Isadora Moon 5 - Isadora Moon se mete en un lío

Harriet Muncaster

Fragmento

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Era domingo por la tarde y yo estaba dando saltos de alegría junto a la ventana de la cocina. Mi prima Mirabella, que es medio bruja, medio hada, iba a venir a quedarse con nosotros… ¡una semana entera!

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—Han pasado siglos desde que la vimos por última vez —dijo mamá, que estaba ocupada haciendo una tarta para celebrar la llegada de Mirabella. Removía la masa con su varita mágica y salían del cuenco pequeñas chispas.

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—Es verdad —dije—. ¡He pensado algunas cosas divertidas que podemos hacer esta vez en la casita de muñecas!

—¡Qué maravilla! —dijo mamá.

De pronto, Pinky empezó a dar saltos en la encimera de la cocina y a señalar con la pata por la ventana. Pinky era mi peluche favorito, así que mamá le dio vida con su magia. Puede hacer esas cosas porque es un hada.

—¡Ya está aquí! —grité—. ¡Mamá! ¡Mira!

Mamá paró de remover un momento y contempló cómo Mirabella bajaba en picado con su escoba hasta el jardín delantero. Mi prima tenía mucho estilo.

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—Me encantaría tener una escoba… —suspiré.

Mamá me dio un abrazo.

—Las alas son mucho más bonitas que las escobas —dijo.

Dejó el cuenco con la masa de la tarta y salimos juntas al jardín.

—¡Mirabella! —grité corriendo hacia ella y dándole un gran abrazo de prima—. ¡Me alegro de verte!

—¡Y yo también me alegro de verte a ti! —exclamó Mirabella, devolviéndome el abrazo.

Llevaba un sombrero negro puntiagudo y un par de botas brillantes con cordones hasta arriba, muy a la moda.

—¿Dónde está el tío Bartolomeo? —preguntó Mirabella mientras subíamos las escaleras hacia mi habitación en la torre.

—Seguirá durmiendo —respondí—. Ya sabes que papá siempre duerme de día. No soporta la luz del sol. Se despertará a las ocho de la noche ¡para desayunar!

Pero justo entonces oí un estruendo en el siguiente rellano de la escalera, y papá bajó zumbando hacia nosotras, con la capa de vampiro ondeando a su espalda.

—¡Ah! —gritó—. ¡Mi sobrina favorita!

—Hola, tío Bartolomeo —dijo Mirabella—. ¡Me gusta tu capa!

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—Muchas gracias —respondió papá con una sonrisa—. Es de terciopelo puro.

A papá le encantan los halagos. A los vampiros les gusta mucho arreglarse.

—Vamos, Mirabella —dije, tirando de ella para pasar a papá y subir el último tramo de escaleras—. Quiero enseñarte una cosa.

—¡Tachán! —dije al abrir la puerta. En medio de mi habitación estaba la casita de muñecas. La había recubierto de luces—. ¡Y mira! —señalé el comedor en miniatura—. ¡He preparado una merienda de bienvenida para ti!

Dentro de la diminuta habitación había una mesa diminuta, y encima de la mesa diminuta había un diminuto festín.

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—Toda la comida es de verdad —dije con orgullo—. ¡Hasta los minisándwiches! He tardado un montón en hacerlos. ¡Y mira! ¡Los caramelos están hechos con fideos de colores!

Mirabella se quedó asombrada. Cogió uno de los sándwiches y se lo metió en la boca.

—¡De mantequilla de cacahuete! —exclamó—. ¡Mi sándwich favorito!

—¡El mío también! —dije yo, contenta.

Nos sentamos y comimos juntas mientras Pinky daba saltos por la habitación. A él también le hacía mucha ilusión que Mirabella estuviera con nosotros.

—Voy a llenar de agua la piscina —dije, quitándome las migas del vestido.

La última vez que vino Mirabella hicimos una piscina para las muñecas con un envase de helado y un tobogán de agua hecho con tubos de plástico pegados. El tobogán, unido al tejado de la casa, bajaba haciendo curvas hasta la piscina. Salí corriendo de la habitación para ir al cuarto de baño y volví con el envase de helado lleno hasta arriba.

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—También he tenido otra idea —dije, dejando el envase al final del tobogán—. ¡Se me ha ocurrido que podemos hacer muñecas exactamente iguales que nosotras! Una muñeca Mirabella y una Isadora, para que vivan en la casa ¡y se tiren por el tobogán! Tengo un montón de trozos de tela. Creo que sería divertido. Yo quiero que mi muñeca lleve un tutú negro.

—Hum… —dijo Mirabella—. De pronto sus ojos brillaron con picardía. Me di cuenta de que estaba teniendo una de sus «ideas»—. ¡Tengo un plan mejor! —continuó—. Jugar con las muñecas es aburrido. ¡Vamos a ser nosotras las muñecas!

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—¡Que nos encojamos! —respondió Mirabella—. Haré una poción. ¡Así podremos meternos en la casa de muñecas y tirarnos por el tobogán nosotras mismas! ¡Será divertidísimo!

Sacó de la maleta su pequeño caldero de viaje y empezó a echar en él el contenido de unos frasquitos de cristal.

Yo la contemplaba, esperando con ilusión y preocupación a la vez.

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—¿Estás segura de que no pasará nada malo? —pregunté.

—¡Claro que no! —respondió Mirabella.

Vertió un frasco de purpurina r

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