El tiempo que tuvimos

Cherry Chic

Fragmento

el_tiempo_que_tuvimos-3

1

Grace

Primera firma

Liam ahondó un poco más la tierra con los dedos. Ya podía imaginar cómo iba a enfadarse su madre cuando le viera las uñas negras. Le advertí que era mejor utilizar mi rastrillo, pero el tonto dijo que no porque tenía un lazo rosa. ¿Y qué más daba?

—¡Un rastrillo es un rastrillo tenga los lazos que tenga, Liam! —exclamé con las manos en la cintura.

—Bueno, pero no me gusta tu rastrillo, Grace. Puedo hacerlo solo, ¿ves? Ya casi está.

—Es poco profundo.

—Está perfecto.

—Seguro que, dos minutos después de que lo cubramos, Niall lo encuentra y escarba.

—Entonces no dejes que tu maldito chucho escarbe en la tierra.

—¡Niall no es ningún maldito! ¡Y mis padres dicen que, si vuelves a maldecir, hablarán con los tuyos!

—¡Mis padres dicen que, si tu perro vuelve a escarbarnos la tierra, hablarán con los tuyos!

Fruncí el ceño y lo miré mal. A veces Liam era un idiota, pero era mi mejor amigo, así que tenía que aguantarme. Mamá decía que los chicos a menudo eran un poco bobos y papá siempre se enfadaba cuando la escuchaba. Entonces, ellos discutían y yo me imaginaba que las cosas serían así entre Liam y yo cuando nos hiciéramos mayores.

Entonces no sabía lo que nos deparaba el futuro.

—Niall está triste porque gritas mucho.

Liam miró a mi perro, que estaba lamiéndose sus partes, y sonrió.

—Yo no lo veo triste.

—Tú no lo conoces.

Soltó una risita porque lo conocía. Claro que lo conocía. Éramos vecinos, nuestras granjas estaban juntas, o, mejor dicho, estaban unidas por la valla que separaba las tierras de su familia de las tierras de la mía. Para llegar a su casa, siempre tenía que dar una buena caminata por el campo, pero no me importaba, porque tenía a Niall conmigo y, además, así aprovechaba para saludar al ganado.

—Creo que ahora sí que lo está.

Liam se levantó y se limpió las manos en los pantalones. Sí, su madre iba a matarlo. Para tener ocho años, era un chico alto. Todo el mundo decía que parecía mayor, al contrario de lo que ocurría conmigo. Todo el mundo decía que era una pequeña adorable.

Odiaba ser pequeña y adorable.

¡Quería ser como Liam! A él siempre le decían los mejores piropos. Él era el chico fuerte y yo la princesita. Él iba a hacerse cargo de todo el legado de la familia O’Callaghan y yo seguro que ayudaría a mamá en sus quehaceres. Arg. Ser una chica era un rollo. O a lo mejor era porque Liam era el hermano mayor y yo era la tercera. Ser la tercera era horrible. No podía estrenar mucha ropa, salvo los vestidos que me ponía el día del solsticio, y mamá y papá estaban tan ocupados que, al final, quienes más me mandaban eran mis hermanos mayores: Ollie, que tenía nueve años y Aidan, que tenía doce y se pensaba que ya era adulto y podía darle órdenes a todo el mundo.

En ese sentido, Liam había tenido muchísima suerte. Tenía dos hermanas también, pero eran pequeñas ¡y eran chicas! Mi mejor amigo solía decir que seguro que habíamos nacido en familias equivocadas. Él debería estar en la mía con los chicos y yo en la suya con las chicas. Siempre pensé que eso habría sido genial.

—Grace, ¿me escuchas? Tienes que atenderme antes de que vengan Eve y Sarah y lo arruinen todo.

Eve y Sarah eran sus hermanas pequeñas. Tenían dos y cinco años y su juego favorito era perseguir a Liam por todas partes.

También era el juego favorito de Aidan y Ollie.

—De acuerdo, creo que ahora sí que nos sirve.

Saqué de mi bolsa de tela la caja de latón que había cogido de la granja. Dentro estaban la libreta con el contrato que habíamos hecho juntos después de que en clase nos explicaran para qué servía. También metí un anillo con forma de trébol, porque teníamos que poner algo importante para nosotros y ese me lo había regalado papá la primera vez que había montado a caballo yo sola. Liam puso un pequeño peluche de un leprechaun que había tejido su madre cuando era bebé, porque decía que ya no lo necesitaba para dormir. Me parecía una buena elección, porque los dos habíamos cogido algo que nos importaba mucho y eso hacía que todo fuera más especial.

—¿Estás lista para firmar? —preguntó él sacándose un bolígrafo del pantalón.

—Antes tenemos que leerlo en voz alta.

—¿Para qué?

—Para que los dos estemos de acuerdo.

—Claro que estamos de acuerdo. ¡Lo hemos hecho juntos, Grace! —Lo miré mal y él suspiró tan fuerte que su flequillo negro le cayó en los ojos, los tapó por un momento hasta que resopló y volvió a subírselo—. Está bien, léelo.

—Yo leeré una parte y tú la otra.

Iba a resoplar de nuevo, pero lo miré tan mal que al final no lo hizo. Eso sí, sus ojos azules se hicieron más pequeños, como siempre que se molestaba conmigo. No me importó. En realidad, Liam tenía poca paciencia y no era mi culpa que nunca quisiera hacer las cosas bien. Como era debido.

Abrí la libreta por la primera página y leí:

Nosotros, Liam O’Callaghan y Grace Fitzgerald, prometemos ser amigos durante toda nuestra vida. No importa cuántas veces peleemos ni que Liam sea un poco tonto a veces ni que Grace sea un poquitín mandona. Lo importante es que nos queremos y siempre siempre siempre encontraremos el modo de volver a estar juntos.

—¿Por qué yo soy «un poco tonto» y tú solo «un poquitín mandona»? Eres muy mandona, Grace.

—Bobadas. Lee tu parte.

Su frente se arrugó, pero tiró con fuerza de la libreta que yo tenía y leyó:

Firmamos este contrato hoy, 23 de junio, porque esta noche celebramos la fiesta del solsticio de verano y así sabremos cuándo volver para desenterrarlo y firmar de nuevo. Firmaremos cada dos años para demostrar que los mejores amigos pueden serlo toda la vida.

Asentí, contenta y orgullosa de esa parte; se me había ocurrido a mí. En realidad, yo quería firmar todos los años, pero Liam dijo que no. Que era mucho trabajo desenterrar una cápsula del tiempo cada año. En el fondo, sabía que tenía razón, por eso dejé que me convenciera.

—¿Y ahora lo firmamos, lo enterramos y ya está? —preguntó.

—Eso es.

Me dio el bolígrafo, puse mi nombre y la fecha y luego se lo pasé a él para que hiciera lo mismo. Metió la pequeña libreta en la lata junto con el anillo y el peluche y le puso la tapa.

—Dentro de dos años, cuando yo tenga diez y tú nueve, volveremos a firmar —me dijo.

—¿Y estás seguro de que no se moverá de aquí y podremos encontrarla pase lo que pase?

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