Stink 1 - El increible niño menguante

Megan McDonald

Fragmento

Bajo, más bajo, bajísimo

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¡Bajo!

¡Más bajo!

¡Bajísimo! —Stink era bajo. Chaparrito, pequeño, enano. Pequeño como una pulga, enano como un camarón.

Stink era el más bajo de la famila Moody (exceptuando a Mouse, el gato, claro). El más bajo de todo Segundo D. Probablemente el más bajo de los seres humanos del mundo entero, incluyendo Alaska y Hawai.

Judy Moody, su hermana, le sacaba más de una cabeza. Cada mañana Stink le pedía a Judy que lo midiera. Y todas las mañanas se repetía la misma historia.

Noventa y siete centímetros.

Bajo, más bajo, bajísimo.

No había crecido ni un centímetro. Ni un milímetro. Ni un pelo.

Judy seguía sacándole la cabeza.

—Necesito otra cabeza —les dijo Stink a sus padres.

—¿Para qué? —le preguntó papá.

—A mí me gusta la tuya tal y como es —le aseguró mamá.

—Lo que tú necesitas es otro cerebro —lo molestó Judy.

—Lo que necesito es crecer —afirmó Stink—. ¿Qué puedo hacer para crecer?

—Comer todos los chícharos —le aconsejó papá.

—Beber toda la leche —opinó mamá.

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—Comer más marisco —añadió Judy.

—¿Marisco?

—Sí… ¡Camarón! ¡Más que camarón!

—¡I… diota! —se enojó Stink. Su hermana se creía muy graciosa.

—Bueno, ¿y qué tiene de malo ser bajito? —preguntó su papá.

—En la escuela tengo que beber en la fuente de los pequeños —explicó Stink—, en clase de dibujo, sentarme siempre en la primera fila. Y en todas las funciones del colegio, me toca hacer de ratón. Aunque sólo fuera por una vez, me gustaría hacer un papel hablado en vez de chillado.

—Ser bajo no es tan malo —insistió papá—, siempre que vamos al médico te regalan un libro de colorear.

—Y aún te sirve esa piyama de Spiderman que tanto te gusta —apuntó mamá.

—Y todavía tienes que subirte en el banquito para lavarte los dientes —se burló Judy. Stink le sacó la lengua.

—Ya crecerás —lo consoló papá.

—Crecer lleva su tiempo —lo animó mamá.

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—Acuéstate en el suelo —le ordenó Judy.

—¿Para qué?

—Si yo jalo tus brazos mientras papá te jala una pierna y mamá la otra, podremos estirarte como si fueras una goma elástica. Así crecerías.

Stink no quería para nada ser una goma. Así que se comió todos los chícharos, no tiró ni uno a la basura. Se bebió toda la leche, hasta la última gota, incluso se bebió la poquita que quedaba en el vaso de Judy.

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—Mídeme otra vez —le pidió a Judy—. Sólo otra vez antes de irme a la cama.

—Stink, te medí esta mañana.

—Eso fue antes de comerme todos los chícharos y beberme toda la leche —dijo Stink.

Stink se puso los zapatos. Se colocó junto al metro. Se estiró bien, se estiró todo lo que pudo.

Judy lo miró.

—¡Oye, quítate los zapatos! —Stink se los quitó y se puso de puntillas.

—¡No vale ponerse de puntillas!

Judy midió a Stink de la cabeza a los pies. Luego de los pies a la cabeza. Algo iba mal.

—¿Qué pasa? —preguntó Stink.

—Malas noticias —dijo Judy.

—¿Qué, qué? —preguntó él ansioso.

—Mides menos que esta mañana. Casi medio centímetro menos.

—¡No puede ser!

—Stink. Mi cinta de medir no engaña.

—¿Soy más bajo? ¿Cómo puedo ser más bajo?

—Fácil. Porque has encogido.

—Ya crecerás —lo animó papá.

—Ya crecerás —repitió mamá.

—Sí, pero nunca, nunca jamás me alcanzarás —afirmó Judy.

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