Perdono pero no olvido

Jaime Jaramillo

Fragmento

¿Alguna vez te has preguntado cómo llegan a influir los pensamientos que tienes en tu cuerpo y en tu salud? La verdad es que nunca nos enseñaron la gran importancia que este tema tiene en nuestra vida, por lo que la gran mayoría de personas no les prestan atención a los pensamientos que pasan por su mente, lo que hace que fácilmente se dejen llevar por la angustia, el estrés, los rencores, los resentimientos y las envidias, permitiendo que muchas situaciones las desgasten y les generen pensamientos y emociones negativos.

Cuando se crea un pensamiento negativo, inmediatamente se tienen unas reacciones físicas, ya que esos pensamientos y emociones que se derivan crean una reacción bioquímica en el cerebro que envía señales al resto del cuerpo. Es por esto que los pensamientos negativos pueden generar molestias físicas, haciendo que la salud se vea afectada.

Lo más maravilloso, aunque muchas personas no lo crean, es que tenemos la capacidad, una vez la descubramos y entrenemos nuestro cerebro, de definir cómo queremos ver las situaciones que pasan por nuestra vida, definiendo lo bueno y lo malo de eso que sucede, lo que nos convierte en responsables de la connotación positiva o negativa que queramos darle a cada cosa que nos ocurre cada día.

Entonces, para aprender a manejar los más de 70.000 pensamientos diarios en promedio que tenemos, los cuales en su mayoría son repetitivos, negativos y destructivos, debemos comenzar a entrenar nuestra mente a través del hábito de la focalización y la atención plena, lo que nos ayudará a tener consciencia de esos pensamientos y, así, lograr que ellos no nos perturben, ni interfieran negativamente en nuestro estado emocional, y que tampoco afecten nuestra salud.

El virus letal del rencor y el resentimiento

El rencor deforma tu percepción de la realidad

Hace varios años enfrenté uno de los mayores sustos que la vida me ha dado, cuando el peligro de muerte me mostró con lujo de detalles, una vez más, nuestra fragilidad, y entonces entendí que nuestra supuesta seguridad, a la que tanto nos aferramos, con la que tanto nos desgastamos, y a la que por todos los medios posibles queremos tener bajo nuestro control, no existe, es una ilusión pasajera, porque tarde o temprano partiremos a la eternidad. Después de ese día, solo puedo darle gracias infinitas a Dios por haberle dado a mi hija Alejandra una nueva oportunidad de vida.

Ella nunca imaginó al levantarse que en aquel día soleado, tranquilo y hermoso podría llegar a suceder aquello que solo estaba acostumbrada a ver en películas de terror, donde lo único que se nos ocurre pensar, es que gracias a Dios no somos los protagonistas. Pero ese día, que quedará guardado dentro de sus recuerdos por siempre, como la pesadilla que nunca debió haber sucedido, le mostró que todos somos vulnerables y podemos ser fácilmente víctimas de la maldad, fruto de la inconsciencia del ser humano.

Mientras Alejandra vivía esta pesadilla, yo me encontraba disfrutando de una de mis sesiones de meditación, y nunca imaginé que ella estaba siendo presa de un ataque vil y aterrador, donde no solo la amarraron, golpearon y amordazaron, sino que le hicieron cuatro heridas con un cuchillo de sierra en su cara, cuello, mano y pierna derecha, mientras estaba mostrando una de las casas de nuestra fundación Niños de los Andes a unas personas que aparentaban estar muy interesadas en comprarla. Los atacantes, al final, la dejaron muy herida y golpeada, encerrada en un cuarto de la casa, mientras abandonaban con rapidez el lugar, robándose su carro y todas sus pertenencias.

Físicamente impedida y aún llena de miedo de pensar que los asaltantes podían regresar, se arrastró con un gran esfuerzo durante 15 minutos hasta lograr llegar a la puerta principal de la casa, y por un vidrio roto comenzó a tratar de gritar para que alguien la ayudara. Las personas que pasaban por allí la podían ver arrodillada, amordazada e indefensa, pero llenas de miedo, e indiferentes, seguían de largo. Por fin, solo un vecino se apiadó y llamó a la Policía, la rescataron del lugar y la llevaron en la patrulla hasta una de las sedes de la Fundación.

Cuando escuché por el teléfono la voz entrecortada y temblorosa de mi hija, pero en medio de todo calmada, para no matarme del susto, explicándome que la habían atacado, que estaba herida, sangrando en exceso y le habían robado el carro, salí de inmediato a interceptarla en el camino para llevarla hasta la clínica. Yo trataba de llegar a su encuentro, pensando solo en cuánto tiempo iba a durar sin desangrarse y esperando encontrarla con vida. En ese momento, llegaron a mí miles de pensamientos, imaginando si su carita iba a estar desfigurada, si podría quedar inválida, si su espíritu se iba a arrugar después de esto; en fin, fueron instantes salvajes, donde cada vez que hablaba con ella solo me preguntaba dónde iba, cuánto me faltaba para llegar, y yo, metido en el tráfico infernal de Bogotá, solo acataba decirle que ya estaba llegando, ¡que resistiera!

Al fin llegamos a la Clínica del Country, en el norte de la ciudad, donde le hicieron las respectivas curaciones antes de entrar a sus cirugías plásticas en la cara, el cuello, la mano y la pierna derecha.

Cuando observaba a mi niña retorcerse del dolor en urgencias, experimenté un sentimiento frustrante de impotencia, al entender que no había nada que yo pudiera hacer por ella, solo le podía dar gracias a Dios por haberme permitido estar allí y ver que aquellos seres tan oscuros no pudieron apagar la vida de esta hermosa mujer de 28 años, que estaba llena de sueños e ilusiones. Y mientras la acompañaba, le preguntaba a Dios y reflexionaba hacia mi interior: ¿por qué le pasó esto a ella y no a mí? ¿Por qué, si toda mi vida la he dedicado a ayudar de manera incondicional a todos estos seres que viven en la oscuridad —y también mi hija estaba en ese mismo camino de solidaridad y ayuda—, nos tenía que pasar esto? ¿Por qué trataban de truncarle sus sueños? ¿Qué tenemos que aprender de esta lección? ¿Cómo lograríamos perdonar y recordar sin rencor este día y a quienes la atacaron sin compasión ni misericordia?

En esos momentos enfrenté una lucha interior muy grande porque, por un lado, sentía que ellos debían pagar y sufrir implacablemente por el crimen que habían cometido contra mi hija; pero, por otro lado, sentía que eran seres que estaban en la oscuridad, seres a los que yo siempre había elegido ayudar a que encontraran la luz, a pesar de sus fechorías, por lo que no podía atacarlos o vengarme. En esta lucha interior permanecí mucho tiempo: escuchaba una voz que me decía que dejara de ayudar a los demás, que no valía la pena continuar ayudando a tantos seres que estaban en la oscuridad, que había desperdiciado más de cuarenta años de mi vida en una misión que no tenía sentido; otra voz me decía que esto era una señal divina, un indicador de que debía seguir luchando por todos esos seres que están viviendo en la oscuridad, para que otras personas no tuvieran que sufrir en carne propia el dolor que mi hija y yo estábamos experimentando.

Por fin, días d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist