Poema del Mio Cid (Los mejores clásicos)

Anónimo
Anónimo

Fragmento

Poema de Mio Cid

INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA

1.1. AL-ANDALUS

El siglo XI, siglo en el que nació y murió Rodrigo Díaz (c. 1043-1099) fue un siglo de grandes cambios en la vida política y cultural peninsular. La definitiva desmembración del Califato cordobés en 1031 tras un largo periodo de anarquía desde 1008, año en que murió Abd al-Malik, hijo del gran emir Almanzor, tuvo una gran importancia en esta expansión. Se crearon numerosos principados o taifas alrededor de las ciudades que habían sido capital de provincia del Califato. Para 1140 había unos veintiún taifas, pero entre ellas, las más importantes eran las de Zaragoza, Sevilla, Granada, Badajoz, Toledo y Valencia. Los soberanos de los reinos de taifas favorecieron la actividad cultural y se rodearon de poetas, cronistas, filósofos, científicos, médicos e incluso arquitectos que diseñaron sus palacios y jardines. Sevilla llegó a tener en ese tiempo uno de los anfiteatros más grandes del mundo, lamentablemente destruido en el siglo XVIII. De esa época datan las primeras jarchas conservadas, y en ese tiempo vivía Ali ben Hazm de Córdoba, el famoso autor del Collar de la paloma. Muestra del arte andalusí de ese siglo son los restos magníficos de orfebrería, cristal, cerámica, marfil, mármol y madera. Tuvo también mucha importancia la industria textil. Los tejidos de seda fueron famosos y muy codiciados por los reyes cristianos, que gustaron de vestir a la musulmana. Incluso los obispos apreciaban las sedas andalusíes, como muestra el fragmento de una magnífica vestidura de seda, hoy guardada en el Museo de Bellas Artes de Boston y que perteneció a Pedro, obispo de Osma, que murió en 1109 y fue venerado como santo. La erudición de los escritores andalusíes, muy superior a la cristiana de ese momento, la practicaban los mismos soberanos. Por ejemplo, al-Muzaffar, rey de Badajoz que reinó entre 1045-1068, recopiló una obra, hoy perdida, de cincuenta volúmenes sobre materias tan diversas como historia, literatura, ciencia y arte; al-Mutamin de Zaragoza fue autor de un tratado de matemáticas; al-Mamun de Toledo fue un gran mecenas y bajo su patrocinio hizo construir al famoso astrónomo al-Zarqal un reloj de agua maravilloso. Se dice que Alfonso VII mandó a sus sabios que lo desarmaran para ver su funcionamiento, pero que lamentablemente no supieron reconstruirlo.

La comunidad judía de Al-Andalus contaba con una élite muy significativa en las letras, en las ciencias y en la política. De hecho, los judíos consideran los siglos XI y XII como la Edad de Oro de la comunidad sefardita en Al-Andalus. Varios tuvieron puestos destacados en el gobierno en las taifas de Granada, Sevilla, Zaragoza, Valencia y Almería. Entre los que obtuvieron puestos de confianza destaca Samuel Ha-Nagid, que fue un gran erudito y también primer ministro del reino de Granada hasta su muerte en 1056, en que le sucedió en el puesto su hijo José; también influyente en la política y en las letras fue Ibn Nagrela, que además de ser visir y líder militar fue un gran polemista del Talmud, y también poeta y autor de varios tratados filológicos; Salomón Ben Jehuda Ben Gebirol (Avicebrón) fue un famoso filósofo y poeta nacido en Málaga y educado en Zaragoza donde vivió y murió alrededor de 1057; el famoso tudelano Judah Halevi fue médico y poeta de la corte cordobesa. Todos escribieron en lengua árabe, pero varios también utilizaron la lengua hebrea para escribir su poesía, empresa muy difícil porque esa lengua desde hacía siglos había dejado de ser una lengua hablada. La culminación de la cultura judía llegó en el siglo siguiente con el gran Moisés Maimónides, autor del famoso libro Guía de los perplejos y también autor de numerosos tratados de medicina que fueron textos obligatorios en las facultades de medicina europeas hasta el Renacimiento.

1.2. LOS REINOS CRISTIANOS

El siglo XI fue para los cristianos un período de gran agitación política y social. La sociedad cristiana era una sociedad centrada en la guerra, poco refinada. Las obras de arte que han sobrevivido son de arte religioso. Entre ellas sobresalen las iluminaciones del Apocalipsis del Beato de Liébana que hace Facundo para Fernando I y su mujer Sancha o las magníficas pinturas de la iglesia de San Isidoro que este mismo rey manda hacer tras el traslado de las reliquias del santo a León en 1063. Sin embargo, la sociedad cristiana era una sociedad fundamentalmente preparada para la guerra y la cultura, todavía en el siglo XI, se refugiaba en los monasterios.

La fragmentación del califato fue crucial en el afianzamiento de las monarquías cristianas y en su expansión hacia el sur. En la primera mitad del siglo se fundan dos reinos que con el tiempo llegarán a dominar al resto: Castilla y Aragón, cuyos monarcas proceden del linaje navarro. Fernando I, hijo del rey Sancho III el Mayor de Navarra, conde de Castilla desde 1029, elevó el rango del condado a reino en 1037, apenas dos años después de la muerte de su padre. Su hermano bastardo heredó en 1035 el condado de Aragón, que también elevó a la categoría de reino. La dispersión de los territorios sobre los que había dominado el navarro Sancho III, que además de los ya mencionados incluían el propio reino navarro y el reino de León, fue en parte reunida por Fernando tras la derrota y muerte que infligió a su cuñado Vermudo III en 1037. Pocos meses después, en 1038 fue coronado rey de León. La entronización de la dinastía navarra en los reinos de Castilla y León y la debilidad y desunión de los reinos de taifas fueron fundamentales en la extraordinaria expansión territorial de Castilla y León y en las cambiantes relaciones entre la nobleza y la monarquía.

La favorable situación que se abrió con el nacimiento de los reinos de taifas dio lugar al auge de los señores de la guerra, nobles que ponían sus ejércitos al servicio del rey y aspiraban a través de la guerra incrementar el favor real y su patrimonio. Para muchos estudiosos Rodrigo Díaz representa este modelo de caballero de fortuna, que algunos consideran mercenario (Torres-Sevilla, 2000, p. 31). Ciertamente, la nueva dinastía introdujo cambios en la política y en la economía. Fernando I inició una política de protección de los gobernantes musulmanes a cambio del cobro de las parias. Así, obtuvo tributos anuales de los reyes de Zaragoza, Toledo, Sevilla y Badajoz, que eran las taifas más poderosas. Su hijo Alfonso VI consiguió mantener el cobro de esas parias y extenderlas a las taifas de Granada y Valencia. La expansión territorial de la monarquía castellano-leonesa en estos años culminó con la conquista de Toledo en 1085. Alfonso VI alcanzó con esta victoria la cumbre de su poder, denominándose emperador de las dos religiones, musulmana y cristiana. Sin embargo, la conquista de Toledo tuvo como consecuencia inmediata la llegada a la Península de tropas Almorávides, que al mando de Yûsuf Ibn Tasufin intentaron recobrar Toledo. Aunque esto no les fue posible, consiguieron parar el avance territorial de Alfonso tras derrotar a su ejército en la batalla de Zalaca (1086). Las taifas de Zarago

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