LA MUJER DE LOT
Pero la mujer de Lot miró hacia atrás y se convirtió en una columna de sal.
Génesis
Y el justo siguió al enviado de Dios,
enorme y luminoso por el negro monte.
Pero alto a la mujer el ansia habló.
No es tarde, puedes aún mirar al horizonte:
las rojas torres de tu natal Sodoma,
la plaza en que cantaste, el patio donde hilabas,
las ventanas vacías en la casa que asoma,
donde al amado esposo hijos dabas.
Y miró y, paralizada de un dolor mortal,
sus ojos contemplar ya no pudieron;
y su cuerpo se hizo de transparente sal
y sus ágiles pies en la tierra crecieron.
¿Quién por esta mujer irá a llorar?
¿No es ella la menor de las pérdidas dadas?
Solo mi corazón no va a olvidar,
a quien la vida entregó por una mirada.
Cómo iba a saber cuando de blanco vestidas
a mi estrecho refugio las musas llegaron,
que en la lira para siempre empetrecida
mis manos vivientes aquellas posaron.
Cómo iba a saber cuando jugando
la última tormenta por mi alma venía,
que al mejor joven sollozando
los ojos aguileños cerraría.
Cómo iba a saber cuando, del éxito cansada,
del admirable destino tenté la suerte,
que pronto la gente reiría despiadada
en respuesta a mi suplicar ante la muerte.
A libertad huele la dulce miel,
el polvo – a la luz dorada,
a violetas – la boca fiel,
pero el oro – a nada.
Como el agua huele la reseda
y a manzana el amor,
pero para nosotros siempre queda
que de la sangre es a sangre el olor.
En vano el gobernador de Roma
lavó las manos ante todo el pueblo,
al clamor de plebe siniestro
y la reina de Escocia
sus estrechas palmas en balde
secó de rojas gotas
en la oscuridad del palacio sofocante.
EL ÚLTIMO BRINDIS
Yo brindo por la casa arruinada,
por la vida que sufrí,
por la soledad a dos llevada,
y también por ti –
por la mentira de labios traicioneros,
por tus ojos fríos de muerte,
por el mundo cruel y grosero,
por Dios que no asignó la suerte.
Guardé de ti mi corazón
como si al Neva lo echara…
sin alas y sin pasión
vivo ahora en tu morada.
Mas… de noche oigo crujidos
– qué es eso – en la oscuridad.
¿El susurrar de los tilos
o los duendes del hogar?
Cautelosamente entran
como el agua que murmura,
al oído ardiente se pegan,
negro son de desventura.
Y murmuran como si
toda la noche
brincaran aquí:
«¿No querías comodidad,
ahora sabes dónde está?».