Nada está escrito

Michelle Miller

Fragmento

cap-1

1

TODD

Miércoles, 5 de marzo de 2014; Nueva York

—Eres un gilipollas.

El rostro de la chica pasó de estar ruborizado a ponerse lívido mientras sacaba las piernas desnudas de debajo de las sábanas. Volvió sobre los pasos que había dado la noche anterior desde el salón hasta la cama y siguió el rastro de prendas que se había quitado, recogiéndolas entre los brazos.

Todd cogió el mando a distancia y puso la MSNBC, con la esperanza de que el ruido de fondo aliviase un poco la tensión del ambiente. Odiaba la violenta situación de la mañana siguiente.

La chica regresó al dormitorio y empezó a rebuscar su ropa interior entre las sábanas.

—Es que no... —empezó a decir mirándolo—. Es que no entiendo por qué tienes tanto miedo al compromiso.

—No tengo miedo al compromiso —se limitó a responder él.

Fingió estar absorto en el programa de televisión, donde dos comentaristas discutían de forma acalorada sobre el último escándalo en L. Cecil, que implicaba a unos corredores de bolsa quienes, presuntamente, vendieron doscientos millones de dólares en acciones a inversores incautos, a pesar de saber que estaban sobrevaloradas. Todd hizo una mueca sin separar la vista del televisor: esperaba que aquello no afectara a sus incentivos.

La chica se subió la falda hasta cubrir las delgadas caderas y se abrochó el sujetador push up. Tenía unos pechos bonitos, pero los muslos eran demasiado grandes y parecía la típica que se hincharía como un globo en cuanto cumpliera los treinta y cinco. Le daba un ocho sobre diez en la escala de atractivo, que era la puntuación con la que Todd se sentía más cómodo: las de ocho estaban buenas, pero su inseguridad al no ser un diez les hacía esforzarse más por agradar.

Sin embargo, en ese preciso instante, con el rímel corrido y el pelo rubio grasiento, la chica apenas llegaba al seis pelado.

—Entonces ¿por qué te niegas a invitarme a cenar? —preguntó ella en un tono suave.

Era la primera vez que dejaba de moverse desde que se había levantado de la cama.

—Porque no es lo que busco —respondió él con total sinceridad.

—¿Y yo?

La chica habló incluso más suavemente. Retorcía con fuerza las sábanas entre los dedos mientras esperaba una respuesta que no quería oír.

—Escucha, lo hemos pasado muy bien. ¿Por qué estropearlo? —dijo Todd de corazón.

Ella tensó la mandíbula y las lágrimas brillaron en sus ojos.

—Quieres decir que solo soy la tía a la que te tiras.

Todd guardó silencio. Tenía que ir a trabajar.

—¿Sabes que estudié en Penn? O sea, que no soy la típica tía buena tonta. Trabajo en un prestigioso bufete de abogados. Soy la chica con la que sales, no el polvo de una noche.

—Estoy seguro de que tienes razón.

—¡Pues vamos a cenar! —espetó ella, exasperada.

—No quiero tener novia.

—Entonces ¿por qué has...?

—Fuiste tú —la interrumpió; se le había agotado la paciencia—. Tú contactaste conmigo, borracha, en un bar, a las dos de la madrugada, después de subir tu perfil a una app de contactos con localizador de personas disponibles. ¿Qué esperabas?

Ella no desvió la mirada.

—Hook es una aplicación para conocer gente. Tú has colgado tu perfil, y se supone que eres normal. ¿Por qué yo soy una puta por hacer lo mismo?

—No he dicho que seas una puta. He dicho que nos conocimos porque era nuestra última oportunidad de pillar durante una noche de fiesta, y ese era el acuerdo tácito al que habíamos llegado.

—Pero de eso hace ya cuatro veces —protestó la chica.

Todd no quería hacerle daño, pero no tenía tiempo para dramas. Necesitaba centrarse por completo en su carrera; acababa de cumplir treinta y dos años y era muy consciente de que tenía doce meses para cerrar una transacción importante en el banco de inversiones L. Cecil si quería hacer realidad su sueño de convertirse en el director ejecutivo más joven de la prestigiosa firma de Wall Street.

—Desde entonces hemos estado conociéndonos. —Ella seguía hablando, se negaba a dejar el tema—. Hemos charlado sobre tu trabajo, te he contado cosas de mi familia, y la semana pasada llegué tarde a la oficina porque sé que te gusta el sexo por las mañanas.

Le temblaba el labio inferior.

—No te pedí que lo hicieras.

Ella se ruborizó, consciente de que era cierto.

—No me puedo creer que esto esté ocurriendo de verdad.

Se volvió y terminó de vestirse, tras desistir de encontrar el tanga.

Todd siguió mirando la televisión, donde los comentaristas habían llegado a la conclusión unánime de que, aunque no fuera ilegal, el hecho de que los brokers de L. Cecil supieran que estaban vendiendo basura era algo inmoral y digno de sanción. Menudo argumento de mierda: el papel de un corredor de bolsa consiste en facilitar las inversiones. Era responsabilidad del inversor decidir si valía la pena invertir su dinero en ellas o no.

Esperó a oír el portazo para salir de la cama. Metió su cuerpo de metro noventa y complexión de exjugador de waterpolo de primera división bajo el agua de la ducha con efecto cascada.

Llevar a las chicas a su piso o ir a casa de ellas era un eterno dilema para él. Por un lado, el carísimo minimalismo de su espacioso apartamento de una sola habitación garantizaba que cualquier mujer a la que invitara acabaría acostándose con él, aunque hubiera estado haciéndose la estrecha. Por otro lado, jugar en el campo contrario le ofrecía la ventaja de largarse cuando quisiera. Aquella última noche debería haber ido a casa de ella; sabía que se la tiraría, pero había bebido demasiados tequilas en el Monkey Bar y no pensaba con claridad cuando le envió un mensaje a través de Hook.

Se afeitó y se puso el uniforme de costumbre: traje hecho a medida, corbata de Hermès, calcetines de Armani y mocasines de Gucci. Usó la app de Uber del móvil para pedir un coche con chófer, aprobó lo que veía en el espejo y bajó las escaleras en dirección a la calle.

Al salir del edificio, encontró a la chica junto a la puerta, exhalando aire caliente sobre sus manos para protegerlas de la brisa de marzo.

—Por el amor de Dios —susurró entre dientes.

Ella lo vio y se mordió el labio inferior a modo de disculpa.

—Lo siento —dijo—. De verdad que no quería ponerme dramática, pero es que creo que esto podría ser algo más. Bueno... Quiero decir que yo podría ser algo más para ti... Es que soy algo más... Soy más que la chica que subió su perfil a Hook.

Él posó una mano sobre su cadera con delicadeza y la besó en la mejilla con ternura.

—No pasa nada —respondió—, pero estoy muy ocupado, y lo que hay ahora entre nosotros es lo máximo que puedo permitirme. Si quieres algo más, lo respeto, pero no puedo dártelo.

Ella asintió en silencio, con la mirada fija en el suelo.

—¿Volveré a verte? —preguntó con dulzura, sin levantar la vista.

—No tengo pensado marcharme a ninguna parte. —Intentó eludir la pregunta—. ¿Quieres que te pida un taxi?

La chica negó con la cabeza.

—No, iré andando.

—Está bien. Ten un buen día, ¿vale? —dijo con seguridad, y la miró con

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