Amenaza bajo el mar (Dirk Pitt 13)

Clive Cussler

Fragmento

Índice

Índice

Amenaza bajo el mar

La balsa del Gladiator

El legado

Primera parte. Y de la nada surgió la muerte

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Segunda parte. Donde nacen los sueños

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Tercera parte. Diamantes… la gran ilusión

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Cuarta parte. Catástrofe en el paraíso

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Quinta parte. El polvo se posa

Capítulo 58

Capítulo 59

Notas

Biografía

Créditos

Con el más profundo agradecimiento

al doctor Nicholas Nicholas,

al doctor Jeffrey Taffet

y a Robert Fleming

LA BALSA DEL GLADIATOR

LA BALSA DEL GLADIATOR

17 de enero de 1856, mar de Tasmania

De los cuatro clípers construidos en Aberdeen, Escocia, en 1854, uno se destacaba del resto. Era el Gladiator, una gran nave de 1.256 toneladas, de sesenta metros de eslora y diez de manga, con tres grandes mástiles que se alzaban al cielo en aerodinámico ángulo. Era uno de los clípers más rápidos que habían cruzado el océano, pero, por su esbelto diseño, era una embarcación poco segura cuando el mar estaba agitado. Ligero como una pluma, podía navegar impulsado por la más suave brisa. El Gladiator jamás había realizado una travesía lenta, ni siquiera cuando navegaba por aguas tranquilas.

Infortunada e impredeciblemente, era un navío destinado a la catástrofe.

Sus propietarios lo prepararon para el comercio con Australia y el transporte de emigrantes, y fue uno de los escasos clípers destinados a llevar pasajeros además de carga. Pero los dueños advirtieron pronto que no había muchos coloniales que pudieran permitirse pagar el pasaje, así que navegaba con los camarotes de primera y segunda vacíos. No tardaron en descubrir que resultaba más lucrativo obtener contratos del gobierno para el transporte de reos hacia el continente que, inicialmente, fue la mayor prisión del mundo.

El Gladiator estaba comandado por uno de los más duros y enérgicos capitanes de clíper, Charles Bully* Scaggs. Aunque Scaggs no utilizaba el látigo con los marineros perezosos o insubordinados, era implacable a la hora de forzar a sus hombres a realizar travesías en tiempo récord entre Inglaterra y Australia. Los agresivos métodos de Scaggs obtenían resultados, pues en su tercer viaje de regreso a la metrópoli, el Gladiator consiguió un récord de sesenta y tres días que aún sigue imbatido.

Scaggs compitió con los legendarios capitanes de clíper de su época –John Kendricks, que comandaba el Hercules, y Wilson Asher, al mando del renombrado Jupiter–, y nunca perdió. Capitanes rivales que zarpaban de Londres a las pocas horas de hacerlo el Gladiator, invariablemente encontraban la nave cómodamente fondeada en su amarradero cuando llegaban a la bahía de Sidney.

Las rápidas travesías eran una bendición para los prisioneros, para quienes aquellos viajes significaban una pesadilla de penurias sin cuento. Muchos de los buques mercantes más lentos tardaban hasta tres meses y medio en la travesía.

Encerrados bajo cubierta, los convictos recibían el mismo trato que el ganado. Algunos eran criminales peligrosos; otros, disidentes políticos, y muchos, demasiados, pobres diablos que habían sido encarcelados por robar ropa o comida. Los hombres eran enviados a la colonia penal por cualquier delito, desde el peor asesinato hasta la más leve ratería, mientras las mujeres, separadas de los varones por un grueso mamparo, sufrían condena principalmente por pequeños hurtos. Las comodidades para uno y otro sexo eran escasas. Dormían en literas estrechas de madera, disponían de escasas condiciones higiénicas y su comida durante los meses de travesía era de bajo valor nutritivo. Los únicos lujos eran raciones de agua, vinagre y jugo de lima para combatir el escorbuto, y un cuarto de litro de vino de oporto para subirles la moral durante la noche. Los vigilaba un pequeño destacamento de diez hombres del regimiento de infantería de Nueva Gales del Sur, bajo el mando del teniente Silas Sheppard.

La ve

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist