Orgullo y prejuicio

Jane Austen

Fragmento

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2

Mr. Bennet fue de los primeros en visitar a Mr. Bingley. Siempre había pensado hacerlo, por mucho que le asegurara a su esposa que no lo haría, pero hasta aquella tarde no le dijo nada.

—¡Qué bueno eres, querido Bennet! Ya sabía yo que acabaría convenciéndote. Estaba segura de que amabas demasiado a tus hijas para perder una relación como esa. ¡Qué feliz soy! Y vaya broma la tuya, no decirnos una palabra. ¡Qué padre tan maravilloso tenéis, hijas mías! —exclamó ella.

A pesar de las preguntas que hizo Mrs. Bennet, ayudada por sus hijas, no logró que su marido les dijera cómo era Mr. Bingley. Así que se vieron obligadas a aceptar los informes de su vecina, lady Lucas, que les dijo que era un joven muy guapo, extraordinariamente agradable y, sobre todo, que tenía la intención de asistir al próximo baile acompañado de numerosas personas.

El día del baile, Mr. Bingley se presentó con sus dos hermanas, el marido de la mayor y otro hombre joven.

Bingley era muy guapo, simpático y distinguido. Sus hermanas eran hermosas y de una elegancia excepcional. Mr. Hurst, el marido de una de ellas, parecía un caballero como cualquier otro, pero su amigo, Mr. Darcy, atrajo pronto la atención de todos por lo guapo y noble que era, y en cinco minutos se extendió la noticia de que poseía una renta de diez mil libras al año, muy superior a la de Mr. Bingley.

Bingley se relacionó muy pronto con los invitados al baile, se mostró animado y bailó todas las piezas, incluso habló de ofrecer él mismo un baile en Netherfield. Tan amables cualidades no hicieron sino aumentar su popularidad. ¡Qué distinto era de su amigo! Darcy bailó solo una vez, no quiso ser presentado a las damas y empleó el tiempo en pasearse por la sala y hablar brevemente con alguno de sus amigos. Su carácter quedaba así patente: era el hombre más orgulloso y desagradable del mundo, y todos lamentaban que hubiese acudido al baile.

Elizabeth Bennet se había visto obligada, debido a la escasez de caballeros, a permanecer sentada durante dos piezas musicales, y parte de ese tiempo había estado tan cerca de Darcy que pudo escuchar la conversación que este mantenía con Bingley.

—Ven, Darcy —le dijo Bingley—. Quiero que bailes como los demás. Me molesta verte ahí solo, mientras los otros se divierten.

—¡No lo haré! Sabes lo mucho que lo detesto, a no ser que conozca a mi pareja. En una reunión como esta me resultaría insoportable, y consideraría un castigo bailar con cualquiera de las mujeres que hay aquí.

—Te aseguro que jamás he encontrado muchachas tan simpáticas como las de esta noche, y debes admitir que algunas son increíblemente hermosas.

—Estás bailando con la única muchacha bonita del salón —repuso Darcy, mirando a Jane, la hermana mayor de Elizabeth Bennet.

—Sí, es la criatura más bella que he visto jamás. Pero ahí, justo detrás de ti, está sentada una de sus hermanas, que es muy bonita, y aun me atrevo a añadir que muy agradable.

—¿A quién te refieres? —preguntó Darcy y, volviéndose, contempló por un instante a Elizabeth—. Aceptable; pero no es lo suficientemente hermosa para tentarme. Vuelve con tu pareja y disfruta, porque estás perdiendo el tiempo conmigo.

Bingley siguió el consejo de su amigo. Darcy abandonó el salón, mientras Elizabeth, enfadada, lo vio alejarse. Sin embargo, contó a sus amigas lo ocurrido con mucho ingenio, porque era jovial y graciosa.

En conjunto, el baile transcurrió de forma agradable para toda la familia. Mrs. Bennet había visto que los nuevos vecinos admiraban a su hija mayor: Bingley había bailado con ella dos veces, y las hermanas de este la habían colmado de atenciones. Jane estaba tan satisfecha por todo eso como pudiera estarlo su madre. Elizabeth experimentaba la misma satisfacción que Jane. Mary, que era la tercera hermana, había oído decir a miss Bingley, refiriéndose a ella, que era la muchacha mejor educada de la vecindad, y Kitty y Lydia, las dos pequeñas, habían sido lo bastante afortunadas como para no estar nunca sin pareja, que era cuanto habían aprendido a desear en un baile. Por eso regresaron contentas a Longbourn, el pueblo donde vivían y del que eran los habitantes más distinguidos.

Cuando Jane y Elizabeth se quedaron solas, la primera expresó a su hermana lo mucho que admiraba a Mr. Bingley.

—Es exactamente como un joven debe ser —le dijo—: sentimental, perspicaz y de buen humor; nunca vi tan finos modales, tanta desenvoltura, tan exquisita educación.

—Es guapo —añadió Elizabeth—, tal como en la medida de lo posible debe ser un joven. Posee todas las condiciones.

—Me sentí muy halagada cuando me sacó a bailar por segunda vez. No esperaba semejante cumplido.

—¿No? Pues yo sí. Hay una gran diferencia entre nosotras. A ti, los cumplidos siempre te sorprenden; a mí, nunca. Era lógico que te sacase de nuevo a bailar. No podía evitar el ver que eras cinco veces más guapa que todas las mujeres que estaban en el salón.

—¡Lizzy!

—¿Y te gustan también las hermanas de ese muchacho? Sus modales no son como los de él.

—Al principio, así lo parece. Pero cuando hablas con ellas compruebas que son muy agradables. La soltera va a vivir con su hermano y a cuidar de la casa, y, o mucho me equivoco, o tendremos en ella a una encantadora vecina.

—Bien sabes que eres muy dada a que te guste todo el mundo; nunca ves defectos en nadie. Para ti, todas las personas son buenas y agradables; nunca te he oído hablar mal de un ser humano.

—No me gusta censurar a nadie; pero, créeme, siempre digo lo que pienso.

Elizabeth no parecía convencida, la conducta de aquellas muchachas en la reunión no había sido particularmente de su agrado.

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3

Las nuevas vecinas no tardaron en corresponder a la atención de las cinco hermanas y les devolvieron la visita. Los agradables modales de Jane gustaron pronto a Mrs. Hurst y a miss Bingley; y aunque ambas encontraban insoportable a la madre y a las hermanas menores, expresaron a las dos mayores su deseo de conocerse mejor.

Jane recibió encantada aquellas atenciones, pero Elizabeth observaba un fondo de arrogancia en aquellas mujeres, por lo que seguía sin encontrarlas simpáticas. Aun así, la amabilidad que mostraban hacia Jane se debía, probablemente, a la influencia del hermano. Era evidente para todos que este admiraba a Jane, y para ella también lo era cómo iba creciendo en su h

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