derechos ya se habían vendido a 22 países. Hasta febrero de 2021, se había traducido a 28 lenguas y tenía ocho ediciones en España, tres en Francia, dos en Italia, dos en Alemania, cinco en Holanda. Aunque cuenta la historia de una hija cuya madre muere en medio de la compleja situación política y social de Venezuela, los editores de Alemania, Finlandia y Noruega insistieron en colocar, en la portada, la foto de una vistosa guacamaya. Todos, salvo Gallimard, le cambiaron el título: La hija de la española no parecía demasiado latinoamericano, así que mutó a Noche en Caracas o Siempre será noche en Caracas.
«Era la manera de decir: "Ella es de América Latina" —dice Sáinz Borgo—. En Estados Unidos me dijeron que si ponían La hija de la española iban a entender que era una novela europea, y eso a ellos no les interesaba. En los últimos cinco años hay un feminismo más beligerante. Eso ha transformado en impensable un catálogo sin autoras. Pero también está la fuerza de quienes están escribiendo. Hay una gran furia en el lenguaje. Me gusta ese incendio raro. Tiene una ironía, una mirada un poco dulce. En el libro de María Fernanda Ampuero Pelea de gallos, hay una mirada tremendamente violenta, y no es porque la gente se mate: es una violencia que crepita, una electricidad que recorre el libro».
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Fragmento de Matate, amor, novela de Ariana Harwicz, Argentina: «Cuando mi marido se va de viaje a cada segundo de silencio le sigue una horda de demonios colándose por mi cerebro. Una rata salta sobre el techo transparente. Parece divertirse la loca. Voy a ver si el bebé respira a cada minuto, lo toco para ver si reacciona, lo destapo, lo cambio de posición, lo ilumino, lo levanto, todavía estamos en la etapa de la muerte blanca. Después me controlo, me hago un sándwich y me quedo frente a la tele. Pero enseguida el ajjj ajjj de un búho, ese sonido genital, involuntario y erótico me aterra».
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«Los editores extranjeros esperaban el boom, el realismo mágico. Hasta que han asumido que de eso ya no hay. Pero ha costado más de una década». Paula Canal
Ariana Harwicz. Crédito: Getty Images.
«No fue intencionado, pero los últimos fichajes han sido todos de mujeres —dice la española Paula Canal, que trabajó largo tiempo en Anagrama y que desde hace unos años está asociada con la colombiana Andrea Montejo en la agencia literaria Indent, que representa a muchos latinoamericanos (entre sus autoras están Barrera, Guadalupe Nettel, Karina Pacheco, Dolores Reyes, Carolina Sanín, Fernanda Trías, Mayra Santos-Febres)—. En Europa era muy difícil que se interesasen por la literatura latinoamericana. Los editores extranjeros esperaban el boom, el realismo mágico. Hasta que han asumido que de eso ya no hay. Pero ha costado más de una década, y ahora en las ferias hay editores que te piden autoras jóvenes a bocajarro. Libros como el de Dolores Reyes o Brenda Navarro venden cifras insólitas para un autor latino en España. El libro de Brenda Navarro en Sexto Piso lleva cuatro ediciones. La hija única, de Guadalupe Nettel, más de cuatro desde septiembre. Pero a Guadalupe le costó más abrirse camino, y las de Dolores y Brenda son primeras novelas».
«En los últimos años hemos incorporado a María Gainza, Alejandra Costamagna, Mariana Enriquez, Ariana Harwicz, Vera Giaconni —dice Silvia Sesé, de Anagrama—. Pero yo en ningún momento he pensado: "La tendencia son las autoras". Simplemente me han interesado más. Quizá tienen un tipo de literatura que se aleja de la mirada hacia la propia obra o la propia experiencia. Es una escritura más social, preocupada por el mundo, desde distintas vías, incluso desde el género de terror, que es lo que hace Mariana Enriquez. Lo de Mariana fue casi un fenómeno desde el primer momento. El mismo mes en que lo publicamos, el primer libro de cuentos tuvo muchísimas traducciones. Igual que Las cosas que perdimos en el fuego. Y Nuestra parte de noche sigue cosechando traducciones. Ella vende en España, en Argentina, en México. Y vende mucho. María Gainza fue un pequeño fenómeno con sus dos libros. El nervio óptico se vendió a diecisiete países, a buenísimas editoriales. En Francia lo publicó Gallimard. En Brasil lo publicó Bertrand. Hay un aumento significativo del volumen de manuscritos de mujeres que recibimos, y se ve que tienen la ambición y la seguridad de estar haciendo literatura al mismo nivel que cualquier escritor».
«Las mujeres son las principales compradoras de libros —dice Paola Lucantis, editora de Tusquets Argentina—. Y creo que hay un código de actualidad en la manera de visibilizar ciertas problemáticas que genera mucha empatía entre las lectoras. Por eso uno reedita a autoras como Aurora Venturini. Hay una generación que no la leyó y que probablemente se sienta atraída por la crudeza de Aurora. Ella también hablaba de desigualdad, aborto y relaciones disfuncionales. Hay escritoras que vienen de editoriales pequeñas, y pegan el salto a traducciones o a una editorial grande porque los agentes están muy a la pesca e inmediatamente las contratan. Eso no era tan común. Muchas veces publicaban tres novelas y el agente todavía no las había pescado».
En el cuadro también interviene una figura más o menos novedosa para el mercado español: los scouts, que trabajan en determinado territorio sugiriendo títulos a los editores (en su jerga, clientes). EH Scouts es la agencia de la española Camila Henrich. Sus clientes son las editoriales Wereldbibliotheek, de los Países Bajos (que publicó por su recomendación a Emiliano Monge, Pedro Mairal, Fernanda Melchor, Eduardo Halfon, Dolores Reyes, Sara Mesa); Cappelen Damm, de Noruega (que publicó a Schweblin, Luiselli, Mairal, Sara Mesa, Horacio Castellanos Moya) y Rizzoli, de Italia (que publicó, entre otros, a Selva Almada, Mairal, etcétera).
«Ahora los editores internacionales ya no tienen como referencia a Bolaño, sino a Guadalupe Nettel, Melchor, Enriquez, Schweblin, Luiselli —dice Heinrich—. De todas maneras, depende de los países. En Alemania tienen la percepción de que no ha habido nada tan interesante como Bolaño. En Italia están muy interesados en autores nuevos, igual que en Noruega. En Estados Unidos están como locos buscando a la nueva Luiselli. Pero difícilmente un autor latinoamericano esté entre los más vendidos en traducción. Salvo Isabel Allende».
La editora alemana Michi Strausfeld, que conoce a fondo la literatura latinoamericana y acaba de publicar Mariposas amarillas y los señores dictadores, en el sello Debate, dice que en Alemania el interés por América Latina ha menguado enormemente: «Empezó a decaer en los noventa, después de la caída del Muro. Alemania se abrió mucho a países del Este, y eso restó atención a América Latina. De todas maneras, no es un mal momento, porque todas las mujeres son jóvenes y pueden dar sorpresas, pero son éxitos de crítica y tienen ventas muy modestas. Claro que hay que decir que a los hombres latinoamericanos traducidos les va igual de mal».
El agente literario alemán Michael Gaeb cree que el interés por la literatura latinoamericana siempre ha sido grande en Europa, pero que lo que cambió es el interés desde Estados Unidos e Inglaterra: «Vieron que César Aira, Schweblin, Mariana Enriquez, no solo obtenían muy lindas reseñas, sino que vendían bien. Pero, ojo, porque cuando ves los libros más vendidos, los primeros siete son varones muy tradicionales».
En el lado opuesto del mundo —y del idioma—, otro gigante despereza su interés adormecido. Gloria Masdeu es española y trabaja en Beijing, en el departamento de derechos de la editorial china Thinkingdom Media Group (pronto publicarán La perra, de Pilar Quintana): «Aquí se está prestando atención a autores como Alejandro Zambra, Juan Gabriel Vásquez, Samanta Schweblin. Eso no habría pasado hace diez años. A mí me buscaron porque querían extender su lista de autores latinoamericanos. En China, la gente que lee literatura extranjera traducida es de un perfil muy joven con estudios universitarios, y están interesados en temas feministas, en el cambio de las ideas de familia, de maternidad. Y muchas veces son las voces femeninas las que tienen ideas distintas en ese campo».
«Me parece hasta ofensivo que digan que la literatura escrita por mujeres es una moda. No entiendo que la literatura escrita por el cincuenta por ciento de la población sea algo que pueda generar perplejidad». María Fernanda Ampuero
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Fragmento de Subasta, relato de María Fernanda Ampuero, Ecuador: «El olor dentro de una gallera es asqueroso. A veces me quedaba dormida en una esquina, debajo de las graderías, y despertaba con algún hombre de esos mirándome la ropa interior por debajo del uniforme del colegio. Por eso antes de quedarme dormida me metía la cabeza de un gallo en medio de las piernas. Una o muchas. Un cinturón de cabezas de gallitos. Levantar una falda y encontrarse cabecitas arrancadas tampoco gustaba a los machos».
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«Ahora se acrecentó la visibilidad, pero también la tendencia a ponernos en un gueto en las ferias a hablar todas juntas, como si fuera la carpa de las menstruantes. La primera vez que me invitaron a la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2007, fui a hablar de literatura argentina, con varones. En los últimos cinco años, solo me invitan para hablar de feminismo, género. De todo, menos de literatura». Selva Almada
Selva Almada. Crédito: Grillo Valdez.
En un texto de 2017, la ecuatoriana Gabriela Alemán, uno de los nombres de la primera lista Bogotá39, recordaba: «Presentación de una colección de autores ecuatorianos para una campaña de lectura en un enorme auditorio (…) alzo el brazo y pregunto por qué no hay una sola mujer en todos los tomos de la colección (…) Murmullos, silencio (…) hasta que, de tan pesado, estalla contra el suelo. El estallido viene del mismo señor escritor sentado en el auditorio, que dice: "Bueno, sí, es que, en realidad, no hay buenas escritoras. Por eso no están". Si durante mucho tiempo su nombre fue casi el único en el mapa contemporáneo de Ecuador, la situación allí ha dado una vuelta de campana y los nombres más resonantes son de autoras: María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Solange Rodríguez, Gabriela Ponce, Natalia García Freire».
«Me parece hasta ofensivo que digan que la literatura escrita por mujeres es una moda —dice María Fernanda Ampuero, autora del libro de relatos Pelea de gallos, publicado en 2018 por la española Páginas de Espuma, y de Sacrificios humanos, que acaba de salir en la misma editorial—. No entiendo que la literatura escrita por el cincuenta por ciento de la población sea algo que pueda generar perplejidad. Lo que ha cambiado es la demanda. La internet ha permitido que las lectoras digan: "Ni El Cultural ni Babelia me van a decir lo que tengo que leer, me gusta lo que dice esta chica que tiene un blog". Y por supuesto que tiene que ver con el #MeToo. Ninguna mujer le va a quitar su lugar a Stephen King, pero ese lugar que hubiera sido para Elena Garro o para Silvina Ocampo se lo quitaron los mediocres. Y ahora lo ocupan las mujeres, y eso los tiene ardidos. De mí dicen que escribo para gustar. O "ella está publicada porque es moda publicar mujeres". Es duro, porque piensas: "¿Y si es verdad? ¿Si me están dando cabida porque está de moda publicar mujeres?". Pero ahí están Yuri Herrera, o Andrés Neuman, o tantos. A ellos nadie les ha quitado su lugar, ni ellos sienten que eso esté pasando».
Ampuero era periodista y escribía relatos que archivaba. Cuando los mostró a algunos editores le dijeron que eran «muy cursis». Pasaron décadas de escribir y guardar. Un día, necesitada de dinero, envió un cuento al Premio Cosecha Eñe, en España. Y lo ganó. «Y me llamó una agente literaria, Amaiur Fernández. Yo pensaba que agente tenía solo Fito Páez. Pelea de gallos existe porque esta mujer no solo me buscó, sino que hizo el proceso de enviar a editoriales».
Pelea de gallos fue traducido al inglés, mencionado por The New York Times en español como uno de los mejores libros latinoamericanos del año, y Ampuero emprendió una gira mágica por varias ferias donde, no tan mágicamente, la sentaban junto a otras autoras para hablar de mujeres y literatura: «A mí no me molesta, porque soy activista y hago de todo espacio mi trinchera. Pero muchas otras que no son activistas quieren hablar de su libro. Basta de las mesas "La literatura escrita por mujeres, hablan sus protagonistas", cuando en las otras mesas hablan de "Los ochenta y el narco", y son todos hombres. Creo que muchos organizadores de ferias nos siguen viendo como un club de señoritas».
Selva Almada, la autora argentina de El viento que arrasa y Ladrilleros (ambos publicados en la independiente Mar Dulce, en 2012 y 2013) y de Chicas muertas y No es un río (publicados en Literatura Random House en 2014 y 2020), está traducida a varias lenguas —inglés, alemán, francés e italiano, entre otras—, pero vive de dar talleres de escritura y, destrozando casi con dulzura la imagen de la escritora que descansa sobre una pila de euros, dice que los libros publicados en el extranjero son libros fantasma: «Me pagan el adelanto y nunca más tengo noticias. Aparecen muchas notas, reseñas, y eso da la impresión de que todo el mundo está leyendo el libro. No quiero decir que no esté pasando nada. Algo pasa, pero de ahí a hablar de boom... Yo espero que el mercado no destruya todo esto. Cuando las escritoras de mi generación empezamos, como ni las editoriales ni el periodismo cultural nos daban pelota, escribíamos sobre lo que queríamos. Igual no te iban a publicar. Ahora se acrecentó la visibilidad, pero también la tendencia a ponernos en un gueto en las ferias a hablar todas juntas, como si fuera la carpa de las menstruantes. La primera vez que me invitaron a la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2007, fui a hablar de literatura argentina, con varones. En los últimos cinco años, solo me invitan para hablar de feminismo, género. De todo, menos de literatura».
FIN DE LA PARTE 2