Cuento para David
3 de marzo de 2014
Debes saber, pequeño héroe,
que hay un montón de gente en el mundo que ya no se ríe.
Algunos se sienten estúpidos cuando ven en el espejo sus
comisuras tan hacia arriba, el reflejo de sus dientes blancos,
o escuchan brotar de su garganta una brisa airada
que intentó en algún momento parecerse a una carcajada.
Están asustados.
Como si quitándose el disfraz de estatua gris un minuto,
millones de ojos fuesen testigos de su desnudez.
Otros ven esa línea muerta que es su boca
y piensan en costumbre, rutina, tranquilidad, y se convencen
de que todo está bien.
Que ser feliz no es lo importante,
que lo que manda es esa cosa tan fea que llaman «estabilidad».
Dicen que solo eres fiel a ti mismo cuando eres niño o adolescente,
que crecer es negarse una y otra vez.
Mi vida,
este mundo está lleno de adultos que jamás te entenderán,
porque tú siempre respondes «sí» enseñando los dientes.
Pero hoy ellos no importan,
este cuento se titula con tu nombre,
tu nombre de rey,
de héroe
que no necesita capa
ni honda
ni saber volar
ni arma
ni más poder que un amor desbordante
para demostrar que puede salvar vidas.
Tú podrías enseñar a toda esa gente muerta en vida
a descubrir un mundo único e infinitamente inmenso
escondido en un beso en tu mejilla,
a volar con cada caricia,
a encontrar carcajadas al mismo tiempo en la risa
y en la tos de otros,
a ser feliz con nada y con tan poco.
Hoy te he visto serio por primera vez.
Tu habitación es la número diez.
Andas pendiente de la voz de tu madre desde la cama,
y ella habla de cosas que no entiendo ni yo.
Tienes las heridas de luchar contra la vida —por y para ella—
abiertas.
Mientras esperamos con paciencia a verlas
cicatrizar no puedo dejar de pensar
que me alucina lo fuerte que eres
y que a pesar de ser tan pequeño
puedas parecer a ojos de quien te mira
un Goliat.
Le sonríes a esta vida.
Le gritas que estás y que no necesitas
que lo entiendan, que no piensas irte,
y todo eso sin pronunciarte en palabras.
La miras con los ojos bien abiertos,
ojos de río que hacen que aquel que cae en ellos
se pierda en el mar junto a todo lo que arrastran sus
corrientes,
y ese azul como el viento que parece que te hará volar,
con las pestañas sabor nube, tan suaves.
Quién va a atreverse a decirte que no.
Quién va a atreverse a negarte nada.
No hay desafío y, sin embargo,
tienes la guerra ganada.
Eres increíblemente pequeño.
Pequeño como el suspiro de cansancio de tu madre.
Imperceptible a cualquier oído.
Pequeño como el detalle que gobierna
tu mundo.
Pequeño y enormemente importante.
Muchos vamos en órbita a tu alrededor,
y ninguno comprende del todo cómo puede
ser ese mundo tuyo.
Pero tú ensanchas el nuestro y por ti somos capaces
de regalar la piel,
exponer el corazón
o firmar a tu favor y delegar todos los síes
en tus manos.
No vas a crecer como el resto,
no serás un adulto que se niegue a sí mismo, nunca.
Vas a ser un Peter Pan, volando a la estrella
más brillante y dejando rastro de polvo de risa
de hada que revive y baila a tu ritmo,
a tu lado,
cuidándote.
Como tantas otras manos,
como las mías
que entienden acariciarte como una cuestión
de media vida
que jugarse a todo o nada,
que cambiar a la primera.
Mis manos, que buscan acunar tus cicatrices,
abofetear a la vida en tu nombre
y no dejar que te robe
aquello que te define:
una alegría inmensa
que derrota,
que destroza,
que resucita.