Sin gais no hay paraíso

Javier Ramírez

Fragmento

Sin gais no hay paraíso

Cuando Natalia Jerez, mi editora, me dijo que estaba trabajando en un libro en el que un influenciador de redes sociales, abiertamente gay, contaba su historia, me ganó la curiosidad y enseguida lo busqué en internet. Quería saber más del joven que se atrevía a hablar de un tema que aún sigue siendo motivo de sistemática discriminación. Sin conocerlo, ya lo admiraba. Exponer la propia vida al público es arriesgado; a fin de cuentas, es una invitación abierta a un juicio sobre lo privado. Cuando, además, el centro de gravedad de esa vida, de donde se desprende el sufrimiento y, en consecuencia, el crecimiento, puede ser rechazado por una sociedad bañada en el miedo y la ignorancia, la exposición se convierte en un acto heroico. Esos actos son el arte de Javier, y fue lo que observé en su contenido de redes: movimientos permanentes que lo fueron desacomodando de una vida miserablemente cómoda para alcanzar una vida libre y honesta, que le permite aceptarse tal como es.

A los pocos días de mi conversación con Natalia, como un acto providencial, recibí un mensaje de ella, indagando sobre la posibilidad de que yo prologara este libro. No lo dudé ni una fracción de segundo, porque tuve el pálpito instantáneo de que sería un relato que me devolvería la esperanza de vivir en un mundo en donde la diversidad pueda reconocerse como insignia de la humanidad.

Leer la historia de Javier fue recorrer una vez más mi vida, esta vez sin apuros. Fue como si los dos hubiéramos transitado el mismo camino, como si alguien hubiera pintado un solo trazo para que lo camináramos en distintos tiempos. Yo también me pregunté si nací gay; crecí rodeada de heterosexuales; recuerdo como si fuera ayer el primer beso con una persona de mi mismo sexo, esa sensación de alcanzar el cielo por varios minutos, y después ser incapaz de comentar qué fue lo que ocurrió; también, cuando creo que todo va bien, y que a nivel profesional no importa con quién me acuesto o a quién amo, me encuentro de frente con la homofobia como una compañera de vida; también pensé, fruto de mi ignorancia, que los bisexuales eran unos gais faltos de aceptación; también reconozco que la aceptación es un proceso en el que debo continuar trabajando, y también conté con el amor incondicional de una persona que, como la mamá de Javier, me ha hecho sentir todos los días, con sus actos y con sus palabras, que soy el ser más extraordinario que existe en el mundo, tal y como soy: mi hermano Manuel. La magia de Javier consiste en su capacidad de articular con palabras precisas esta historia común a muchos. Estoy segura de que quienes descubrimos que nos atraen personas del mismo sexo nos identificamos con sus vivencias, miedos y, por supuesto, prejuicios, porque todos somos humanos.

El libro nos interna en un diario repleto de detalles, de sueños, de reflexiones, de sufrimientos, que paulatinamente nos guían hacia la esperanza de que más temprano que tarde reconoceremos que la humanidad es plural, o diversa, como dice Javier. Pero él sabe que desmontar los prejuicios no es fácil, que la desinformación está desbordada y hostiga al miedo, convirtiéndolo en odio y rechazo. Por eso, con maestría, nos formula preguntas para mí inéditas, como, por ejemplo, si defendería a un trans que ha sido expulsado por un cura en una iglesia. ¡Nunca había siquiera pensado en esta situación! Javier, con sus palabras, transmite la crueldad de la discriminación que desde que era un niño se quiso interponer en su desarrollo y lo llevó a retirarse del colegio, hasta el día de hoy, cuando el hecho de ser gay fue la causa directa de perder un contrato a punto de firmarse, y por eso él admite que “ser gay es una carga social”. Me arriesgo a decir que una de las propuestas de Javier es que cuando nos sentimos entrampados entre el éxito, con mentiras, y la aparente derrota, con honestidad, es mejor optar por la segunda, porque es la vía de la purificación de las almas.

Javier busca enseñar con su arte, y lo hace de dos maneras: desde la experiencia y la investigación. En las enseñanzas que transmite con su propio aprendizaje, la mayoría de las veces doloroso, noto un afán derivado de la ilusión de evitarle calamidades y sufrimientos a esta y a futuras generaciones de personas LGBTIQ+, incluso a sus padres y familiares. Creo que este objetivo lo ha llevado a los terrenos áridos de aprender acerca de los tecnicismos de la sexualidad, del género, de la orientación y de la identidad, porque la precisión en esta gama de colores es lo que nos quita el velo de la ignorancia y nos permite derrotar los miedos con conocimientos científicos.

El libro es, sobre todo, una oda a la libertad a la que Javier consagra su existencia, y una invitación a que todos los que queremos ser felices enfrentemos sin hermetismo las inminentes batallas internas para lograr ser libres; de ahí, creo yo, se deriva su última enseñanza, sobre la dependencia afectiva y emocional, porque es la que nos conduce al amor propio, el más importante de todos y el más difícil de alcanzar, porque requiere burlar la pereza innata y trabajar en nosotros mismos sin tregua. Es ahí donde Javier nos pone a quienes hacemos parte de la comunidad LGTBIQA+ con un atuendo aventajado, porque la discriminación rampante y los obstáculos que se originan de ella nos obligan a trabajar en nuestra aceptación, una tarea que nunca cesa, una vez la comenzamos, y que nos lleva entre penurias y alegrías a un mejor conocimiento de nosotros como personas.

Javier nació veinte años después que yo, y el mundo que él nos narra, que está atiborrado de miedos, de ignorancia y de un intento de dominación de quienes creen que son superiores por ser heterosexuales, es exactamente igual al mundo en el que yo nací. La diferencia está en la valentía con que Javier lo asumió, hasta el punto de necesitarse solo a él mismo para ser feliz, porque como él dice, “a veces es mejor hacer las cosas con miedo que dejar de hacerlas por miedo”.

Este libro es para todos aquellos que creemos que la humanidad debe reconocerse como plural, y que albergamos la esperanza de la aceptación de un mundo diverso, incluyente, en donde toda la gama de colores sea reconocida, tal como lo dice Javier: “hay mucho más entre un hetero y un homosexual”. Este libro nos mantiene esa llama de esperanza viva. Y sí, definitivamente, sin gais no hay paraíso.

Sin gais no hay paraíso

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