La Yihad Butleriana (Leyendas de Dune 1)

Brian Herbert

Fragmento

Dune, la Yhad Butleriana

La princesa Irulan escribe:

Cualquier estudiante consciente ha de comprender que la historia no tiene principio. Con independencia de cuándo empiece la historia, siempre hay héroes y tragedias tempranas.

Antes de que alguien pueda comprender a Muad’Dib o la actual yihad que siguió al derrocamiento de mi padre, el emperador Shaddam IV, ha de comprender contra qué luchamos. Por consiguiente, ha de remontarse a más de diez mil años de antigüedad, diez milenios antes del nacimiento de Paul Atreides.

Es ahí donde encontramos la fundación del Imperio, donde vemos a un emperador alzarse de las cenizas de la batalla de Corrin para unificar los restos diezmados de la humanidad. Investigaremos los documentos históricos más antiguos, los mitos de Dune, la época de la Gran Revuelta, más conocida como Yihad Butleriana.

La terrible guerra contra las máquinas pensantes fue la génesis de nuestro universo político y comercial. Escuchad la historia de los humanos libres que se rebelaron contra la dominación de robots, ordenadores y cimeks. Fijaos en los cimientos de la gran traición que convirtió en enemigos mortales a la Casa Atreides y la Casa Harkonnen, una violenta enemistad que se prolonga hasta nuestros días. Conoced las raíces de la hermandad Bene Gesserit, de la Cofradía Espacial y sus navegantes, de los Maestros Espadachines de Ginaz, de la Escuela de médicos Suk, de los mentat. Presenciad la vida de los zensunni errantes que huyeron al desierto de Arrakis, donde se convirtieron en nuestros soldados más grandes, los fremen.

Tales acontecimientos condujeron al nacimiento y vida de Muad’Dib.

Mucho antes de Muad’Dib, en los últimos días del Imperio Antiguo, la humanidad perdió su vigor. La civilización terrestre se había esparcido por las estrellas, pero llegó a un momento de estancamiento. Carente de ambiciones, la mayoría de la gente permitía que máquinas eficientes se encargaran de todas las tareas cotidianas. Poco a poco, los humanos dejaron de pensar, soñar… o vivir.

Entonces, llegó un hombre del lejano sistema de Thalim, un visionario que adoptó el nombre de Tlaloc, en honor de un antiguo dios de la lluvia. Habló a las multitudes lánguidas, intentó revivir su espíritu humano, sin logros aparentes. Pero algunos inadaptados escucharon el mensaje de Tlaloc.

Estos nuevos pensadores se reunieron en secreto y buscaron formas de cambiar el Imperio, siempre que pudieran derrocar a sus estúpidos gobernantes. Renunciaron a sus nombres de pila y asumieron los apelativos de grandes dioses y héroes. Entre ellos descollaban el general Agamenón y su amante Juno, cuyo talento para elegir la táctica adecuada no tenía parangón. Estos dos reclutaron al experto programador Barbarroja, quien diseñó un plan para transformar las ubicuas máquinas serviles del Imperio en intrépidos agresores, al dotar a la inteligencia artificial de sus cerebros de ciertas características humanas, incluyendo la ambición de conquistar. Después, varios humanos más se unieron a los audaces rebeldes. En total, veinte mentes geniales formaron el núcleo de un movimiento revolucionario que derrocó al Imperio Antiguo.

Victoriosos, se autodenominaron los titanes, en honor a los dioses griegos más antiguos. Guiados por el visionario Tlaloc, los veinte se distribuyeron la administración de planetas y pueblos, e impusieron sus dictados gracias a las agresivas máquinas pensantes de Barbarroja. Conquistaron casi toda la galaxia conocida.

Algunos grupos de resistentes reagruparon sus defensas en la periferia del Imperio Antiguo. Formaron su propia confederación (la Liga de Nobles), lucharon contra los Veinte Titanes y, después de muchas batallas sangrientas, conservaron su libertad. Detuvieron el empuje de los titanes y les repelieron.

Tlaloc juró que algún día dominaría a aquellos indeseables, pero al cabo de menos de una década en el poder, el líder visionario murió en un trágico accidente. El general Agamenón heredó el liderazgo de Tlaloc, pero la muerte de su amigo y mentor constituía un sombrío recordatorio de la mortalidad de los titanes.

Agamenón y su amante Juno, que aspiraban a gobernar durante siglos, aceptaron correr un grave riesgo. Ordenaron que les extirparan el cerebro mediante una operación quirúrgica y lo implantaran en contenedores susceptibles de ser instalados en diversos cuerpos mecánicos. Uno a uno, cuando los titanes restantes sintieron la proximidad de la vejez y la vulnerabilidad, todos se fueron convirtiendo en «cimeks», máquinas con mentes humanas.

La Era de los Titanes duró un siglo. Los usurpadores cimeks gobernaban sus diversos planetas, y utilizaban ordenadores y robots cada vez más sofisticados para imponer el orden. Pero un desdichado día, el hedonista titán Jerjes, ansioso por disponer de más tiempo para sus placeres, permitió un acceso excesivo a su extensa red de inteligencia artificial.

La red informática consciente se apoderó de todo un planeta, al que siguieron otros. La avería se propagó como un virus de un planeta a otro, y la «mente» informática creció en poder y alcance. La inteligente y adaptable red, que se autodenominó Omnius, conquistó todos los planetas gobernados por titanes antes de que los cimeks tuvieran tiempo de alertarse mutuamente del peligro.

A continuación, Omnius se dispuso a establecer y mantener el orden a su manera, muy estructurada, y a oprimir a los humillados cimeks. Dueños del Imperio hasta aquel momento, Agamenón y sus compañeros se convirtieron en servidores reticentes de la ubicua mente.

En la época de la Yihad Butleriana, hacía mil años que Omnius y sus máquinas pensantes gobernaban con mano de hierro los Planetas Sincronizados.

Pese a ello, grupos de humanos libres resistían en los confines del Imperio, unidos para asegurar su mutua protección, como espinas clavadas en los costados de las máquinas pensantes. Siempre que eran atacados, la Liga de Nobles se defendía con eficacia.

Pero las máquinas pensantes siempre estaban desarrollando nuevos planes.

Cuando los humanos crearon un ordenador capaz de almacenar información y aprender de ella, firmaron la sentencia de muerte de la humanidad.

HERMANA BECCA LA FINITA

Salusa Secundus pendía como un pendiente tachonado de joyas en el desierto del espacio, un oasis

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