Contenido
Portada
MARTES
In space...
1. The magnificent seven
2. Hitsville UK
3. Junco partner
4. Ivan meets G.I. Joe
5. The leader
6. Something about England
7. Rebel waltz
...No one...
8. Look here
9. The crooked beat
MIÉRCOLES
10. Somebody got murdered
11. One more time
12. One more dub
13. Lightning strikes (not once but twice)
14. Up in heaven (not only here)
...Can...
15. Midnight to Stevens
16. Corner soul
17. Let’s go crazy
JUEVES
18. If music could talk
19. The sound of sinners
...Hear...
20. Police on my back
21. Midnight log
22. The equaliser
23. The call up
24. Washington bullets
VIERNES
25. Broadway
...You...
26. Lose this skin
27. Charlie don’t surf
28. Mensforth Hill
29. Junkie slip
SÁBADO
30. Kingston advice
31. The street parade
...Clash!
32. Version city
DOMINGO
33. Living in fame
34. Silicone on sapphire
35. Version pardner
36. Career opportunities
37. Shepherds delight
LUNES
38. EPIC E3X 37037
39. FSLN I
40. Every little bit hurts
41. Stop the world
Créditos
Pues busco equivocarme cada vez que deseo,
si logro así saber lo que quiero tener.
JOHN DONNE
MARTES
¿Cómo podemos vivir sin lo desconocido delante de nosotros?
RENÉ CHAR
In space...
Le llaman Sandino, pero ése no es su nombre. Es un mote. Fue una broma y hoy es quizá una capa de mago. Sandino es el recuerdo de una lealtad. De una banda, de un disco triple, de tener diecisiete años. Sandino es una torpeza porque él ya sabía que el tiempo no iba a demostrar que ese disco era mejor que su predecesor.
A medida que uno envejece necesita más su verdadero nombre, el que le dicen después de amarle o maldecirle, el que uno heredó porque sus padres lo eligieron para él y sólo para él.
A veces has de recordar que te llamas Jose y no Sandino.
Jose y no José.
Jose. Jose. Jose.
Sandino.
A Sandino no le gusta conducir, pero es taxista.
El taxista triste, el taxista mujeriego, el taxista bueno.
Desde la terraza elevada de la Casa Usher, la vieja torre de sus padres, quince metros encaramados sobre el pasaje Arco Iris, en lo alto del Guinardó, Barcelona es una ciudad perfectamente posible sin Gaudí ni Plan Cerdà. Enfrente quedan las tres chimeneas de Sant Adrià, a un lado Santa Coloma, el Heron City, un edificio con una pintada pidiendo PAU para todas las guerras, y al otro lado Barcelona acaba en la torre Agbar, tapado el resto de la ciudad por la montaña sobre la que queda la iglesia de los Monjes Camilos, quienes tanto te inyectaban una vacuna como te programaban a doble sesión Bruce Lee y Hermano sol, hermana luna. Y enfrente, el mar como horizonte. Sandino, más que recordarla, tiene esa línea tatuada por dentro de los párpados. Violeta, añil, azul, negro, rojo, pero siempre tenso el horizonte como un sudario que alguien estirara de uno y otro extremo sin nunca conseguir desgarrarlo.
El taxista melancólico, el niño triste, el taxista solitario.
Mirando desde esa terraza, de crío, la ciudad contenía todo lo que le iba a pasar en la vida. Allí, en esos edificios, vivían y dormían la mujer que le amaría, amigos y enemigos. En esas calles pasaría todo lo que aún no había sucedido. Su vida encerrada en una cápsula con todos los tiempos sucediéndose al unísono. Sandino veía sin poder tocar. Debería bajar a por ello. A por los regalos, los besos, a beberse el veneno y el licor.
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The magnificent seven
Los motivos que llevaron a Sandino a acabar realizando el mismo trabajo que habían hecho su padre y su hermano podrían resumirse en que nunca tuvo mucho talento para lo que le interesaba y nunca le interesó lo más mínimo aquello para lo que quizá tuviera talento. El mundo de Sandino estuvo siempre hecho de canciones, libros, películas y personas a las que, inconscientemente, integraba en un universo de ficción con papeles importantes o de reparto, argumentos pueriles, divertidos o extremos, pero que siempre acababan bien y sin cicatriz y que, es de suponer, eran su vida real.
La crisis lo arrojó a la intemperie en su anterior trabajo y su hermano le cedió de manera ilegal la licencia, para montar él una empresa de no se sabe muy bien qué en no se sabe muy bien dónde. El hermano de Sandino se llama Víctor y todo el mundo le llama Víctor. No hay mote para Víctor. En el instituto le llamaban maricón y Sandino le defendía a su manera: inventando para el agresor un mote denigrante y que se hacía popular de inmediato, aislándolo, o si era preciso, con los puños, en una de esas peleas con sabor a saliva, arena y pullover.
Pero maricón no es un mote. Sandino, sí. Pecas, ése también es un mote: Jose, Sandino, Pecas.
A Sandino no le gustan especialmente los automóviles, pero no puede dejar de sentir placer cuando, como ahora, circula de madrugada, apretando un poco demasiado el embrague, girando, frenando, acelerando como quien desliza un dedo por un imposible tobogán de miel caliente, consumiendo semáforos en verde, ámbar, rojo, qué más da a esas horas. La máquina híbrida de su Toyota, como un latido en el interior de una garganta eléctrica, es inmune a cualquier catarro y a cualquier avería.
Ese coche es un animal que hará cualquier cosa que le mandes, Sandino.
Ese automóvil moriría por ti, Sandino, si fuera preciso.
Condujo casi en blanco hasta la playa. No pensó en nada ni en nadie. Sólo escenas como puertas a habitaciones con otras puertas y en ninguna hubo nada digno de anclar su atención, pintar el blanco de otro color.
Cierra el taxista los ojos. Ha llegado pero, de momento, no sale del coche.
Lou enciende un cigarrillo, tose, presenta la canción. Con él está Cale al piano. Enero del 72. Luego aparecerá, como un fantasma, Nico. Todos son fantasmas en esa grabación. Es París. París está lleno de fantas