De J. K. Rowling a Robert Galbraith: de cómo el crimen sustituyó a la magia (¿o no lo hizo?)
Con «Un corazón tan negro» (Salamandra), el ciclo literario de Robert Galbraith protagonizado por los detectives Cormoran Strike y Robin Ellacott llega a su sexta entrega. ¿Qué singulariza la reinvención de J. K. Rowling como escritora de novelas negras para adultos? ¿Dialogan estas con el celebérrimo universo de Harry Potter? ¿Cuánto tienen de tradición y cuánto de hijas de su tiempo (y de su madre)? ¿Por qué el último título explora senderos inéditos y plantea desafíos investigadores que definen nuestra era? Intentamos dar respuesta a estas y otras cuestiones en cinco puntos.
Por Antonio Lozano

El universo de personajes de Robert Gal... J. K. Rowling. Crédito: D. R.
Un caso único
Aunque la simultaneidad o el trasvase entre literatura infantil/juvenil y adulta es un fenómeno muy extendido en la historia de las letras -ahí está, por ejemplo, el caso destacado de Roald Dahl, tan brillante confeccionador de cuentos macabros, que en algunos casos se adaptaron como episodios televisivos de la recordada serie Alfred Hitchcock Presenta, como de clásicos para niños en perenne circulación (Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, James y el melocotón gigante...)-, la transición de fenómeno global (aunque convendremos que seiscientos millones de ejemplares vendidos de la saga Harry Potter trasciende la etiqueta para entrar ya en registros históricos) de libros para niños y jóvenes (de nuevo hay que revisar el malentendido porque es sabido que la fascinación por las aventuras del inquilino de Hogwarts era y continúa siendo marcadamente transgeneracional) a autora de gran éxito de ficciones criminales para mayores (se estimaban veinte millones de ejemplares vendidos antes del lanzamiento de la última entrega de la saga de Cormoran Stike) no tiene precedentes (sí que podemos decir que por cortesía de la ingeniería editorial se ha producido algún trayecto inverso, por ejemplo con la publicación de versiones expurgadas de las investigaciones de Sherlock Holmes con la vista puesta en lectores de entre siete y nueve años).
El paso del género fantástico al noir no debe hacernos olvidar que J. K. Rowling trabaja en gran medida con los mismos ingredientes, empezando por la lucha del Bien contra el Mal, el aprendizaje del héroe (y la heroína) -en especial el autocontrol sobre la propia parte oscura-, las turbulencias emocionales, la confusión sentimental, las heridas del pasado familiar, el valor de la amistad, etcétera. En ambos corpus literarios aparecen por sistema la muerte, el amor, la solidaridad, la venganza o la traición, la violencia, la aventura o peripecia, y diversas preguntas de carácter intrigante o misterioso que impulsan la acción hacia delante hasta que su resolución transforma el carácter de los protagonistas.
Si bien de carácter más anecdótico, la extensión de cada uno de los títulos tanto de la serie de Harry Potter como la de Cormoran Strike revela a una innegable grafómana, lo que se traduce en una multiplicidad de tramas y un fresco de personajes que requiere de una planificación y un dominio de las técnicas narrativas sencillamente apabullantes.
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Prótesis
El detective privado Cormoran Strike, eje del ciclo, abandonó sus estudios en Oxford para unirse al ejército -concretamente en el cuerpo de la Royal Military Police Special Investigation Branch-, lo que lo coloca en la tradición de otros ilustres sabuesos con experiencia militar previa: el Easy Rawlins de Walter Mosley, el Jack Reacher de Lee Child, el Harry Bosch de Michael Connelly... Una mente brillante que se expuso al trauma del frente, lo que lo emparenta, como los nombres citados, con la corriente de la novela negra americana que va de los años 20 a los 50 -un protagonista que ha vivido en sus propias carnes la violencia y el peligro, pensemos en Marlowe, Spade o Archer-, frente al arquetipo del genio de la lógica que jamás se ha ensuciado el traje o el vestido -preponderante en la novela policial clásica británica, con Poirot y Holmes a la cabeza.
Robert Galbraith, sin embargo, singulariza a Strike al sumarle a la psicosis del veterano de guerra su condición de tullido, pues perdió la mitad de su pierna derecha a resultas del estallido de una bomba durante una misión en Afganistán, lugar en el que, recordemos, también sirvió en 1880 el doctor Watson, cronista de las andanzas del inquilino del 221B de Baker Street. Pese a que la necesidad de llevar una prótesis no le ha restado atractivo de cara a las mujeres -es alto, corpulento y gasta un aire sexy, que podríamos calificar de «involuntario» dado lo poco que cuida la salud (abuso de la comida grasienta, del alcohol y los cigarrillos, unido a la alergia a los médicos) y el aspecto físico (afeitados poco frecuentes, ropa no siempre en óptimo estado de revista)-, su tara no sólo es fuente de constantes molestias y dolores, sino un hándicap enorme para la práctica diaria de sus labores detectivescas. Una vigilancia prolongada, seguir a un sospechoso, cualquier enfrentamiento físico, incluso subir un simple tramo de escaleras al final de una jornada extenuante, devienen retos mayúsculos. Si la composición del protagonista de las ficciones criminales ha partido por lo general de otorgarle aficiones (Holmes toca el violín, Nero Wolfe cuida de sus orquídeas, Marlowe juega al ajedrez, Bosch se relaja escuchando jazz) u objetos inseparables (el paraguas del Padre Brown, el sombrero de fieltro negro de Poirot...), aquí pasa por la sustracción: desprovisto de una pierna, que sigue existiendo en forma de picores fantasmas y que es un doloroso recordatorio de la muerte y la volatilidad de todo pues con frecuencia lo transporta al ataque en el que vio cómo su compañero volaba en pedazos, Strike deviene vulnerable y temperamental, dos peliagudos obstáculos profesionales. Si Harry Potter tiene una marca física -la cicatriz en forma de rayo que Voldemort le dejó en la frente, la cual le avisa de la presencia del maligno y lo protege de él-, Strike cuenta con una propia, si bien funciona en sentido inverso, pues no sólo lo hace en ausencia (en tanto que miembro amputado) sino que lo limita en su encuentro con los criminales.
Un peculiar cuadro familiar -hijo ilegítimo de una estrella del rock con una groupie, que devino una madre inestable emocionalmente y que falleció de forma prematura, así como un reguero de hermanastros y hermanastras-, una relación sentimental tormentosa y problemas económicos, añaden capas de complejidad al personaje. El «vacío» quizá sea la palabra que mejor cifre su historia personal; falta la pierna como faltaron los cuidados familiares durante la infancia y falta hoy el amor redentor de una pareja. El muñón que parece no cicatrizar nunca es metáfora de esas otras heridas emocionales que jamás sanan.

Tom Burke y Holliday Grainger (como Cormoran Strike y Robin Ellacott), protagonistas de la adaptación televisiva Cormoran Strike. Crédito: D. R.
Empoderamiento y tensión sexual
Cormoran Strike halla en Robin Ellacott no a una cronista de sus gestas -recordemos que Dupin, Holmes o Poirot tienen a alguien que inmortaliza sus investigaciones y, por tanto, registran su leyenda para las generaciones futuras-, ni a una escudera que ayuda de forma esporádica y cuya personalidad y métodos sirven de contraste de los del protagonista, sino a una igual, que en muchos casos demuestra más astucia, despliega más recursos y aporta una mirada nueva que enfoca el caso de turno en la dirección acertada. De incorporarse a la agencia como mera secretaria y de forma temporal, por mediación de una agencia de colocación, Robin saca a la detective que lleva dentro de forma natural -para disgusto de su conservadora familia, que la quiere desempeñando oficios guiados por la respetabilidad y la falta de riesgo- y va escalando por méritos propios hasta devenir socia de pleno derecho. En su caso, el trauma enquistado, la sombra indisoluble, es una violación sufrida en sus años universitarios, que la llevó a dejar los estudios -igual que Strike-, capaz de generar bloqueos momentáneos pero una herida que acaba llenándola de determinación contras las injusticias y la violencia, especialmente a las que se ejercitan sobre la mujer.
Símbolo pues de empoderamiento, Robin sirve también a su autora para jugar con temas clásicos como el amor imposible, la guerra de sexos o la tensión sexual entre colegas. No es exagerado afirmar que la saga encuentra en la danza de la seducción y el retraimiento que libra con Strike, en el deshojar la margarita, en las dudas, equívocos, incomodidades, frustraciones y anhelos generados por la atracción mutua, una veta igual de interesante que el caso a investigar en cada título. De hecho, no estamos tan lejos de las cuitas de Cupido tan explotadas por el teatro isabelino (Shakespeare), las novelas del periodo de Regencia (Jane Austen) y las victorianas (las hermanas Brontë). En clave más actual, los desafíos que plantea, a nivel tanto íntimo como profesional, la química interpersonal con la investigación en el ámbito criminal nos remite a un gran número de series televisivas (Superagente 86, Luz de luna, Remington Steele, Expediente X, Bones, Castle...), pero puede que desde el ciclo de los detectives privados de Boston Kenzie y Gennaro, creados por Dennis Lehane, nadie haya profundizado tanto en la temática dentro del ámbito de las novelas noir. En cualquier caso, la traslación del mundo de Galbraith a la pequeña pantalla en una celebrada producción de la HBO ha reflejado con nota el conflictivo encaje laboral/afectivo de la pareja, encarnada con carisma y sobradas dosis de sex appeal por los actores Tom Burke y Holliday Grainger (cuya participación en la versión cinematográfica de Jane Eyre a cargo de Cary Fukunaga en 2011 reforzaría de paso el vínculo de su futura Robin con las heroínas victorianas).

Londres, Inglaterra, 15 de noviembre de 2016. J. K. Rowling en la premier europea de Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Crédito: Getty Images.
El Mal desmaterializado
Hasta la fecha, Strike y Ellacott habían sido contratados para investigar el suicidio de una supermodelo con muchas incógnitas (El Cuco), el asesinato de un novelista que manejaba secretos muy comprometedores (El gusano de seda), el macabro envío de una pierna cercenada (El oficio del mal), la veracidad o no de un lejano crimen que quizá sólo anidara en la perturbada mente de un joven (Blanco letal) y la desaparición de una mujer en extrañas circunstancias en 1974 (Sangre turbia). En su sexta entrega, Un corazón tan negro, el ciclo explora terreno desconocido al abrirse al mundo virtual. Un ataque brutal en el cementerio de Highgate acaba con la muerte de la creadora de una exitosa serie de dibujos animados de temática gótica y deja a su cofundador gravemente herido. Las sospechas apuntan hacia los participantes de un juego virtual inspirado en el universo tenebroso de la serie, un nido de toxicidad, cargado de odio y manipulación, dominado por un individuo que se esconde tras el seudónimo de Anomia.
La novela analiza en profundidad los riesgos detrás del anonimato y el descontrol generalizado de internet, reproduciendo chats y mensajes de Twitter y otros canales en línea; un conjunto infinito de pantallas, máscaras y cortinas de humo que facilitan la actividad delictiva y complejizan la caza de los culpables. Extremistas de derecha, pedófilos, misóginos, un fandom desbocado y un psicópata de manual convergen en una esfera desmaterializada que provoca más desasosiego y miedo que cualquier criminal a cara descubierta. Sustentada en el desenmascaramiento de la verdadera identidad de Anomia -frente al relato noir clásico en el que muchas veces no conocíamos quién era el criminal, aquí lo sabemos, pero de poco sirve cuando se trata de una construcción ficticia, un avatar maligno-, los detectives pasan tanto tiempo inmersos en el juego como en la vida real, de modo que el título conecta, como ninguno de sus predecesores, con el creciente desafío que supone la pérdida de asideros con la realidad.
En paralelo, los malentendidos, los recelos y la resistencia a abordar los verdaderos sentimientos siguen marcando el paso en la relación entre los protagonistas, al tiempo que su semi invalidez y los corazones rotos que ha ido dejando a su paso nunca le había supuesto a Strike un contratiempo y una pesadilla tan acusadas. Quizá el corazón se vuelva más y más oscuro amparado en la invisibilidad de la esfera virtual, parece decirnos Robert Galbraith, pero ahí afuera, en el mundo sensible, el corazón sufre con la misma intensidad con la que siempre lo ha hecho.
P. S.: Los familiarizados con la trayectoria académica de J. K. Rowling no podrán dejar de pensar en el auto guiño que lleva a cabo en el transcurso de un diálogo de corte humorístico entre Cormoran y Robin, marcado por la cultura clásica.
La máquina delatora
La noticia de que un programa de lingüística forense destapó la verdadera identidad de Robert Galbraith en una investigación emprendida por el diario The Sunday Times sirvió la ironía de que un ciclo criminal ficticio había puesto en marcha su propio caso detectivesco en el mundo real. Quién sabe si la frustración que debió de sentir J. K. Rowling al no conseguir que su nueva aventura editorial fuera juzgada exclusivamente por sus méritos literarios inspiró en parte la trama de Un corazón tan negro, donde la tecnología tiene mucho de demonio, aunque, por otro lado, en sus páginas sí que consigue proteger férreamente la identidad de Anomia, el/la malo/a de la función.
Sea como fuere, la inteligencia artificial no sólo está aquí para escribir novelas, sino para frustrar el deseo de tantos escritores de proteger su buen nombre al firmar productos que consideran menores, o como en el caso que nos compete, garantizarles a sus obras una recepción de público y crítica libre de las interferencias de la fama.
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