Levantado del suelo

José Saramago

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Cita
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Notas
Sobre el autor
Créditos
Dedicatoria

A la memoria de Germano Vidigal

y José Adelino dos Santos, asesinados.

Cita

Y yo pregunto a los economistas políticos, a los moralistas, si han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infancia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico.

ALMEIDA GARRET

01

Lo que más hay en la tierra es paisaje. Por mucho que falte del resto, paisaje ha sobrado siempre, abundancia que sólo se explica por milagro infatigable, porque el paisaje es sin duda anterior al hombre y, a pesar de tanto existir, todavía no se ha acabado. Será porque constantemente muda: hay épocas del año en las que el suelo es verde, en otras amarillo, y luego castaño, o negro. Y también rojo, en algunos sitios, que es color de barro o de sangre sangrada. Pero eso depende de lo que en el suelo se ha plantado y cultiva, o aún no, o ya no, o de lo que por simple naturaleza ha nacido, sin mano de nadie, y acaba muriendo sólo porque le ha llegado su fin último. No es éste el caso del trigo, que todavía con alguna vida es cortado. Ni el del alcornoque, al que vivísimo, aunque por su gravedad no lo parezca, le arrancan la piel. A gritos.

No le faltan colores a este paisaje. Pero no hablemos sólo de colores. Hay días tan duros como su frío, otros en que no se sabe de aire para tanto calor: el mundo nunca está contento, si lo estará alguna vez, tan cierta tiene la muerte. Y no le faltan al mundo olores, ni siquiera a esta tierra, parte que es de él y bien servida de paisaje. Si en las breñas muere un animal insignificante, olerá a la carroña de lo que muerto está. Cuando el viento amaine nadie notará ese olor, ni siquiera pasando al lado. Luego los huesos quedan limpios, les da igual, de lluvia lavados, de sol calcinados, y si el animal era pequeño ni a tanto llega porque llegaron los gusanos y los insectos sepultureros y lo enterraron.

Es una tierra grande, si comparamos, primero corcovada, algo de agua de ribera, que la del cielo tanto puede faltar como sobrar, y hacia el sur se desmaya en tierra plana, lisa como la palma de una mano, aunque muchas de éstas, por designio de la vida, tienden a cerrarse con el tiempo, hechas al mango de la azada y de la hoz o de la guadaña. La tierra. También como la palma de la mano está cubierta de líneas y de sendas, sus caminos reales, más tarde nacionales, cuando no del señor ayuntamiento, y tres son los aquí expuestos porque tres es número poético, mágico y de iglesia, y todo lo demás de este destino está explicado en las líneas de ir y volver, carriles de pie descalzo y mal calzado, entre terrones y matojos, entre rastrojeras y flores bravas, entre el muro y el desierto. Tanto paisaje. Un hombre puede andar por aquí la vida entera y no hallarse nunca, si nació perdido. Y tanto le valdrá morir, llegada la hora. No es conejo o jineta para pudrirse al sol, pero imaginando que el hambre, o el frío, o el calor lo derriben en tierra donde no le echaron cuenta, o una enfermedad de esas que ni tiempo dan para pensar en nada, y todavía menos para llamar a alguien, aunque tarde lo han de encontrar.

De guerras y otras pestes se ha muerto mucho en este y otros lugares del paisaje y, no obstante, todo lo que por aquí se ve son vivos: hay quien dice que sólo por misterio insondable, pero las razones verdaderas son las de este suelo, de este latifundio que se prolonga lomas arriba y llano abajo hasta donde los ojos llegan. Y si de éste no es, de otro será, que la diferencia sólo a ambos importa, pacificado lo tuyo y lo mío: todo en tiempo debido y conveniente se registró en el censo, lindes al norte y al sur, a levante y poniente, como si tal se hubiera decidido desde el inicio del mundo, cuando todo era paisaje, con algunos bichos grandes y pocos hombres aquí y allá, y todos asustados. En aquellos tiempos, y después, se decidió lo que el futuro habría de ser, por qué líneas torcidas de la mano, este presente ahora de tierra repartida entre los dueños del hacha y según el tamaño y el hierro o filo del hacha. Por ejemplo: señor rey o duque, o duque y después real señor, obispo o maestre de orden, hijo der

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