YoDoyLaTeta (Yo doy la teta)

Paola De los Santos

Fragmento

Corporativa

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Para Lara, mi compañera

en todo este camino.

En junio de 1992, cuando tenía apenas diecinueve años, fui mamá de Lara, mi única hija. En ese momento, además de no tener el más mínimo conocimiento sobre maternidad, partos, bebés y menos aún sobre lactancia, algo me decía que la mayoría de las situaciones que empezaba a vivir no estaban del todo bien, o que podían ser de otra manera.

No sabía por qué tenía esa sensación, pero tampoco tenía un espacio donde poder comentarlo. A esa edad no había visto a mi alrededor a ninguna mujer de mi entorno amamantar a un bebé. Solo recuerdo biberones o mamaderas.

Tuve la suerte de transitar un embarazo sin complicaciones de salud. El obstetra me trataba educadamente, pero sin darme mucha información. Las cosas eran así y no se cuestionaban, pero en mí continuaba esa sensación de incomodidad difícil de explicar.

Siempre estuve acompañada por el papá de Lara, mi mamá y mi papá, pero el resto de los actores de todo este proceso no me terminaban de cerrar. El trato era distante y frío, como si del otro lado no hubiese una persona. Además, a una chica de diecinueve años, ¿qué tantas explicaciones le iban a dar?

Del curso de preparto solo recuerdo que era en un lugar muy cerrado y estábamos todas las mujeres amontonadas. Tengamos en cuenta que era 1992. Había algunos padres, pero no tantos como podemos ver hoy. Era como un gran instructivo, un manual de usuario sobre cómo todas las mujeres deben tener a su bebé.

El primer choque con la realidad ocurrió cuando solicité licencia por maternidad en la universidad. Yo cursaba el segundo año de la licenciatura en Ciencias Políticas en una prestigiosa institución privada y parece ser que por aquella época una mujer no podía estudiar y ser madre a la vez.

O, mejor dicho, no podía estudiar, decidir ser madre y gozar de una licencia cuando su bebé naciera, para luego continuar con sus estudios.

Durante aquel año esto era mucho pedir para una mujer. Directamente la licencia por maternidad no estaba contemplada dentro de la universidad. Hoy me parece tan ridículo como recordar que en esa misma época los profesores nos daban fuego mientras fumábamos en clase.

Lo que me aconsejaron fue que consiguiera un certificado de algún médico amigo por mononucleosis o hepatitis, ya que por ambas enfermedades te daban un tiempo prolongado de licencia. ¿Y adiviná qué? Lo conseguí. Era la única opción para no quedarme libre y yo tenía intenciones de seguir estudiando. ¡Joven, madre y atrevida!

Mi beba nació por cesárea programada un helado miércoles de junio porque su presentación era podálica, o estaba sentada, o de cola. Durante la operación no me permitieron estar acompañada. Estuve sola por primera vez en un quirófano esperando el nacimiento de mi hija.

Afuera había mucha gente, demasiada. El nacimiento de Lara era un evento del que toda la familia y amigos, incluso una amiga de mi mamá, querían formar parte. Y yo sola en un quirófano con otro montón de personas, pero ninguna cara familiar en la cual poder sostenerme ante el miedo y la incertidumbre.

Me daba miedo de que algo saliera mal, de sentir dolor, de muchas cosas...

Recuerdo que en el quirófano hacía demasiado frío, que sonaba Ricardo Montaner, que los médicos hablaban sobre un partido que la Argentina había jugado esa madrugada y que el anestesista me pellizcaba la mejilla como queriendo tener un gesto amable conmigo. Mientras tanto, con ambos brazos extendidos y atados, yo decía que aún sentía las piernas y que podía mover los dedos de los pies.

Todo esto sucedió en un recién inaugurado sanatorio del barrio de Palermo y en aquella época al bebé se lo llevaban lejos de la madre por varias horas. En algún momento te lo traían y te lo “presentaban”.

Lo escribo y de nuevo pienso lo tremendamente ridículo que esto suena hoy, pero en aquel entonces esa era la norma, y otra vez se apoderaba de mí la sensación de lo inadecuado.

Yo quería estar con mi beba, pero no me lo permitían. Primero debía pasar algunas horas en “observación” y recién después podía entrar en contacto conmigo.

No me resultó fácil la recuperación de la cesárea. Sentía mucho dolor y me daba miedo levantarme de la cama. Hoy conozco la conveniencia de caminar, pero la maniobra brusca por parte del obstetra al tirar de mis brazos para que bajara de la cama creo que estuvo de más.

El personal no era amable y toda la gente que estaba afuera de la habi

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