La gitanilla

Miguel de Cervantes

Fragmento

cap-6

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como acidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.

Una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco,[1] crió una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa y a quien enseñó todas sus gitanerías y modos de embelecos[2] y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles ni los aires ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos y, lo que es más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada. Y, con todo esto, era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún género de deshonestidad; antes, con ser aguda, era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna gitana, vieja ni moza, cantar cantares lascivos ni decir palabras no buenas. Y, finalmente, la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía y así determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y enseñarle a vivir por sus uñas.

Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas[3] y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire. Porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y así, se los procuró y buscó por todas las vías que pudo y no faltó poeta que se los diese: que también hay poetas que se acomodan con gitanos y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros y van a la parte de la ganancia. De todo hay en el mundo y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa.

Criose Preciosa en diversas partes de Castilla y, a los quince años de su edad, su abuela putativa la volvió a la corte y a su antiguo rancho,[4] que es adonde ordinariamente le tienen los gitanos, en los campos de Santa Bárbara,[5] pensando en la corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid fue un día de Santa Ana,[6] patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas y un gitano, gran bailarín, que las guiaba. Y, aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal que poco a poco fue enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamborín y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla y corrían los muchachos a verla y los hombres a mirarla. Pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, ¡allí fue ello! Allí sí que cobró aliento la fama de la gitanilla y de común consentimiento de los diputados de la fiesta, desde luego le señalaron el premio y joya de la mejor danza; y cuando llegaron a hacerla en la iglesia de Santa María,[7] delante de la imagen de Santa Ana, después de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas,[8] al son de las cuales, dando en redondo largas y ligerísimas vueltas, cantó el romance siguiente:

Árbol preciosísimo

que tardó en dar fruto

años que pudieron

cubrirle de luto

y hacer los deseos

del consorte puros,

contra su esperanza

no muy bien seguros;

de cuyo tardarse

nació aquel disgusto

que lanzó del templo

al varón más justo;

santa tierra estéril

que al cabo[9] produjo

toda la abundancia

que sustenta el mundo;

casa de moneda

do se forjó el cuño

que dio a Dios la forma

que como hombre tuvo;

madre de una hija

en quien quiso y pudo

mostrar Dios grandezas

sobre humano curso.

Por vos y por ella

sois, Ana, el refugio

do van por remedio

nuestros infortunios.

En cierta manera,

tenéis, no lo dudo,

sobre el nieto imperio

piadoso y justo.

A ser comunera

del alcázar sumo,

fueran mil parientes

con vos de consuno.

¡Qué hija y qué nieto

y qué yerno! Al punto,

a ser causa justa,

cantárades triunfos.

Pero vos, humilde,

fuistes el estudio

donde vuestra hija

hizo humildes cursos

y agora a su lado,

a Dios el más junto,

gozáis de la alteza

que apenas barrunto.

El cantar de Preciosa fue para admirar a cuantos la escuchaban. Unos decían: ‘‘¡Dios te bendiga la muchacha!’’. Otros: ‘‘¡Lástima es que esta mozuela sea gitana! En verdad, en verdad, que merecía ser hija de un gran señor’’. Otros había más groseros que decían: ‘‘¡Dejen crecer a la rapaza, que ella hará de las suyas! ¡A fe que se va añudando en ella gentil red barredera para pescar corazones!’’. Otro, más humano, más basto y más modorro,[10] viéndola andar tan ligera en el baile, le dijo: ‘‘¡A ello, hija, a ello! ¡Andad, amores y pisad el polvito[11] atán menudito!’’. Y ella respondió, sin dejar el baile: ‘‘¡Y pisarelo yo atán menudo!’’.

Acabáronse las vísperas y la fiesta de Santa Ana y quedó Preciosa algo cansada, pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y de bailadora que a corrillos se hablaba della en toda la corte. De allí a quince días, volvió a Madrid con otras tres muchachas, con sonajas y con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos; que no consentía Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares descompuestos, ni ella los cantó jamás y muchos miraron en ello y la tuvieron en mucho.

Nunca se apartaba della la gitana vieja, hecha su Argos,[12] temerosa no se la despabilasen y traspusiesen;[13] llamábala nieta y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro y, en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes y llovían en ella ochavos y cuartos[14] como piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida.

Acabado el baile, dijo Preciosa:

—Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo en extremo, que trata de cuando la Reina nuestra señora Margarita[15] salió a misa de parida en Valladolid y fue a San Llorente;[16] dígoles que es famoso y compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón.

Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:

—¡Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos!

Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos

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