Cuando despiertes (Bajo sospecha 4)

Mary Higgins Clark

Fragmento

Prólogo

PRÓLOGO

—Póngase en pie la acusada.

A Casey le temblaron las rodillas cuando se levantó de la silla. Adoptó una postura perfecta —los hombros erguidos, la mirada al frente—, pero notó los pies inestables bajo su cuerpo.

«La acusada.» Desde hacía tres semanas, todo el mundo en la sala del tribunal se refería a ella como «la acusada». No Casey. No su nombre de pila, Katherine Carter. Y menos aún señora de Hunter Raleigh III, el nombre que habría adoptado a estas alturas si todo hubiera sido distinto.

En esta sala, se la había tratado como un término legal, no una persona, una persona que había querido a Hunter más intensamente de lo que hubiera creído nunca posible.

Cuando el juez la miró desde el estrado, Casey se sintió de pronto más pequeña del metro setenta y tres que medía. Era una niña aterrada en una pesadilla, levantando la mirada hacia un hechicero todopoderoso.

Las siguientes palabras del juez le provocaron un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.

—Señora presidenta del jurado, ¿han llegado a un veredicto unánime?

Una voz de mujer respondió:

—Sí, señoría.

Por fin había llegado el gran momento. Hacía tres semanas, doce vecinos del condado de Fairfield habían sido escogidos para decidir si Casey saldría libre o pasaría el resto de su vida en la cárcel. De un modo u otro, nunca gozaría del futuro que había imaginado. Nunca se casaría con Hunter. Hunter ya no estaba. Casey aún veía la sangre cuando cerraba los ojos por la noche.

La abogada de Casey, Janice Marwood, le había aconsejado que no intentase interpretar las expresiones faciales de los miembros del jurado, pero Casey no pudo evitarlo. Miró de soslayo a la presidenta, que era baja y regordeta, con un rostro dulce y amable. Tenía el aspecto de alguien al lado de quien se sentaría la madre de Casey en los picnics de la iglesia. Casey recordaba haber oído comentar a alguien que la mujer tenía dos hijas y un hijo. Había sido abuela hacía poco.

Seguro que una madre y abuela vería a Casey como un ser humano, no una simple «acusada».

Casey escudriñó la cara de la presidenta en busca de algún indicio de esperanza, pero no vio nada más que una expresión neutra.

El juez volvió a hablar.

—Señora presidenta, ¿quiere hacer el favor de leer el veredicto para que quede constancia?

La pausa que siguió se le hizo una eternidad. Casey alargó el cuello para mirar al público sentado en la sala. Directamente detrás de la mesa de la fiscalía estaban el padre y el hermano de Hunter. Hacía poco menos de un año, ella aún iba a formar parte de su familia. Ahora la fusilaban con la mirada igual que a un enemigo declarado.

Desvió la vista rápidamente hacia «su» zona de la sala, donde se fijó de inmediato en un par de ojos, de color azul intenso como los suyos y casi igual de asustados. Su prima Angela estaba allí, claro. Angela la había apoyado desde el primer día.

Agarrada de la mano de Angela estaba la madre de Casey, Paula. Tenía la piel pálida y pesaba cinco kilos menos que cuando su hija había sido detenida. Casey esperaba que alguien cogiese la otra mano de su madre, pero la siguiente persona en el banco era un desconocido con libreta y bolígrafo; otro periodista más. ¿Dónde estaba el padre de Casey? Sus ojos escudriñaron furiosamente la sala en busca de su rostro, con la esperanza de haberlo pasado por alto de algún modo.

No, no le había fallado la vista. Su padre no estaba. ¿Cómo podía no estar, precisamente hoy?

«Me lo advirtió», pensó Casey. «Acepta el acuerdo —había dicho su padre—. Tendrás tiempo para otra vida. Yo aún podré llevarte al altar y conocer a mis nietos.» Quería que los niños lo llamaran El Jefe, The Boss.

En cuanto se dio cuenta de que su padre no estaba en la sala del tribunal, Casey creyó saber exactamente lo que estaba a punto de ocurrirle. El jurado iba a condenarla. Nadie creía que fuera inocente, ni siquiera papá.

La mujer con el semblante amable y el veredicto por fin tomó la palabra.

—Del primer cargo, la acusación de homicidio, el jurado declara a la acusada... —La presidenta tosió en ese preciso instante, y Casey oyó un gemido procedente de la galería—. Inocente.

Casey ocultó la cara entre las manos. Se había acabado. Ocho meses después de despedirse de Hunter, por fin podía empezar a imaginar el futuro. Podría ir a casa. No tendría la vida que había planeado con Hunter, pero dormiría en su propia cama, se ducharía sola y comería lo que quisiera comer. Sería libre. Mañana daría comienzo un nuevo futuro. Quizá se compraría un cachorro, algo de lo que pudiera cuidar, que la quisiera incluso después de todo lo que se había dicho de ella. Luego, tal vez el año siguiente, volvería a la universidad a terminar su doctorado. Se enjugó las lágrimas de alivio.

Pero entonces recordó que aún no había terminado.

La presidenta carraspeó y siguió adelante.

—Del cargo alternativo de homicidio involuntario, el jurado declara a la acusada culpable.

Por un instante, Casey creyó que había oído mal. Pero cuando se volvió hacia la tribuna del jurado, la expresión de la presidenta ya no era impenetrable, ya no era dulce. Se había sumado a la familia Raleigh para mirar a Casey con aire de censura. Casey la Loca, tal como la había llamado la prensa.

Casey oyó un sollozo a su espalda y se volvió para ver a su madre santiguarse. Angela había posado las dos manos sobre ella en un gesto de absoluta consternación.

«Por lo menos una persona me cree —pensó Casey—. Por lo menos Angela cree que soy inocente. Pero voy a ir a la cárcel de todos modos, para mucho tiempo, tal como prometió el fiscal. Mi vida se ha acabado.»

Capítulo 1

1

Quince años después

Casey Carter se adelantó al oír el clic, y luego oyó el estrepitoso chasquido metálico tan conocido detrás de ella. Dicho chasquido era el sonido de las puertas de su celda. Las había oído cerrarse todas las mañanas cuando salía a desayunar, todas las noches después de cenar, y por lo general dos veces más entre medio. Cuatro veces al día durante quince años. Aproximadam

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