El ayuno contra el cáncer

Valter Longo

Fragmento

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Aviso al lector

Se ha hecho todo lo posible por garantizar que la información recogida en este volumen, incluso la de carácter divulgativo, estuviera revisada y actualizada en el momento de la publicación. No puede responsabilizarse al autor ni al editor de posibles errores u omisiones, ni del uso inadecuado y la comprensión equivocada de la información proporcionada en este volumen, así como tampoco de las consecuencias nocivas para la salud, la economía u otras sufridas por quienes, individuos o grupos, hayan actuado interpretando a su manera las informaciones de este libro. Ninguna recomendación u opinión de esta obra pretende sustituir el criterio del médico. Si el lector está preocupado por su estado de salud, debe acudir a una consulta médica profesional. Todas las opciones y decisiones terapéuticas debe tomarlas con la ayuda de su médico, que dispone de los conocimientos y las competencias adecuadas para ello, incluidos los datos fundamentales de su paciente. Este libro tiene un cometido divulgativo y en ningún caso debe usarse como referencia para cambiar por propia iniciativa un tratamiento prescrito por un médico.

La información sobre las medicinas y/o los componentes afines, sobre su uso y su seguridad evoluciona continuamente, está sujeta a interpretación y debe evaluarse con arreglo a la peculiaridad de cada paciente y de cada situación clínica.

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Prólogo

Alessandro Laviano

Profesor de Medicina Interna en el Departamento de Medicina de Traslación y Precisión de la Universidad La Sapienza de Roma

En 2012 la que en opinión de muchos es la revista de medicina más importante, New England Journal of Medicine, me pidió que comentase un artícu­lo científico sobre modelos experimentales de neoplasia, es decir, de un crecimiento anómalo de células que pueden ser benignas o malignas. El artícu­lo en cuestión demostraba que el uso racional y programado del ayuno era capaz de reducir el crecimiento de las células tumorales y aumentar la sensibilidad a la quimioterapia. En especial, los editores del New England Journal of Medicine querían saber si los resultados obtenidos en ratones y células neoplásicas también podrían obtenerse, tarde o temprano, en los pacientes oncológicos. En pocas palabras, me pedían que leyera el futuro en una bola de cristal, pero una bola con mecanismos complejos vinculados al metabolismo y al sistema inmunitario. Habían llegado a mis oídos las investigaciones en este campo, sobre todo las del grupo que las lideraba, bajo la dirección del profesor Valter Longo. Aquello me dio ocasión para estudiar con más detenimiento los motivos y los mecanismos de esta forma tan innovadora de gestionar la enfermedad neoplásica.

Debo confesar que el enfoque clínico era bastante reacio a incluir el ayuno o la dieta que imita el ayuno en la gestión de los pacientes oncológicos. Por regla general, los médicos, incluidos los oncólogos, hemos recibido una formación «farmacocéntrica», nos centramos, por así decirlo, en el uso de fármacos para combatir las enfermedades; conocemos poco los poderosos efectos metabólicos del alimento y el ayuno, de modo que nos cuesta mucho admitir su papel en la gestión del paciente con cáncer. Mi formación clínica y científica, además, está enfocada a la prevención y el tratamiento de la malnutrición del paciente oncológico. De modo que, a primera vista, se diría que mis competencias clínicas y científicas no solo son ajenas a la práctica del ayuno en oncología, sino incluso antitéticas. Aún recuerdo la acogida que recibió el profesor Longo cuando, en 2012, lo invitaron al congreso de la Sociedad Europea de Nutrición Clínica y Metabolismo, celebrado en Barcelona. No estuve presente durante su intervención, pero me llegaron ecos de discusiones enconadas en la sesión abierta a preguntas. Quizá fuera este uno de los motivos por los que el profesor Longo no participó en la cena social celebrada esa noche, temiendo que le echaran en el plato algún fármaco catártico (averigüe el lector de qué se trata; en realidad Valter siempre me dijo que si no participó fue simplemente porque perdió la invitación).

La ciencia, sobre todo la médica, avanza con hipótesis, verificaciones y posibles aciertos. Lo cual significa que no puede haber dogmas válidos para siempre en cualquier parte del universo. Solo en física se pueden enunciar leyes universales. Así que la mejor manera de hacer avanzar la ciencia médica, y con ella la salud de los enfermos, es no aceptar el concepto del ipse dixit, de una autoridad inflexible e inmutable, sino adoptar siempre una actitud curiosa y crítica ante cualquier evidencia, por sorprendente e inverosímil que parezca. Al releer con esa actitud el artícu­lo que me había puesto delante el New England Journal of Medicine, dos cosas me parecieron claras: 1) las pruebas científicas presentadas eran muy sólidas; 2) en el largo itinerario clínico del paciente oncológico se puede presumir una sinergia entre protección del estado nutricional y ciclos de ayuno o dieta que imita el ayuno, con la primera actividad dirigida a poder aplicar la segunda con seguridad. Mi conclusión, por lo tanto, estuvo imbuida de «cauto optimismo» y confianza en los estudios clínicos que se estaban llevando a cabo para probar la eficacia del ayuno y la dieta que imita el ayuno.

Han pasado casi diez años, y el papel del ayuno y la dieta que imita el ayuno en la gestión del paciente oncológico ya no es un tema tabú. Los estudios experimentales de años anteriores se han confrontado con datos clínicos obtenidos tanto en personas sanas como en pacientes oncológicos. Algunos centros oncológicos ya se plantean integrar la terapia metabólica en la terapia tradicional, por lo menos para algunos tipos de cáncer. Además, el escenario general de la lucha contra el cáncer se ha vuelto más complejo y requiere estrategias innovadoras. Parece evidente que muchos fármacos antineoplásicos, es decir, antitumorales, poseen menos eficacia de la que demostraron en los estudios realizados para pedir la aprobación de las autoridades reguladoras (como la FDA, Food and Drug Administration en Estados Unidos, o la EMA, la Agencia Europea de Medicamentos en Europa), encargadas de dar el visto bueno a todos los fármacos antes de ser comercializados. Muchos de los nuevos fármacos son sumamente caros, por lo que resulta crucial conocer su eficacia. Por último, si bien las estadísticas recientes señalan una reducción progresiva de la mortalidad por cáncer, también ponen de manifiesto un aumento contemporáneo de la discapacidad debida al cáncer y, quizá, a la terapia. Este panorama vuelve a poner en primer plano la importancia de la calidad de vida, un parámetro que suele obviarse o infravalorarse en la aprobación de nuevos

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