Mirabella 4 - Mirabella y el bosque de las brujas

Harriet Muncaster

Fragmento

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—¿Has metido en la maleta tu varita de hada, Mirabella? —me preguntó papá cuando estábamos todos en la puerta de casa esperando a mamá.

—Pues… creo que se me ha olvidado —respondí.

Papá suspiró. Papá es un hada, y siempre quiere que utilice mi varita más a menudo, pero la verdad es que prefiero hacer magia de bruja, ¡como mamá! Me siento más bruja la mayoría del tiempo, aunque técnicamente soy mitad hada también, igual que mi hermano Wilbur.

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—Todavía tienes tiempo para ir a buscarla —dijo papá, echando un vistazo a su reloj—, y de paso le dices a mamá que se dé prisa. ¡No quiero llegar tarde al hotel! Estará cogiendo todas sus lociones y pociones.

Mamá y papá tienen su propia empresa de cosméticos: hacen cremas ecológicas para la cara, perfumes y barras de labios. Mamá puede pasarse el día entero en su Torreón de Bruja experimentando con ingredientes ¡y a veces es difícil hacer que pare!

—Vale —dije.

Subí corriendo con mi mascota, la dragoncita Violeta, revoloteando detrás de mí. Sentí un hormigueo de emoción en la tripa. Nos íbamos de vacaciones a una casita en un árbol, dentro de un balneario de brujas que hay en las montañas, con todo incluido. Íbamos a tener jacuzzi, con forma de caldero burbujeante, y en el hotel había un parque de atracciones acuático, ¡con tobogán de espiral! ¡Qué ganas!

—¡Mamá! —la llamé mientras pasaba a toda velocidad por delante de su habitación—. ¡Papá dice que corras!

—¡Bajaré en un minuto! —gritó mamá.

Entré en mi cuarto derrapando y busqué la varita de hada. A lo mejor sería útil… Podía usarla para crear comida de hadas, cuando saliéramos del hotel. Está mucho más buena que la de brujas.

Al final, encontré mi varita y la saqué del fondo del baúl de mis juguetes. Mientras lo hacía, miré melancólicamente mi kit de pociones de viaje, que estaba colocado con orgullo en mi mesilla de noche. Le había prometido a papá y a mamá que lo dejaría en casa.

—¡Siempre hace que te metas en líos, Mirabella! —había dicho mamá—. A papá y a mí nos gustaría tener un descanso estas vacaciones. Puedes traer tu varita de hada, pero nada de magia de brujas. Es demasiado imprevisible.

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Así que había prometido que lo dejaría en casa. Y había prometido portarme muy bien durante todas las vacaciones. Y lo había dicho muy en serio.

Miré mi varita de hada y luego mi kit de pociones de viaje. ¿Qué mal podía hacer si me llevaba los dos? No hacía falta que papá y mamá lo supieran. Me metí el kit de bruja bajo el jersey y corrí por las escaleras sacudiendo la varita mágica.

—¡La tengo! —le dije a papá, y me agaché rápidamente, montando un numerito al abrir la cremallera de la maleta para ponerla dentro, pero metiendo también disimuladamente mi kit de bruja.

—¡Bien! —dijo papá frotándose las manos—. Ya ha llegado también por fin mamá. Vámonos. ¡Tengo muchas ganas de ir a ese bosque tan lleno de encanto y empaparme de esa preciosa naturaleza!

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El viaje en coche al bosque en las montañas se hizo eterno. A papá le preocupa tanto conducir que siempre va lentísimo, así que se formó un atasco de coches que tocaban el claxon.

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—¡Tendrías que haberme dejado conducir a mí! —refunfuñó mamá, sentada en el asiento delantero, pintándose los labios de morado oscuro—. ¡A estas horas ya habríamos llegado!

—De ninguna manera —dijo papá—. ¡Conduces como una loca!

Mamá resopló, pero yo en secreto me alegré de que nos llevara papá en vez de mamá, aunque fuéramos a paso de tortuga. Mamá puede ser bastante… terrorífica al volante.

La verdad es que ninguno de los dos conduce bien. No practican mucho, porque si necesitan ir a alguna parte normalmente van volando. Papá tiene alas de hada y mamá tiene escoba.

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Por fin empezamos a atravesar campos, por carreteras estrechas y serpenteantes. El paisaje tenía ya bastantes colinas, y vi las montañas a lo lejos.

—¡Ah! —dijo papá—. ¿No es maravillosa la naturaleza?

—¿Falta poco? —pregunté.

—Sí, falta poco —respondió mamá.

Wilbur no dijo nada. Estaba totalmente absorto en su libro de Sopas de letras para magos. Apreté la nariz contra la ventanilla mientras nos acercábamos a las montañas. Pronto pasamos con el coche por carreteras con abetos a los lados, y el ambiente se volvió un poco más oscuro y estremecedor. Papá encendió los faros, aunque todavía era por la tarde.

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—¡Ohhh! —exclamó mamá, frotándose las manos contenta—. ¡Esto ya parece embrujado!

—Sí, ¿verdad? —dijo papá un poco nervioso—. ¡Ah, ya hemos llegado! —Salió de la carretera y aparcó. Todos salimos del coche con muchas ganas. Justo delante de nosotros había un enorme edificio de madera con tejados puntiagudos que tenían forma de sombreros de brujas.

—¡El Gran Hall! —dijo mamá—. Aquí es donde está la oficina principal y el restaurante. ¡Iré a registrarnos y luego podemos ir a buscar nuestra casita en el árbol!

Mamá se fue al Gran Hall mientras Wilbur, papá y yo esperábamos en el aparcamiento. A lo lejos, se oían débilmente risas de brujas, y un fino rastro de humo subía en espiral hacia el cielo desde algún lugar. Papá se estremeció.

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—Esto es un poco más escalofriante de lo que me imaginaba —dijo—. ¿Dónde están las flores y los cachorritos dando brincos? Los árboles me parece que son demasiado oscuros y larguiruchos.

—Es un balneario de brujas —le recordé.

—Fíjate solo en la naturaleza, papá —dijo Wilbur, dándole una palmadita en el hombro.

Mamá no tardó mucho en volver, haciendo tintinear un manojo de llaves.

—Tenemos que seguir el sendero del bosque —dijo—. ¡Y es el sexto árbol a la izquierda! ¡Venga, vamos!

Abrió el maletero del coche y se puso a sacar nuestras maletas mientras papá cerraba los ojos y tomaba aire profundamente.

—Toda la

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