pero ya entraste, dudando, sabés que no deberías, las consignas son claras, no frecuentar los lugares donde se pueda ser reconocido, no deberías haber vuelto pero ya estás, ya manolo tendría que estar saludándote y no lo ves, quizá ya se haya jubilado y te vas a sentar, en esa mesa del fondo, es esa mesa, prender un cigarrillo, pensar, el calor, fumando la vida se parece mucho más a una película, a una novela, prender un cigarrillo y vas a pensar en las miles de posibilidades del suicidio y preguntarte por qué, no vas a saber, te vas a decir que no sabés, sabrás que tu respuesta te hiere, te disminuye, que te desenmascara y vas a dejar tu respuesta sin pregunta, como tantas veces, y el nuevo mozo al lado tuyo esperando el pedido, no lo habías visto disculpe quisiera una quilmes imperial bien fría por favor, sí con este calor, esa cortesía, con manolo ya era diferente, ese cuidado que ponés en tratar con deferencia a los que sentís inferiores, fracasados, aunque las palabras sean duras, inútiles, aunque te cueste aceptar que las decís, a los que no pueden responderse satisfactoriamente a la pregunta qué hago qué he hecho de mi vida.
Te daban lástima, un mozo de café, qué puede tener de gratificante ser mozo de café, aunque enseguida matizabas, tu pudor matizaba, tu culpa, tal vez tenga una mujer, amor, lo mirás, las arrugas en la cara, los años, te parece dudoso tal vez le importen cosas simples, que yo no conozco, pero vos evitabas la pregunta, sin preguntarte por qué, dabas la respuesta por sobrentendida, una imagen, alguien que es alguien, soy alguien te decís pero tenías que decírtelo, miedo a ir más allá, a investigar, miedo de lo desconocido o finalmente conocido pero inaceptable, lo que queda fuera del espejo deseado, recortado a imagen y semejanza de tu imagen, en definitiva es cierto, quizás hasta era cierto, hago cosas que me gustan, qué carajo, pero, te repetías, muchas gracias, y entonces un trago, largo, disolvente, al levantar la cabeza la viste, no viste sus caderas pero la boca entre las manos te recordaba algún recuerdo indefinible, sole en los ojos casi amarillos, quizá profundos, o demasiado traslúcidos, no sabías, leyendo un libro que aún no podías identificar y te preguntaste, siempre ese diálogo, ese monólogo cómo sería con ella, si le hablaras de carlos fuentes, qué diría, o de hernández, o de vos de tus proyectos cómo sería, y si realmente su vientre sería tan liso como su cuello pero quizá no le gustase, no sabías no entendías, a veces descubrías que las mujeres eran más pudorosas de lo que pensabas así que tal vez no le gustaría que mordieras su vientre, que lo besaras que lo mamaras y la cama es un colchón en el piso, el estampado de las sábanas te parecía horrible pero no habías querido decírselo porque cecilia estaba muy orgullosa de sus sábanas nuevas y el vientre era su vientre, abierto, lo recordabas, abierto, lo bebías, de un trago terminaste la cerveza, todos los líquidos otro, cecilia, otra, esa boca de quién ahí enfrente, prendiste otro cigarrillo, lentamente, con lascivia, disfrutándolo, como gozando de tu imagen en tu espejo, el del baño, el del cigarrillo tras el baño y mirándola, ella leía y pensaste las frases, lo que podrías decirle, con una mezcla de orgullo e irrealidad, las frases eran piropos sólo para vos, espejo sólo, te gratificaba inventar la conversación, te parecía apropiada, sabés que nunca te levantarás, que no caminarás esos cinco pasos, una mezcla de pudor y respeto te decís porque evitás hablarte claramente del miedo y llamaste al mozo, le pediste otra cerveza, por favor, y pensaste en aquellos días de abril.
Te decías que el otoño también tuvo su importancia, aunque las hojas muertas, amarillas, esa invitación a la melancolía eran algo de cuya legitimidad a veces dudabas. Como ese puente sobre el sena, junto a la cancillería, al atardecer, como venecia entre la bruma, como algún nocturno de chopin o la luna real, desconfiabas de las frases hechas de la tristeza estetizada, aunque te hablaran, pero en qué medida auténticas, en qué medida impuestas, aunque bueno en definitiva todo es cultura te decías, y de todas formas funciona, y la originalidad es un prejuicio moderno, te justificabas, renacentista, y caían las hojas, y estabas por cumplir los treinta.
El ambiente del diario te estaba penetrando. Habías dudado cuando el loco te lo propuso, trabajar para ellos, te decías que era una forma de venderse, no hacía un año que habías vuelto a buenos aires y el choque del regreso, el nacimiento de rosa y la readaptación, todo tan distinto, y tus esfuerzos y el trabajo te habían ocupado casi todo ese 73 tan lleno de otros vientos, que ignoraste casi, o criticaste con olímpica altura, cómo es posible que tanta gente inteligente le rinda pleitesía a ese viejo hijo de puta, con cierto desinterés porque tus problemas te absorbían y eso sería venderse pero trabajar en la revista también lo era, uno siempre se vende a alguien pero en este caso parecía estar, no sé, más claro, en la revista se vivía una ficción de amplitud, de libertad muchas veces contradicha en el momento de entregar las notas, es cierto, pero trabajar con ellos, para ellos, los mangos a fin de mes tendrían un origen tan claro pero el loco insistía, dejate de joder carlos no te das cuenta que ser un puro se parece mucho a no ser nada, que la pureza y el vacío, que la pureza y la inoperancia, que en definitiva no hay nada más puro que el silencio te decía, y vos no te dejabas convencer pero te tentaba, hacía tiempo que andabas con ganas de trabajar en un diario, la locura diariamente renovada, la lucha por el cierre, ese ritmo, esa agilidad del cotidiano, esa vitalidad que quizá podrías tomar prestada, allí no habría tiempos de espera, tiempos muertos, lo necesitabas, y ya empezaba a hacer frío y hacía varios meses que trabajabas en el diario.
Al principio había sido difícil, estabas a la defensiva, esperando ataques que no llegaban. Te sentías distinto, de alguna forma ajeno, casi todos los que trabajaban con vos se lo tomaban de otra manera, para ellos era una militancia, era un trabajo, claro, pero también una militancia, habían logrado conciliar el laburo con las ideas te decías, están cerca de no venderse y eso te trabajaba por dentro, la envidia, aunque no quisieras darle ese nombre tan desprestigiado, injustamente, los mirabas con envidia pero vos también tenías tu tesoro, guardado, un cofre que abrías de vez en cuando, cuando la desesperanza, para sentir el arroyo de las monedas por tus dedos, el arrullo, esa sensualidad del oro, esa sensualidad que se te estaba volviendo obscena, la independencia, todo el orgullo de llamarte independiente de sentirte no contaminado se te iba disolviendo en esas tardes en el diario, en esas notas en los barrios cuando la gente los reconocía, y les facilitaba las cosas y quería hablar con ustedes porque sabemos que el diario lo va a publicar, ese calor, la libertad es el único bien que se gasta cuando no se usa. Te acordabas de esa frase de mayo, del mayo, y te resonaba, por qué, para qué; si mi libertad fuese absolutamente inofensiva si lo que llamo libertad no fuese más que un compromiso conmigo mismo con mi individualismo con mi miedo? Y si estuviera desperdiciándome si el hacer fuera más importan