El último baile

Mary Higgins Clark

Fragmento

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3

El domingo, a las once menos cuarto de la mañana, Steve y Fran Dowling cruzaron el puente George Washington y se dirigieron en silencio hacia su casa en Saddle River, New Jersey. Estaban cansados porque el sábado había sido un día largo. Unos amigos de Wellesley, Massachusetts, los habían invitado a participar en un torneo de golf de veintisiete hoyos para socios e invitados. Después de pasar la noche allí, habían salido temprano por la mañana para recoger en el aeropuerto Kennedy a Aline, su hija de veintiocho años, y llevarla a casa. Esta hacía tres años que vivía en el extranjero de forma ininterrumpida, salvo por las breves visitas a sus padres.

Tras el feliz reencuentro en el aeropuerto, Aline, afectada por el desfase horario, se había acomodado en el asiento trasero del todoterreno y se había quedado dormida. Fran reprimió un bostezo.

—Dos madrugones seguidos me recuerdan la edad que tengo. —Suspiró.

Steve sonrió. Como era tres meses más joven que su esposa, esta siempre cumplía años, en este caso los cincuenta y cinco, poco antes que él.

—Me pregunto si Kerry ya estará levantada cuando lleguemos a casa —dijo Fran reflexionando en voz alta, pero dirigiéndose también a su esposo.

—Seguro que la encontraremos esperando en la puerta para recibir a su hermana —respondió Steve en tono risueño.

Fran se llevó el teléfono móvil al oído y oyó que el buzón de voz de Kerry saltaba de nuevo.

—Nuestra Bella Durmiente sigue en el país de los sueños —anunció con una risita.

Steve soltó una carcajada. Tanto Fran como él tenían el sueño ligero, al contrario que sus hijas.

Quince minutos después, aparcaron en el camino de entrada y despertaron a Aline. Aún medio dormida, los siguió al interior de la casa dando traspiés.

—¡Dios santo! —exclamó Fran paseando la vista por su hogar, que por lo general estaba ordenado.

Había latas de cerveza y vasos de plástico vacíos sobre la mesa de centro y desperdigados por todo el salón. Al entrar en la cocina, Fran se encontró una botella de vodka vacía en el fregadero, junto a varias cajas de pizza también vacías.

Aline, ahora espabilada del todo, notó que sus padres estaban disgustados, furiosos. Ella sintió lo mismo. Diez años mayor que su hermana, la asaltó de inmediato la impresión de que algo iba terriblemente mal. Si Kerry organizó una fiesta, ¿por qué no tuvo al menos el sentido común de recoger la casa después?, se preguntó. ¿O tal vez bebió tanto que perdió el conocimiento?

Se quedó escuchando mientras sus padres subían las escaleras a toda prisa llamando a Kerry a voces. Regresaron enseguida.

—Kerry no está —dijo Fran con evidente preocupación—. Vete a saber adónde ha ido, y no se ha llevado su teléfono. Lo ha dejado sobre la mesa. ¿Dónde andará? —Fran empezaba a palidecer—. Tal vez se puso mala y alguien se la llevó a su casa, o...

—Llamemos a sus amigos —la interrumpió Steve—. Alguno sabrá dónde está.

—La lista con los teléfonos de sus compañeras del equipo de lacrosse está en el cajón de la cocina —dijo Fran mientras echaba a andar a paso veloz por el pasillo. Las mejores amigas de Kerry jugaban en el equipo.

Por favor, que esté durmiendo en casa de Nancy o de Sinead, pensó Aline. Debía de estar en un estado bastante lamentable si se había dejado el móvil en casa. Al menos puedo empezar a ordenar un poco. Se dirigió hacia la cocina. Mientras su madre marcaba en el teléfono un número que su esposo le leía en voz alta, Aline sacó una bolsa de basura grande del armario.

Decidió ir a ver si había restos en el porche trasero o en la zona del patio y la piscina, y se encaminó hacia allí.

Lo que vio en el porche la sobresaltó. Una bolsa de basura medio llena sobre una de las sillas. Al echar un vistazo dentro, comprobó que estaba repleta de platos de cartón sucios, una caja de pizza y vasos de plástico.

Saltaba a la vista que Kerry se había puesto a limpiar. Pero ¿por qué lo había dejado a medias?

Sin saber muy bien si contarles a sus padres lo que había descubierto o dejar que siguieran con sus llamadas, Aline descendió los cuatro escalones que conducían al patio y se acercó a la piscina. Llevaba en uso todo el verano, y ella estaba deseando pasar unos ratos relajantes allí con Kerry antes de que esta se marchara a la universidad y Aline comenzara su nuevo trabajo como orientadora escolar en el instituto Saddle River.

El putter con el que practicaban sus padres estaba en una tumbona, sobre la tarima que rodeaba la piscina.

Cuando Aline se agachó para recoger el palo, bajó la mirada, horrorizada. Su hermana yacía en el fondo de la piscina, totalmente vestida e inmóvil.

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4

A Jamie le encantaba dormir hasta tarde. Trabajaba en el supermercado de once a tres. Marge le tenía preparado el desayuno a las diez. Cuando terminó de desayunar, ella le recordó que subiera a lavarse los dientes. Cuando Jamie bajó de nuevo, le dedicó una amplia sonrisa y esperó a que ella le diera su aprobación antes de salir disparado hacia «mi trabajo», como él solía llamarlo con orgullo. Tardaba veinte minutos en llegar a pie a Acme. Mientras Marge lo observaba alejarse por la calle, la invadió una vaga sensación de intranquilidad.

Cuando subió a hacerle la cama, cayó en la cuenta de qué se trataba. Jamie se había puesto sus viejas zapatillas gastadas, en vez de las nuevas que ella le había comprado la semana anterior. ¿Por qué rayos habrá hecho eso?, se preguntó mientras empezaba a ordenar su cuarto. ¿Y dónde están las zapatillas nuevas?

Se dirigió hacia el baño de Jamie. El chico se había duchado, y tanto las toallas como la manopla para lavarse estaban en el cesto en el que ella le había enseñado que debía dejarlas. Pero no había el menor rastro de las deportivas nuevas ni del pantalón que llevaba el día anterior.

No sería capaz de tirarlos, se dijo Marge mientras regresaba a la habitación de Jamie para buscarlos. Con una mezcla de alivio y desaliento, recogió las arrebujadas pertenencias de su hijo de donde las había dejado, en el suelo del armario.

Los calcetines y las zapatillas estaban empapados, al igual que los bajos del pantalón.

Marge aún los tenía en las manos cuando oyó un grito desgarrador procedente del patio de atrás. Corrió hasta la ventana y vio que Aline se zambullía en la piscina al tiempo que sus padres salían de la casa a toda prisa.

Steve Dowling saltó al agua junto a Aline y emergió con Kerry en brazos y con su otra hija unos pasos por detrás. Horrorizada, Marge observó cómo tendía a Kerry en el suelo y le golpeaba el pecho mientras rugía «¡Llamad a una ambulancia!». Al cabo de unos minutos, unos coches patrulla y una ambulancia subieron a toda velocidad por el camino de entrada.

Entonces Marge vio que un policía apartaba a Steve de Kerry mientras el equipo de sanitarios s

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